La afirmación de que la información tiene un «comportamiento viral» es extremadamente frecuente y suele acompañarse de ejemplos que demuestran que esta se replica, propaga y se acumula mientras no haya obstáculos que se lo impidan o falte la energía. La información, pues, tiene un comportamiento viral y se contagia por replicación de/en medios materiales (genéticos, neurales, electrónicos, etc.).
Visto de éste modo y dicho de forma simple, nuestro comportamiento para con la información no es muy distinto al que tenemos respecto del virus de la gripe. Si deseamos caer enfermos del virus de la gripe nada mejor que ponernos en contacto con una persona infectada por dicho virus para que nos lo contagie; si deseamos, en cambio, que nuestros hijos se contagien del virus de la cultura, nada mejor que ponerlos en contacto con personas infectadas por dicho virus, es decir, con los maestros, y por eso, los mandamos a la escuela.
A contrario sensu, si deseamos no contagiarnos del virus de la gripe, procuraremos alejarnos de las personas enfermas o poner a estas en cuarentena, separadas de la sociedad, para que no nos contagien su mal. Del mismo modo, si deseamos que nuestros hijos no adquieran malas enseñanzas procuramos separarlos de eso que llamamos «amistades peligrosas»; amistades que pueden, en los casos más graves, ser puestas en cuarentena mediante su ingreso en un establecimiento penitenciario.
La metáfora virus-información puede extenderse hasta límites insospechados (en informática, por ejemplo, tenemos toda una panoplia de virus, cuarentenas y vacunas) e incluso en el campo de las ideas políticas se habla de «cordones sanitarios» respecto de las ideas de nuestros enemigos políticos o de «marketing viral» en el mundo de los negocios. Que la información tiene un comportamiento viral es algo que los poderes políticos saben muy bien, de ahí su afición a controlar los medios de comunicación, que no serían, desde éste punto de vista, más que unos eficaces medios de propagación de virus ideológicos.
Finalmente, y por concluir con esta necesariamente simplista reflexión sobre la identidad virus-información, podemos reflexionar sobre como las compañías discográficas pagan a los medios de comunicación (emisoras de radio, canales de televisión) para que difundan las últimas creaciones de sus cantantes o grupos musicales. Todo el dinero que gastan en promocionar estas canciones no tiene otro fin de que inocularnos el virus de la canción que pretenden promocionar, hacer que la conozcamos, que nos infecte, porque así saben que subirá nuestra fiebre, demandaremos esa canción-información y acabaremos pagando nosotros por ella. Saben también que, pasado un lapso más o menos grande y tras un período de febril efervescencia de la canción, comenzará a dejar de interesarnos y finalmente la denostaremos como «pasada de moda», momento en el cual podemos considerar que estamos vacunados contra la misma. Estoy convencido de que éste ciclo de propagación-infección-fiebre-inmunidad musical está perfectamente estudiado por las discográficas y sería un valiosísimo elemento de estudio para una más eficaz regulación legal del sector.
Y si eso es así, como parece que lo es, la consecuencia evidente es que podríamos plantearnos la propiedad intelectual-informacional cual si estuviésemos hablando de la propiedad de virus, momento en el cual descubrimos nuevas y asombrosas similitudes.
Un virus, en términos científicos, no es más que una entidad que que se compone de dos partes: Unos genes (ADN or ARN) que no son más que unas largas moléculas que contienen información genética y una cubierta protectora proteínica que protege esa información. Algunos, además, se envuelven en una especie de sobre lipídico cuando se encuentran fuera de una célula.
Conviene decir que los genes no son seres vivos aunque están al filo de lo que entendemos por seres vivos. Un virus, al igual que la información, para replicarse necesita de una célula huésped. El ciclo vital de un virus siempre necesita de la maquinaria metabólica de la célula invadida para poder replicar su material genético, produciendo luego muchas copias del virus original.
Así dicho un virus se asemeja bastante a un mensaje en una botella lanzada al mar; no es más que una especie de cápsula de información a la deriva y sólo cuando esa botella llega a manos de una entidad capaz de ser inoculada por la información contenida en ella, esa información puede propagarse o replicarse.
Es verdad que los virus mutan a fin de obtener un mayor éxito en su propagación pero no es menos cierto que las ideas también lo hacen hasta que son formuladas de una manera que obtiene éxito en su propagación. Indudablemente Walt Disney logró hacer mutar con éxito los cuentos de los Hermanos Grimm.
Y así las cosas ¿nos dice algo el derecho a propósito de la propiedad o posesión de los virus?
La verdad es que poca cosa, los romanos no conocieron los virus y, como siempre que el derecho romano no anticipa soluciones, las legislaciones actuales suelen perderse en normas extravagantes y de poca coherencia. Lo que parece evidente es que, con arreglo a las normas naturales de adquisición de la propiedad, nadie podría afirmar seriamente que es propietario de un virus desde que el mismo es liberado. Un científico, sin duda, puede tener un virus aislado en su laboratorio y, hasta ahí, afirmar que lo posee pero, una vez liberado, su capacidad de replicación no puede ser controlada y nadie podrá afirmar ya su derecho de propiedad sobre el mismo. O como dijo Gayo en sus Instituta:
S. 67. Así los animales fieros ó salvages, las aves ó los peces…. cogidos…. por nosotros, nos pertenecen mientras permanezcan en nuestro poder. Pero si se escapan y vulven á gozar de su libertad natural, dejan de pertenecernos y pueden ser adquiridos de nuevo por el primero que los ocupe. Júzgase que han recobrado su libertad natural desde el punto en que los perdemos de vista, ó si, aunque los veamos , se han colocado de manera que sea difícil perseguirlos.
En el fondo los virus, como la información, como la vida, tienen una irrefrenable tendencia a la libertad y eso, para nuestro derecho de propiedad, resulta perturbador.