La escena que se observa en éste cuadro de Rubens resulta, a primera vista, perturbadora: Una joven ofrece su pecho a un viejo que se dispone a succionarlo. Sin embargo, si conocemos la historia de ambos personajes, la escena deviene absolutamente tierna pues representa a la joven romana Pero amamantando a su padre Cimón, encarcelado y a punto de morir de hambre.
La historia completa la conocemos gracias al escritor latino Valerio Máximo, que escribió un libro de anécdotas históricas titulado Facta et dicta memorabilia (escrito hacia el 30 d.C.). El autor precisa que el tema de Pero y Cimón era ya motivo de representaciones pictóricas en su propio tiempo y, gracias al blog «Tradición Clásica» puedo ofrecerles aquí el texto en latín de Valerio Máximo y su correspondiente traducción al castellano:
Idem praedicatum de pietate Perus existimetur, quae patrem suum Mycona consimili fortuna adfectum parique custodiae traditum iam ultimae senectutis uelut infantem pectori suo admotum aluit. haerent ac stupent hominum oculi, cum huius facti pictam imaginem uident, casusque antiqui condicionem praesentis spectaculi admiratione renouant, in illis mutis membrorum liniamentis uiua ac spirantia corpora intueri credentes. (5.4. ext. 1).
«En la misma consideración se ha de tener la devoción filial de Pero, que a su propio padre Micón, cuando éste sufrió una similar desgracia e igualmente estaba confinado en prisión con una edad muy avanzada, lo amamantó, acercándolo a su pecho como un bebé. Los ojos de los hombres quedan fijos y estupefactos cuando contemplan un cuadro sobre este tema, y con la admiración de la representación actual reviven la situación del antiguo suceso, creyéndose que en aquellos mudos trazados de figuras están contemplando seres que viven y respiran.»
La historia concluye felizmente para padre e hija pues, las autoridades romanas, impresionadas por el gesto de la joven, finalmente incluso concedieron la libertad al padre. La escena de la hija amamantando al padre encarcelado pasó desde entonces a ser el símbolo de la caridad en Roma. La escena fue reproducida en multitud de objetos (vasos, fuentes, medallones…) e incluso aún se puede contemplar un fresco de esta escena en una casa de Pompeya, pintado en la pared de una habitación, al parecer dedicada a los niños, con fines didácticos.
Estas escenas suelen resultar conmovedoras y se han repetido con cierta frecuencia a lo largo de la historia. La última de la que tengo noticia ocurrió el 3 de septiembre de 2002 en Cádiz, cuando la joven sevillana de 28 años Isabel María Caro pasaba su último domingo de vacaciones en la playa de Castillejos, en la localidad gaditana de Barbate, junto a su marido y sus hijos de siete años y 18 meses. La Voz de Galicia, entonces, lo contó así:
En un momento dado, el arenal se llenó de gente pues medio centenar de inmigrantes desembarcaban de una patera y se arrastraban pidiendo ayuda a gritos. Uno de los dos bebés que se encontraban en la embarcación era Yoice, una niña nigeriana de seis meses que no paraba de llorar. Su madre no era capaz ni de escucharla. Estaba mojada, hambrienta y exhausta. Isabel María sí la oyó, ofreció a los responsables de la Cruz Roja uno de los biberones de su hija, aunque sospechaba que seguramente la pequeña no lo iba a aceptar. Una enfermera insistía tratando de achacarlo a la congestión de nariz que sufría la cría. Isabel no lo dudó y le explicó a la sanitaria que sólo se podía hacer una cosa: «En ese momento la madre no podía darle el pecho, así que la acerqué al mío».
Y la escena de una mujer joven amamantando a la pobre niña negra hizo que muchos nos reconciliásemos con el género humano.
El final de esta historia no parece haber sido tan feliz como el de Pero y Cimón. Las autoridades españolas, mucho menos impresionables que las romanas, detuvieron a madre e hija y al parecer, pues no lo tengo confirmado, las acabaron expulsando. Lamentablemente no he encontrado imágenes de esta escena aunque me consta que hubo muchas fotografías.
Tanto la historia de Pero, como la de Isabel María impresionan fuertemente y, por eso, me he alegrado de que, a través del blog Revolución Naturalista me haya llegado la noticia de que según la primatóloga Sarah Blaffer Hardy, la moral anidaría en la neotenia que desencadena el cuidado de los niños indefensos.
El pasado 2 de marzo de 2009 la sección de ciencia del New York Times publicaba una reseña sobre las investigaciones de esta primatóloga que apuntaban en la direción de que las extraordinarias habilidades sociales de un niño están en el centro de lo que nos hace humanos. A través de la tremenda capacidad de los bebes humanos para solicitar y obtener la atención no sólo de su madre, sino de muchos otros indivíduos de su ámbito sensorial, un bebé promueve muchos de los comportamientos y las emociones que nos diferencian de otros animales, incluida la disponibilidad para compartir, para cooperar con los extraños, para bajar la guardia y para ampliar el el rango de pronombres más allá del círculo asfixiante del yo-mi-me-conmigo.
Ciertamente el comportamiento de los humanos respecto de la crianza de sus hijos difiere del de los chimpancés o gorilas. Mientras que en los humanos todo el grupo coopera en la crianza de los hijos, en los chimpancés o gorilas raramente veremos que una madre permita a otros miembros del grupo cuidar de sus crías. Las madres, en el caso de chimpancés y gorilas, se agarran celosamente a sus hijos durante los primeros seis meses o más de vida. Aunque algunas otras hembras del grupo pueden expresar un interés real en el recién nacido, la madre, en general, no le deja ir con ellas: parece dudar de si esas hembras se convertirán en infanticidas, o incluso sobre si quieren o pueden defender a los jóvenes contra un macho infanticida.
Los seres humanos, en cambio, hemos evolucionado como una especie que colabora en la crianza de los hijos. Los bebés están dotados de una incomparable capacidad para atraer los cuidados de los mayores y la madre humana, al contrario que chimpancés o gorilas, no tiene problemas en dejar que otras madres u otros miembros del grupo cuiden de su hijo o incluso, los amamanten si ello es posible. La doctora Hardy opina que nuestra capacidad para cooperar en grupos, nuestra capacidad de empatía con los otros y nuestro interés acerca de lo que los demás miembros del grupo piensan o sienten, probablemente surgieron como respuesta a las presiones selectivas de éste sistema de crianza cooperativa que, a su vez, genera la necesidad de confiar en los demás y de ser considerado por ellos digno de confianza.
Así las cosas, si esta crianza común de los hijos está en la base de nuestros sentimientos de confianza y empatía, no cabe duda de que sería otro de los factores evolutivos que, junto con los que hemos señalado en otros post, habrían venido a conformar nuestra dimensión moral.
A uno le reconforta pensar que la Justicia puede estar más cerca de Pero y de Isabel María que de la voluntad de un dios malhumorado.
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Otros post de éste blog sobre el origen de la justicia:
- Justicia, evolución y teoría de juegos (I): El dilema del prisionero.
- Justicia, evolución y teoría de juegos (II): Halcones y palomas.
- El origen de la Justicia, evolución y teoría de juegos (III): Una historia de la prehistoria.
- El origen de la Justicia, evolución y teoría de juegos (IV): Los chimpancés y el juego del ultimátum
Pienso que tienes razón, la justicia, además de un servicio público esencial para la convivencia, es un instinto humano. Las personas necesitan de la compasión y de la venganza en sus adecuadas dosis. Cada vez hay más estudios científicos que demuestran que el discernimiento entre el bien y el mal, más allá de una cuestión cultural, es una necesidad de supervivencia en los mamíferos, a fin de cuentas «quid natura omnia animalia docuit». Enhorabuena por el blog.