En Cartagena no hemos ganado jamás una guerra. Fuimos Carthagineses contra los romanos, romanos contra los godos, godos contra los musulmanes y musulmanes contra los castellanos. En 1873-74 fuimos cartageneros contra el mundo y en 1936-39 los últimos republicanos de la península. No, nunca hemos ganado una guerra, las hemos perdido todas, pero seguimos aquí desde hace varios miles de años.
Quizá por eso nuestros monumentos no cuentan victorias sino derrotas.
Suelo pasear a menudo por la Plaza de los Héroes de Cavite y me entretengo leyendo los nombres de aquellos que acabaron «dando la vida por España» según la terminología oficial, aunque sería más exacto decir que perdieron la vida por culpa de sus gobernantes.
Leo en esas lápidas nombres gallegos, vascos, catalanes, andaluces y muchos, pero que muchos, apellidos cartageneros; tantos que, a veces, me parece estar leyendo los antiguos registros de abogados de mi colegio. Los «Héroes de Cavite» le llaman mis vecinos al monumento aunque también está dedicado a los marineros muertos en Santiago de Cuba.
El monumento me transmite sensaciones contradictorias: tristeza por la muerte de tantos hombres e ira por la poca vergüenza de quienes les mandaron a morir. Oscuras historias de corrupción impidieron que esos hombres contasen con cañones en Bahía Subic, con torpederos submarinos, incluso el crucero Colón carecía de cañones en las torres…
La corrupción nunca sale gratis, a veces se paga en dinero y otras, como aquí, la pagaron españoles generosos con su vida.
Por eso cuando paseo por allí pienso en España, en sus gobernantes, en la corrupción y me pregunto si no acabaremos siendo todos unos desdichados «Héroes de Cavite».