Ya he contado alguna vez que, al igual que del parecido de las palabras en diversos idiomas se ha inducido por los científicos la existencia de protolenguajes anteriores a ellas y de los que las lenguas actuales no serían más que evoluciones; al igual, digo, pienso que del parecido que presentan ciertos mitos comunes a muchas religiones pudiera inferirse la existencia de proto-religiones de las cuales las actuales no serían sino una evolución.
Conforme a las teorías de Darwin, allá donde hay reproducción, herencia y mutación operan los principios de la teoría de la evolución y poco importa si hablamos de genes o de información, pues los genes no dejan de ser una especie dentro del género de la información. Richard Dawkins habló de «memes» para referirse a estas unidades de evolución cultural y no cabe duda de que las religiones y los dioses están entre los memes más antiguos y exitosos que se conocen.
Al igual que la etimología se remonta al origen histórico de las palabras y estudia cómo las mismas han ido mutando y evolucionando hasta llegar a nuestros días, podemos tratar de aproximarnos a estos memes religiosos de la misma forma; y a divertirme con estas cosas he dedicado algún tiempo este verano.
Uno de los encuentros más curiosos que he tenido ha sido el de una deidad cananea que, si tienen la paciencia de seguir leyendo, se nos aparece como el antecedente, el étimo, de alguno de los dioses en que creen y a los que rezan la mayor parte de las personas en nuestros días. No doy más rodeos y se lo presento ya mismo, se trata del dios «El«.
En la mitología cananea, “El” era el nombre de la deidad principal y significaba «padre de todos los dioses» (en los hallazgos arqueológicos siempre es encontrado al frente de las demás deidades). En todo el Levante mediterráneo era denominado El o IL, el dios supremo, padre de la raza humana y de todas las criaturas, incluso para el pueblo de Israel pero con interpretaciones distintas a los cananeos.
La presencia de este dios podemos rastrearla no sólo en los yacimientos arqueológicos que nos hablan de él, sino también en las palabras mismas; así, por ejemplo, si recuerdan el episodio bíblico de Jacob luchando con un ángel (Génesis 32:23-30) recordarán también que Dios le cambió el nombre a Jacob tras aquel enfrentamiento de forma que pasó a llamarse «Israel» que, literalmente, significa «el que lucha junto/contra Dios» en hebreo: יִשְׂרָאֵל, Isra-[El], ‘el que pelea junto al dios El’.
El dios «El» se nos aparece reiteradamente en la Biblia como, por ejemplo, en el sitio conocido como «Bethel» que se traduce como ‘casa de Dios’, siendo beth ‘casa’ (como Bethlehem es ‘casa del pan’, Bethania ‘casa de la aflicción’, Bethsaida: ‘casa del pez’) y el puede referirse tanto al dios Yahvé como al dios El. Tampoco es descartable que «El» sea el dios que da nombre a la torre que los hombres construyeron tratando de alcanzar el cielo (Bab-El) y que yo traduzco (Joludi me corregirá) por «puerta del cielo».
Para los judíos «Elohim» era como se llamaba a los dioses o a dios (plural de «El») y hasta en el Gólgota cuando el crucificado llama al señor lo hace según la expresión «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?» (¡Señor!, ¡Señor!, ¿por qué me has abandonado?).
Las referencias a «El» en el mundo contemporáneo nos acompañan de forma muy cercana y muchos de los nombres propios que hoy se usan en España llevan al dios «El» incorporado; así «Daniel» significaría algo parecido al «juicio del dios El» o «Ismael» vendría a significar «El dios EL escucha o cura». También encontramos a «El» como prefijo de muchos nombres de uso común como «Elías» y lo mismo ocurre con los nombres femeninos. Si usted se llama, pues, Miguel, Manuel o Isabel, probablemente esté rindiendo un inadvertido tributo a este antiguo dios de que les hablo.
Lo más curioso es que «El» no sólo se ha perpetuado en el ámbito de las religiones judeo-cristianas pues, como buen dios semítico, está también en el origen del nombre del propio dios de los musulmanes pues a El también se le llamaba a veces Eloáh o Eláh, lo que en árabe dio lugar a Allah.
Y no sigo, «El» tuvo muchos hijos algunos de los cuales llegaron a hacerse extremadamente famosos, como Baal que, navegando en barcos fenicios y carthagineses, llegó hasta mi ciudad (Cartagena) y nos dejó nombres como Aníbal (Hanibaal) o Asdrúbal (Asdrubaal), nombres que, en septiembre, llenarán las calles celebrando de una forma un tanto sui generis el comienzo de la segunda guerra púnica.
De cómo «El» evoluciona hasta dar lugar a deidades como Yahweh les hablaré otro día, de momento basta con este pequeño divertimento de verano.