Esta tarde-noche se me ha tornado flamenca. Estoy en un teatrito delicioso desde una de cuyas butacas escribo estas líneas: el teatro «Apolo» en «El Algar», construído en los años en que se forjaron los cantes de Cartagena y rodeado de buenos aficionados; «Cartagena canta» se llama el evento y en el deambulatorio cuelga el cuadro de Pedro Diego Pérez Casanova que ven en la imagen y titulado «En tu honor».
Nada hay tan simple y difícil a la vez como tocar las palmas, simple porque cualquiera es capaz de hacerlas, complejo porque muy pocos saben hacerlo bien; y, pensando en esto, pienso también en que esta facultad de tocar las palmas bien, pero sobre todo oportunamente y con criterio, hizo que el público se ganase el apelativo de «respetable».
Porque «respetable» no es el público que aplaude sin criterio cualquier cosa que ve u oye, es el que discrimina cuándo y a quién debe aplaudir; «respetable» es ese público al que no le dan gato por liebre y sabe distinguir lo auténtico de lo impostado, el grano de la paja, al cantaor del aficionado y al político de ley del farsante.
El público, el pueblo, «el respetable», dispone de pocas posibilidades para dejar sentir en directo su agradecimiento o su enfado, su aquiescencia o su indignación y, por eso, cuando veo ovaciones bobaliconas, agendadas, de esas que se dan «porque toca» al político, ministro o gobernante de turno, pienso que el público (el pueblo) está renunciando a ese primer recurso humano, ancestral y democrático que le dio la naturaleza para expresarse en libertad; ese recurso sencillo y complejo a la vez que hizo que se ganase el apelativo de «respetable».
Vamos a escuchar.