Los abogados a los que admiro no salen en las páginas salmón de la prensa económica. Los abogados a los que admiro no miden su éxito profesional en dinero. Los abogados y abogadas a los que admiro son los que saben que una de las obligaciones éticas de nuestra profesión es representar a las minorías, a los desfavorecidos, a las personas humildes, incluso a aquellos a quienes la sociedad desearía que no tuviesen quien hablase por ellos y mucho menos en defensa de ellos.
Los abogados a los que admiro hacen esas cosas que convierten a nuestra profesión en épica: litigan contra el estado en nombre de un particular, defienden los intereses de un consumidor contra todo un sistema de abusos bancarios y lo hacen caer… (¿alguien imagina a un gran despacho defendiendo a un inmigrante con hipoteca y llevando su caso hasta las últimas instancias europeas para hacer caer todo un sistema de abuso bancario?)
La abogacía a la que admiro es la compuesta de abogados y abogadas con despachos pequeños, a veces unipersonales; una forma de ejercicio profesional que ocupa al 85% de los abogados de España y contra la que se han ido dirigiendo de forma constante las reformas legislativas de los sucesivos gobiernos, buscando sustituirla por una abogacía-negocio aparentemente moderna pero en realidad contraria a cualquier principio ético que gobierne el ejercicio profesional de un abogado.
Hace años decidí escribirme a mí mismo un decálogo de cómo desearía yo que fuese el ejercicio profesional y el primer párrafo que escribí fue:
El ejercicio de la abogacia tiene como objetivo primero y primordial la defensa de los derechos ajenos. Una visión puramente empresarial del ejercicio profesional es incompatible con nuestra forma de entender la profesión.
Claro que, a renglón seguido, escribí también:
Quienes ejercen la abogacía tienen derecho a una retribución adecuada por sus servicios y esto es aplicable a la prestación de servicios en el Turno de Oficio.
Han pasado los años y pienso igual. Los abogados tenemos el deber ético de representar a los débiles frente a los poderosos, a los menos frente a los más, a los individuos frente al estado… y molestamos claro. Una abogacía amansada, docil y sometida es lo que desean quienes ven su superioridad económica o social amenazada por estos molestos abogados que se empeñan en defender la causa de los débiles frente a los fuertes, la de los que menos tienen frente a los que más tienen y a los ciudadanos frente al estado.
Y pienso que la abogacía es, por naturaleza, molesta para muchos, necesariamente molesta y también creo firmemente que, si no lo fuese, probablemente no sería abogacía o, al menos, no sería esa la abogacía por la que merece la pena vivir.
Lo malo es que «la admiración» no da de comer. No quiero hacer negocio con mi profesión, solo quiero poder vivir de ella.
Hola Salva, así estamos… todos, no faltes el día 22 en la puerta de los juzgados de tu plaza para reivindicar mejoras, peleando por nuestros derechos como lo hacemos para nuestros clientes y no solo lamentándonos, un abrazo
Muy bien José, de acuerdo en todo y muchas gracias por tu tesón en la defensa de la Abogacía; evidentemente que no puede ser un negocio, porque la primera obligación que tenemos es defender el derecho de nuestros clientes siempre por encima de cualquier otro y eso incluye el nuestro. Eso es algo que no se valora y debemos hacerlo ver. Gracias a personas como tú tenemos un gran abogado de los abogados, porque causa sonrojo que siendo nuestra profesión la defensa del derecho de los demás, nadie defienda el nuestro.
Defender a quienes defienden, gracias Arturo.