La gente guay, la wonderful people de los Estados Unidos, vive en la costa este o en la costa oeste, pero no en el centro del país, allí parecen vivir otro tipo de personas como los Simpsons, los Flanders, los parados de la industria del automóvil que nos muestra Michael Moore en sus películas o suceden sucesos incomprensibles como la matanza de Columbine (Colorado).
Para la gente de éxito que vive en Nueva York, San Francisco o Silicon Valley, estos estados que hay entre la costa este y la costa oeste no son más que flyover states, los territorios que hay que sobrevolar para viajar de una zona relevante a otra.
La riqueza en los Estados Unidos, el American Way of Life, parece haber olvidado a muchos de estos estados a algunos de los cuales se denomina despectivamente como el Rust Belt, el «cinturón de la herrumbre».
Condenados a la irrelevancia, a la marginalidad, los habitantes de estos estados se saben expatriados de una determinada concepción de su país defendida por los apóstoles de la corrección política que viven en Washington, Nueva York o California. ¿Les extraña que esos estados hayan votado a Donald Trump?
Acusar a los votantes de Trump de racistas, xenófobos, proteccionistas o antiglobalización, es no haber entendido nada. Esta población, sus padres y abuelos, en otro tiempo encarnaron el American Way of Life, trabajaron duro sabiendo que con eso podían mejorar sus condiciones de vida y la de sus familias; ahora ese American Way of Life ya no existe para todas las familias que se quedaron sin empleo, por ejemplo, en Detroit, tras la crisis industrial del automóvil y la llegada de los automóviles japoneses, coreanos y europeos. La costa este y la costa oeste se enriquecieron con la globalización pero esa riqueza no llegó a Detroit, hoy capital del «cinturón de la herrumbre».
No es sólo un problema de dinero, estas personas que, hasta hace pocas décadas, sentían legítimo orgullo de pertenecer a una clase media que ayudaba con su trabajo al crecimiento de su nación, contribuyendo con su esfuerzo a la creación de productos de los que se sentían orgullosos (inolvidable Clint Eastwood como jubilado de la Ford en «Grand Torino»), ahora sienten que son absolutamente irrelevantes para los políticos que toman las decisiones en Washington, políticos que, si antes se referían a estas personas con orgullo como representantes del American Way of Life, ahora simplemente las olvidan o, cuando no las olvidan, las consideran inadaptadas, personas que no han sabido «transformarse» o adaptarse a las nuevas situaciones.
¿A alguien le extraña que, si aparece cualquier político populista, una buena parte de ellos le vote?
Estos votos nacidos del enfado producen una reacción aún peor pues los políticos wonderful, en lugar de preguntarse por qué ha pasado esto, simplemente insultan a este electorado llamándoles xenófobos, fascistas o simplemente ignorantes.
Lo grave es que no sólo en Estados Unidos existen los flyover states, también existen en Alemania, Gran Bretaña, Francia o Italia. También en estos países la riqueza se acumula en unos núcleos —no necesariamente geográficos— y huye de otros.
Si uno mira a Francia verá como la renta per cápita se acumula en una serie de metrópolis —curiosa o no tan curiosamente los lugares donde ha ganado Macron las elecciones— mientras que el resto del mapa lo constituyen pueblos y ciudades pequeñas donde se ha impuesto la candidata Le Pen.
En Italia el fenómeno se repite con la Liga Norte y el Movimiento Cinco Estrellas; pues el populismo no es patrimonio exclusivo de la derecha, también hay fenómenos parecidos a la izquierda. El fenómeno ocurrido en los USA se reproduce: los políticos bienpensantes, en lugar de preguntarse por qué grandes capas de la población han votado a personas como Le Pen, prefieren dedicar al fenómeno epítetos ofensivos del tipo de «fascistas» o «xenófobos»; los bienpensantes de derechas, en cambio, en lugar de preguntarse por qué triunfa sorpresivamente el movimiento cinco estrellas en Italia, tampoco ahorran insultos ni descalificaciones. La dialéctica de fascistas y perroflautas se impone.
Cuesta trabajo imaginar en España unos pueblos y ciudades asimilables a los flyover states americanos pues en España las distancias son demasiado pequeñas, pero podríamos, quizá, apuntar a que nuestros flyover states son esos lugares donde el AVE o no para o ni siquiera llega.
La tendencia a concentrar todas las inversiones principales en apenas cinco ciudades y las inversiones secundarias en unas pocas decenas más, deja a inmensas zonas de la geografía española fuera de la dinámica del crecimiento nacional y tal fenómeno no es específico del tren; ocurre con la justicia y su injusta, inútil, ineficaz y antieconómica política de concentración de sedes que trata de abandonar una planta distribuída en favor de una concentrada; ocurre con los servicios y oficinas de las administraciones centrales y autonómicas, ocurre con los servicios… Dos tercios de la población española no viven en capitales de provincia y —dado que muchas capitales de provincia como Soria, Teruel o Jaén viven también en el olvido— las ciudades que concentran la gran inversión, finalmente, apenas si rebasan la decena y media.
España no es un fenómeno aislado ni muy diferente de los Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia o Gran Bretaña, donde el referéndum del Brexit ya ha mandado un mensaje muy claro.
En España, los restos de una frágil clase media que mira el futuro con un temor que nunca se vio en las generaciones anteriores, son ya terreno abonado para aventuras políticas populistas y nuestros políticos wonderful parecen más interesados en ocuparse de sus cosas que de entender las transformaciones que once años de crisis están provocando en la sociedad española.
La población más maltratada, la que habita en la España vaciada, en la parada o en la olvidada, cada vez está más divorciada de una clase política que, no es ya que no la represente, sino que siente a esta clase política como uno de sus principales problemas pues, según encuestas del CIS, en España, tras el paro, el funcionamiento de la clase política es el problema más gravemente sentido.
Mientras pienso en todo esto leo los estudios que se hacen sobre tuits y mensajes en redes sociales de los miembros de esta clase política, y los encuentro mayoritariamente autorreferenciales y relativos a sus estrategias de pactos, a su propio juego, pero en todo caso ajenos a los problemas de las personas que les han elegido. Pienso en todo esto y siento que una crisis importante se está larvando, que una burbuja de desafección y hastío está creciendo sin control y, aunque no puedo evitar un cierto temor, tampoco puedo evitar comprender la lógica del proceso.