Si ha habido una personalidad controvertida en la historia de México ha sido la de Malinali, Malintzin, Malinche o Doña Marina, que con todos estos nombres fue conocida esta mujer.
Nació y creció en una región donde se hablaba el idioma popoloca, hija de un padre al parecer mexica, de ahí que desde niña hablase también el nahuatl. Vendida como esclava, tras la muerte de su padre, a un señor maya, pronto aprendió a hablar maya también.
Cuando tenía entre 15 y 18 años Cortés y sus hombres aparecieron por allí y, tras el enfrentamiento de Centla, volvió a cambiar de dueño pasando a manos de aquella banda de aventureros españoles, pues su dueño anterior la entregó como regalo junto con otras diecinueve mujeres más.
Es difícil imaginar lo que significa ser vendida por tu madre a un señor que te usa como mejor prefiere y que este, luego, te venda a una especie de monstruo blanco, con pelo pajizo y vello por todas partes que, además, huele horrible (para los indígenas que trataron a los hombres de Cortes su mal olor era paradigmático).
Cuando Cortés llegó a dominios mexicas se encontró con que nadie hablaba su lengua (el nahuatl) salvo aquella esclava «entremetida y bulliciosa» según nos cuenta Bernal Díaz del Castillo. Malintzin se convirtió, pues, en la última esperanza de Cortés que, a partir de aquel momento, se convirtió en inseparable de ella; tanto que los mexicas no llamaban Cortés a Cortés sino «el dueño de Malintizin»; es decir, «Malinche». Es curioso que la historia acabase bautizando a Malintzin con el nombre que los mexicas dieron a Cortés (Malinche) y es llamativo también que fuese ella quien acabase dando nombre a Cortés para sus enemigos y no al revés.
Se dice que Malintzin y Cortés se amaron, yo no lo creo. Es cierto que acabaron teniendo un hijo en común, Martín Cortés, pero no es menos cierto que para una esclava como ella yacer con su dueño no era algo infrecuente. Los soldados españoles, no obstante, la respetaron en grado sumo y la imagen de «Doña Marina» es tratada con inusual cariño y respeto no sólo para el estándar de una mujer de la época, sino para una mujer, indígena y esclava.
Probablemete Malintzin sólo quería volver a su pueblo y vivir tranquila y libre y se dice que llegó a ese acuerdo con Cortés: cuando él derrotase a los mexicas ella sería libre.
Siglos después se ha dicho también de ella que traicionó a su país —cosa imposible pues México no existía— pero, si a alguien ayudó, fue a los pueblos que se sublevaron contra los mexicas y que por ello ayudaron a Cortés. Conviene recordar que, cuando Cortés sitia Tenochtitlan, su ejército lo componen unos 800 europeos (entre españoles, italianos, un griego, negros…) y más de 70.000 indígenas, fundamentalmente totonacas y tlaxcaltecas, deseosos de ajustar cuentas a los mexicas.
Dicen que traicionó a una raza… como si ella pudiese saber lo que ocurriría en los siglos venideros. Malintzin fue una mujer que buscó sobrevivir y salir de la miserable situación en que se encontraba… y lo logró con algo que no se le suponía entonces a las mujeres: inteligencia.
Al final de sus días a Doña Marina se la reputaba todopoderosa, casó con un español de cierta nobleza y si no fue feliz como ella hubiese querido, lo que sí que fue probablemente, es el anticipo de ese país que entonces no existía y que hoy conocemos como México.
Malintzin, Doña Marina, Malinche, ha sido tratada injustísimamente por la historia y por eso, ahora que se cumplen 500 años de la ocurrencia de esos hechos, quizá convenga que reparemos en que, debajo de todo el debate que se ha montado sobre ella, tan sólo hay un ser humano: una mujer.