Wu Wei

Las plantas crecen sin esfuerzo aparente, los seres vivos y la naturaleza se perpertuan y organizan sin órdenes ni planes aparentes, simplemente lo hacen porque una especie de armonía natural los gobierna.

Para los filósofos taoistas esta percepción del funcionamiento correcto del mundo se plasmó en una forma especial de enfrentarse a las cosas a la que llamaron Wu-Wei.

Un gobernante que trata de mandar demasiado destruye la armonía que rige la natursleza y que persigue el Wu-Wei; por eso, los antiguos filósofos chinos, apenas si exigieron a sus emperadores que fuesen honestos y virtuosos; de esta forma, pensaban que su honestidad y virtud se comunicaría a sus súbditos y que, la ausencia de intentos de forzar la armonía natural de las cosas permitiría a estas crecer felizmente.

El gobernante con Wu-Wei sólo aparentemente no hace nada, en realidad deja fluir las cosas en la dirección apropiada, gobierna apenas con la atención, pero al final, cuando todo sale bien, las gentes sienten que lo que han hecho lo han hecho ellos y se sienten dueños de su historia y, en efecto, así es.

Pienso en esta vieja filosofía taoista y pienso en nuestros gobernantes actuales, intervencionistas, elitistas, deshonestos hasta con la formación que exhiben y pienso que, en España, a todos nos haría falta un poquito más de Wu-Wei.

Patologías de una crisis de la abogacía

Han pasado algo más de once años desde el estallido de la burbuja hipotecaria en 2008 y el número de abogados y abogadas en España no ha crecido tanto como para justificar esta situación. Lo que sí ha variado son las condiciones en que esos mismos abogados y abogadas desarrollan su trabajo. Si antes de 2008 no parecían existir indicios de crisis en el sector en 2018 ya eran cuarenta mil los abogados que experimentaban problemas para atender sus obligaciones regulares de pago.

Con una abogacía con casi un tercio de sus efectivos a punto de ir a la lona conviene preguntarse qué ha pasado en estos once años y responder seguidamente a esta pregunta analizando, ceteris paribus, las circunstancias que han cambiado y no las que se han mantenido como, por ejemplo, las del número de abogados que, muy contraintuitivamente, se ha mantenido estable.

Si esto es así ¿A qué se debe la crisis de un sector que parece ahora más necesario que nunca con la práctica totalidad de la población española afectada por los abusos bancarios?

No podemos dar una respuesta categórica, faltan estudios serios al respecto, pero, a falta de ellos, podemos señalar una serie de circunstancias que, sin duda, han influido en la gestación de la crisis presente. Advirtamos, no obstante, que ninguna de ellas, por separado, explica la magnitud del desastre.

La primera circunstancia que podríamos señalar es la progresiva tendencia a la reducción del ámbito competencial de la abogacía. Ejemplo paradigmático de esta tendencia fue la despenalización masiva de los accidentes de tráfico y el establecimiento de un sistema extrajudicial de resolución de conflictos derivados de accidentes de tráfico.

La «desjudicialización», presentada sistemáticamente como «positiva» ante un público que no percibe a la administración de justicia como la máxima garante de sus derechos, sólo ha sido criticada desde la fiscalía resultando, por el contrario, llamativo el ominoso silencio de la abogacía institucional ante esta tropelía. Los juicios de faltas de tráfico —otrora fuente importante de trabajo para los juzgados de instrucción— desaparecieron en su modalidad de delito leve sin que ni consumidores ni la propia abogacía institucional movieran un dedo por impedirlo. Nadie, salvo las compañías de seguros, ha ganado con ello.

Esta tendencia a «desjudicializar» se ha repetido en otros sectores como el derecho de familia o el inmobiliario, encomendando a operadores distintos de los abogados funciones anteriormente propias de estos.

La segunda circunstancia a señalar junto con la tendencia «desjudicializadora» es la crónica aversión de nuestros gobernantes a invertir en justicia. Antes que incrementar en un solo euro los presupuestos en justicia nuestros gobernantes pasarán horas cantando las virtudes de los sistemas alternativos de resolución de conflictos y deplorando la a su juicio «excesiva judicialización» trazando de este modo una hoja de ruta que pretende reservar la administración de justicia a los casos «importantes» mientras que encomienda los casos «menos importantes» de los ciudadanos a un sistema low-cost de resolución de conflictos.

Una tercera tendencia que ha contribuido a la gestación de esta crisis ha sido la invasión del mercado de los servicios jurídicos por intermediarios captadores de clientela.

Esta captación de clientes, que luego eran descaradamente redirigidos hacia determinados despachos en condiciones favorables para el intermediario, apareció en nuestros país merced a las prácticas torcidas de determinadas compañías de seguros que, a través de la garantía de reclamación y defensa jurídica, desviaron una parte importante de la demanda hacia despachos con pactos de honorarios económicamente favorables para las compañías. Tales prácticas, no denunciadas nunca por la abogacía institucional y no perseguidas jamás por la CNMC, fueron soportadas por los muchos abogados y abogadas que, dependiendo de la demanda de servicios escasamente remunerados de las aseguradoras, cayeron en la precarización que ahora, con la desjudicialización, se convierte en crisis grave.

En esta invasión del mercado por los intermediarios de servicios jurídicos ha ayudado la existencia de una abogacía tradicionalmente opuesta a determinadas prácticas publicitarias, aún controladas por normas deontológicas que jamás se aplicaban al intermediario. En esa situación las inversiones en publicidad han generado bolsas cautivas cuando no engañadas de clientes.

Una cuarta circunstancia ha sido la cada vez mayor mercantilización de los servicios jurídicos, práctica amparada por la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia que, desde una profunda incapacidad para comprender el mercado de los servicios jurídicos, ha castigado sistemáticamente a la profesión ante la incapacidad de la abogacía institucional para invertir la tendencia.

Una quinta circunstancia, last but not least, ha sido el deficiente e infradotado sistema de justicia gratuita existente en este país que empuja los precios a la baja aprovechándose de la tradicional vocación ética de la abogacía.

Complementarias de las anteriores circunstancias son toda una serie de situaciones que, al igual que las circunstancias anteriores, empujan al mercado de servicios jurídicos s una situación dual de grandes despachos para los poderosos económicamente y una abogacía low-cost correlativa a una justicia low-level para el resto de la ciudadanía. Así, por ejemplo, la imposibilidad para la conciliación laboral, profesional, personal y familiar de abogados y abogadas, favorece a aquellas empresas que hacen de la relación letrado-cliente algo impersonal y no basado en la imprescindible relación personal y de confianza. Los intentos de reducir el número de sedes judiciales —por ejemplo en el caso de los infames juzgados hipotecarios— no son más que maniobras en favor de los grandes despachos (a quienes favorece una planta reducida) y en contra de los administrados y sus letrados y letradas a quienes se impone un peaje en la sombra por acceder a la administración de justicia. Un sistemático posicionamiento de las más altas instancias de nuestra judicatura a favor de los usuarios intensivos de la administración de justicia apenas ha podido verse corregida por una gloriosa judicatura de trinchera, en primera instancia, que ha defendido los derechos de los ciudadanos y consumidores alzándose sistemáticamente a Europa y venciendo así, en muchos casos, la queratinosa resistencia de un Tribunal Supremo percibido por la ciudadanía como al servicio de los poderosos. Una demencial regulación del sistema de costas, disuasorio en la jurisdicción contenciosa, no ha ayudado tampoco a preservar los derechos de los ciudadanos y ha consolidado una inaceptable posición de ventaja de la administración como una de las principales usuarias intensivas de nuestra administración de justicia.

Todos estos factores —y alguno más que sin duda se me pasa por alto— han conducido a la abogacía a la crisis más grave de su historia. Ignorada por quienes no hicieron nada por evitarla, fomentada por quienes se ven beneficiados por ella, anhelada por quienes esperan lucrarse merced a tecnologías más diseñadas para el negocio que para la recta administración de justicia, esta crisis es una realidad visible para todos menos para quienes se benefician de ella.

Como puedes imaginar si tú, que eres el perjudicado o la perjudicada por ella no haces nada por salir de ella, no esperes que, quienes esperan beneficiarse de la misma lo hagan por ti.

Tenemos, pues, un duro trabajo que llevar a cabo juntos. Queda una semana para reunirnos en Córdoba y cambiar las cosas, aún quedan plazas.

Última llamada

A la vista de que el número de inscripciones superaba el aforo de la instalación que teníamos reservada nos decidimos a buscar una sala de mayor cabida y —afortunadamente— la hemos encontrado. Es un local mágnífico en el centro de Córdoba y muy cercana al anterior lugar de celebración.

Dicho esto podemos anunciaros con orgullo que el Congreso se celebrará ennlas instalaciones del Rectorado de la Universidad de Córdoba, sitas en la Avenida Medina Azahara número 5 de esa ciudad.

Otro efecto agradable del cambio de sala es que podemos acoger a más compañeros interesados en acudir al congreso y que desde ahora pueden inscribirse en la página de inscripción pinchando sobre la imagen

Date prisa, para completar el aforo sólo restan 50 plazas libres y las inscripciones serán atendidas por riguroso orden de llegada.

Diálogo social

El objeto de forma circular y color amarillo-verdoso que se ve en el ángulo superior izquierdo de la imagen se llama limón y es un periférico que suele acompañar a la unidad central del sistema, visible abajo a la derecha, llamada «arroz» y a la que tal adminículo suele ofrecer funcionalidades nada despreciables.

Comer arroz en Cartagena no es cosa para tomársela a broma pues, dependiendo de los componentes, periféricos e interfaces del mismo, uno puede ser acusado de «murciano», cargo este del que, cualquier nacido en esta ciudad, se ve impelido a defenderse con vehemencia.

Los guardianes de la cartageneridad —un sanedrín cuyo evangelio les impone seguir una estricta dieta compuesta exclusivamente de caldero, michirones y asiáticos— por ejemplo, a la vista del limón, se apresurarán a cubrir su cabeza de cenizas y a proclamar la herejía de tal costumbre a la que ellos, antes de mirar ninguna postal de Valencia, calificarán despectivamente de «murciana».

Acostumbrado al neocartagenerismo reinante, hoy, cuando el camarero me ha traído la ración de arroz sin limón acompañante, he llamado su atención y le he dicho en lengua vernácula: «ponme un trocico de limón, pijo», cosa que el joven ha hecho al instante.

Esta casa de comidas en la que como hoy es un negocio pequeño pero bien administrado y ofrece no pocas atracciones al comensal.

El camarero jefe es hombre de firmes convicciones izquierdistas y furibundo seguidor de Barcelona, al tiempo que su jefe es hombre declaradamente madridista y con toda la pinta de votar a Vox. Con estas alineaciones el diálogo social en el restaurante está servido y este democrático detalle ameniza mucho las comidas.

Conocí al dueño de esta quer del jalar chipén una noche que, volviendo a casa, vi a un cura de sotana, cubo de agua e hisopo, largando una arenga a los camareros del bar. El cura, un tipo preconciliar, parecía saber de lo que hablaba y arreaba duro:

«Ser un comerciante no es ganar dinero a todo trance. Vamos a ser buenos cristianos, a no engañar en los precios y vamos a dar buen género, que os conozco bien…»

Viendo como repartía estopa el arcipreste me acerqué al dueño y le dije:

—Tira con posta el «páter» ¿Cómo te has buscado a este cura para bendecir el local?

A lo que me respondió

—Es que este c.b.r.n es mi hermano y él es así. Y se empeñó en venir a la inauguración.

Cuando me fui el cura metió el hisopo en el cubo y aspergió agua bendita sobre los presentes del mismo modo en que un sargento de la wehrmacht arrojaría granadas de mano sobre un pelotón de rusos.

Ahora, pasados los años, me gusta venir a comer de vez en cuando por aquí; y, así, hoy, por diez euros, me he zampado un zarangollo cojonudo, me he comido el arroz que ven en la foto y no he tomado postre porque para mí la fruta es sagrada en ese trance y los dulces y pasteles me parecen costumbres bárbaras.

Ahora, tras la comida, veinte minutos de sueñecito, y a trabajar, que el 29 tengo congreso y hay que dejar hecho el trabajo.

La resiliencia climática y el Mar Menor

La resiliencia climática crea riqueza: aumenta el empleo, ahorra dinero y, por cada dólar invertido, se pueden ahorrar seis. No lo digo yo, lo dice la ONU: la capacidad de las comunidades para volver a su estado de origen tras una catástrofe natural proyecta un impacto económico positivo.

Si quienes nos gobiernan no perciben esto ni perciben la magnífica oportunidad que para los hombres y mujeres de la comarca del Mar Menor puede suponer esta crisis, todo estará perdido y jamás solucionaremos la catástrofe.

Va a hacer falta un esfuerzo científico importante, pero no sólo un esfuerzo científico.

La ONU, en Marco de Senday 2015-2030, insta a luchar contra los factores subyacentes entre los que están, como ejemplos, la urbanización rápida y no planificada, la gestión inadecuada de las tierras, los arreglos institucionales deficientes, las políticas formuladas sin conocimiento de los riesgos y la falta de regulación e incentivos para inversiones privadas.

Todos estos factores subyacentes no pueden ser arreglados por «científicos», necesitaremos economistas, juristas, politólogos, sociólogos… Por que en la catástrofe del Mar Menor están presentes todos los factores subyacentes citados por la ONU y alguno más.

Walter Scheidel, catedrático de historia en la Universidad de Stanford sostiene que sólo las grandes crisis han corregido desequilibrios en las sociedades y probablemente tiene razón.

Podemos aprovechar esta crisis y hacer de la necesidad virtud para crear conocimiento, empleo y riqueza. O podemos seguir echándonos las culpas unos a otros y ahogarnos todos en la ciénaga del Mar Menor.

Yo optaría por lo primero.