Si algo nos está enseñando esta crisis es que nadie es una isla sino que todos estamos interconectados y, al final del día, todos somos iguales.
Todos enfermamos, todos morimos, todos podemos ser infectados y todos podemos infectar y, por eso, las acciones decisivas son las que llevamos a cabo en común.
Fue en 1623 cuando, gravemente enfermo, el clérigo inglés John Donne escribió sus «Devotions Upon Emergent Occasions», en cuya meditación XVII puede leerse un famoso texto que la cultura popular suele relacionar con el escritor norteamericano Ernest Hemingway:
«Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.»
Sí, somos una red de pares, una red de nodos esencialmente iguales en derechos y deberes, capaces de servir y aptos para ser servidos, somos una red de intercambio en la que sólo la soberbia, la vanidad o el olvido de esta radical igualdad que existe entre los nodos puede llevar al desastre.
El ministro de justicia —y esto es solo un ejemplo— es sólo un juez de instrucción, un juez de instrucción igual en conocimientos a los restantes 5.000 jueces que componen la carrera judicial española, su opinión no tiene ni más ni menos autoridad que la de ellos.
El ministro no entiende de management, ni de pandemias, ni de gestión de emergencias, ni de planes de contingencia… Como tampoco entienden de ello CGAE, CGPJ, Asociaciones Judiciales…
Confundir la potestad con la autoridad es una de las más sutiles y catastróficas formas de estupidez.
El ministro tiene potestad (tiene poder) para dictar decretos pero no tiene autoridad (no tiene conocimientos) para dictarlos correctamente.
La única forma de que una red tome decisiones adecuadas es permitiendo que la información fluya, dejando que se formen las opiniones y, por encima de todo el impresionante ruido que se forma en una red en estado de alarma (miren sus grupos de whatsapp y díganme si no les apetece salirse de todos), se escuche a quienes tienen autoridad en cada campo.
Para que la información fluya la transparencia es esencial, sin que todos los datos estén al alcance de todos la posibilidad de errar en las decisiones es mayúscula y la posibilidad de que la red en su conjunto no entienda correctamente la situación está servida.
Estamos empezando a descubrir la vida y la acción en red y aún nos faltan algunas habilidades necesarias, pero el camino iniciado no tiene vuelta atrás, somos una red y seremos tanto mejores cuanto mejor funcione la red en su conjunto.
Vivimos en un mundo maravilloso con una sociedad maravillosa llena de conocimientos y recursos para solucionar cualquier problema y nuestro único objetivo debiera ser que esa esa red funcionase en todo momento al máximo de sus posibilidades. No es fácil, estamos aún explorando esta nueva forma de organizarnos y viendo como emergen al mismo tiempo las ventajas y los problemas, pero es el camino a seguir.
Hay todo un mundo nuevo frente a nosotros y esta crisis, además de dolor y sufrimiento, está trayendo ante nosotros una realidad palpable, que es, como escribió John Donne en 1623, que «Nadie es una isla, completo en sí mismo…»
O dicho de otro modo: que somos una red.