Las redes sociales obligan a ofrecer una visión amable de uno mismo. Ir por ahí contando penas públicamente es amargar al prójimo y eso al ser humano no le gusta hacerlo ni padecerlo. Así las cosas, gracias a Facebook, a Instagram y a todas estas herramientas tecnológicas que usamos para fabricar y mostrar a los demás la mejor de nuestras caras, las redes sociales se han convertido en una empalagosa pasarela de posados y postureos.
Andaba yo pensando esto mientras contemplaba unas fotografías de obras de arte «kintsugi», una técnica nacida en Japón sobre el año 1400 y que sostiene que no hay que ocultar las reparaciones, que estas forman parte de la historia del objeto y que por tanto hay que dejarlas visibles. Los artistas japoneses del kintsugi reparaban sobre todo cuencos de té y otros objetos cerámicos usando de lacas y polvo de oro y esa forma de reparar llegó a ser tan apreciada que, pronto, muchos rompían sus vajillas para mandarlas a reparar.
En la actualidad el kintsugi inspira muchas formas de arte occidental. Hoy ya se fabrican los objetos con la reparación hecha en origen y son algunos de los objetos que ven en las fotografías, pero a mí me interesa sobre todo está que sigue, porque representa otro interesante aspecto del arte japonés: el «wabi-sabi».
El wabi-sabi es un término estético japonés que describe un tipo de visión estética basada en «la belleza de la imperfección». Dicho punto de vista está frecuentemente presente en la sociedad japonesa, en forma de elementos de aspecto natural o rústico que aparecen en los objetos cotidianos y eso es lo que ilustra perfectamente la primera de las fotografías donde se ve, reparado con la técnica kintsugi, una taza de té de piedra hori-mishima.
No, la imperfección no disminuye la belleza, la cicatriz no afea, sólo nuestro empalagoso y azucarado empeño en parecer perfectos resulta insufrible.