Ser joven es un trabajo que lleva tiempo; a veces años, muchos años.
La vida es tramposa y, no bien nacemos, ya empieza a conspirar para que vayamos envejeciendo. Cuando eres niño todo es nuevo, todo te asombra y cada día es una nueva aventura pero, para cuando aprendes a hablar, muchas cosas ya te son conocidas y, cuando llegan a la adolescencia, muchos jóvenes sedicentes no son más que unos viejos prematuros que creen estar de vuelta de todo sin haber ido a ningún sitio. Para cuando les llega el tiempo de casarse muchas personas ya no son sino cadáveres andantes.
La buena noticia es que, si dedicas el tiempo suficiente, te darás cuenta de que ignoras muchísimas más cosas de las que ignorabas cuando eras un niño; que el conocimiento que has ido adquiriendo es trivial, que lo interesante empieza ahora y que las mejores sorpresas que guarda la vida para ti empiezan a presentársete, si las buscas, justo ahora.
Hacen falta años de trabajo para ser joven y aún así no es tarea fácil.
Es por eso que, cuando oigo a algún líder político o a algún influencer hablar de «los jóvenes» o «la juventud», sé positivamente que no saben de lo qué hablan.
Igual es que no tienen los años ni el carácter necesarios.