Las personas, tomadas una a una y con la excepción de algún psicópata, siempre me parecen buenas.
Las personas sólo empiezan a decepcionarme cuando dimiten de su propio criterio, abrazan incondicionalmente el criterio de cualquier grupo, dejan de ser únicas y se encuadran en uno de esos grupos de gente a los que llamamos «masas».
Y ahí ya no todo el mundo es bueno, porque ahí no se piensa sino que se repiten consignas; ahí las cosas no se juzgan en sí mismas sino en función de si favorecen o perjudican al grupo; ahí ya no se puede cambiar de criterio sino que se defiende a los nuestros con razón o sin ella.
Y es ahí cuando, ciertamente, ya no todo el mundo es bueno.
Llegados a ese punto ya no existen simplemente el tú, el yo y el nosotros, porque, llegados a ese punto, aparece la terrible tercera persona del plural: el «ellos», los que no son ni tú, ni yo, ni nosotros.
Y olvidamos que los seres humanos, las personas, nunca son simplemente «ellos», siempre son nosotros. Sólo situando a los seres humanos fuera del ámbito natural del nosotros somos capaces de hacerles daño. Siempre que detecto que alguien se refiere a un colectivo como «ellos» me pongo en guardia. El ellos es siempre la premisa básica de la agresión humama.
Tú y yo hemos visto como el «ellos» se ha aplicado a los españoles, pero también a los andaluces o a los gallegos, a los gitanos o a los homosexuales, a los musulmanes o a los negros. Cuando les señalamos como «ellos», creemos que aquellos a los que etiquetamos así forman un grupo aparte del nuestro y, con eso, tratamos de olvidar que, españoles, andaluces, gallegos, gitanos, musulmanes, homosexuales o negros somos todos lo mismo: nosotros. Para causar el mal buscamos antes las diferencias que nos permitan considerarles ajenos a nosotros. Para hacerle mal a alguien primero necesitamos recluirle en el odioso grupo del «ellos».
«Gens una sumus» dice el proverbio, pero lo olvidamos.
Por eso me gusta tomar las personas de una en una, porque —salvo los inevitables psicópatas— todas son buenas y merecedoras de atención. Sólo cuando las personas dejan de ser individuos para convertirse en grupo, en masa, empiezo a preocuparme; aunque, aún así, sé que siempre existirá la oportunidad de tomarlas a solas y volver a descubrir —y quizá hasta a descubrirles— que son mejores cantando solas que balando en grupo.
Claro, limpio, impecable…
Gracias. Escribe Usted como los ángeles. 👌
Gracias. De corazón.