Si quieres saber, ya sabes: a Salamanca

Tras la invención de la imprenta, como después de cualquier invención, del automóvil a internet, los estados se lanzaron a regular jurídicamente el invento y, obviamente, no para proteger los derechos de los consumidores sino para garantizarse que los libros no dirían cosas que no debieran decir y para que no cualquiera pudiese imprimir libros, sino sólo aquellas personas que contasen con las pertinentes autorizaciones.

Ocurrió que esas personas autorizadas a imprimir (los editores de libros) acabaron ostentando casi un monopolio en la venta de libros y resultaba evidente que aquello era un abuso de forma que, para proteger a los autores de los abusos de los editores, algunas mentes comenzaron a pensar que habría que regular eso de la propiedad de los libros.

Pero el asunto no era fácil, el derecho que conocían los juristas de entonces (y los actuales) era un derecho muy bien estructurado para regular el intercambio de mercancías y las prestaciones de servicios pero ocurría que estas herramientas, estas categorías jurídicas, no servían con las creaciones intelectuales (información) como muy pronto señaló la Universidad de Salamanca con un famoso aforismo latino que traducido al castellano actual dice: «No seáis borricos, con las creaciones intelectuales no puede comerciarse como si fuesen juegos de suma cero».

Y tenían razón, los jodidos dominicos sabían lo que decían, lo que pasa es que, a veces, tener razón no es suficiente si los borricos no lo entienden.

Los juristas, desde Justiniano éramos magníficos entendiendo una compraventa de fincas o de semovientes, no teníamos problemas con préstamos ni con intereses e incluso con el pignus comenzamos a allanar el camino de la crisis hipotecaria de 2008. En suma, el derecho romano parecía perfecto y no había nada que mejorar. Da mihi factum et dabo tibi ius y no me des la brasa que te meto.

Pero se equivocaban.

Como cualquier chaval que conozca lo que significan las iniciales GNU podrá explicarle, en los juegos de suma cero si yo tengo la cosa tú no la tienes. Por ejemplo, si yo tengo la finca tú no la tienes y si la quieres pues tendrás que aflojar unos cuantos bitcoins, dólares o leuros para yo te la dé. Lo mismo pasa con un bote de coca-cola: si el bote está dentro de la máquina la máquina lo tiene, no yo, y si hay suerte metiéndole un euro me lo entregará. Si yo le doy el bote a mi novia ella lo tendrá y no yo y si me lo devuelve yo lo tendré y ella no. Un juego de suma cero es, en resumen, lo que les acabo de contar: o lo tengo yo o lo tienes tú, pero los dos no (salvo que lo partamos por la mitad). Es como un partido de tenis: o tú ganas el set o lo gano yo, pero no podemos ganarlo los dos. Punto y final.

Los intercambios de bienes y servicios funcionan así, tú me vendes el trigo yo te pago la pasta, tú me haces una escultura yo te pago la tela marinera y todos tan contentos. El derecho, en este punto, era perfecto.

Lo malo es que los curas de Salamanca tenían razón: la cultura, la información, no son juegos de suma cero.

No, no lo son.

Si un profesor se sube a la tarima y enseña a sus alumnos el Teorema de Pitágoras todos sus alumnos tendrán el Teorema de Pitágoras… Y el profesor también. Aquí no sirve eso de «lo tienes tú o lo tengo yo», no, aquí todos lo tenemos y nadie nunca se queda sin nada, aquí todos ganamos el set.

Si usted escucha recitar un poema y lo memoriza quien recitó el poema no se queda sin él y usted y todos los que como usted lo hayan memorizado, tendrán un poema más que recitar a su santa.

Las ideas, la cultura, NO son juegos de suma cero y para ellos el derecho estaba desarmado. No tenía ni idea de cómo podían regularse estos fenómenos. Desde luego los romanos jamás se plantearon eso y ni Julio César, ni Virgilio, ni Horacio ni nadie se planteó jamás exigir un canon por recitar o copiar sus obras, y ya se sabe que, cuando los romanos no se han ocupado antes de algo, a los juristas se les hace bola.

Por eso, cuando la Reina Ana de Inglaterra se planteó acabar con el monopolio de los editores, todos los juristas se temieron lo peor: ya que las ideas, la cultura y la información no eran juegos de suma cero y los juristas de la reina no sabían cómo barajar aquella cuestión, decidieron que lo mejor sería convertir las ideas, la cultura y la información en una de esas cosas que ellos si conocían. Es sabido que a quién sólo sabe manejar el martillo todos los problemas le parecen clavos y, en este caso, a quienes sólo saben regular juegos de suma cero… Pues todo debe convertirse en juegos de suma cero, así que inventaron el antecedente del copyright.

Si yo compongo y canto una canción usted no puede cantarla, así, donde nunca hubo escasez, ellos la inventaron y de esta forma ya pudieron vender y aplicar todos sus conceptos jurídicos del siglo VI a una nueva realidad.

Que en Salamanca les llamasen burros no les detuvo, ellos eran juristas, da mihi factum et dabo tibi ius y, este que te digo, es el ius que hay; y son Lentejas de Belén: si quieres las tomas y si no también.

Teddy Bautista, Ramoncín y todos los que se quedaron con el control de la SGAE adoran a la Reina Ana e incluso hoy he leído una loa a la citada reina de parte de CEDRO, una de estas sociedades que se lucran con eso que llaman propiedad intelectual. Que la Salamanca del siglo XVII les llame burros les trae sin cuidado, que una parte importante de la humanidad les considere unos parásitos también. Ande yo caliente y que pague el canon digital la gente.

Ayer compré un disco duro para hacer una copia de seguridad de mis archivos y volvió a quemarme la sangre ver cómo su precio subía por la aplicación del «canon digital», ese robo legalizado a que nos someten a todos bajo la presunción iuris et de iure de que si yo compro un soporte de información es para descargarme sus cancioncitas o sus videos y no para guardar mis expedientes.

Me llevan los demonios. No soporto a estos caraduras que además se dan el lujo de dar clases de moralidad y de llamarnos piratas cuando les sale del naipe.

Cuando Miguel Ángel esculpía o pintaba no pensaba en vivir del momio de los «derechos de autor» toda su vida. Él pintaba su obra y procuraba que fuese buena porque, quien desease encargar otro Moisés u otra Pietá, sabría sin duda alguna quién era el mejor y él le cobraría con arreglo a ello. Por eso, cuando Bach componía, no pensaba en vivir de cobrar a cada maestros de órgano que interpretase sus obras, sino que esperaba el dinero de un mecenas o un comprador que apreciase su obra. Si alguien quería una Misa en Re Menor, un Te Deum o una cantata… Pues ya sabía quien era el bueno en eso. Incluso ejemplos de financiación cruzada de la obra literaria puede uno poner de ejemplo en plena época de la República Romana pero… Pero ¿qué se podía pedir a juristas que no distinguían un juego de suma no cero de una vara de avellano?

Los juristas estamos en deuda con la sociedad y nuestro empeño de regular con estructuras jurídicas del siglo VI fenómenos que entonces ni existieron ni pudieron imaginarse es un empeño estirilizador y que no provoca más que retraso y falta de desarrollo. Claro que esa deuda es ínfima si la comparamos con la regulación que nos deparan toda esa caterva de políticos y gobernantes ayunos no ya de los rudimentos de la información sino ajenos por completo a la cultura misma.

Yo sé que muchos de ustedes se molestarán por esto que digo, pero créanme, si no saben qué es la información todas sus ideas y apriorismos serán errados y lo peor es que ustedes tendrán la convicción absoluta de estar en lo cierto.

Dense la oportunidad de dudar y de conocer nuevos mundos. Disfrutarán.

Su dios era mujer.

Creo que hace unos días les conté que nuestros esquemas jurídicos responden al estado de la tecnología del momento y que, para una sociedad agrícola, conceptos como la propiedad de la tierra o la caza eran muy distintos de los de una sociedad de pastores o de cazadores recolectores.

Les hablaba de ello para advertirles de cuán duras van a ser las pugnas futuras en materia de open source o propiedad intelectual. Las mentalidades cambian despacio en materia de moral, religión o estructuras jurídicas y conviene ser conscientes de hacia donde vamos no sea que acabemos dando lugar a culturas profundamente injustas como la nuestra, al menos con las mujeres.

Porque ¿vamos a ver? ¿eso de que el varón ostente preeminencia sobre la mujer es una enfermedad de siempre o en algún momento de la historia humana no fue así? Y, si no en toda la historia fue así ¿cómo hemos llegado hasta aquí?

Ya, ya sé que ustedes me dirán que, si estoy diciendo todos los días que la historia empieza en Sumeria, que vaya a buscar la respuesta en una tablilla sumeria; y, al menos en parte, lo haré así, aunque este tema es de demasiado calado y vamos a necesitar irnos algo más atrás del año 3000AEC.

Si ustedes observan el panteón sumerio observarán que su diosa principal es una mujer, aunque, desgraciadamente, el papel de las mismas en la sociedad sumeria no se correspondiese con el status de su diosa suprema, la bondados reina del cielo, Inana.

Sin embargo, que las más antiguas civilizaciones históricas adorasen deidades femeninas y no masculinas es una pista que merece ser investigada. ¿Cuándo los dioses supremos dejaron de ser mujeres y por qué?

Para averiguarlo será necesario que retrocedamos a sociedades pre-históricas, es decir, anteriores al descubrimiento de la escritura. En este caso es particularmente útil retroceder hasta el año 7000 AEC y acercarnos hasta una de las poblaciones más antiguas del mundo: Çatalhöyük.

Çatalhöyük se halla al sur de la península de Anatolia, en la planicie de Konya, cerca de la actual ciudad de Konya (antigua Iconium) y aproximadamente a 140 km del volcán Hasan Dağ, en Turquía. Çatalhöyük es, pues, una de las más antiguas ciudades del mundo, cuatro mil años anterior a las primeras culturas —sumeria, egipcia— que usaron de la escritura e incluso anterior a la Edad del Bronce. En torno al año 5700AEC un gran incendio destruyó la ciudad, cociendo las paredes de adobe de las casas y permitiendo, de este modo, que sus edificios hayan llegado hasta nosotros.

Pero, si no sabían escribir ¿qué podemos saber de los habitantes de Çatalhöyük? Bueno… Muchas cosas. Los arqueólogos, cual detectives, observan los restos y leen en ellos como nosotros en el texto de un libro y en Çatalhöyük observaron muchas cosas que les impresionaron.

Observaron, por ejemplo, que la inmensísima mayoría de las figurillas religiosas —y las había por cientos— de Çatalhöyük eran la representación de una diosa. Y observaron que en los enterramientos de Çatalhöyük, a diferencia de los posteriores enterramientos egipcios o sumerios, hombres y mujeres se enterraban con ajuares parecidos y en tumbas de similar porte y presencia. A día de hoy solo una veinteava parte de la ciudad ha sido excavada y lo que se ha encontrado allí es una ingente cantidad de pinturas, relieves y esculturas en piedra centradas en el culto a la diosa, y ello sin contar las miles de estatuillas de arcilla de la misma. Si podemos, pues, afirmar algo con cierta seguridad sobre las personas que vivían en Çatalhöyük es que, para ellas, dios era mujer.

Antes de que se me adelanten diciendo que quizá Çatalhöyük  fue un fenómeno aislado les diré que, excavaciones posteriores, han puesto de manifiesto la existencia de una extensa área geográfica donde han aparecido estatuillas y símbolos de diosas, yacimientos arqueológicos que cubren una extensa área geográfica que va más allá de Oriente Próximo y Oriente Medio.

Aunque la historia, hablando en sentido estricto, empieza en Sumeria, la peripecia humana empieza mucho antes y la historia de cómo el ser humano descubre la agricultura y la ganadería y se adentra en el neolítico es un proceso muy anterior a Sumeria y Egipto y que no se da exclusivamente en esa región que se ha dado en llamar creciente fértil sino que tenemos rastros del mismo en Anatolia, Europa Suroriental y otros lugares del mundo y, aunque en esos lugares no hay textos escritos —no hay «historia»— sí quedan vestigios suficientes para saber que el papel de las mujeres no siempre fue el mismo que acabó siendo en Sumeria, Egipto, Canaán, Grecia o Roma.

El culto a la diosa parece firmemente establecido en estas sociedades neolíticas y tiene sentido. Los seres humanos sabemos que las encargadas de crear la vida son las hembras, lo mismo en el género humano que en las demás especies animales; era pues absolutamente coherente que se atribuyese la creación y el dominio del mundo a una mujer cósmica —la diosa— responsable de la creación y regeneración del mundo. El vigor del toro o la capacidad de regeneración de la serpiente —que cambia de piel anualmente y parece «resucitar» tras el letargo invernal— son atributos que frecuentemente acompañan a la diosa y si en Çatalhöyük encontramos una diosa representada en una escultura dando a luz a un toro, ese mismo toro nos conduce a la sociedad tauromáquica por excelencia: la sociedad minóica.

La civilización minóica es la primera civilización europea y sus orígenes se encuentran en el séptimo milenio antes de nuestra era en que fue poblada por seres humanos provenientes de Anatolia, la actual Turquía. Nacida en el año 7000 AEC, año del esplendor de Çatalhöyük, la civilización minóica presenta aspectos tan sorprendentes o más que la de Çatalhöyük o las poblaciones de oriente.

Si ustedes observan las ruinas de los espléndidos asentamientos cretenses con sus espectaculares palacios de traza laberíntica observarán que estamos en presencia de una civilización extraña. En primer lugar sus ciudades parecen ajenas a la guerra, carecen de murallas o torres defensivas y en sus pinturas y esculturas jamás aparece ninguna persona armada ni se representan escenas de guerra.

Dominadores del comercio del Mediterráneo Oriental con sus barcos y acumuladores de grandes riquezas, en sus obras de arte jamás se ve ningún barco de guerra y, entre los objetos arqueológicos recuperados, las armas parecen ser residuales.

Lo que sí encontramos en sus pinturas y obras de arte es una presencia intensiva de la mujer en la sociedad.

El dios de los minoicos es también mujer y la representación de la diosa como mujer adornada con serpientes o sujetándolas (recordemos el simbolismo positivo de la serpiente) es tan omnipresente como las imágenes de los toros o de los símbolos de sus cuernos (cuernos omnipresentes en Mesopotamia en incluso en determinados momentos históricos del judaismo: recordemos a Moisés y sus cuernos) y, lo que es más importante, la exclusividad femenina en el ejercicio del cargo sacerdotal (los hombres, como hoy las mujeres, eran meros espectadores) y su participación activa en las ceremonias tauromáquicas. Si se toman la molestia de buscar en internet imágenes del arte minóico verán que en ellas la presencia de la mujer es intensiva (la piel de las mujeres en las pinturas es blanca y la de los hombres morena) y comprobarán lo que les digo: las mujeres también participán en los arriesgados ejercicios tauromáquicos.

Entonces ¿la raza humana fue un matriarcado alguna vez? y, si es así, ¿por qué dejó de serlo?

Personalmente no creo que la raza humana fuese, ni creo que haya de ser, un matriarcado, creo simplemente en que existieron sociedades igualitarias donde el papel de hombres y mujeres en la sociedad, fuertemente condicionado por sus creencias religiosas, fue paritario.

¿Por qué cambió tal situación?

Es difícil responder pero personalmente creo que cambió porque cambió el entorno tecnológico de las sociedades. Los estados agrícolas fundan su riqueza sobre el dominio de tierras cultivables bien provistas de agua y otros recursos y es por eso que, la tierra, como principal recurso, despertó la avidez humana y una de las prácticas que, en los estadios más primitivos de la sociedad, mejor se daban a los hombres: la agresión, conquista y conservación de terrenos cultivables. Con Sargón de Akkad se creó el primer imperio y, de entonces a hoy, solemos medir la importancia de los imperios por su extensión territorial; parece evidente que la mentalidad de agricultores de que les hablaba ayer está firmemente instalada en el ser humano.

La guerra, en épocas de tecnologías rudimentarias, era una tarea especialmente apta para los hombres y así, poco a poco, pero de forma constante, el culto a la diosa empezó a ser sustituida por dioses agrícolas mitad dueños del cielo mitad señores de la guerra. Si repasan la Biblia verán que Yahweh es un dios típicamente guerrero (señor de los ejércitos se le llama) y como él muchos más. Esa es mi hipótesis.

Sin embargo hoy el mundo ha cambiado, la tierra y la agricultura, ya no son el recurso más preciado de las sociedades humanas sino que el conocimiento, las tecnologías, la ciencia y el know-how son un patrimonio mucho más apreciado y es en ese momento cuando, como en la vieja historia de pastores y agricultores que les contaba ayer, comienza la guerra.

Pero de esa guerra les hablaré otro día, por hoy déjenme que me quede con la idea de que otra sociedad es posible, ni patriarcal ni matriarcal, sino igualitaria.

Y ahora déjenme que me dé a mí mismo un divertimento: si les queda alguna duda de por qué las primeras sociedades eligieron a una mujer como diosa traten de averiguarlo observando esta foto que he encontrado navegando en internet. La he titulado «Jaime mirando a su madre».

¿Y usted qué es? ¿Pastor o agricultor?

Los seres humanos nacemos pastores o agricultores, no en el sentido literal de la palabra sino, digamoslo así, filosófico.

Para los pastores la tierra es un bien comunal que todos pueden aprovechar, sus rebaños pacen en el campo abierto y se alimentan de las plantas de un mundo que está ahí para ellos. Los pastores son, desde este punto de vista, poco amigos de la propiedad privada, sobre todo de los recursos naturales.

Para los agricultores, por el contrario, la propiedad exclusiva y excluyente de la tierra es fundamental; no van a permitir que un rebaño de animales pase por sus sembrados y arruine o se coma las cosechas. El agricultor necesita agua y, si es preciso, la desvía de sus cauces naturales para servirse de ella; cosa que, naturalmente no le gusta al pastor que no entiende cómo, una tierra y un agua que antes eran de todos, ahora son de propiedad de un sólo individuo. El pastor no soporta que la tierra esté vallada y no esté a disposición de todos para transitarla.

El conflicto está servido.

El conflicto entre pastores y agricultores es tan antiguo como la agricultura y se ilustra incluso en muchos pasajes de la Biblia, pero no es necesario irse tan lejos, pues el conflicto sigue presente entre nosotros.

En la actualidad, los conflictos entre pastores y agricultores en Nigeria, por ejemplo, han dado lugar a una gravísima serie de disputas entre los, mayoritariamente musulmanes, pastores fulani y los, mayoritariamente cristianos, agricultores de Nigeria.

La violencia entre agricultores y pastores ha matado en Nigeria a más de 19 000 personas y ha desplazado a cientos de miles más y trae su origen del conflicto del que les hablé al principio: la expansión de la población agrícola y la tierra cultivada a expensas de los pastizales; el deterioro de las condiciones ambientales; la desertificación y la degradación del suelo; el crecimiento de la población y la ruptura de los mecanismos tradicionales de resolución de conflictos de disputas por la tierra y el agua.

Nada nuevo bajo el sol, como ven.

No es la primera vez que pastores y agricultores se matan, de hecho y según la Biblia, el primer asesinato de la historia lo comete un agricultor Caín al matar a su hermano Abel, pastor.

Fíjense que, incluso en el mito de Caín y Abel, la religión juega un papel importante pues, si se fijan, el propio dios no es imparcial: a Yahweh le gustan las ofrendas de Abel mas no las de Caín, quien, por cierto, le ofrece lo mejor de lo mejor de sus cosechas. Despechado Caín acaba matando a su hermano pero ¿por qué Yahweh habría de preferir las ofrendas de Abel?

Si este mito tuviese que ver con el fútbol todos lo entenderíamos enseguida. El madridista Caín ve cómo sus ofrendas son rechazadas mientras que las de su hermano el atlético Abel son aceptadas, a pesar de ser las de Caín incluso mejores. ¿Qué conclusión podemos sacar? Pues, ustedes me perdonarán si son madridistas, pero la conclusión a que podemos llegar es que dios, en este mito futbolístico, es del Atleti.

Y así es. Yahweh no es un dios de agricultores, Yahweh es un dios nómada que viaja con su pueblo vagando por el desierto. Yahweh es un dios a quienes los israelitas conocen en Edom y al que si quieres ir a buscar tienes que ir al desierto que es donde él tiene sus epifanías. A Yahweh, hasta que Salomón le levanta un templo, no se le da culto en un edificio estable sino que viaja con su pueblo encerrado en un arca, solución esta la del altar portátil muy frecuente en el Canaán de aquellos años y que nos ha dejado muchísimos y muy interesantes vestigios arqueológicos. Otro día, si quieren, les coloco unas cuantas fotografías de estas pequeñas y populares «arquitas de la alianza». El dios de la Biblia, como ven, no era agricultor y otro día les ilustraré este tema con el veterotestamentario episodio de los Recabitas.

Para los agricultores los dioses no son como Yahweh, los agricultores prefieren dioses como Júpiter o Zeus que controlan las tormentas, los rayos, las lluvias y demás fenómenos atmosféricos. En Canaán este dios homólogo de Zeus y Júpiter era Baal, el dios del cielo, los rayos y las lluvias. Para un agricultor no hay nada más importante que la lluvia y para Yahweh, por eso precisamente, no hay dios más irritante que Baal, al que se adoraba en forma de becerro (¿les suena?).

Claro que ya les veo venir, incluso el más descreído bolchevique soriano a estas alturas ya estará pensando:

—Pero ¿No dice usted que todas las historias empiezan en Sumeria?

Pues sí. Y esta de los pastores y los agricultores también, porque, desde la noche de la antigüedad sumeria y con los ecos propios de 5000 años de historia, nos llega la voz de un viejo poema que nos presenta a la diosa suprema sumeria Inana (la bondadosa, la reina del cielo) en trance de elegir marido y ha de escoger entre dos hombres cuyas profesiones (¿lo adivinan?) son las de pastor y agricultor.

No les voy a transcribir el poema (es de altísimo voltaje sexual y no quiero que Facebook me censure) pero ya les anticipo el resultado: Inana, como Yahweh, también era del Atleti.

Todas estas historias tienen una moraleja y es que nuestros esquemas jurídicos responden al estado de la tecnología del momento: para un agricultor conceptos como la propiedad de la tierra (y la propiedad de todas las cosas por extensión) son conceptos absolutamenre naturales y evidentes; tan evidentes como el derecho a atravesar fincas o la mismísima calle de Alcalá si es preciso para el Concejo de la Mesta.

Es bueno recordar que nuestros conceptos jurídicos son hijos de la tecnología que da soporte a las sociedades humanas porque, ahora que la tierra como factor de producción ha cedido todo su protagonismo al conocimiento tecnológico, el concepto de propiedad comienza a recompilarse a manos de los inegenieros de software y los activistas del conocimiento libre y el open source. Anótenlo: la guerra del open source, el software libre y los derechos de autor o las patentes, van a ser tan duras como las viejas guerras de pastores y agricultores. La única diferencia es que no se desarrollarán durante cinco milenios sino que, seguramente, se resolverán en cincuenta años. Van a ser apasionantes.

Y ahora plantéeselo: ¿Usted qué es? ¿Pastor o agricultor?




Unos cuantos dibujos infantiles

Cuando María tuvo que dejar de trabajar, de toda su vida profesional sólo quedaban unos lápices de colores con los que pintaban y se entretenían los hijos de las clientes y unos cuantos papeles con retratos infantiles de la «abogada».

Y cuarenta años de escuchar vidas ajenas, desamores mal llevados, deseos de venganza a todo trance y sentimientos de culpabilidad, alimentos no pagados, cariños no correspondidos y cuidados descuidados.

Treinta años de saber que la administración de justicia llegará siempre tarde y que no escuchará al cliente; porque el nombre de «audiencia» en España es un sarcasmo. En España ni las audiencias oyen ni las sentencias sienten y decenas de horas de conversación abogado y cliente se sustancian en vistas (y no vistas) de diez minutos donde el caso, visto y no visto, queda a la espera de sentencia a veces sin que el juez llegue a conocer siquiera el timbre de voz de las partes.

Abogadas que, en 1981, comenzaron a ejercer el derecho de familia y que hoy, cuarenta años después, llevan encima todas las heridas.

Y unos cuantos dibujos infantiles.

El problema no es el Mar Menor

El problema no es el Mar Menor, al menos para nuestros gobernantes.

Para nuestros gobernantes, los de Madrid y los de Murcia, el problema es responsabilizar de la tragedia a los otros. Como los gobiernos de Murcia y Madrid son de distintos bandos sus auténticos esfuerzos no se dedican a salvar la laguna sino a culpabilizar al adversario de su destrucción y adjudicarse ellos las pocas actuaciones meritorias que pudieran haberse llevado a cabo.

Mientras los agricultores responsabilizan a cualquiera menos a ellos de la catástrofe, los ayuntamientos que se lucraron a base de tolerar un urbanismo salvaje culpan a los agricultores, los hosteleros piden que no se hable mucho del problema no sea que vengan menos turistas y se dedican a publicitar la costa mediterránea y hasta algún pequeño propietario pide silencio no sea que su propiedad se deprecie.

Pero al agricultor le importa un carajo el Mar Menor, él vive de sus plantaciones y si la laguna se colmatase a él le daría igual, a lls ayuntamientos responsables del salvaje urbanismo se les da otro tanto mientras los prooietarios sigan pagando, a fin de cuentas las licencias ya se pagaron y culpan a la administración regional que, a su vez, culpa a la nacional quien, a su vez, culpa a las locales.

El problema, como ven, no es el Mar Menor, al menos para toda esta caterva de políticos sietemesinos que nos gobiernan.

Porque si el Mar Menor les importase una higa de lo que hablarían es de lo que hacer en el futuro, no de lo que se hizo en el pasado; de lo que hablarían es de como resolver el problema y no de quien lo causó, lo que buscarían es soluciones y no responsables.

Pero aquí nadie busca eso, aquí todos ponen una vela a dios y otra al diablo demostrando lo que son: unos mindundis a quienes importa más el resultado de unas elecciones que la salvación del patrimonio natural de todos.

Y lo más lamentable es que todos estos mindundis tienen quien les aplauda: toda una legión de ciudadanos ha dimitido de su facultad de pensar para aplaudir acríticamente cualquier memez que digan sus líderes.

Para salvar el Mar Menor es preciso primero cambiar esa mentalidad obtusa que nos ha traído hasta aquí. Salvar el Mar Menor no sólo sería un servicio impagable para la humanidad, sería una forma de salvarnos nosotros mismos.

Composiciones barrocas

Vuelvo a casa y mientras camino por una de las dudosas aceras de la calle de La Serreta veo venir hablabdo animadamente a dos muchachos. Cuando están a una distancia tal que puedo oír sus palabras escucho que uno le dice a otro:

—Por que tu madre será una santa, pero tú eres muy hijoputa.
—¡Ya te digo! (Responde el otro)

Y los dos comienzan a reir a carcajadas.

Me sonrío y vuelvo a reflexionar sobre lo barrocas que son las personas del sureste al insultar o ser groseros. No se trata de insultar con una palabra o frase. La construcción sujeto-verbo-predicado no parece ser suficiente para alguien nacido en la amplísima carthaginense; siempre es preciso añadir algún complemento circunstancial de lugar o de tiempo que ahonde en el insulto o lo suavice.

Salvando la honra de la madre de su amigo la frase del chaval que he transcrito antes más que insulto podría hasta ser elogio. Ser «muy hijoputa», mientras tu madre sea una santa, nunca es malo del todo. Lo mismo pasa con las referencias a los ancestros.

Contaba con gracia inigualable un marrajo eterno (que, además, fue conserje de la plaza de toros de Cartagena), un episodio hipotéticamente ocurrido entre los judíos californios hace ya muchísimos años y que concluía con un soldado romano muy enfadado gritando:

—¡Pilatos! ¡Me voy a cagar en tus muertos más recientes!

La precisión temporal del «más recientes» es lo que carga la frase. Si los ancestros son remotos el insulto escuece poco, para hacerlo más eficaz es preciso concretarlo en el tiempo.

Es verdad que, gracias a Pérez Reverte y sus artículos periodísticos esta peculiar forma de hablar se ha hecho muy popular últimamente, tanto que, incluso fuera de la carthaginense, la invocación del melífico eremita San Apapucio (o Apapurcio, que de ambas formas se le conoce) puede ya ser escuchada.

Apapucio, un santo vergonzantemente olvidado por la iglesia católica y autor de un sólo milagro (que, por resultar un tanto escabroso, me permitirán que no les cuente), es personaje de gran devoción en la carthaginense pero, gracias a Don Arturo, va alcanzando en el resto del mundo la fama que merece este notario de las causas imposibles.

—¡Tu madre será una santa pero tú eres muy hijoputa!

Hay que reconocer que es toda una creación literia.

Salvar el Mar Menor es salvar el mundo

El drama del Mar Menor es el drama de todos los ecosistemas del mundo. Los mares y océanos, la atmósfera, los ecosistemas —que son de todos— parecen no ser de nadie y el interés privado no tiene problemas en dañarlos mientras que el interés del planeta parece no tener quien le defienda. Es lo que los científicos llaman «la tragedia de los comunes» (búscalo en Google).

Si somos incapaces de salvar un mar pequeño como este la esperanza de que seamos capaces de salvar ecosistemas mayores se esfumará.

Pero si investigamos, si dedicamos los recursos necesarios a encontrar un modelo de gestión de estos bienes comunes, no sólo habremos salvado el Mar Menor sino que habremos encontrado la forma de salvar el planeta.

Esta región tiene ante sí una oportunidad histórica que necesita de gobernantes a la altura de la tarea.

Poco importa si crees que los actuales no sirven porque dentro de dos años vas a poder elegir unos nuevos y si te parece que esos políticos que necesita esta región no van a salir de los partidos actuales aún estás a tiempo de organizarte.

Pero esta batalla no se puede perder, ocasiones como esta se presentan pocas veces en la historia.

Hoy es momento de gritar claro que es necesario salvar el Mar Menor. No para esta región sino para toda la humanidad.

#MarMenor #comunes #common #ecology #green #greenworld #newworld #newfuture #futuro #vida

«Pelorus» Jack

En la duermevela confusa de la siesta escucho lejanamente que la radio informa de un incidente entre unas orcas y un barco en aguas del Cabo de Palos y, en la bruma somnolienta de esta tarde de verano, me viene a la memoria la historia de Jack; «Pelorus» Jack.

La primera vez que se le vio fue en 1888 cuando la goleta «Brindle» enfilaba el canal llamado «Paso Francés», un peligrosísimo pasaje que conecta el Estrecho de Cook con la Bahía de Tasmania, en Nueva Zelanda.

Cuando los tripulantes del Brindle vieron a Jack su primer pensamiento fue matarlo pero, afortunadamente, en aquella época las sartenes eran de hierro y la mujer del capitán experta en ordenar las ideas de los marineros. Haciendo uso de sus dotes persuasivas convenció a los marineros de que no hiciesen daño a Jack y este, para sorpresa de todos, acomodó su marcha al andar de la goleta y comenzó a marcarle el rumbo seguro en aquel peligroso estrecho.

Porque el Paso Francés era y es un lugar lleno de rocas y corrientes donde lo fácil es acabar perdiendo el barco, pero no entonces. No entonces porque Jack, desde 1888 en adelante, tomó el hábito de guiar a los barcos que se enfrentaban al paso del estrecho y lo hizo con tal seguridad que ningún barco guiado por Jack se perdió nunca. Los marineros, gente supersticiosa y con el miedo propio del ser humano en los lugares de peligro, comenzaron a negarse a atravesar el estrecho hasta que Jack no viniese y, solo cuando él aparecía, largaban velas para seguirle.

Pero idiotas hay en todas partes y en los barcos también. En 1904 y seguramente porque optaba al disputado premio de tío más imbécil del mundo, un pasajero del SS Penguin, mientras este seguía el rumbo que Jack le marcaba, decidió probar su puntería y disparar contra él.

Jack sobrevivió al disparo pero el incidente llegó hasta el Parlamento donde, por primera vez en la historia, se aprobó una disposición protegiendo la vida de «Pelorus» Jack. Se cree que Jack fue el primer animal específicamente protegido de la historia.

Jack no dejó por eso de guiar a los barcos por el estrecho, a todos, claro, menos al Penguin, que, quién sabe si por eso, acabó naufragando en 1909 en el mismo Estrecho de Cook.

Jack desempeñó su trabajo entre 1888 y 1912 en que fue visto por última vez.

La presencia de un ballenero noruego en aquellas aguas disparó los rumores de que Jack había sido arponeado pero no es probable que así fuera. Jack, el delfín, tenía ya la cabeza blanca y el cuerpo pálido, signos evidentes de vejez en el mundo de los delfines y lo más probable es que muriese de viejo.

La historia de Jack guiando a los barcos me vuelve a la memoria ahora que oigo que las orcas tienen raros comportamientos y pienso si, como a los tripulantes del Penguin, no nos estará llegando la hora de pagar las canalladas que hacemos a todos los Jack del mundo.

¿Quién gana las guerras?

Las guerras no las gana quien aplasta a su enemigo, las guerras las gana el que consigue que su adversario no desée seguir luchando.

Napoleón lo aprendió en España, los Estados Unidos lo aprendieron en Vietnam.

Mi memoria infantil recuerda bien aquellos telediarios. En los primeros meses de 1968 las tropas de Vietnam del Norte, apoyadas por China y la URSS logísticamente y tácticamente por las guerrillas del Vietcong que operaban en pleno corazón de Vietnam del Sur, iniciaron una ofensiva espectacular: la «Ofensiva del Tet».

Para sorpresa de todo el mundo en las televisiones se vio a elementos del Vietcong atacar la propia embajada norteamericana en Saigon, la capital del Vietnam del Sur. La población norteamericana alucinó con aquellas imágenes ¿No eran ellos una superpotencia y el Vietcong una manada de asiáticos hambrientos y mal armados? ¿Qué estaba pasando? ¿Cómo era posible aquello?

El resultado militar de la ofensiva del Tet fue desastroso para Vietnam del Norte y su aliada guerrilla del Vietcong: todas sus ofensivas fueron rechazadas en medio de una horrible carnicería que les costó más de 100.000 bajas.

Pero el resultado psicológico fue funesto para los Estados Unidos. En medio del clima pacifista, hippie y flower-power de 1968 las imágenes de los telediarios revelaban a los norgeamericanos que los norvietnamitas no estaban derrotados como se les había dicho desde la Casa Blanca. Para la opinión pública estadounidense, bastante harta de la guerra, aquellas imágenes de la ofensiva del Tet fueron la gota que colmó el vaso y la voluntad de luchar de los Estados Unidos comenzó a esfumarse rápidamente.

Los norvietnamitas habían perdido la batalla desde el punto de vista militar pero los vencedores habían perdido toda voluntad de continuar la pelea.

Por eso he abierto el post diciendo que las guerras no las gana quien aplasta a su enemigo, sino que las guerras las gana el que consigue que su adversario no desée seguir luchando; y, en este caso, Vietnam del Norte había perdido la batalla pero ganado la guerra.

Poco después de la ofensiva del Tet se abrieron negociaciones, los estadounidenses salieron de Vietnam encargando al ejército de Vietnam del Sur que se defendiera por sí mismo y, poco después, la bandera roja norvietnamita ondeaba en Saigón.

Es casi un calco de lo ocurrido en Afghanistán a los rusos soviéticos y es casi un calco de lo ocurrido ahora, en el mismo Afghanistán, a los norteamericanos. Una guerra es una lucha atroz y sanguinaria de voluntades y pierde la voluntad más débil.

Desde el fin de la segunda guerra mundial y con la excepción de la incruenta, pero terrorífica, Guerra Fría las guerras, para las grandes potencias, han sido operaciones locales movidas por intereses geoestratégicos que muy pocas veces gozaban del necesario apoyo popular.

En la guerra de Vietnam los norteamericanos cometieron el «error» de dar un amplio margen de libertad a la prensa y pudieron comprobar cómo, fotografías como la de la niña Kim Phuc huyendo desnuda de un bombardeo de napalm o la foto del general Loan asesinando a sangre fría, mediante un disparo en la cabeza, al guerrillero del Vietcong Nguyem Van Lem, causaron más daño a la causa de los Estados Unidos que muchos miles de toneladas de bombas. Aquellas fotos hicieron más para derrotar a los Estados Unidos que todos los fusiles del Vietcong.

Cuando comenzó la primera guerra del Golfo esta lección estaba aprendida y la prensa estaba tan controlada que era virtualmente imposible que volviesen a tomarse fotos como las de Vietnam y, sin embargo, al final goteos de situaciones similares (siempre las hay en todas las guerras) van pasando factura a una sociedad que acaba no sabiendo por qué sus soldados mueren allí.

España ha gastado muchísimo dinero en operaciones militares internacionales en Afghanistán sin que ahora sepamos bien para qué dieron su vida los soldados que allí la dejaron (¿fue para capturar a Bin Laden?) y, tras décadas de guerra en la zona, ahora no sólo no se ha eliminado el absolutismo integrista en Afghanistán sino que este se ha fortalecido en Irak mientras en Irán los ayatolás siguen gobernando y el Isis sigue dando quebraderos de cabeza en otras zonas.

Cuando empiezas una guerra debieras medir, antes que el número de tus soldados, tus bombas y tus barcos, la voluntad de luchar de tu pueblo porque, cuando esta voluntad se agota, has de saber que la guerra está perdida. Quien no se rinde continuará la guerra incluso a pedradas, pero tú, aunque tengas decenas de portaaviones, si se te agota esa voluntad debes saber que acabarás perdiendo.

Nadie se ha ocupado de cultivar esa voluntad de luchar en el pueblo Afghano. Se armó a su ejército con material militar pero no se le dió la principal munición que precisan las armas: una buena causa por la que usarlas. Más importante que las armas o los missiles hubiese sido conseguir un importante grado de desarrollo económico en el país, una instrucción en valores compatibles con su cultura pero también incompatibles con las creencias más inaceptables de los talibanes.

Las armas no sirven de nada si no se quieren usar o si no tienes una buena causa para usarlas. Ahora, mientras se habla de derrotas en Afghanistán, recuerdo a mujeres como Ramazan Antar, una combatiente Peshmerga (kurda) que murió peleando en Siria contra el Isis hace unos meses y que es una imagen perfecta de esa voluntad de pelear de que les hablo.

Las guerrillas kurdas en su lucha contra el Estado Islámico cuentan con un formidable número de mujeres a quienes no importa mucho estar mejor o peor armadas porque tienen exactamente lo que hay que tener. Creo que ya escribí hace un año un post sobre ellas, así que mejor no me repetiré.

Personbyte

Medimos la capacidad de almacenamiento de información en cualquier soporte con toda naturalidad y así, decimos: ese disco tiene 18 Terabytes o ese USB puede almacenar 500 Gigabytes… Esta forma de expresarnos es para nosotros, desde hace unos 20 años, perfectamente natural y, sin embargo, hasta donde yo sé, nadie clasifica a las personas por su capacidad de almacenamiento de información. De hecho creo que no está calculado con precisión cual es la capacidad de almacenamiento de información de un ser humano, pero, para los fines que a mí me interesan da igual que dicha capacidad esté o no medida.

Por lo que a mí respecta la naturaleza es igualitaria y dota a todos los seres humanos de una igual o muy parecida capacidad de almacenamiento de información, así que llamaremos «personbyte» a la capacidad de información que una persona estándar puede almacenar.

De este modo un ser humano supondrá «1 personbyte» de capacidad de almacenamiento y dos seres humanos «2 personbytes»… y así sucesivamente.

Y ahora vamos al turrón o meollo de lo que me ocupa. Cada ser humano nacido en libertad necesita de ese personbyte para sobrevivir (la naturaleza no desperdicia recursos) de forma que, en estado de naturaleza, el hombre aprende a andar, cazar, recolectar, distinguir los frutos comestibles de los que no lo son, los animales que puede comer de los animales por los que puede ser comido, etc.

Al lado de nuestros antepasados nosotros somos unos perfectos zoquetes: ni sabemos encender fuego, ni sabemos encontrar agua, jamás hemos ayudado a parir a una mujer, somos incapaces de distinguir las setas comestibles de las venenosas, no sabemos seguir un rastro, no sabemos tender una trampa a un conejo… Somos unos perfectos inútiles, unos absolutos ignorantes, si nosotros estuviésemos en el lugar de nuestros antepasados la raza se habría extinguido y, sin embargo, algo bueno habremos hecho para llegar hasta aquí. Vamos a tratar de averiguarlo.

Los seres humanos que viven en estado de naturaleza tienen como primera necesidad sobrevivir y sus conocimientos se encaminan a ello. Todos tienen la misma capacidad de almacenamiento de información que nosotros («1personbyte»), pero lo que ocurre es que la información almacenada en todos ellos es siempre la misma: cómo sobrevivir. Todos los «personbytes» replican la misma información o casi.

Es sólo cuando la cooperación, entendida como una estrategia evolutivamente estable, comienza operar cuando esa capacidad del grupo para almacenar información aumenta.

Los viejos de la tribu ya no pueden cazar pero el resto de la tribu los mantiene y la información almacenada en ellos ya no es estrictamente la necesaria para sobrevivir. Conservan memoria de hechos que la generación actual no tiene, comienzan a olvidar sucesos recientes pero recuerdan perfectamente viejas historias… Y ya no todos los seres humanos del grupo almacenan información por valor de un «personbyte». Ahora la suma de uno más uno ya no es igual a uno, ahora la existencia de conocimientos distintos hace que la suma arroje un resultado superior a uno.

Otro tanto ocurre con el chamán o brujo de la tribu, excluido de las tareas diarias comienza a adquirir conocimientos distintos de los meramente necesarios para subsistir y de esta forma la calidad de la información almacenada por el grupo aumenta.

Este proceso se dispara con la llegada de la agricultura: el excedente permite que algunos miembros del grupo ya no trabajen en la pura subsistencia y dediquen su capacidad de almacenamiento de información, su «personbyte», al almacenamiento de conocimientos distintos (alfarería, carpintería…).

Piense usted cuantos «personbytes» de información fueron necesarios para construir las pirámides de Egipto: personas que dedicaron su entera capacidad de información a la arquitectura, a la matemática, a la cantería, a la carpintería, a la construcción de los barcos que transportaban la piedra, al gobierno de esos barcos… Y así hasta un altísimo número de «personbytes».

El progreso exige muchos personbytes. Usted, si quiere construir coches, va a necesitar de muchísimas personas porque los conocimientos necesarios para construir un coche no caben en 1, ni en 2 ni en 1000 personbytes. Desde que se mina el metal hasta que el coche sale de la cadena de montaje hacen falta miles y miles de personbytes de conocimientos. Y si esto es así en los coches, piensen en ese submarino que estamos construyendo en Cartagena: ¿cuántos personbytes hacen falta?

Las dimensiones de las empresas vienen determimadas por el conocimiento preciso para llevar adelante su objeto; las capacidades de los países vienen determinadas por la cantidad de personbytes de que disponen y son capaces de poner en marcha.

No importa tener 1.000.000.000 de personas con un «personbyte» de capacidad cada una; si no somos capaces de ocupar esos personbytes con información distinta y complementaria el grado de conocimiento de esa sociedad será 1. Pero si logramos poner a trabajar todos los personbytes de una sociedad llenándolos de la información precisa, es cierto que como individuos seremos seres incapaces de sobrevivir, pero como sociedad, como equipo, seremos imparables.

Un análisis informacional de las sociedades y una programación informacional de su futuro son claves para el éxito de las mismas aunque no sé si quienes nos gobiernan entienden bien el concepto.

Y ahora, mientras escribo esto, pienso en mis amigos profesores y entiendo sus frecuentes ataques de desesperación.