Cuando María tuvo que dejar de trabajar, de toda su vida profesional sólo quedaban unos lápices de colores con los que pintaban y se entretenían los hijos de las clientes y unos cuantos papeles con retratos infantiles de la «abogada».
Y cuarenta años de escuchar vidas ajenas, desamores mal llevados, deseos de venganza a todo trance y sentimientos de culpabilidad, alimentos no pagados, cariños no correspondidos y cuidados descuidados.
Treinta años de saber que la administración de justicia llegará siempre tarde y que no escuchará al cliente; porque el nombre de «audiencia» en España es un sarcasmo. En España ni las audiencias oyen ni las sentencias sienten y decenas de horas de conversación abogado y cliente se sustancian en vistas (y no vistas) de diez minutos donde el caso, visto y no visto, queda a la espera de sentencia a veces sin que el juez llegue a conocer siquiera el timbre de voz de las partes.
Abogadas que, en 1981, comenzaron a ejercer el derecho de familia y que hoy, cuarenta años después, llevan encima todas las heridas.
Y unos cuantos dibujos infantiles.