Dialogando con Pedro

—Pedro.- Mi querido amigo: con todo el afecto y el respeto que te profeso (que no es poco y sé que te consta) no puedo estar más en desacuerdo con muchas de las cuestiones que expones… pero ¿qué voy a saber yo que no soy jurista sino un pobre juntaletras que ya quisiera tener detrás un mecenas de esos que estoy seguro que abundan por ahí o incluso que me encargasen un par de Te Deums al mes? 🤷🏻‍♂️

—Pepe.- No Pedro, no; ser jurista no me da conocimiento alguno que haga mi opinión mejor que la tuya; de hecho el 90% de los juristas a los que preguntes responderán como tú de primera impresión. Son cuatro siglos de regulación y las leyes, cuando son ubícuas y homogéneas, dan forma a nuestros criterios de justicia con tanta fuerza como la religión.

Es por eso que me gusta sacar a relucir la opinión de la Escuela de Salamanca, porque, si no me agarrase al expresar estas opiniones en el hábito de algún fraile, sé que las acusaciones de «pirata» o «hacker negro» me lloverían.

Pero te aseguro que hay todo un mundo invisible a los ojos del derecho, los economistas y los seres humanos en general y que, como somos incapaces de regularlo, tratamos de encajar lo desconocido en lo conocido.

Todo lo que vemos, permite que lo explique así, se compone, a grandes rasgos, de tres realidades: la materia, la energía y la información.

La materia la comprendemos bien los juristas y hemos llegado a un alto grado de sofisticación al regular su tráfico jurídico. Con la energía ya nos cuesta más, cuestiones como la posesión de la energía ya no las vemos tam claras, nuestta división tradicional de bienes muebles e inmuebles ya no le cae bien del todo y al final acabamos regulándola tratándola como un fluido que es algo que, desde antiguo, tampoco hemos hecho muy bien. Pero nos apañamos y mal que bien vamos tirando.

Pero la información, ese fenómeno por el cual la materia se reordena (se reinforma) para constituirse en una nueva realidad a través de un generoso gasto de energía, esa guerra que la vida y el ser humano mantienen desde la noche de los tiempos con la entropía, esa, decididamente, los juristas ni la entendemos ni queremos entenderla. Y no me refiero a la poesía, la literatura o la música, me refiero al total de la vida terrestre y la civilización humana.

Mira a tu alrededor y créeme si te digo que todos los átomos, la materia, los materiales que ves, ya estaban aquí desde que el primer ser vivo (Luca) apareció sobre la Tierra. Entre el mundo que ves y el que vio un Neanderthal no hay diferencia alguna si atendemos a la materia o la energía, pues son exactamente las mismas, la única diferencia que existe se debe a la información.

Con Homo Erectus el barro era barro, pero el ser humano, con un generoso derroche de energía, aprendió a informarlo en formas cerámicas del mismo modo que el ADN y el ARN informan las células de nuestro cuerpo. Hemos aprendido a informar la realidad en tantas y tan variadas maneras que, esos mismos átomos y materias que pudo observar un neanderthal, hoy son un teléfono móvil o un missil nuclear.

No es la materia ni la energía lo que nos diferencia del mismo suelo que pisamos, es la información que, espontáneamente (no, en esto Dios no tiene nada que ver) dio lugar a la vida y, es la vida capaz de procesar información, la que convirtió el sílice de las playas en chips digitales.

Ese proceso informacional apenas si atisbaron a percibirlo algunos juristas romanos (proculeyanos) pero te sorprendería saber que para los clásicos juristas romanos (Gayo en sus «Instituta») si tú escribes inadvertidamente un poema en un papel que resulta ser mío, tu poema ya no será tu poema, sino mío, pues mío es el papel y eso «incluso aunque el poema esté escrito en letras de oro» (y cito textualmente al gran Gayo, padre de miles de generaciones de juristas) lo convierte en tan mío como el papel que lo soporta.

Los juristas entendemos la materia y por eso acabamos transformándolo todo en materia, hasta el amor en los tribunales.

Cuando afirmo que el copyright o los derechos de autor son una mala regulación no estoy diciendo que los autores no deban verse retribuidos por sus creaciones (de hecho nada hay más importante en la sociedad de la información que la creación) sino que esta forma de retribuir sus creaciones no es la adecuada.

Fíjate si el ser humano sabe esto que te digo que, aunque protegemos las canciones, no protegemos los descubrimientos científicos. Einstein podría proteger una novela, pero no podría proteger su teoría de la relatividad (¿imaginas la de dinerillos que hubiese ganado con su fórmula e=mc²?).

Esta es la regulación que hay y es la regulación que íntimamente asumimos todos como justa, pero conviene que nos preguntemos si realmente lo es. Por ejemplo.

¿Computa alguien las veces que alguien interpreta una canción de mi amigo Nacho? ¿Hay en los bares un contador de cuántas veces se interpreta una canción o se recita un poema?

No, no los hay, y por eso la retribución de los artistas depende más de quien controla la SGAE, AGEDI o AIE que de la verdadera tasa de reproducción de sus creaciones.

Tecnologías como blockchain o los NFT’s permitirían conocer estos datos con exactitud pero… ¿A quién le interesa?

No desde luego a quienes controlan el negocio y sí a quienes no lo controlan y a la justicia misma. Un desarrollo correcto en blockchain permitiría retribuir con justicia a los autores (el mundo de los Non Fungible Tokens es maravilloso) pero, entre que los juristas ni lo entienden ni lo quieren entender y que los autores prefieren el malo conocido al bueno por conocer, el conocimiento se estanca aunque, claro, siempre aparecen vías alternativas que acaban apartando al mundo antiguo que no se adapta y esas formas ya han aparecido y crecen a velocidad vertiginosa.

Al igual que la escritura, la agricultura, el telescopio o la imprenta, cambiaron nuestra visión del mundo (bien que a través de largos procesos) lo digital, la sociedad de la «información», la está cambiando igual.

Y ahora que menciono a la «Sociedad de la Información»… ¿Qué queremos decir con ese nombre?

«Sociedad» sabemos lo qué es pero ¿Estamos seguros de que sabemos lo que queremos decir cuando decimos «información»?

No, esa «información» no tiene nada que ver ni con periodistas ni con medios de comunicación, esa «información» hace referencia al objeto de estudio de una teoría científica (matemática) desarrollada por científicos como Claude Shannon sobre geniales intuiciones de gente como Ludwig Boltzmann.

Los juristas creemos entender la información, pero te aseguro que no tenemos ni puta idea.

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