Un día menos y mil seiscientos kilómetros más en el cuerpo, un juicio más, un eslabón menos en la cadena de este proceso. Llego a casa cansado de carretera, miro el instagram y veo mis fotos de hombre de sesenta años. Miro el instagram y veo parejas de jovenes que se fotografían enamorados dispuestos a empezar una vida juntos y pienso que es bonito, que por qué un día de estos no hago yo lo mismo y vuelvo a recuperar esos veintiséis años que he tenido siempre hasta hoy. Y me doy cuenta de que, quizá, haya ido cumpliendo años sin darme cuenta.
Salvo que me esfuerce en repensar quién soy en verdad, yo, en mi inconsciente, soy un joven abogado que empieza y que está obligado a demostrar que vale para esto y puede vivir una vida de esto. Salvo que me esfuerce en recontar cuántos años llevo ya vividos, yo, en mi inconsciente, soy un joven que está aprendiendo a vivir y al que aún le queda mucho que aprender. Salvo que me esfuerce en recordar a cuántas mujeres he querido y cuántas me han querido a mí, aún sigo esperando encontrar a esa joven que me hable y me haga saber que es a ella a quien espero.
Recordar es una palabra bonita pues, recordar, lleva dentro el corazón (cor-cordis), recordar es como volver a llevar a alguien en el corazón pero esto, siempre, es peligroso porque suele conducir a la melancolía.
La melancolía (como la saudade) es un bien que se padece y es un mal que se disfruta; pero suele enredarte con su manto cálido y amable y eso —ya les digo— es peligroso.
Porque yo tengo 26 años y soy un joven abogado que empieza y está aprendiendo a vivir.
A mis sesentaiseis continúo pensando igual que a los ventiséis, no sé si es porque me siento joven, que no soyt, temo sea porque no maduro.
Cuando duermo en mis sueños siempre soy joven, y me acompañan jóvenes que ya no lo son, e incluso algunos yacen bajo tierra.
Me ha encantado tu reflexión.