Una cierta idea de España

Es famosa la forma en que Charles de Gaulle inició sus memorias afirmando: «me he hecho siempre una cierta idea de Francia».

La afirmación no puede dejar de sorprender en un hombre que, en la Primera Guerra Mundial, fue hecho prisionero en la carnicería de Verdún y que, mientras todo el ejército francés se desbandaba, contraatacaba ferozmente con su unidad blindada a las tropas de Hitler durante la segunda. Incapaz de asumir que Francia había sido derrotada marchó al exilio para proseguir la guerra y, con su obstinación, hizo a Francia un hueco entre los países vencedores.

No está mal para un hombre que sólo tenía «una cierta idea de Francia».

La historia de su país impresionaba tanto a De Gaulle que su mayor aspiración, confesaría después, era poder «prestarle señalados servicios».

Leyendo estas cosas de De Gaulle resulta imposible no preguntarse si, en España, queda algún diputado, algún ministro, algún cargo de comunidad autónoma, que tenga siquiera una «cierta idea de España» y crea que su deber sea prestarle «señalados servicios».

Es cierto que cada uno puede tener «una cierta idea de España» distinta de la de los demás —tampoco la idea de De Gaulle era compartida por todos los franceses— y puede tenerla distinta a condición de que, al menos, la tenga. Lo que no sé es si la mayoría la tienen.

Y no me refiero a ideas de España de opereta y cartón piedra, ideas de banderas y gritos viejos que, dependiendo de los colores y los gritos, hacen asociar incluso la palabra España a ideologías muy concretas.

Me refiero a una idea que, como decía Don Quijote, sepa declarar quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser; una idea donde quepan todos y nadie quede excluído, una idea que dibuje un futuro donde todos podamos soñar nuestros sueños.

Echo de menos cosas tan simples como esas, cosas comunes por las que muchos, como De Gaulle, sientan la necesidad de prestar «señalados servicios».

El orden y el desorden

El agua remansada no nos ofrece nada interesante, pero si en ella introducimos un elemento de desequilibrio quitando, por ejemplo, el tapón del fondo, entonces el agua fluye, se autoorganiza, forma remolinos y una evidente espiral sobre el aliviadero donde las moleculas de agua, partículas de sustancia inanimada, se autoinforman en un sorprendente baile espiral.

En las sociedades ocurre algo parecido, si se momifican en categorías y órdenes preestablecidos nos garantizan orden y paz, como los cementerios, como las exposiciones de insectos muertos de los entomólogos, pero, si las dejamos vivir, si permitimos en ellas una dosis adecuada de desequilibrio e inestabilidad, se autoinforman en nuevas estructuras y permiten el desarrollo humano.

El orden no nace de la inmovilidad, el orden, la información, nace espontáneamente en los sistemas en desequilibrio estable.

Gracias, Ilya Prigogine.

Leer para cambiar

Somos esclavos de nuestras palabras y una fuerza irresistible nos obliga a adherirnos a ellas y mantenerlas como si en ello nos fuese la vida y la honra; es por eso que, en ningún debate con nadie nos detendremos a reflexionar, a sopesar sus argumentos y a cambiar de ideas.

Y es por eso también que la lectura es imprescindible, porque en solitario, con tiempo y sin la presión de quienes nos han oído profesar antes verdades distintas, podemos cambiar de opinión, reprogramarnos, planear cómo enfrentaremos el duro trance de explicar al mundo que estábamos equivocados y estrenar una nueva vida con algunas convicciones nuevas.

No hay nada malo en cambiar de ideas, cambiamos todos los días con cada nueva experiencia, ¿por qué no hemos de tener derecho a cambiar de convicciones?

Por eso es importante escribir y es importante leer, porque es así como, en la mayoría de los casos, podemos desprendernos de la piel vieja y renacer.

By the rivers of Babylon

Por los ríos de Babilonia nos sentábamos y llorábamos al recordar Judá («when we remembered Zion).

Es curioso como un hecho aparentemente irrelevante para el mundo de su época (el exilio del pueblo judío en Babilonia) acabó marcando la historia del mundo, al menos del mundo occidental.

Israel pocas veces fue un reino unido, nueve tribus y media formaban el rico reino del norte (Israel) y apenas dos tribus y media formaban el pobre reino del sur (Judá) pero del exilio en Babilonia sólo volvieron los segundos y volvieron transformados de allí.

El pueblo judío marchó a Babilonia politeista (si no me creen lean el segundo libro de Reyes, el reinado de Josías) y volvió de allí monoteista. El pueblo judío marchó a Babilonia sin textos sagrados y volvió de allí escribiendo textos que condicionarían la moral y la conducta de la humanidad en los siguientes dos mil quinientos años. El pueblo judío marchó a Babilonia hablando hebreo y volvió hablando arameo (el idioma de Aram, Siria). El pueblo judío marchó a Babilonia sin grandes relatos míticos y volvió de allí con las leyendas del Génesis (Enuma Elish), Job (Ludlul Bel Nemeki), Noé (Ut Napistim), e incluso con el culto a un dios anicónico.

¿Queréis saber quién era Mesías? Pues para los libros proféticos (Vid. Isaías) era Ciro el Grande, el rey que devolvió a su tierra a los judíos.

La cultura babilónica ha llegado a nosotros en forma de textos hebreos y por eso, hoy, si pensamos en el infierno señalamos abajo y si en el cielo arriba; por eso hoy tenemos diluvio, torre de Babel, ángeles, demonios leviathanes y un sinnúmero de leyendas más que, cuando se leen en la iglesia durante los oficios, son proclamadas «palabrabde Dios».

Por eso a mí, que me apasiona la cultura mesopotámica, ¿cómo no iba a entusiasmarme con los «Ríos de Babilonia» de Boney M?

Lo malo de estos Ríos es que son una filfa. El icónico «cantante» masculino del grupo jamás cantó, su voz y sus músicas las gobernaba un alemán rubio y feo (que también falsificó a Milli Vanilli) que sólo le dejaba bailar.

Aunque quizá este semi-fraude no esté mal, en el fondo el antiguo testamento podría entenderse también como una historia redactada por el babilonio Frank Farian e interpretada por el icónico judío negro Bobby Farrell by the rivers of Babylon.

https://youtu.be/0nO6xAPiz2o

Al menos en esto Platón dio en el clavo

Fue Platón quién nos dijo que nuestro conocimiento del mundo se reducía a unas sombras que veíamos proyectadas en el fondo de una caverna.

Seguramente los partidarios de las ideologías totalitarias habían leído a Platón y por eso se adueñaron del cine, de la radio y la televisión, para ser ellos los únicos que pudiesen proyectar sombras en el fondo de la caverna. Lo que supimos del mundo en aquellos años era lo que veíamos o escuchábamos en pantallas y altavoces controlados por quienes detentaban el poder.

Hoy seguimos conociendo el mundo por las sombras que percibimos en otros dispositivos que son el nuevo fondo de la caverna. Ahora ya no son sólo unos pocos los que pueden proyectar sombras en ella sino todos, aunque el control se efectúa de una forma distinta y más sutil, no todos los mensajes se proyectan a todos los ocupantes de la caverna, sólo los que un demiurgo llamado algoritmo permite.

Pero son ya tantos los años mirando el fondo de la caverna que parece que se nos haga imposible volvernos para mirar quién maneja los hilos de las marionetas, como para tratar de descubrir la identidad y la lógica del titiritero.

Miramos nuestras pantallas de la misma forma que el hombre de Platón miraba el fondo de la caverna, sólo que a nosotros no tienen que sujetarnos para que no volvamos la cara, a nosotros nos gusta mirar la pared del fondo.

En todas las sociedades la clase dominante siempre ha ido un escalón por delante: cuando los sacerdotes sabían leer el pueblo sólo escuchaba, cuando el pueblo aprendió a leer los ricos les imprimían la lectura, con la radio unos hablaban y otros escuchaban y con el cine y la televisión unos realizaban lo que otros habrían de ver.

Ahora que parece que podemos escribir, publicar, grabar audios y videos… Son los dueños de las plataformas los que deciden quién te verá o te leerá y quién no.

Es la vieja historia de siempre, salvo que ahora la llaman algoritmo.

Sin duda Platón, al menos en esto, dio en el clavo.

La extraña vergüenza

Acabo de pasar frente a la cola de uno de los «comedores solidarios» que hay en Cartagena. A las 12 de la mañana del día de Reyes una cola larga de personas esperaban a que se les entregase la bolsa con comida que portaban quienes salían del local.

El aspecto de quienes hacían cola no era el esperado: personas en torno a los setenta, mayoritariamente hombres, limpios, aseados y vestidos muy decentemente. También había, claro, inmigrantes y, en mucha menor medida, tipos humanos de esos que asociamos inmediatamente a la palabra «mendigos».

El panorama de este día de Reyes era surrealista, en cuanto abandonaban el local nada hacía pensar que aquellos hombres que llevaban una bolsita en la mano no tenían para comer y hoy habían tenido que echar mano de la caridad pública.

Uno de los que salían llevaba la misma dirección que yo y he caminado un buen rato casi a su altura. Hemos cruzado frente a un bar donde una mujer joven hablaba con un loro. Ella le decía «guapo» al loro y este le decía «guapa» a ella; niños y niñas jugando en el parque cercano formaban un griterío notable y, mientras, los padres se desayunaban con tostadas de pan y aceite.

El paisaje era onírico: el hombre caminaba ajeno al mundo con su bolsa en la mano mientras el mundo, ajeno a él, disfrutaba de la mañana.

Los seres humanos somos animales complejos y, de todos nuestros instintos, ninguno más complejo que la vergüenza. Quienes estaban en la cola lo hacían con forzada tranquilidad, con una calma impostada y, en cuanto salían, no se detenían ni un segundo antes de marcharse rápidamente del lugar. Es un instinto raro el nuestro.

Porque no hay nada vergonzoso en ser pobre. Es vergonzoso quedarse con el dinero de los demás, es vergonzoso enriquecerse a costa de dañar el entorno natural o cultural en que vivimos; es vergonzoso aprovecharse de un cargo público para medrar individualmente; muchas cosas son vergonzosas pero ser pobre no es vergonzoso.

Y sin embargo nuestra extraña cultura hace que los pobres sientan vergüenza y traten de que no se les note.

Y mientras veo al hombre alejarse con su bolsa de comida pienso en cuán extraña es esta sociedad que exhibe dinero en cuanto lo tiene mientras aleja de los ojos de la gente sus miserias ocultándolas en su corazón.

Hay pobres, cada día más desde que estalló la interminable crisis de 2008, pero si somos nosotros lo ocultamos y, si son los demás, no les vemos.

Un mundo feliz.

Comprenderán que no ilustre estas lineas con ninguna foto. Si ellos trataban de ocultar su situación no seré yo quien la publique.