Ayer fijé mi posición respecto de la Guerra de Ucrania partiendo de la base de que los invasores habían atacado a Ucrania sin «razón suficiente» y lo escribí así por unas cuantas —creo que buenas— razones.
Sólo en el cine y en las ingenuas películas americanas es simple y sencillo distinguir los buenos de los malos. En la vida real ningún «malo» es totalmente malo ni ningún «bueno» es totalmente bueno. El problema del ser humano no es elegir entre el bien y el mal pues el 99% de nosotros elegiríamos el bien, el problema es que no siempre es fácil distinguirlos y esto pasa en la guerra de Ucrania.
Ya sea como justificación o como coartada el líder invasor ha esgrimido varios argumentos y conviene repasarlos sin despreciarlos de antemano. Veámoslos.
El primero de sus argumentos es el de la seguridad. Si Ucrania entra en la OTAN su país puede que haya de hacer frente a bases militares demasiado cercanas y esto le parece intolerable.
Sé que muchos me dirán que Ucrania es un país independiente y que puede hacer lo que quiera y quizá tengan razón pero, por lo que valga, les ruego que vuelvan la mirada 60 años atrás, concretamente al año 1962.
En ese año, justo al lado de los Estados Unidos, un país caribeño —Cuba— se alineó fuertemente con la Unión Soviética. El gobierno de Fidel Castro había sufrido el año anterior un intento de invasión por parte de insurgentes cubanos que estaba apoyado desde la sombra por los Estados Unidos; fue el intento de desembarco en Bahía de Cochinos.
El régimen de Castro buscó en la cercanía a la Unión Soviética la protección que necesitaba y en 1962 esta relación puso al mundo al borde del holocausto nuclear.
La Unión Soviética, aprovechando que Cuba era un estado soberano como ahora lo es Ucrania, envió rampas de lanzamiento de missiles nucleares a Cuba. Los aviones espía americanos las detectaron y para cuando lanzaron un ultimátum diciendo que no tolerarían la presencia de armas nucleares en Cuba, los barcos soviéticos que transportaban las armas ya navegaban rumbo al Caribe.
Estados Unidos puso a su flota en situación de interceptarlos, Kruschev ordenó a los suyos seguir y ambos países pusieron sus arsenales atómicos en estado de alerta máxima. El mundo se enfrentó a la destrucción total.
Finalmente los barcos dieron la vuelta y hoy seguimos aquí. Cuba no volvió a sufrir un intento de invasión —aunque sí un bloqueo económico— y la Unión Soviética no volvió a intentar instalar misiles allí.
Supongo que captan el parecido.
Sesenta años después es el líder invasor quien reclamó que Ucrania no formase parte de la alianza militar adversaria por parecidas razones a las esgrimidas por Estados Unidos. Ciertamente hay diferencias pero el punto de partida es el mismo.
El segundo de los argumentos del líder invasor es el maltrato de la mayoría rusa en dos regiones de Ucrania. No voy a analizar aquí si el maltrato existe o ha existido, por razones puramente dialécticas admitiré que existe y, admitido esto, les pediré que vuelvan la mirada hasta 1918 y observen la situación de la entonces recién creada Checoslovaquia, un país entonces joven que, como hoy Ucrania, había sido creado conteniendo minorías étnicas en su interior.
Desde la creación de Checoslovaquia en 1918, se creó la expresión alemana «Sudeten» (Los Sudetes) para designar a la minoría germanófona que habitaba Moravia y, sobre todo, la frontera de Bohemia con la Silesia alemana, Sajonia y Baviera. Dicha minoría, que representaba más del 30 % de la población total de estos territorios (de una población total de unos 3,5 millones de habitantes) conservaba la cultura y las tradiciones alemanas. Eran descendientes de colonos alemanes invitados por los reyes de Bohemia a poblar la región a partir del siglo XIII.
El líder de la Alemania vecina exigió el respeto a esas minorías y los países europeos se mostraron dubitativos. El líder alemán, como en nuestros días el líder invasor, decidió intervenir, pero su acción no se limitó a los sudetes sino que finalmente acabó ocupando Checoslovaquia entera del mismo modo que hoy, la queja del invasor sobre las regiones de mayoría rusa no ha dado lugar a una intervención circunscrita a ellas, sino que ha abarcado a la totalidad de la nación Ucraniana, como hace cien años ocurrió en Checoslovaquia.
Muchas más razones se pueden aducir por el bando invasor: que el gobierno de Ucrania es corrupto, nazi, dictatorial, títere de Europa o de los Estados Unidos… Todo puede decirse, sí, pero ni estas ni las anteriores razones justifican una invasión.
Para quien defiende un rotundo no a la guerra ninguna de las razones anteriores justifican, no son razón suficiente, para un ataque como el realizado por el líder del bando invasor.
No, no hay bien químicamente puro ni mal quintaesenciado en las relaciones humanas; no hay ángeles ni demonios, pero sí podemos formarnos un juicio sobre las cosas más o menos aproximado.
Y si tienen dudas pueden preguntarse dos cosas: ¿Podría usted expresar una opinión contraria a la guerra en el país del líder invasor? ¿Por qué se condena a 15 años de cárcel a alguien que, como yo, publique que no hay razones suficientes? Y en segundo lugar, ¿qué puede pasar si el agresor ceja en su agresión? ¿Qué mal le parará? ¿Por qué mantiene la agresión incluso cuando ya ha ocupado las dos regiones en conflicto?
No, no existe el bien ni el mal puros, de hecho todos tienen su cuota de culpa en la mayoría de los casos pero las razones esgrimidas por quien ha decidido la agresión, aunque puedan ser ciertas, son a todas luces insuficientes.
Si se está en contra de la guerra las agresiones no pueden justificarse.
Y con esto cierro mi capítulo sobre Ucrania. Ojalá las muertes y la guerra acaben esta misma noche.