Concluye la tarde y me viene a la cabeza aquella plegaria que, según Kipling, rezaban los marineros fenicios cuando iban a morir y que analizaba Borges con tanta brillantez.
«Madre de Carthago, devuelvo el remo.»
Eran hombres de esos para quienes lo importante no es vivir sino navegar; gente para quien la vida era remar y a la hora de la muerte devolvían a Elisa —la reina madre de los carthagineses— la razón de vivir que les dio esta.
Y mientras pienso en esto recuerdo a muchos compañeros que conocí y que ya no están y pienso si, como los viejos marineros fenicios, a la hora del final no concluyeron con esa oración, acaso no sólo gramatical, con la que damos las gracias al acabar nuestro trabajo.
«Esto es todo, señoría, nada más y muchas gracias».