No elegimos ni a nuestros padres ni el lugar donde nacemos, es sólo cuestión de azar el nacer aquí o allá, en una familia culta o analfabeta, rica o pobre, católica, musulmana o atea.
Lo malo es que, cuando alcanzamos la edad en que somos capaces de distinguir lo justo de lo injusto, todas nuestras circunstancias vitales nos pesan demasiado para tener criterios de justicia que no estén afectados por fuertes sesgos.
Un buen ejercicio —que ya propuso Rawls— es el de imaginarse a uno mismo antes de nacer; antes de saber en qué país, en qué tipo de familia y en qué entorno cultural y religioso va a nacer; y, desde esa situación, decidir cuáles serían las reglas más justas que hubiesen de regir la sociedad humana.
A esta forma de pensar antes de saber qué posición concreta nos va a tocar en el mundo se la ha llamado reflexionar «tras el velo de la ignorancia»; obviamente no una ignorancia estulta sino una ignorancia que elimine todos nuestros sesgos.
Imagina que puedes nacer blanco, negro o cobrizo, rico o pobre, con medios culturales a tu alcance o no… ¿Qué leyes entenderías que deben regir las sociedades humanas? ¿De qué tipo de seguridad social serías partidario? ¿De qué modelo educativo? ¿De qué políticas migratorias? ¿Crees que tendrías las mismas convicciones que tienes ahora si hubieses de nacer mañana en unas condiciones que ignoras?
A menudo la defensa de la situación que ocupamos —si la entendemos ventajosa— condiciona nuestros criterios de justicia y a causa de ellas muy a menudo los forzamos para que se adecúen unos con otras; pero también, si ocupamos una situación que reputamos injusta, solemos considerar injusta toda posición mejor que la nuestra y las reglas que la permiten.
Tratar de reconsiderar las relaciones de justicia contemplándolas desde detrás del velo de la ignorancia de que hablaba Rawls es siempre un ejercicio fructífero.
¿Has probado a hacerlo alguna vez?