Eran las cinco en todos los relojes

Si Ignacio Sánchez Mejías levantase la cabeza y volviese a torear ya no moriría corneado por un toro «a las cinco de la tarde». A las cinco de la tarde Don Ignacio moriría como consecuencia de un superlativo golpe de calor. Miedo del toro no habría de tener porque el cornúpeta no saldría del toril salvo que le empujase al ruedo un tractor oruga caterpillar y podemos estar seguros de que el público no quedaría defraudado porque, a las cinco de la tarde, a las cinco en punto de la tarde, cuando fuesen las cinco en todos los relojes, el respetable estaría tumbado en el sofá de su casa durmiendo la siesta con el maxilar inferior descolgado y un estalactítico hilillo de baba colgando de la comisura de los labios que el ventilador frontero haría titilar gracias a sus oscilantes ráfagas de viento infernal. Si el respetable tiene aire aconcidionado ya ni le cuento, salvo que retransmitan en abierto la corrida no la verá y, en lugar de sacar el pañuelo, le dará un like al diestro en facebook y a otra cosa.

Sí, si los toros siguiesen siendo «a las cinco de la tarde», si las corridas empezasen cuando fueran «las cinco en todos los relojes» la paz entre bóvidos y antropoides quedaría firmada inmediatamente.

¿Y por qué pasa esto?

Pues por el carajal horario que llevamos. Cuando García Lorca escribió el «Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías» las cinco de la tarde eran las cinco de la tarde; en España aún no habíamos mixtificado las horas y a las 12 el sol estaba en lo alto —era mediodía— de forma que a las cinco media plaza estaba en sol y la otra media en sombra.

Por razones que ignoro (bueno, no las ignoro pero no me apetece contarlas) algunos gobernantes decidieron que el sol en España iba muy lento y ahora a las 14 horas son las 12 del sol y a las 7 de la tarde son las solares y taurinas «cinco de la tarde».

No entiendo qué ganamos llamando siete a las cinco, mediodía a las dos de la tarde ni medianoche a las 2 de la madrugada, salvo que, claro, nos guste presumir de levantarnos y acostarnos tarde o nos guste hacernos un lío sobre en qué momento del día estamos.

Sinceramente, no me gustan los cambios de hora, no entiendo por qué se hacen, me sientan mal, perjudican la salud y hasta la cultura: los estudiantes quedan incapacitados para entender hasta los poemas de García Lorca.

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