Tengo un buen amigo catalán que se declara independentista «en defensa propia». Afirma que en las instituciones políticas de España la corrupción y el nepotismo se han instalado de tal forma que prefiere probar a vivir en un estado improbable pero donde esos males aún sean remediables.
Tengo, por otro lado, otro conocido —menos amigo que el anterior— que solía decirme: ¿Y cómo no van a querer la independencia los catalanes si, cuando veo cómo va España, a mí, que soy de Burgos, también me gustaría pedir la independencia?
Pueden ustedes discutir las afirmaciones de ambos, pueden decirles que el estado catalán tiene incluso mas visos de corrupción y nepotismo que el español, pueden decir que Burgos es una nación imposible… Pero lo que no pueden hacer es quitarles la parte de razón que indudablemente tienen.
Las gentes abandonan sus patrias cuando estas no satisfacen sus necesidades (alimentación, educación, sanidad) o sus deseos (libertad, igualdad, búsqueda de la felicidad).
En 1970 yo me «independicé» de la selección española de fútbol —que no se clasificó para el mundial— y me hice brasileño. Aquella delantera cuyos nombres rimaban como los versos de «Os Lusiadas» (Jairziño, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelinho) me ganó para la canariña y para el fútbol durante una década.
La clave es que Brasil jugaba bien. No importaba que antes hubiese ganado o no campeonatos del mundo, lo que importaba es que aquellos futbolistas hacían del juego un arte y una diversión. Tú no ibas con Brasil por lo que antes había ganado, ibas con Brasil porque sabías que cada nuevo encuentro podía ser maravilloso. Y lo era.
Con los países pasa algo muy parecido. De los 5000 años de historia de la humanidad 3000 están escritos en escritura cuneiforme, nadie tiene más pasado ni más gloria que aquellas civilizaciones… y acabaron. También el imperio romano acabó, tras más de dos mil gloriosos años de historia, el martes 29 de mayo de 1453 y de nada le sirvió argumentar sus antiguas glorias.
Los estados, los mayores imperios, acaban; y España acabará, no le quepa a usted la menor duda y, ese día, España, como el imperio romano, como Babilonia, como el Antiguo Egipto, pasará a ser no más que unas cuantas páginas gloriosas en los libros de historia. Ya no será una realidad «discutida y discutible», será sólo una lección más a estudiar y aprender.
Pero, para eso, aún falta algo de tiempo. ¿Cuánto? Pues, a mi juicio, depende de usted.
Un estado, una nación, una patria, no es tanto una memoria del pasado como un proyecto de futuro. Nadie quiere dedicar su vida a proyectos estériles por más glorias pasadas que le ofrezcan pero muchos serán capaces de dedicar su vida a proyectos que merezcan la pena ser vividos. Pocos pueden querer vivir en países donde el futuro de sus hijos venga determinado por la fortuna de los padres y donde su horizonte vital sea, con suerte, estar parado o ser camarero. No, si tu país tiene ahora historia es porque, antes, tuvo proyectos y ten la seguridad de que, si ahora no hay proyectos, tu país pronto será historia.
A ver cómo te lo explicaría yo con un simil futbolístico.
Cuando Luís Aragonés se cargó a Raúl —santo y seña de España, gloria de la nación y cabeza de los valores hispanos— toda la prensa le saltó al cuello; pero Luís había decidido que tenía un proyecto, que España ya no iba a ser solo furia, que sabíamos jugar bien y podíamos jugar bien, que solo nos faltaba querer hacerlo. Y el milagro se produjo.
Tras aquello el mundo se llenó de niños que, como yo en el 70 con Brasil, querían ser españoles, querían una camiseta roja con el escudo de España que detrás pusiese Xavi, Iniesta o Torres. Incluso cuando al independentista Gerard Piqué se le comunicó que podría no tener sitio en la selección toda su aversión a España desapareció para pedir, por favor, que no le sacasen de aquel paraíso.
Luís Aragonés quemó algún símbolo viejo, pero le dio un proyecto a la selección española, un proyecto que ahora es historia de la buena.
Por eso suelo sospechar de quienes se agarran a viejos símbolos para que nada cambie y afirman que son patriotas; por eso sé que quienes nos gobiernan no lo son si permiten la corrupción el nepotismo o el parasitismo político; por eso sé que no es patriota quien sueña solo para unos pocos y no un futuro para todos.
Quizá a España le haga falta un Luís Aragonés, pero lo seguro es que a España le falta un poco de eso que caracteriza a la selección de fútbol de Brasil: «Jogo Bonito»