A la paz de dios

Una imagen de la Inmaculada Concepción de María preside el rectángulo que los cartageneros conocemos como Plaza de Risueño.

En su lado norte un edificio tan antiguo y valioso como poco cuidado alberga en sus bajos el «Restaurante Alhambra» un local árabe que sirve comida «halal» y que ha tenido la buena idea de colocar mesas y sillas en la propia plaza.

El lado este de la plaza lo ocupa la magnífica «Panadería Davó» un lugar que hornea y produce artesanalmente sus panes y sus dulces y del cual aún no he logrado saber las horas de cierre pues siempre que paso lo encuentro abierto.

Al lado sur hay un local de apuestas bajo el cual hay una casa romana visitable que es conocida —una curiosa councidencia— como «La casa de la fortuna» y no por causa del local de apuestas que hay sobre ella sino a causa de alguno de los frescos que aún decoran aquella vieja casa romana.

Finalmente, el lado oeste lo ocupan algunas viviendas y la trasera del «Cine Central» (antes «Cine Sport») un local maravilloso que lleva abandonado años aun cuando parece que la Comunidad Autónoma en algún eón próximo hará algo.

La plaza, inhabitable en horario diurno debido al calor del verano, por la noche y con la fresca se convierte en un espacio amable. Hoy iba a cenar a mi casa —algo más adelante en la calle Serreta— cuando he visto las mesas, los árboles y la magnífica temperatura que convidaba a cenar algo allí.

Me he pedido un pisto (es hora de cenar y no se debe embaular demasiado) y ahora, bajo la protectora imagen de la Inmaculada Concepción de María, cenamos a la paz de dios —se llame este como se llame— cristianos, musulmanes, ateos, agnósticos y hasta algunos subsaharianos de negrísima piel negra cuyo credo religioso no soy capaz de inferir.

Yo tendría que haber ido a cenar a casa pero aquí se respira paz y frescura ¿Cómo iba a dejar pasar esta oportunidad?

Esta va por ti Laura

Sería injusto que yo no escribiese ahora nada sobre Laura porque, sin haber conocido nunca a Laura, Laura De Los Santos Martínez ha representado cosas importantes en mi vida.

Laura era ese calendario que, con precisión de procuradora buena, llegaba por navidades para que yo pudiera contar los plazos al estilo de la vieja escuela, con cartón y rotulador. Su detalle no era ninguno de esos odiosos envíos masivos por whatsapp con los que personas que no te aprecian te hacen saber que no gastarán un segundo en ti. En los almanaques navideños de Laura unas manos humanas habían introducido un regalo en un sobre que cerraban con saliva de su boca. Laura era real.

Nunca vi en persona a Laura, pero la quise y la quiero.

Laura fue la mujer que, cuando estábamos en plena pelea contra las tasas, acudía a los actos públicos de las más importantes corporaciones con su camiseta negra y la estrella roja con la #T de la Brigada Tuitera, esa que reunió a los mejores corazones de la abogacía y la procura. Laura no peleaba por ella, o al menos no solo por ella, Laura peleaba por todos, por una justicia de todos en un país de todos.

España hoy es un país con más injusticias que en 2013 cuando la Brigada comenzó a cabalgar y sin embargo, hoy, Laura ya no puede seguir ganándose la vida como la procuradora que fue durante su vida activa y las circunstanias la obligan a dejar la profesión a la que ha dedicado su existencia para buscar su sustento no sé bien en qué nuevos territorios de caza.

Es sorprendente.

Es sorprendente que, en un país donde el número de procedimientos aumenta año a año, para abogados y procuradores sea cada vez más complicado ganarse la vida. Es sorprendente que, en lugar de trabajar porque exista una administración de justicia capaz de resolver en un tiempo razonable cualquier demanda de justicia de los ciudadanos, lo que se trabaja es por evitar que los asuntos lleguen a ella. Es sorprendente que, lejos de garantizar una justicia de calidad para todas las partes en un proceso, se asuma que existe una justicia low-cost para pobres y una justicia «gold» para ricos y corporaciones.

Nuestra constitución empieza con las siguientes palabras: «La nación española deseando establecer la justicia…» y parece que aquí ya nadie cree ni en la constitución ni en el primer anhelo de los españoles que en ella se recoge.

Laura deja la profesión a la que ha dedicado su vida no porque no sea una magnífica profesional sino porque quienes han gobernado y gobiernan esta nación son unos políticos deleznables.

Por eso sería injusto que yo no escribiese hoy de Laura, una de las nuestras, una de esas profesionales que, ademas de hacer su trabajo, aún tuvo el coraje de pelear por los derechos de todos los españoles comprometiendo su esfuerzo y su imagen.

Ninguno de todos esos que se reparten entre ellos la bisutería jurídica con que se premian las amistades y las influencias en las altas esferas van a hacer justicia a Laura, por eso, hoy, me apetece entregarle una de esas condecoraciones con las que los juristas agradecemos a nuestros compañeros y compañeras que exIstan y sean como son; hecha de una aleación de cariño, admiración y respeto hacia ti, Laura, uno de los mejores sables que jamás tuvo ni tendrá la Brigada.

Va por ti Laura y espero que no te moleste: siempre procuradora en mi alma y en mi mente.