A la paz de dios

Una imagen de la Inmaculada Concepción de María preside el rectángulo que los cartageneros conocemos como Plaza de Risueño.

En su lado norte un edificio tan antiguo y valioso como poco cuidado alberga en sus bajos el «Restaurante Alhambra» un local árabe que sirve comida «halal» y que ha tenido la buena idea de colocar mesas y sillas en la propia plaza.

El lado este de la plaza lo ocupa la magnífica «Panadería Davó» un lugar que hornea y produce artesanalmente sus panes y sus dulces y del cual aún no he logrado saber las horas de cierre pues siempre que paso lo encuentro abierto.

Al lado sur hay un local de apuestas bajo el cual hay una casa romana visitable que es conocida —una curiosa councidencia— como «La casa de la fortuna» y no por causa del local de apuestas que hay sobre ella sino a causa de alguno de los frescos que aún decoran aquella vieja casa romana.

Finalmente, el lado oeste lo ocupan algunas viviendas y la trasera del «Cine Central» (antes «Cine Sport») un local maravilloso que lleva abandonado años aun cuando parece que la Comunidad Autónoma en algún eón próximo hará algo.

La plaza, inhabitable en horario diurno debido al calor del verano, por la noche y con la fresca se convierte en un espacio amable. Hoy iba a cenar a mi casa —algo más adelante en la calle Serreta— cuando he visto las mesas, los árboles y la magnífica temperatura que convidaba a cenar algo allí.

Me he pedido un pisto (es hora de cenar y no se debe embaular demasiado) y ahora, bajo la protectora imagen de la Inmaculada Concepción de María, cenamos a la paz de dios —se llame este como se llame— cristianos, musulmanes, ateos, agnósticos y hasta algunos subsaharianos de negrísima piel negra cuyo credo religioso no soy capaz de inferir.

Yo tendría que haber ido a cenar a casa pero aquí se respira paz y frescura ¿Cómo iba a dejar pasar esta oportunidad?

El auténtico padre de la patria

Hablaba hoy con un joven político de la Región de Murcia a propósito de eso que llaman las «identidades» regionales y debatíamos sobre por qué esta región carece de esa identidad compartida por todos que otras regiones sí tienen.

Ustedes ya saben lo que yo pienso sobre las «identidades» nacionales y regionales, el fundamento ideológico y los relatos que las sustentan —pues ya lo he contado en post anteriores— pero, interpelado esta mañana sobre por qué toda esa tramoya no funciona en el caso de la Región de Murcia, no me ha quedado más remedio que jugar con unas reglas que no comparto y decirle

—Toda la culpa la tiene Leandro.

El hombre me ha mirado con cierta curiosidad —cosa rara pues jamás me hace el menor caso— y he tenido que recordar todos los libros del colegio de mi niñez para justificar mi respuesta.

Mira, cuando en el siglo XIX se construyó la identidad española en este relato el momento inaugural corresponde al reino visigodo y eso se aprecia en las historias de España y en las lecciones de nuestras viejas enciclopedias de «Álvarez».

Para los niños de los 60 (y de los 20, los 30, los 40 y los 50 y aún de décadas anteriores) la historia de España no comenzaba sino hasta el reinado del rey godo Recaredo. Durante las lecciones anteriores los niños estudiábamos cómo los saguntinos, numantinos y cántabros demostraban frente a cartagineses y romanos el celtibérico valor de los protohispanos; cómo Trajano o Séneca demostraban la sabiduría y conocimiento de los hispanorromanos y cómo una panda de salvajes, llamados «los bárbaros del norte», finalmente, llegaban a la península ibérica destrozándolo todo porque eran unos bestias que, además, eran unos herejes del carajo que yacían en el piélago de la herejía arriana. Recuerdo bien la ilustración de aquella lección en mis libros infantiles: un sujeto a caballo, espada en mano, cabalgaba sobre un fondo de destrucción y casas en llamas.

Sin embargo, estos «bárbaros del norte», un par de lecciones después, aparecían ya como los titulares del reino de forma que los alumnos de entonces estudiábamos la lista de los reyes godos como los primeros «Reyes de España». Si tienes dudas acércate a la Plaza de Oriente en Madrid y verás que allí están sus estatuas como reyes de una España que acababa de nacer.

¿Qué había pasado para que estos que no eran sino unos «bárbaros» pasasen a ser los legítimos titulares del reino de España?

Pues eso, que intervino Leandro, pero, para entender lo que hizo, hay que leer ese par de lecciones que separaban la intitulada «los bárbaros del norte» de esa otra que nos contaba cómo el rey Don Rodrigo (el último rey godo) había perdido España a manos de los musulmanes.

En ese par de lecciones los niños leíamos primero cómo Hermenegildo, hijo del rey Leovigildo, se convirtió al cristianismo neto y católico mientras que su padre se arriscó en la nefanda herejía arriana. Leovigildo acabó degollando a su hijo —los visigodos eran así— el cual, conseguida la palma del martirio merced a su violenta muerte, fue proclamado santo: San Hermenegildo.

Afortunadamente para las Españas en Sevilla acababan de nombrar obispo a un zagal de Cartagena llamado Leandro. Cómo y por qué había tenido Leandro que huir de Cartagena y marchar a Sevilla da para dos o tres novelas pero eso lo dejaremos para otro día, hoy toca contar que Leandro, un tipo listo y de sólida cultura, convenció al rey godo Recaredo de que eso del arrianismo era una catetada muy grande y que lo que tenía que hacer era convertirse al catolicismo neto y de este modo conformar sus creencias con las de la población hispana.

Recaredo le hizo caso, se convirtió y, desde entonces, gracias a Leandro y al burro de Recaredo, la monarquía visigoda pasó a ser monarquia hispánica.

Sí, no le den vueltas, para nuestros viejos libros de historia si no eras católico no eras español por mucho que te empeñaras y fue por eso que los árabes, por más que se tiraron ocho siglos en la península ibérica, nunca fueron considerados españoles por nuestros libros mientras que los visigodos, con apenas dos siglos de presencia en la península, se convirtieron en el núcleo fundacional de la nación española, con sus Rodrigos perdiendo España y sus Pelayos echándose al monte en las Asturias.

Desde entonces acá la historia de España es la historia de los reinos del norte peleando contra unos árabes que, a pesar de sus ochocientos años de presencia en la península, nunca se ganaron en nuestros libros de historia la condición de «españoles».

¿Y quién fue pues el padre de la patria española?

Pues un cartagenero, Leandro (San Leandro), que, al convertir a Recaredo al cristianismo, produjo las condiciones idóneas para el relato que ahora conocemos. Leandro, ese zagal cartagenero que hubo de huir con sus hermanos a Sevilla, es un tipo al que se rinde culto en Sevilla, en toda España y, naturalmente, también en la Región de Murcia, a pesar de que, cuando él vivió, ni la ciudad de Murcia existía ni mucho menos ninguna comunidad política con ese nombre que Leandro jamás alcanzó a oír ni pronunciar.

Leandro, con su III Concilio de Toledo, también la lió parda en el asunto de los credos los cismas y el filioque y hasta tiene su cuota parte de responsabilidad en la no tan lejana guerra serbo-croata, pero eso ya lo conté otro día.

Y ahora… Ahora ya no les voy a contar más, se me ha enfriado el café y voy a pedirme otro para tomármelo calentico que es como a mí me gusta.

Otro día les cuento lo de la identidad (o falta de identidad) de esa Comunidad Autónoma que coincide con la diócesis carthaginense; ahora me voy a tomar el cafelico a gusto.

Sólo cambian diosas, templos y ritos, el alma humana persevera. Per severa. Per se vera.

En el pequeño espacio que se ve en la fotografía los cartageneros han dado culto a tres diosas desde hace más de dos mil años. A ustedes puede parecerles algo de poca importancia, a mí me impresiona y me sume en cavilaciones.

En primer término pueden ver el templo de Isis, una deidad egipcia cuyo culto fue mayoritario en el siglo I de nuestra era. Diosa madre, grande en magia, estrella de los mares y protectora de los marineros no cuesta imaginar cómo su culto llegó hasta aquí desde el oriente en los barcos que llegaban desde allá.

A la izquierda, tras una especie de escalinata, se ve la única columna que queda del templo de Atargatis, otra diosa relacionada con el agua, de hecho Atargatis fue una diosa sirena, mitad mujer mitad pez. Fue otra diosa que llegó en barco.

A la derecha se ve la cúpula de la iglesia de la Virgen de la Caridad, la actual patrona de la ciudad, otra figura sacral que también llegó en barco.

Muchas oraciones de muchas personas de muchas fes y credos distintos aún vibran en este pequeño espacio de mi ciudad. ¿Hay algo especial en él que atrae a las diosas?

Esta es una de las muchas partes de que está hecha mi ciudad.

Requiem por el Mar Menor

¿A quién pertenece el paisaje? ¿A quién pertenece el mar? ¿Dé quién es la fauna que habita los mares y la tierra?

La materia prima del turismo es el paisaje y, cuando este se deteriora en beneficio de unos pocos y en perjuicio de todos, se debería ser extremadamente cuidadoso en su administración.

La mayor parte de la humanidad no tiene una segunda vivienda en la ribera del Mar Menor ni tiene explotaciones agrícolas o industriales que viertan en él residuos; los pocos afortunados que disponen de ellas disfrutan de un lugar único en el mundo a costa de estropear su paisaje y su ecosistema y quienes cultivan en sus riberas se lucran a costa de estropear el patrimonio de todos.

¿Y qué ha hecho el derecho y la justicia en todo esto?

Nada.

La justicia del hombre moderno se funda en principios propios de un derecho forjado hace catorce siglos en Constantinopla y este no contempló nunca un poder tan tremendo del ser humano sobre la naturaleza. Tribunales consuetudinarios como los de los regantes de las huertas de Valencia o Murcia se han revelado más eficaces en la defensa del procomún que cualquier moderna institución jurídica y, sin embargo, hasta esos tribunales y su trabajo han sido despreciados.

La catástrofe del Mar Menor es una oportunidad única para hacer progresar los principios jurídicos, científicos, urbanísticos, paisajísticos y económicos así como, «last but not least» la conciencia de los seres humanos sobre la gestión del procomún.

El reto de la humanidad es aprender a gestionar la atmósfera, los mares, los recursos, las basuras, el hábitan de todas las especies animales del mundo incluída la especie humana… Pero lo dejaremos —ya lo estamos dejando— pasar entre sietemesinas luchas políticas y mezquinos apetitos de ridículo poder para decidir quién manda en el basurero.

Aprender a salvar el Mar Menor es aprender a salvar el mundo pero la mirada de quienes nos gobiernan y de quienes aspiran a hacerlo está tan limitada por su ronzal ideológico-interesado que no cabe en ella algo tan grande como el Mar Menor.

Siento vergüenza.

El Auxiliar 2⁰ de Máquinas

Fue por ese detalle por el que, muchos años después, la familia del Auxiliar 2⁰ de Máquinas, sabría que él llevaba el práctico a bordo.

El B-6 había sido diez años antes el orgullo del Arma Submarina española pues, el ahora viejo pero entonces joven sumergible, había batido el récord mundial de permanencia en inmersión al mantenerse sumergido tres días, una hazaña increíble para la época.

En aquellos años los marineros del B-6 paseaban orgullosamente por Cartagena luciendo en la cinta del lepanto el distintivo de su sumergible; ahora, sin embargo, la dotación del B-6 esperaba la muerte entre los muros del Arsenal de El Ferrol y uno de ellos, el Auxiliar 2⁰ de Máquinas, se ocupaba en plantearse y resolver difíciles operaciones aritméticas.

Esperar la muerte no es algo para lo que nadie esté preparado. El Auxiliar 2⁰ de Máquinas había oído hablar de personas que habían logrado no perder la cordura en trances como ese ocupando su mente en tareas complejas como analizar partidas de ajedrez, pero él no sabía jugar a ese ni a ningún otro juego parecido y por eso, ahora, ocupaba su mente en resolver difíciles operaciones aritméticas.

Las razones por las que los marineros del B-6 esperaban allí la muerte eran de esa especie que sólo se encuentra en las guerras civiles.

Cuando el B-6 zarpó de su base de Cartagena con una carga de 25 toneladas de munición para el ejército del norte era ya un submarino viejo. Sus tubos lanzatorpedos era dudoso que pudiesen o quisiesen disparar, los 60 metros nominales de profundidad que podía alcanzar en inmersión cuando fue construido se habían reducido a 30 y las 25 toneladas de carga que acarreaba no ayudaban tampoco a que un navío de equilibrio tan delicado como un submarino estuviese en las mejores condiciones de navegar.

Todos en Cartagena sabían, además, que el comandante del submarino no era de fiar. Sospechoso de ser partidario del ejército rebelde, desde Madrid se cometió la insensatez de darle el mando del B-6 para aquella misión, pues a la República no le quedaban ya oficiales del Cuerpo General capaces de mandar este tipo de navíos.

El destino del B-6 estaba escrito desde el mismo momento que zarpó de Cartagena con destino a Bilbao y el desenlace sobrevino cuatro días después de su partida, cuando el sumergible se hallaba a la altura del Cabo de Peñas —frente a la costa asturiana— y fue avistado, navegando en superficie, por el destructor «Velasco» de la escuadra rebelde.

En un primer momento el destructor se lanzó a por el sumergible pero el B-6, al divisarle, hizo inmersión perdiéndose de la vista del destructor el cual, sin dispositivos de rastreo submarino, no pudo sino dar la noticia a otros dos barcos rebeldes que navegaban por la zona, el remolcador artillado «Galicia» y el bou armado «Ciriza» para que extremasen la vigilancia y ahí vio el comandante del B-6 su oportunidad.

Dispuesto a entregar el submarino al enemigo, el comandante ordenó superficie una vez pasado el peligro y permaneció así hasta que el «Galicia» y el «Ciriza» les avistaron de nuevo, momento en el que volvió a ordenar inmersión pero no sin antes sabotear la válvula del acústico. Iniciada la inmersión la tripulación observó como penetraba agua por la vela del submarino y ante el riesgo de hundirse hubieron de volver a salir a superficie donde el comandante contaba con entregar el submarino a la escuadra enemiga.

Sin embargo, la tripulación, ya había decidido que ese no sería el destino del B-6.

Con el «Galicia» disparando sus cañones a una milla por la proa y acercándose a toda máquina, el B-6 hizo su última inmersión mientras el «Galicia» le pasaba por encima lanzando cargas de profundidad. El submarino volvió inmediatamente a superficie y a 1500 metros la tripulación se aprestó a defenderse con el único cañón de cubierta del submarino.

Porque, aunque el comandante traidor siguió ordenando absurdas maniobras para que el submarino quedase a merced de los barcos adversarios, los marineros del B-6 no estaban dispuestos a que eso sucediese y, sordos a las órdenes del comandante, comenzaron a disparar frenéticamente el cañón del submarino contra los barcos adversarios. Y lo hicieron admirablemente.

Tras alcanzar varias veces al «Galicia» causándole daños y la muerte de 9 desgraciados marineros, el submarino forzó máquinas tratando de escapar pero, avisado del combate, el destructor «Velasco» comenzó a cañonear al submarino desde 5000 metros de distancia. Fue cuestión de tiempo que las salvas del Velasco alcanzasen al B6 destrozándole una de ellas la máquina, de forma que, viéndose perdidos y sin gobierno, los marineros del B6 abandonaron el barco no sin que antes el Auxiliar 2⁰ de Electricidad y el Cabo Artillero bajasen al interior del buque para abrir los grifos de fondo y hundirse con su barco: el submarino no combatiría bajo bandera rebelde.

Rescatados por el Velasco, los supervivientes del B6 fueron sometidos a un simulacro de Consejo de Guerra y ahora esperaban en el Arsenal del Ferrol su ejecución. Por eso, ahora, el Auxiliar 2⁰ de Máquinas del B-6 realizaba complejos cálculos mientras esperaba que le sacaran de la prisión para conducirlo frente al pelotón de fusilamiento en el paredón de la Punta del Martillo.

Y así se fueron sucediendo los días para los marineros del B-6, viendo salir y no volver a viejos compañeros, Maquinistas, Auxiliares de Torpedos y de Radio, Cabos de Artillería y Electricidad… y esperando que al día siguiente les tocase a ellos.

Cuando se espera la muerte no hay mucho que hacer, si acaso tratar de no volverse loco y eso era lo que hacía el Auxiliar 2⁰ de Máquinas con sus cálculos y operaciones.

Y fue por ese detalle por el que —muchos años después— los familiares del Auxiliar 2⁰ de Máquinas, supieron que el viejo marinero llevaba el práctico a bordo y esperaba la muerte.

Porque el viejo Auxiliar 2⁰ de Máquinas, el mismo que había esquivado la muerte muchos años antes en el Arsenal de El Ferrol, yacía en la cama de un hospital de Cartagena y se le oía musitar, débilmente, complejos cálculos aritméticos.

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Quizá deba dar una explicación a quienes lean esto y no sean de Cartagena. «Llevar el práctico a bordo» es en el habla de aquí —al menos en el habla de hace unos años— sinónimo de llevar la muerte encima. Una expresión del tipo «ese lleva el práctico a bordo» viene a significar algo así como «la enfermedad de ese es incurable», o «ese ya está condenado».

Y otro dato. Toda la tripulación del B-6 fue condenada a muerte salvo —obviamente— el comandante que les traicionó quien se incorporó inmediatamente al ejército rebelde. Quienes no fueron ejecutados vieron conmutada su condena por la de 30 años de prisión.

La presente historia está fundada en hechos reales aunque, creo, que suficientemente deformados en algunos detalles.

Políticas macabeas

Hay momentos cruciales en la historia cuyos efectos se dejan sentir durante milenios y uno de ellos es, con toda seguridad, ese lapso de diez años en que Alejandro Magno conquistó un imperio mundial que abarcaba desde los balcanes en Europa hasta la ribera del Ganges en la India. Las dos grandes regiones que habían forjado los cimientos de la civilización hasta ese momento, Egipto y Mesopotamia, quedaron bajo dominio griego, como también quedó bajo dominio griego una región vital para lo que ha sido después la cultura del mundo occidental: Canaán y, singularmente, las regiones que hoy ocupa el estado de Israel y por entonces poblaban los restos que habían quedado de las tribus de Israel tras los sucesivos exilios (Judá, Benjamín…), Samaría, Galilea, Perea, Idumea… En fin, toda esa geografía que aparece en unos textos decisivos para civilización occidental: los que componen la Biblia Hebrea o Antiguo Testamento.

Las conquistas de Alejandro Magno fletaron un concepto que hoy nos resulta muy familiar asociado a los fenomenos religiosos: la «ecumene».

Verdaderamente Alejandro Magno fue el creador de la aldeal global, algo que nosotros llamamos ahora el «mundo helenístico».

Tras esos diez años de fulgurantes conquistas de Alejandro Magno que les he mencionado el mundo cambió por completo. De un mundo donde las gentes se identificaban en virtud de una etnia y un territorio se pasó a un mundo donde las personas se identificaban en virtud de una cultura. Si usted hablaba griego koiné podía viajar desde Atenas a Etiopía o desde Jerusalén a Bactriana sin demasiada necesidad de usar otra lengua. Podía usted además reconocer en las ciudades por donde pasase el modelo de ciudad estado griega y podría ver cómo en sus teatros se representaban obras griegas con igual o superior magnificencia.

La helenificación de los pueblos que cayeron primero bajo el dominio de Alejadro y posteriormente bajo el de sus generales Seleuco y Ptolomeo fue tan importante que, por ejemplo, para la época del nacimiento de Cristo, nuestro Antiguo Testamento (la Biblia Hebrea) hacía dos siglos que había sido traducida al griego koiné por orden de Ptolomeo II, pues los propios judíos habían dejado mayoritariamente de hablar hebreo durante el exilio en Babilonia de donde volvieron hablando arameo y, tras la conquista de Alejandro Magno, griego koiné.

Hablar hebrero o arameo llego a ser en cierto momento algo excepcional incluso para los propios judíos y, tal y como puede leerse en los «Hechos de los Apóstoles», el hecho de que Pablo pudiese hablar en arameo a la multitud resultó a muchos sorprendente.

Ese traducción del Antiguo Testamento al griego, iniciada dos siglos antes del nacimiento de Cristo por orden de un faraón griego de nombre griego (Ptolomeo II Filadelfo) y llevada a cabo en una ciudad significativamente llamada Alejandría, es una buena ilustración de cómo la cultura griega había invadido todo el oriente dando lugar a eso que llamamos el mundo helenístico y que sería el ecosistema en el que nacería y desarrollaría esa religión sobre la que se construyó lo que hoy se conoce como la «civlización occidental».

Sin embargo, ese mundo donde las gentes se identificaban por factores biológico-geográficos, (una etnia, un territorio) no había muerto y mucho menos entre los pertenecientes a un pueblo que se consideraba «el pueblo elegido» y que creía habitar una tierra que les había legado el mismo Yahweh; y en esa situación aparecieron los insurgentes contra la cultura y la dominación griega, unos hombres a los que la historia conoce como los Macabeos, gentes que sublevaron a su etnia contra aquella nueva realidad, gentes que no deseaban pertenecer a la ecumene alejandrina.

Si lo piensa usted bien la situación de la Judea del siglo primero antes de Cristo es muy parecida a la actual.

Las olimpiadas griegas ahora ya no eran griegas pues ahora eran patrimonio de todo el mundo helenizado; de ahí que Gasol pudiese entonces jugar en la NBA y que no hubiese problema alguno en que el auriga Fernando Alonso compitiese en el hipódromo, eso sí, dando las ruedas de prensa en griego koiné.

A la gente le encantaba ponerse nombres griegos como signo de estatus y si hoy la moda es llamarse John, Samantha o Jennifer, entonces un rey podía llamarse Antíoco Epífanes o Cleopatra, nombres griegos ambos.

Ideas, religiones, comida, dinero, textos filosóficos y científicos, navegaban entonces y ahora por aquella aldea global y por esta, las modas se propagaban y, frente a la idea tribal de etnia y territorio, apareció por primera vez la idea de cultura que, poco después, los romanos llevarían a su máxima expresión incorporando dentro de un solo inperior multitud de razas, religiones y territorios.

Pero, la misma pulsion étnico-territorial que en Judea llevó a los Macabeos a alzarse en contra de la ecumene helenística, ha estado siempre presente en nuestra civilización y esa pugna entre la aldea global y el estado tribal nunca ha acabado de extinguirse.

Ese binomio pueblo (etnia) y territorio (estado) está presente y en la base de muchos de los conflictos del siglo XX y no cuesta trabajo encontrarlo bajo eslóganes cultivadísimos como el «Ein Volk, ein Reich, ein Führer» de infausto recuerdo.

La dinastía Asmonea, la raza de los Macabeos, jamás se ha extinguido y puebla todos los estados de la tierra y esa pulsión macabea, a poco que se rasque, igual aparece bajo cualquier brexit que bajo cualquier apelación a «la patria» sea esta la patria que sea que defienda el que la invoca.

La humanidad es en esto, sí, muy griega y dual: mundo de las ideas y de la materia, bien y mal, alma y cuerpo… Pero también grecolatinos o macabeos.

Y ahora que he escrito esto (que inevitablemente alguno de ustedes calificará de «rollo macabeo») me quedo interrogándome sobre cuánto hay en mí de ecumenista grecolatino o de particularista macabeo.

Y no, creo que no; creo que a mí me gustan muy poco los rollos macabeos, esos que, sin embargo, sirven a muchos políticos que no necesitan más ideas (quizá no las tienen) que saber que pertenecen a un pueblo y que nacieron en un lugar.

La luna, el agua y la Región de Murcia

Leo que han detectado agua en la luna y no puedo evitar sentimientos encontrados. Me alegro, mucho, sí, soy un trastornado de la carrera espacial y es este un viejo sueño largamente acariciado pero, según me alegro, miro a mi alrededor y me invade la melancolía.

Vivo en un región sedienta de agua, vivo en una región donde Portmán y el Mar Menor nos gritan a la cara todos los días que somos unos inútiles. Somos capaces de alegrarnos de que el ser humano encuentre agua en la luna pero no somos capaces de movilizar a los muchos y buenos científicos que tenemos para, no sólo remediar, sino establecer procedimientos de recuperación del procomún en casos como los dichos de Portmán y el Mar Menor.

En la Región de Murcia la hemos cagado bien cagada, pero, con todo y con eso, la mayor cagada la estamos cometiendo en este momento, demostrando que somos incapaces de movilizar todos nuestros recursos para dar una esperanza al mundo en este tiempo de cambio climático y tragedia del procomún.

Tenemos una causa digna del esfuerzo de la humanidad en su conjunto y en el Paseo de Alfonso XIII son incapaces de liberarse de sus sietemesinas vendas políticas y pensar en grande, como seres humanos parte de una humanidad en peligro.

Sí, me alegra leer que han descubierto agua en la luna, pero, al mismo tiempo, me entristece saber que en el Paseo de Alfonso XIII esos hombres y mujeres a los que los partidos nos dicen que votemos son incapaces de encontrar la forma de ponerse de acuerdo.

Quizá sea ya tiempo de hacer algo.

Distinguiendo calderos

Si ve usted anunciado en un restaurante caldero murciano tema usted lo peor: el caldero “murciano”, simplemente, no existe. Y no, no me lo discuta: NO existe.

Pero si ve usted anunciado Caldero de Cartagena puede usted temerse, igualmente, lo peor; pues, si el caldero “murciano” no existe, el «cartagenero» tampoco (aunque sí existe el caldero de “Santa Lucía”, un barrio de Cartagena).

Vamos a llamar a las cosas por su nombre y a los calderos por el suyo, limpiemos de mixtificadores y pseudo gastrónomos el mundo y vayamos a lo que importa: la manduca.

Hay tres clases solamente de caldero en el universo mundo y su denominación responde a los productos del mar con que está confeccionado. Se llama “Caldero del Mar Menor” al que está hecho con los peces de ese —hoy— agonizante mar (singularmente mújoles), se llama “Caldero de Cabo de Palos” al que está confeccionado con peces del Mar Mayor (que es la forma en que por aquí se llama al Mediterráneo) y existe (o existía) el “Caldero de Santa Lucía”, plato de tres vuelcos —esto incluye la patata— de los pescadores del barrio cartagenero de Santa Lucía.

Read my lips: there is no “caldero murciano”. Ni hay atunes en Hellín ni existe caldero de Murcia. Grábeselo a fuego: non, niet, no, nein. Ni el de Cartagena tampoco. Deje usted de hacer el turista o el cateto y aténgase a lo que le digo. Le irá mejor.

Y dicho esto déjenme que les cuente algo que me viene reconcomiendo el paladar los últimos 50 años.

Es fama que, cuando no había pescado, el caldero podía cocinarse con piedras del fondo del mar que diesen sabor al caldo. Esta costumbre sólo ha perdurado en Águilas y, a día de hoy, sólo hay un restaurante donde sirven “arroz a la piedra”, aunque lo acompañan de tanto marisco y zarandaja que le hacen perder todo su sentido y sabor.

Dejen ya de engañar turistas con “Caldero de Murcia” y recuperen el caldero de Santa Lucía o el Arroz a la Piedra de Águilas en su expresión primigenia.

Yo les quedaré agradecido y espero que el mundo también.
#caldero #rice #spanishrice #arroz #food #realfood

Ni cartageneros ni murcianos: egipcios

A fin de sacar de su error a quienes aún reclaman un origen murcianocarthaginense del michirón, hoy me he determinado a preparar estas legumbres en la forma más difundida por el mundo, llamada universalmente Ful Medammes.

Los ingredientes a prevenir son:

-Michirones cocidos según el método bíblico de cocción. (O eso o los compras ya cocidos).

-Tomate finamente picado

-Perejil ad libitum

-Limón escurrido con toda la generosidad posible

-Comino en polvo usado sin miedo

-Pimentón dulce de La Ñora (si es de otro sitio sirve igual).

-Sal.

-Aceite de oliva del Huerto de Getsemaní. (Si es de Cafarnaún, de Andújar o de Baena, te saldrá más barato y hasta te sabrá mejor).

El michirón a usar en esta preparación conviene que sea un poco más pequeño de lo normal —aunque ello no tenga demasiada importancia— y es imprescindible que sea cocido siguiendo un escrupulosísimo método, probablemente fijado durante el reinado del rey asirio Senaquerib, abuelo de Asurbanipal, aunque no falten autores que, con poco fundamento, lo atribuyan al bestia de Asurnasirpal. El proceso de cocción tiene la particularidad de que ha de llevarse a cabo necesariamente en ollas de cobre pues otros metales no le dan el sabor exacto al michirón y ha de hacerse lentísimamente. El Talmud recoge (y esto no es coña) que estas ollas solían «enterrarse» en las cenizas y brasas del fuego de la noche donde se dejaban hirviendo hasta el día siguiente, de ahí que el plato, en su nombre más común, sea conocido como «Ful Medammes», un compuesto de la palabra egipcia «Ful» (haba) y la voz copta «Medammes» (enterrado).

Esta preparación (Full Medammes) es la comida nacional de los egipcios y es a los habitantes de El Cairo lo que el arroz a los de Pekin. Gracias a los michirones y al Full Medammes los egipcios no sólo construyeron un imperio hace 5000 años sino que incluso en la actualidad promueven disputas entre murcianos y cartageneros.

Pero que el Ful Medammes sea popular en Egipto no significa que sea una comida egipcia; su consumo en las riberas del Tigris y el Eúfrates o incluso en Canaán, está acreditado desde la noche de los tiempos.

Hoy me he decidido a prepararme un plato de Ful Medammes y, para ello, he consultado al mejor consejero aúlico que podía tener, mi amigo el sirio Nasán que, además de regentar una tienda de comestibles debajo de mi casa, es hombre que todos los días, incluso en Ramadán, se desayuna un plato de Full Medammes de forma que, como ven, está el hombre sano y rozagante cual si de un Nemrod o un Hammurabbi se tratase.

Por lo demás el método de preparación del plato es sencillo: se calientan levemente los michirones una vez cocidos y se le añaden el resto de los ingredientes en preparación mezclada, no agitada.

Y créanme, están cojonudos.

La resiliencia climática y el Mar Menor

La resiliencia climática crea riqueza: aumenta el empleo, ahorra dinero y, por cada dólar invertido, se pueden ahorrar seis. No lo digo yo, lo dice la ONU: la capacidad de las comunidades para volver a su estado de origen tras una catástrofe natural proyecta un impacto económico positivo.

Si quienes nos gobiernan no perciben esto ni perciben la magnífica oportunidad que para los hombres y mujeres de la comarca del Mar Menor puede suponer esta crisis, todo estará perdido y jamás solucionaremos la catástrofe.

Va a hacer falta un esfuerzo científico importante, pero no sólo un esfuerzo científico.

La ONU, en Marco de Senday 2015-2030, insta a luchar contra los factores subyacentes entre los que están, como ejemplos, la urbanización rápida y no planificada, la gestión inadecuada de las tierras, los arreglos institucionales deficientes, las políticas formuladas sin conocimiento de los riesgos y la falta de regulación e incentivos para inversiones privadas.

Todos estos factores subyacentes no pueden ser arreglados por «científicos», necesitaremos economistas, juristas, politólogos, sociólogos… Por que en la catástrofe del Mar Menor están presentes todos los factores subyacentes citados por la ONU y alguno más.

Walter Scheidel, catedrático de historia en la Universidad de Stanford sostiene que sólo las grandes crisis han corregido desequilibrios en las sociedades y probablemente tiene razón.

Podemos aprovechar esta crisis y hacer de la necesidad virtud para crear conocimiento, empleo y riqueza. O podemos seguir echándonos las culpas unos a otros y ahogarnos todos en la ciénaga del Mar Menor.

Yo optaría por lo primero.