Contra los nacionalismos: Jesús Bienvenido

Ayer escribí en mi muro de Facebook un post contra el nacionalismo y su disparatada visión del género humano. Pensando en lo escrito acabé recalando en Youtube y este, con su algoritmo implacable, volvió a ofrecerme a un genial representante de la música que a mí me gusta: la música que hacen en Cádiz.

Me quedé admirado pues este pasodoble de Jesús Bienvenido (mil veces oído por mí) dice muchas de las cosas que pienso a propósito del nacionalismo y es por eso que se lo dejo aquí abajo por si lo quieren oír. Para entenderlo permítanme que les ofrezca una pocas claves.

Los cuatro primeros versos

«Cuando se entra por Cádiz
por la Bahía,
se entra en el paraíso
de la alegría»

son una letra popular de un palo flamenco gaditano y marinero: las alegrías. Comenzar así ya produce unos efectos muy concretos a quienes están en el secreto y Jesús Bienvenido lo va a aprovechar luego, cuando llegue a la estrofa que dice

«Como dijo Pericón
con toita la razón
a Cádiz llegó un barquito…»

Aquí el autor rescata uno de los más famosos embustes del prolífico embustero y cantaor flamenco Juan Martín Vílchez (aka «Pericón de Cádiz»). Según esta trola el origen de los palos del flamenco estaría en cierto barco que, cargado de partituras musicales, naufragó en Cádiz. Los gaditanos, según Pericón, se quedaron con las partituras de los cantes más bonitos (alegrías, cantinas, bulerías de Cádiz…) y las que sobraron fueron mandándolas río arriba hasta Sevilla, puerto último de destino al que, obviamente, llegaron las que nadie quiso coger antes.

Pues bien, Jesús utiliza esta historia tan ranciamente gaditana y a este personaje tan inequívocamente gadita, para afirmar que, tras ese barco que tanto definió la cultura gaditana, fueron llegando otros muchos barcos que añadieron nuevas esencias a aquella antigua esencia.

A mí, todo el argumento de Jesús me lleva a un momento glorioso de la historia de la humanidad que hoy conocemos como el período helenístico y antes de diputarme por loco déjenme que les explique.

Unos trescientos años antes del nacimiento de Cristo un chaval que había sido educado nada menos que por Aristóteles ascendió al trono del reino griego de Macedonia. En poquísimos años el chaval conquistó el mayor imperio que conoció la historia: desde Grecia hasta las riberas del río Indo, incluyendo Egipto, Mesopotamia, Persia, Canaán… y con esas conquistas Alejandro difundió la cultura griega por el mundo.

En poquísimos años las poblaciones se helenizaron, se representaron tragedias griegas en lugares tan remotos como Persia y la lengua y cultura griegas fueron la base de la humanidad conocida.

En Judea, la tierra de Jesucristo, por ejemplo, la población se helenizó tan rápidamente que gimnasios, teatros y todo tipo de edificios y elementos que representaban la cultura griega proliferaron a toda velocidad.

Al tiempo que nació Jesús de Nazaret Palestina era una comunidad helenizada. Es cierto que existían núcleos de judíos renuentes a la helenización pero, para que se hagan una idea, la patria de Jesús (Nazaret) apenas si era un villorrio de menos de un centenar de personas mientras que, a cinco kilómetros de ella, la vecina ciudad de Séforis contaba con más de 63.000 helenizadísimos vecinos.

Para la antigüedad «ser griego» no significaba haber nacido en Grecia sino haber adoptado la cultura griega, haberse helenizado.

Pues bien, en Cádiz pasa lo mismo que pasaba en tiempos de Jesús con los griegos porque los gaditanos no necesitan nacer en Cádiz para ser gaditanos, los gaditanos, como los griegos, nacen donde les da la gana y es esta una de las declaraciones de principios más cosmopolitas que conozco.

En fin, que derrapó, que me disperso, que me pongo a hablar de naciones y acabo hablándoles de Alejandro Magno, de Macedonia, de Palestina y de Jesús de Nazaret.

Permítanme que les deje con otro Jesús menos beatífico que el de Nazaret y con esta grabación casera con forillo de trapo descuadrado y sonido deleznable aunque con toito el arte del mundo.

De la chirigota de Cádiz «¡Qué caló!» el pasodoble «Cuando se entra por Cádiz».

La voz que clama ¿dónde hago la pausa?

Saber cómo colocar correctamente en un texto las comas, puntos y comas y otros signos, le ha costado milenios a la humanidad y es por eso que no debieramos despreciar tales normas y colocar las comas, puntos, dos puntos, guiones y puntos y comas como mejor nos parezca.

De una coma puede depender el futuro de muchas personas y, si no me creen, fíjense en el ejemplo que voy a ponerles.

Es en el bíblico libro de Isaías donde, en hebreo, se contiene la siguiente expresión:

«Yo soy la voz que clama en el desierto allanad los caminos del Señor».

La traducción literal no es así pero, como esta perícopa es famosa en la forma que la he transcrito, así la dejaremos. En lo que sí me importa que se fijen es en que, en hebreo antiguo, no había signos de puntuación —y a menudo ni siquiera espacios entre las palabras— de forma que el texto podría traducirse así, sin signos de ninguna especie y, esto, genera un grave problema porque ¿qué nos quiere decir el texto?

Para los antiguos judíos no había ninguna duda de dónde iba la pausa y cuál era el sentido de la frase:

«Yo soy la voz que clama: en el desierto allanad los caminos del Señor». («…haced una vereda a Yahweh» o «…preparad un camino a Yahweh»)

Para los modernos cristianos la pausa va en otro lugar:

«Yo soy la voz que clama en el desierto: allanad los caminos al Señor».

Como podemos ver el sentido cambia por completo, en el primer caso la voz clama que se hagan caminos en el desierto; en el segundo caso es una voz que clama en el desierto la que pide que se hagan caminos al Señor sin indicar dónde.

Para los antiguos judíos no había dudas porque ellos ya sabían de qué pie cojeaba Yahweh. Yahweh era un dios al que los israelitas habían conocido en el desierto cuando ellos eran sólo un pueblo de beduinos que andaba con sus rebaños de un lado para otro. Era por eso que Yahweh, si había de aparecerse a alguien en algún lugar siempre era en el desierto y, por eso, si querías estar a solas con dios debías ir al desierto. A Yahweh le gustaba el desierto y los pastores y detestaba las ciudades, las casas y los agricultores. Por eso, en el Génesis, Caín, el malvado, es agricultor, mientras que Abel, el bondadoso, es pastor, que es como a Yahweh le gusta que sean los hombres. Es por eso también que, cuando hay que ir a estar en contacto con dios, los buenos israelitas se van al desierto y así lo hacen Elías, Juan el Bautista y el propio Jesús durante cuarenta días y cuarenta noches; pero, sobre todo, lo hace la comunidad esenia de Qumram que sabe muy bien que donde hay que hacerle un camino a Yahweh es en el desierto.

Todavía hoy los judíos celebran la fiesta de los tabernáculos donde, viviendo en tiendas, recuerdan que ellos son no más que un pueblo de pastores beduinos y es por eso que, cuando en Jeremías 35 el rey invita a los recabitas a dormir bajo techado, ellos le dicen que nanay, que ellos no duermen más que bajo las estrellas o sus tiendas. Es por eso también que, cuando Jesús nace en Belén —un pueblo cercano a Jerusalén—, no van a adorarle los vecinos de la aldea o los agricultores, sino los pastores, porque Yahweh es un dios muy consecuente con aquello que le gusta y no iba a permitir que acudiesen a adorar a su hijo unos hortelanos incapaces de pastorear vacas o dormir al raso.

Tras todo esto judíos y cristianos es obvio que entienden la Biblia de manera diferente, al menos esta perícopa de Isaías que suele citarse a propósito de su invocación por San Juan Bautista. Como Juan Bautista predicaba en el desierto (y ahora ya sabes por qué) para los cristianos la voz pasó de ser «la viz que clama» a ser la voz «que clama en el desierto» lo que le añadía al texto un sentido desesperanzado, un claro indicio de que la voz desértica no sería oída y es este el sentido con el que se usa hoy esta expresión cuando decimos lo de «soy una voz que clama en el desierto».

Y todo por culpa de una pausa, de una coma, de unos dos puntos. Por la falta de un solo signo ortográfico ahora desconocemos que para los israelitas el desierto no era solo un espacio físico, sino teológico; nos cuesta entender por qué tantas personas marcharon a Qumram o por qué al Caín agricultor le tocó ser malo y al Abel pastor bueno.

Y ahora que voy llegando al final pienso en cuántas comas habré omitido o habré puesto de más en este texto… Pero, si Isaías no puso ninguna ¿no puedo yo equivocarme en alguna?

Yo soy el que es

Dicen que dice un proverbio que el francés es la lengua del amor, el inglés la del comercio y el español la de dios.

No estoy de acuerdo.

Es verdad que parece imposible traducir al inglés o al francés la respuesta que Yahweh dio a Moisés desde la zarza ardiente cuando le preguntó «Y ¿quién diré al faraón que me envía?».

Si consultas la biblia verás que la respuesta de Yahweh fue «Yo soy el que soy» y que esa respuesta puede perder todo sentido en cualquier idioma que no sea el castellano. Los idiomas del mundo no diferencian los verbos ser y estar y la respuesta de Yahweh desde la zarza puede significar cosas muy diferentes: yo soy el que soy, yo soy el que estoy, yo estoy y soy…

No es lo mismo ser que estar y eso lo sabe todo el mundo que hable castellano… O portugués, porque también el portugués distingue estos dos verbos.

Me ha venido esto a la memoria porque ayer escuché a un teólogo afirmar que, cuando el sumo sacerdote preguntó a Jesús si era el Mesías, este respondió «Yo soy» y que, en hebreo, «Yo soy» se dice Yahweh que es el nombre que respondió el propio Yahweh desde la zarza ardiente proclamándose así no solo Mesías (Cristo) sino también Dios.

Me sorprendió porque el juego de palabras es bueno, pero falso.

Seguramente el teólogo desconoce que el verbo Ser, en hebreo, no se conjuga en presente. Si en hebreo se quiere decir que alguien es cocinero simplemente se yuxtapone pero el verbo ser, en hebreo, jamás se conjuga en presenté sino solo en futuro o en pasado lo que me sume en cavilaciones filológicas.

En primer lugar es obvio que Yahweh no respondió a Moisés el archifamoso «yo soy el que soy» simplemente porque esa expresión no existe en hebreo; quienes saben de esto traducen la expresión de una forma mucho menos oscura y más directa:

—¿quién diré al faraón que me envía?
—Yo estaré

Suena poco teológico pero mucho más lógica esta respuesta a la pregunta «¿quién diré al faraón que me envía?», tranquilo Moisés, yo estaré.

Y es obvio —en segundo lugar— que Jesús no pudo responder simplemente «Yo soy» al sumi sacerdote, simplemente porque tal expresión literal no existe en hebreo.

Ocurre que los evangelios se escriben el griego y Jesús y los apóstoles hablaban arameo de forma que todo lo que los evangelistas ponen en boca de Jesús realmente es una traducción más o menos afortunada porque Jesús jamás dijo eso.

Y, si no podemos saber qué dijo Jesús exactamente leyendo los evangelios menos aún podemos saber lo que dijo Yahweh leyendo la Biblia. Los textos a través de los que nos ha llegado la Biblia son diversos y en buena parte contradictorios. La traducción al griego realizada por la Septuaginta no coincide con los textos masoréticos, los targumim o la peshita… En fin, que si la Biblia contiene la palabra de Dios nosotros estamos «lost in translation».

Y ahora me pregunto por qué he escrito yo esto. Yo quería hablarles de otra cosa, de la desubicación de la humanidad en este primer cuarto del siglo XXI y la necesidad de nuevas respuestas filosóficas…

Pero bueno, eso será otro día.

PD. Acabo de ver que escribí una entrada casi igual a esta hace años. Bien es verdad que no conté lo del teólogo porque lo escuché ayer.

En fin, que me repito.

¿Jesús o Barrabás?

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Recuerdo cuando de niño, a finales de los 60 y todavía en pleno régimen de Franco, los profesores nos hablaban de los males de la democracia y negaban la capacidad del pueblo para tomar decisiones. Con frecuencia recurrían al ejemplo de lo que ellos llamaban «la primera decisión democrática» que no era otra que aquella que, supuestamente, promovió Poncio Pilato al pedirle al pueblo judío que decidiese sobre la vida y la muerte de Jesús o Barrabás. El pueblo eligió a Barrabás y con esto mis profesores daban por zanjada la cuestión.

El ejemplo me atormentó años.

La imagen del pueblo gritando a Poncio Pilato que liberase a Barrabás («Bar Abba» en arameo) me estremecía, hasta que un día aprendí que «Bar Abba» (el nombre del supuesto delincuente) significa literalmente en arameo «Hijo del Padre». Más tarde, manuscritos procedentes de Cesárea y del Sinaí aclararon que el nombre de ese tal «Bar Abba» no era otro que «Iessous», es decir: Jesús. Entonces comprendí la moraleja profunda de esa historia.

Cuando la multitud gritaba a Poncio Pilato que liberase a «Iessous Bar Abba» lo que estaba gritando, en nuestro idioma, es que liberase a «Jesús el Hijo del Padre».

Hoy se sabe con bastante certeza que probablemente la elección de que hablaban mis profesores jamás existió porque más que probablemente Jesús y Barrabás fuesen la misma persona.

Ocurre que la historia la escriben los poderosos y, cuando el cristianismo llegó a ser la religión del imperio, no quedaba bien que fuese la propia Roma la responsable de la muerte de quien ahora era su deidad oficial. El desconocimiento del arameo y unos cuantos retoques hicieron el resto: Fueron los judíos los responsables de la muerte de Jesús al elegir a un peligroso delincuente llamado Barrabás.

La historia es extremadamente moderna y tiene muchas moralejas. Hoy que cuando elegimos entre partidos -votemos lo que votemos- votamos siempre a los mismos; hoy que cuando el pueblo deja oír su voz el poder la manipula y tergiversa hasta hacerle decir lo que no dice; hoy que los Poncios Pilatos mandan a la Troika a quien el pueblo quiere salvar, la historia de Iessou Bar Abba cobra actualidad.

No; el pueblo no se equivocaba, su decisión fue desoída y posteriormente falseada para que los culpables pasasen por inocentes y el pueblo resultase culpable de los delitos de sus inícuos gobernantes: «Han vivido por encima de sus posibilidades».

Pero la verdad -entonces y ahora- estuvo siempre ante nuestros ojos, escrita en el nombre del delincuente que no lo fue: Barrabás.