El enigma de los michirones

Desde que el ser humano, hará unos diez mil años, abandonó su vida de cazador-recolector y se estableció en ciudades y estados cada vez más grandes, su natural tendencia al altruismo sufrió cambios impensables. Hasta ese momento, un indivíduo cualquiera, era capaz de cooperar con, y hasta de dar la vida por, los miembros de su clan; no en balde compartían con él la mayoría de sus genes y eran, en mayor o menor grado, su familia. Pero, cuando las ciudades crecieron hasta alcanzar decenas de miles de pobladores, ¿cómo entendería la cooperación este animal nómada solo recientemente sedentarizado?

Por increíble que parezca la especie humana solucionó el problema desarrollando una conducta presente en muchas otras especies animales: el altruismo hacia un marcador.

Para quien no sepa qué es eso del «altruismo hacia un marcador» le diré que, algunas especies animales, por ejemplo, usan de feromonas para reconocerse como miembros de un mismo equipo; el ser humano, sin embargo, para conseguir lo mismo recurre a complejos mitos y relatos que acaban encarnados en banderas, escudos, símbolos, textos, religiones…

En mi ciudad, Cartagena, hemos tenido muchos marcadores de esos: en 1873, por ejemplo, fue la República Federal y eso nos llevó a entrar en guerra contra el mundo; de modo que me entenderán si les digo que, tratar el tema en el que pienso adentrarme tras esta larga introducción, puede suponerme no pocos peligros, porque trata del último marcador que ha seleccionado como seña de identidad el «homo carthaginensis»: los michirones.

Sí, créanme, en este momento, si usted quiere soliviantar a la grey carthaginesa, le bastará para hacerlo afirmar en público que los michirones «son murcianos». Pruebe usted a hacerlo, por ejemplo, en Facebook y verá cómo el número de interacciones aumenta súbitamente y el recuerdo de su señora madre se dispara exponencialmente.

Recientemente he comprobado con no poca consternación como, algún habitante de la vecina ciudad de Murcia, reclamaba para su patria el ser la cuna y lugar de nacencia de esta preparación culinaria; afirmación inmediatamente contestada por furibundos carthagineses y carthaginesas sin que, por cierto, ni unos ni otros, aportasen dato alguno que justificase sus patrióticas afirmaciones. La carthaginesidad o murcianidad de los michirones quedó reducida en ese debate —y debo decir que en todos los que he presenciado— a puros actos de voluntarismo gastronómico-patriótico.

Creo pues llegado el momento de desvelar el enigma de los michirones y aclarar de una vez para siempre su origen. ¿Cartageneros? ¿Murcianos? A partir de hoy lo sabrán ustedes.

Antes de entrar en harina debo aclarar que tan importante debate, crucial sin duda para el futuro de esta región, no puede zanjarse con afirmaciones sin documentar y es por esto que esta tarde me he decidido a llevar a cabo una investigación científica de altura con apoyo de un meticuloso trabajo de campo. Hoy avanzaré mis conclusiones en este post y ya, dentro de unos meses, daré a la imprenta los varios volúmenes de que consta este concienzudo trabajo científico.

Comencemos sentando mi tesis de partida: tratándose el michirón no más que de un haba seca rehidratada y luego cocinada, no es lógico pensar que sea exclusiva del sureste peninsular, sino que deben poder encontrarse preparaciones semejantes en cualquier ámbito geográfico donde se cultive la «Vicia Faba», que es el nombre científico del vegetal que nos ocupa.

Me he aplicado a la tarea y el resultado ha sido sorprendente: preparaciones similares a los michirones se llevan a cabo por toda la cuenca mediterránea, oriente medio, la India e incluso el lejano oriente. Son un plato habitual en Marruecos o Siria, pero donde han adquirido carta de naturaleza y son el «plato nacional» es en Egipto donde, una de las formas de prepararlos (el «Foul Medammes» —literalmente habas preparadas—) es para ellos una seña de identidad solo comparable al Canal de Suez o a las pirámides de Giza.

Para acreditar mis descubrimientos con la pertinente prueba testifical, he decidido acercarme hasta la tienda de comestibles que hay debajo de mi casa, pues al hombre que la atiende le había detectado yo trazas de ser egipcio, fundamentalmente por mantenerse sistemáticamente de perfil cuando hablaba conmigo y por la peculiar forma de ángulo recto con mano en forma de cazo que adquiría su extremidad superior derecha al cobrar.

Me equivoqué, mi gozo en un pozo, mi amigo el tendero no era egipcio sino sirio y, aunque al principio pensé que su información no me sería de utilidad, luego he comprobado que el hombre era un pozo de ciencia culinaria.

Testigos de nuestra conversación han sido un cliente de color (negro) y un representante de productos alimenticios con trazas ecuatorianas.

No bien le he planteado mis dudas a mi amigo el tendero, casi se parte de risa y ha empezado a sacarme michirones de todas las clases y calibres que se puedan imaginar, mientras me detallaba las mil y una formas de cocinarlos. Cuando le he preguntado por el «Ful Medammes» se ha sonreído y me ha dicho: «Ful Medammes es lo que yo desayuno todos los días.»

Me he quedado estupefacto, he tratado de indagar si este hombre que desayunaba michirones no tendría ancestros cartageneros, pero no, el hombre es natural de Homs (la Emesa griega) y todos sus antepasados fueron sirios desde que Asurbanipal fue elegido por primera vez alcalde pedáneo; por tanto no había duda: la adicción al michirón como tótem no es patrimonio exclusivo del sureste de la península ibérica, sino que está incluso más acendrada en las tierras del Nilo y Mesopotamia, lo que nos lleva a los momentos fundacionales de la civilización.

Estaba yo a punto de buscar el enlace entre los michirones y el poema de Gilgamesh cuando el sirio me ha dado una información que ha confirmado un bereber magrebí que se había unido a la tertulia: el michirón no está bueno si no hierve lentamente en una perola durante toda la noche.

El rito es poner los michirones a hervir antes de acostarse y dejarlos a fuego lento hirviendo hasta que llega la mañana, momento en que su «ternol» (digámoslo en carthaginés) es máximo. El bereber ha añadido a este rito la conveniencia de que la perola en que se hiervan los michirones sea de cobre, pero, en esto, el sirio no ha estado de acuerdo y ha reputado la tal costumbre un producto de la superstición occidental. Yo ni quito ni pongo, como me lo han contado se lo cuento, pero lo del cobre me ha dejado pensando en la profunda sabiduría de estos pueblos, pues, dicho metal, ahora sabemos que tiene propiedades higienizantes.

Pero bueno, volvamos a lo que nos ocupa, es decir, al origen de los michirones.

Parece evidente que, en cuanto a su preparación y consumo en forma de legumbre secada y rehidratada, ni murcianos ni cartageneros tenemos nada que hacer: los sirios comen michirones desde que Hammurabbi escribió su famoso código y se han encontrado restos (de michirones, no de Hammurabbi) que así lo atestiguan.

Y ahora volvamos a nuestra región ¿pudieron llegar entonces los michirones con los árabes?

Sin ninguna duda.

Los magníficos estudios del lexicógrafo inglés Robert Pocklington ponen de manifiesto que la palabra «michirón» proviene del vocablo árabe «misrun», cuyo significado es, literalmente, «pequeños egipcios».

¡Ah la etimología! ¡Ciencia poco valorada pero incomparablemente útil para entender una realidad que sólo podemos explicar con palabras!

Sin duda estos «pequeños egipcios» les habrán hecho recordar lo que les he contado más arriba del «Ful Medammes», plato nacional egipcio. De la misma forma que los sevillanos comen ahora «Soldaditos de Pavía» aquellos árabes que llegaron a España se refocilaron con estos «Pequeños Egipcios» (misrun) que, por fuerza, habían de consumir sin su aditamento cárnico actual de tocinos, chorizos y jamones pues, como es bien sabido, al profeta no le gustaban ni los andares del, con perdón, cochino.

¿Cuándo llegaron a juntarse la carne del puerco con los, ya sí, michirones?

Pues, obviamente, nunca antes de la Reconquista de Murcia y Cartagena aunque, ciertamente, ni siquiera entonces podríamos dar por cerrado el asunto porque ¿reputaremos michirones legítimos un guiso que no tenga ese puntito picante que da la guindilla y que lleva a tentar el porrón con más frecuencia de la que sería menester?

No, no hay michirones legítimos sino hasta después del descubrimiento de América, pues no fue hasta la llegada de esa genial invención mexica que es el chile, que los michirones se convirtieron en lo que hoy son.

Y ahora díganme: ¿quién inventó los michirones? ¿los sumerios que desecaron las habas desde el nacimiento de la civilización? ¿los egipcios que hicieron de ellos su plato nacional durante casi cuatro mil años? ¿los árabes que trajeron a España a esos «misrún» (pequeños egipcios) que comieron con deleite? ¿los cristianos que le añadieron el cerdo? ¿los mexicas que les dieron el picante necesario para hacer de ellos un pecado mortal?

Como casi todas las cosas, los michirones, no son de ninguna parte y son de todas partes un poco; pero, esto, estoy seguro que no habrá de hacer cambiar de idea ni a tirios ni a troyanos, como la Ley de la Evolución no ha persuadido a los creacionistas de que el mundo no se hizo en seis días o como mil guerras no han convencido a los patriotas de que, independientemente del color de las banderas, todas las sangres son rojas.

Mañana, usted, puede preguntar de nuevo de dónde son los michirones o quien los inventó y siempre habrá quien le responda: ¡De Murcia! o ¡De Cartagena! sin importar cuántos datos pueda usted aportarle.

Porque el verdadero enigma de los michirones no es su origen, el verdadero enigma de los michirones es tratar de comprender cómo el ser humano puede hacer de un trozo de tela teñida, de una madera tallada o incluso de un haba seca, un motivo para creerse distinto y aún porfiar por ello.

Y, ahora, permítanme que les cuente la razón profunda de escribir todo esto y esta no es otra que la fotografía que ven bajo estas líneas y que corresponde a unas imágenes que ilustraban una noticia televisiva sobre la desesperada situación de los habitantes de la franja de Gaza.

La foto, sí, como ven, muestra unas latas de michirones calentándose en un fuego improvisado y es aquí donde volvemos a el triste principio de este post, a ese «altruismo hacia un marcador» capaz de convertir a los seres humanos en héroes o en monstruos dependiendo de si el ser humano de enfrente tremola la misma bandera, cree en el mismo dios o sostiene la misma doctrina.

Quizá sea esa la gran verdad que encierran estos «pequeños egipcios», los michirones, esa que nos enseña el drama que encierra esta funesta enfermedad de hacer que, pequeños particularismos fragmentarios como la ideología, el lugar de nacimiento o la religión, haga perder a los hombres su condición de seres humanos y los reduzca a la pura animalidad.

Michirones.

La luna, el agua y la Región de Murcia

Leo que han detectado agua en la luna y no puedo evitar sentimientos encontrados. Me alegro, mucho, sí, soy un trastornado de la carrera espacial y es este un viejo sueño largamente acariciado pero, según me alegro, miro a mi alrededor y me invade la melancolía.

Vivo en un región sedienta de agua, vivo en una región donde Portmán y el Mar Menor nos gritan a la cara todos los días que somos unos inútiles. Somos capaces de alegrarnos de que el ser humano encuentre agua en la luna pero no somos capaces de movilizar a los muchos y buenos científicos que tenemos para, no sólo remediar, sino establecer procedimientos de recuperación del procomún en casos como los dichos de Portmán y el Mar Menor.

En la Región de Murcia la hemos cagado bien cagada, pero, con todo y con eso, la mayor cagada la estamos cometiendo en este momento, demostrando que somos incapaces de movilizar todos nuestros recursos para dar una esperanza al mundo en este tiempo de cambio climático y tragedia del procomún.

Tenemos una causa digna del esfuerzo de la humanidad en su conjunto y en el Paseo de Alfonso XIII son incapaces de liberarse de sus sietemesinas vendas políticas y pensar en grande, como seres humanos parte de una humanidad en peligro.

Sí, me alegra leer que han descubierto agua en la luna, pero, al mismo tiempo, me entristece saber que en el Paseo de Alfonso XIII esos hombres y mujeres a los que los partidos nos dicen que votemos son incapaces de encontrar la forma de ponerse de acuerdo.

Quizá sea ya tiempo de hacer algo.

Ni cartageneros ni murcianos: egipcios

A fin de sacar de su error a quienes aún reclaman un origen murcianocarthaginense del michirón, hoy me he determinado a preparar estas legumbres en la forma más difundida por el mundo, llamada universalmente Ful Medammes.

Los ingredientes a prevenir son:

-Michirones cocidos según el método bíblico de cocción. (O eso o los compras ya cocidos).

-Tomate finamente picado

-Perejil ad libitum

-Limón escurrido con toda la generosidad posible

-Comino en polvo usado sin miedo

-Pimentón dulce de La Ñora (si es de otro sitio sirve igual).

-Sal.

-Aceite de oliva del Huerto de Getsemaní. (Si es de Cafarnaún, de Andújar o de Baena, te saldrá más barato y hasta te sabrá mejor).

El michirón a usar en esta preparación conviene que sea un poco más pequeño de lo normal —aunque ello no tenga demasiada importancia— y es imprescindible que sea cocido siguiendo un escrupulosísimo método, probablemente fijado durante el reinado del rey asirio Senaquerib, abuelo de Asurbanipal, aunque no falten autores que, con poco fundamento, lo atribuyan al bestia de Asurnasirpal. El proceso de cocción tiene la particularidad de que ha de llevarse a cabo necesariamente en ollas de cobre pues otros metales no le dan el sabor exacto al michirón y ha de hacerse lentísimamente. El Talmud recoge (y esto no es coña) que estas ollas solían «enterrarse» en las cenizas y brasas del fuego de la noche donde se dejaban hirviendo hasta el día siguiente, de ahí que el plato, en su nombre más común, sea conocido como «Ful Medammes», un compuesto de la palabra egipcia «Ful» (haba) y la voz copta «Medammes» (enterrado).

Esta preparación (Full Medammes) es la comida nacional de los egipcios y es a los habitantes de El Cairo lo que el arroz a los de Pekin. Gracias a los michirones y al Full Medammes los egipcios no sólo construyeron un imperio hace 5000 años sino que incluso en la actualidad promueven disputas entre murcianos y cartageneros.

Pero que el Ful Medammes sea popular en Egipto no significa que sea una comida egipcia; su consumo en las riberas del Tigris y el Eúfrates o incluso en Canaán, está acreditado desde la noche de los tiempos.

Hoy me he decidido a prepararme un plato de Ful Medammes y, para ello, he consultado al mejor consejero aúlico que podía tener, mi amigo el sirio Nasán que, además de regentar una tienda de comestibles debajo de mi casa, es hombre que todos los días, incluso en Ramadán, se desayuna un plato de Full Medammes de forma que, como ven, está el hombre sano y rozagante cual si de un Nemrod o un Hammurabbi se tratase.

Por lo demás el método de preparación del plato es sencillo: se calientan levemente los michirones una vez cocidos y se le añaden el resto de los ingredientes en preparación mezclada, no agitada.

Y créanme, están cojonudos.

Tercer hilo, gobiernos y regiones de tercera

Esta que ven en la foto es la pomposamente llamada estación de ferrocarril de «Murcia del Carmen»; en realidad bastaría con decir «Murcia» pues, en esta ciudad, desde que cerró la estación de Caravaca, no queda más que una estación de ferrocarril: la que ven.

Les pongo en situación: Murcia es la séptima ciudad de España por población y tiene, por ejemplo, más habitantes que Bilbao, pero, a diferencia de Bilbao —o de Albacete, ciudad a la que triplica en población— la estación de «Murcia del Carmen» no pasa de ser un lamentable apeadero impropio de las necesidades de una ciudad como esta.

Dicen que ahora quieren que llegue el AVE, pero no un AVE normal como en el resto de los lugares de España, sino un AVE que utilizará estas mismas vías que ven —de ancho ibérico— y las compartirá con los mastodónticos trenes de mercancías que el Puerto de Cartagena saca diariamente a través, sí, de este mismo trazado.

Para que se hagan una idea de lo que se va a hacer tienen que imaginar que, en lugar de los cuatro carriles que ven en primer plano en la foto, habrá seis: uno de los carriles será usado por todos los trenes y el otro, opcionalmente, por AVEs o trenes de mercancías, dependiendo de si se trata de un tren de ancho de vía europeo o ibérico. Miren, casi mejor que que se hagan una idea, les pongo una foto:

Ya pueden imaginar que esto de los seis carriles (tres por vía) originará no pocos problemas pues, a poco que lo piensen, se darán cuenta de que uno de los raíles será utilizado en el 100% de las ocasiones mientras que, los otros dos, se repartirán el uso en proporciones aún por fijar, lo que determinará un desgaste diferencial de los raíles no deseable. Y, sin embargo, el anteriori es, sin duda, el menor de los males. Es el menor de los males porque el verdadero problema es que lentos y pesados trenes de mercancías (el Puerto de Cartagena es el primer puerto granelero de España por tráfico de mercancías) compartirán los raíles con trenes que pueden superar los 300 kilómetros hora. Para que se hagan una idea, un AVE puede y debe disponer en las curvas de unos peraltes más pronunciados que los de un lento tren de mercancías; un AVE puede superar desniveles que un pesado mercancías no puede atacar y, en fin, una vía para tráfico de mercancías no es el tipo de vía más aconsejable para el AVE. Si a esto unen ustedes que la existencia de tres raíles convierte los cambios de agujas en un puzzle tan poco divertido como eventualmente peligroso (vean foto) comprenderán que lo que quieren traer como AVE a la Región de Murcia no sea sino una burla más a los habitantes de esta región.

Porque, si lo que les digo es infamante para la ciudad de Murcia, en el caso de Cartagena es para declararnos independientes otra vez y pedir nuestra anexión al país más cutre del mundo; pues peor no parece que nos pueda ir.

Cartagena es el primer puerto granelero de España por tráfico de mercancías (sí, como suena) y su conexión con un trazado ferroviario adecuado es vital para su futuro y el de toda la Región y, sin embargo, el primer puerto granelero de España y una comarca con más habitantes que toda la Comunidad Autónoma de La Rioja se ven obligadas a padecer unas infraestructuras ferroviarias que no padecen lugares como, por ejemplo, Ciudad Real o Lleida, lugares respetabilísimos pero con una población y actividad muy inferior.

Lo que los sucesivos gobiernos nacionales (PP y PSOE) le están haciendo a la Región de Murcia es un insulto a las muchísimas personas que la habitan.

Dicen que no hay dinero, pero, en cambio, sí hubo dinero para hacer un AVE a Valladolid, León o Sevilla con dos plataformas, sin «terceros hilos» y sin dejar fuera de combate a un puerto (el de Cartagena) que aporta más riqueza a este país del que estos sujetos son capaces de pensar.

Felípe González era sevillano, Aznar vallisoletano y Zapatero leonés… es curioso que esos sean los destinos preferentemente fijados para los AVEs en España y que estos hayan sido sus primeros trazados; pareciera que en España los trenes se construyesen para que los gobernantes se vayan de vacaciones, Isabel II a Aranjuez y cada presidente a su pueblo. Con los kilómetros de AVE construidos, si, en lugar de unir Madrid con la periferia, se hubiesen conectado las ciudades de la costa española, el 80% de los españoles tendrían AVE en estos momentos, nuestros puertos de mar estarían funcionando a tope de sus capacidades y tendríamos un país más vertebrado y mejor preparado para enfrentar la crisis; pero no, aquí se sigue pensando con la mentalidad borbónica que obliga a unir el centro del poder político (Madrid) con los súbditos de la periferia en lugar de unir personas, zonas económicas y puntos logísticos de importancia; es decir, se sigue pensando el futuro de España con la mentalidad de un absolutista reaccionario de hace 200 años.

No es difícil entender que nos jugamos mucho en este envite y que, tanto Murcia como Cartagena, se juegan su futuro y el del resto de las ciudades de la región. Y han de saber los que nos gobiernan que esta partida no se gana cepillando el traje a sus superiores de Madrid a la espera de que estos les agracien con cualquier donativo; que esta partida no se gana manteniéndose a bien con quien les puso primeros en las listas para que saliesen y no con quienes de verdad les votaron y les colocaron donde están. Desde el AVE a Sevilla en 1992 hasta hoy han pasado 26 años de espera en esta región y 26 años son muchos para que, ahora, en lugar de recuperar los años perdidos nos traigan una infraestructura que nos condenará a un retraso secular.

Resulta incomprensible que esta región aguante tanto, que Cartagena aguante tanto, que Murcia aguante tanto, que Lorca aguante tanto, que Caravaca, Jumilla, Yecla, Cieza, Molina… aguanten tanto. Lo que le están haciendo a esta región no tiene nombre y, si lo tiene, entra en el campo del exabrupto o la injuria.

No sé si lo entienden nuestros dirigentes: ya está bien. Ya está más que bien: háganlo o —si no les dejan hacerlo— déjennos sentir que su indignación es tan sincera como la nuestra, que antes prefieren desagradar a sus jefes que a sus representados, que si sus jefes no les quieren por eso ustedes no tienen por qué guardar fidelidad alguna a sus jefes; por que, si no, sabremos que no están ustedes ahí para servirnos y eso —lo crean o no— les mandará a casa y además con oprobio. Ya está bien.

Rojos como las ñoras

Hoy he entrado a comprar hierbas para infusión en una de esas tiendas clásicas de toda la vida y de las que, por desgracia, cada vez quedan menos. La tienda se rotula como «La casa de las especias» aunque todo el mundo la conoce en Cartagena, simplemente, como «la tienda de Joaquín Boj». Mientras la señora que atendía el mostrador buscaba las hierbas que le he pedido me he entretenido fotografiando el local, he reparado en este racimo de ñoras que cuelga del techo y he sentido la necesidad de fotografiarlo.

La ñora es tan consustancial a la Región de Murcia como los grelos a Galicia o los espárragos a Navarra y la relación de esta región con ella, con la ñora, se remonta hasta los primeros tiempos de su llegada a España pues, han de saber ustedes, que hasta que Colón no descubrió América en Europa no se conocía la ñora, con los evidentes perjuicios que esto producía, pues los Calderos de Cartagena, del Mar Menor o de Cabo de Palos, por ejemplo, no quedaban como dios manda ni de sabor, ni de color, ni de olor.

Fue Colón quien trajo a España las primeras semillas de «Capsicum Annuum» (o «pimiento de bola» que es como se le conoce por aquí) y las depositó en el monasterio de la Virgen de Guadalupe, lugar desde el que pasaron al Monasterio de Yuste, donde se aclimataron al clima peninsular. El monasterio de los Jerónimos de Yuste decidió entonces compartir su descubrimiento culinario con sus hermanos del monasterio de Los Jerónimos de la pedanía de La Ñora, cerca de la ciudad de Murcia, lugar que dio nombre por estas tierras al «Capsicum Annuum» pues han de saber ustedes que, a este tipo de pimientos, en esta región, o se le llama «pimiento de bola» o, de forma mucho más simple y popular, «ñoras». Tanta relación tienen las ñoras con la ciudad de Murcia que al equipo de fútbol de la ciudad se le conoce como el «equipo pimentonero» porque de la ñora se extraía un otrora excelso pimentón que se molía en los molinos del río tal y como recuerda perfectamente mi padre que, tras tener que huir con su familia de Cartagena debido a los bombardeos terribles de la Guerra Civil, estuvo trabajando como peón en esos molinos.

Mucha ñora, mucho conjunto pimentonero, mucho monasterio de los Jerónimos, mucho caldero donde la ñora es imprescindible, muchos bares y restaurantes decorados con ristras de ñoras y ¿al final qué?

Pues al final «ná de ná», porque la gente del negocio del pimentón, secular en la ciudad de Murcia, no se puso de acuerdo para siquiera crear una denominación de origen ni potenciar un producto de excelente calidad y que resulta imprescindible en la gastronomía del sureste.

La Región de Murcia es una región imaginativa, creadora, innovadora pero… pero con un complejo de inferioridad irritante. Permítanme que excluya a mi ciudad de ese complejo, pues mis paisanos se consideran poco menos que descendientes de Aníbal y a amor propio no les gana ni un francés cantando «La Marsellesa». Tenemos un malísimo concepto de nuestra propia Región, asumimos como normal que aquí llegue un AVE tercermundista y con tercer hilo mientras a lugares como Palencia llega un AVE moderno, con dos plataformas y magníficas infraestructuras. Nos parece natural que no tengamos conexión ferroviaria con Almería, damos por hecho que, aunque esta Región tenga casi la misma población que las tres provincias vascongadas juntas, tengamos mucho menos peso político que ellas; tenemos una nula influencia en la política nacional y no parece que hagamos nada por solventarlo. Miren, la ciudad de Murcia es la séptima ciudad de España en población por delante de lugares como Bilbao; Cartagena tiene sola más habitantes que la practica totalidad de las capitales de provincia de Castilla La Mancha o Castilla y León (incluso más que provincias enteras) y mi Colegio de Abogados cuida de más personas que toda la población de la Comunidad Autónoma de La Rioja, por ejemplo. Y, sin embargo, ni los habitantes de Cartagena tienen los mismos servicios que los de La Rioja ni, por supuesto, los de la ciudad de Murcia se acercan ni de lejos a los de Bilbao.

No sé cómo he saltado de las ñoras al complejo de inferioridad que arrastra esta región, no lo sé, pero no siento que sea erróneo nada de lo que digo y la culpa no es sólo de nuestros dirigentes, sino de nosotros mismos.

En fin, a dios gracias y a pesar de todos los males, la ñora sigue existiendo para dar sabor a los calderos que se hacen en la costa de Cartagena y a muchos otros platos sin los que no entenderíamos el sureste de España. El resto es tan solo una falta de orgullo y amor propio que debería avergonzar a nuestros políticos y ponerlos rojos. Como las ñoras.

Zarangollo

No creo que en la vecina ciudad de Murcia hayan tenido nunca problemas con el nominalismo ni les haya preocupado lo más mínimo el filosófico «problema de los universales»… y tengo para mí que la culpa de esto la tuvo el hambre.

Las tierras con río suelen dar mucha importancia a los nombres, «fijarse» si no en Egipto, donde fluye un río que es como el Segura, pero a lo bestia, aunque sin rueda de la Ñora (pobrecicos). Pues bien, allí pensaban que el dios «Ra» había creado el mundo por el sencillo expediente de ir nombrando lo que quería crear; así que el genares iba nombrando cosas y las cosas iban apareciendo hasta que nombró al hombre, lo creó, y se le quitó el tole-tole de crear cosas. Saber el nombre de las cosas permitía crearlas y destruirlas, por eso Ra guardaba en secreto su nombre, hasta que Isis lo engañó y Ra —que debía ser un poco belorcio— se lo dijo.

Yo creo que en Murcia, después de la guerra, pasaron mucha hambre y se acordaron más de una vez de Ra y si no explíquenme ustedes por qué un murciano iba a llamar a la coliflor «pava»… o «perdices» a un tipo de cogollos de lechuga. Yo creo que la culpa tuvo que tenerla el hambre: si no tienes cuartos para comprar conejo y hacerte un buen arroz pues le pones «pava» de esa que crece en el bancal de enfrente y comes «carne». Dicen que en los campos de exterminio los prisioneros soñaban sobre todo con las comidas de su infancia y creo yo que los murcianos se quitaron esos sueños recurriendo al dios Ra, no iban a dejar de comer pava o perdices por un quítame allá esos cuartos.

No sé por qué cuento esto, o sí. Sucede que hoy me estoy zampando un plato de zarangollo que está cojonudo —o eso o que yo voy con hambre— y he descubierto que la Real Academia de la Lengua hace derivar (¡como si en Murcia hablasen mal!) esa palabra de «frangollo», que es, en definición del académico diccionario, «cosa hecha deprisa y mal». Como ven en la Academia hay unos cuantos genares pero ninguno sabe que el zarangollo o se hace despacio y sin arrebatarse o no sale bueno.

El zarangollo, lejos de ser una cosa hecha deprisa y mal es un plato hecho despacio y que —bien hecho— está estupendo, es santo y seña de la gastronomía de la vecina ciudad de Murcia y lo pueden comer fieles de todos los credos: cristianos, musulmanes, judíos y veganos; seguidores estos últimos de una doctrina que les obliga a no catar la carne y que me pregunto yo si no tendrá su origen en Murcia u Orihuela, ciudades de la vega del Segura y de ahí lo de «veganos».

Al final he ido saltando de una cosa a otra, no les he dado la receta del zarangollo legítimo, me he ido a Egipto y al nominalismo y esto se enfría (¿les he dicho frío o tibio el zarangollo también está cojonudo?) así que vamos al tajo: este zarangollo tiene buena pinta y va a morir, todo sea por Ra.

¿Y de Murcia qué?


Algún lector de mis post me ha señalado que, últimamente, me nota un tanto concentrado en escribir sobre mi propia ciudad -mi «patria», que diría Quevedo- así que, hoy, voy a detenerme un rato, para variar, en escribir sobre la ciudad vecina del norte, un lugar en el que viven familia y amigos sin los cuales no me reconocería, de la misma forma que no soy capaz de reconocerme sin ser y sentirme cartagenero.

Hace tiempo que me habría gustado escribir sobre esto, quizá debí hacerlo en 2010, cuando aún había ocasión y yo tenía más tiempo para estudiar y escribir sobre esas cosas que me apasionan: el procomún, la cooperación, la buena gobernanza, la dimensión biológico-moral del ser humano y esas muchas otras zarandajas que tanto aburren a la gente. Por aquellos años descubrí la existencia de una mujer cuyo pensamiento me sedujo, Elinor Ostrom (nacida Elinor Claire Awan), una norteamericana que en 2009 fue galardonada con el Premio Nobel de Economía.

En estos tiempos en que Murcia se ha convertido en un fácil objeto directo de chanzas y chacotas para algunos, quizá fuera bueno que los murcianos -los de la ciudad de Murcia, no caigamos en sinecdoquismos- recordasen a Elinor Ostrom; porque Doña Elinor recibió su Premio Nobel gracias a sus estudios sobre «la gobernanza económica, especialmente de los recursos compartidos» y no vendría nada mal que los vecinos y gobernantes de la ciudad vecina recordasen, al menos de tanto en tanto, que Doña Elinor no sólo sabía donde estaba Murcia (a pesar de residir en Los Ángeles) sino que esta ciudad, o al menos una parte de ella (la huerta), fue objeto de los estudios que la condujeron a ganar el Premio Nobel.

No, no todo se hace mal en Murcia, algunas cosas se hacen tan bien que incluso atraen la atención de alguna premio nobel, ¿me captan?

Doña Elinor estudió cómo un recurso escaso (el agua) era gestionado en la huerta (¡ay, la huerta!) de Murcia y cómo instituciones consuetudinarias podían iluminar un tanto el oscuro panorama de lo que se ha dado en llamar «la tragedia de los comunes».

Me llaman por teléfono y no me da tiempo a escribir más ni a colocarles enlaces (busquen en google si lo desean), sólo quisiera hacerles notar que si Doña Elinor se fijó en Murcia, no parece que los gobernantes murcianos prestasen mucha atención a Doña Elinor. Espero equivocarme pero no la vi nunca anunciada en Murcia ni me consta que la ciudad vecina hiciese ninguna gestión para llevarla allá. Hoy, desgraciadamente, ya no es posible. Hubiese sido un honor poder asistir a una conferencia suya.

La ciudad de la justicia de Murcia en silla de ruedas

Esta mañana he tenido ocasión de visitar con cierta relajación la ciudad de la justicia de Murcia -usualmente voy con prisa- y me he entretenido paseando por ella observando cómo, al igual que otras ciudades de esta especie, parece estar más bien pensada para desconcertar al ciudadano que para servirle. No profundizaré en ello pues hoy he preferido tratar de explorar estas instalaciones no desde el punto de vista del profesional de la justicia sino desde el punto de vista de un ciudadano con algún tipo de minusvalía. El resultado ha sido desalentador.

Tras entrar en el primero de los edificios (esta «ciudad» está compuesta de sólamente dos edificios) he decidido hacer un experimento y tratar de alcanzar la sala de vistas que me correspondía -situada en la planta sótano del segundo de los edificios- pensando cómo podría hacerlo en una silla de ruedas. El principio ha sido el que cabría esperar, la confusión propia de estos edificios, cierta desorientación, pero nada a lo que ya no esté acostumbrado. Visto que para llegar al segundo edificio había de bajar a la planta sótano y que en silla de ruedas no podría hacerlo por las escaleras del «hall» me he decidido a usar un ascensor no sin antes preguntarme cómo huye un usuario de silla de ruedas de un edificio en llamas sin usar ascensores, artefactos cuyo uso en caso de incendios es poco menos que suicida.

Tras alcanzar el sótano he salido a un espacio abierto y al tratar de acercarme al segundo edificio he descubierto con horror que llegar a él en silla de ruedas era imposible: Aunque había espacio más que de sobra para hacer una rampa de acceso allí tan sólo había una escalera y esa no era una opción practicable.

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No sin cierta estupefacción he mirado a mi alrededor buscando una solución al problema o una razón que explique tal desatino y entonces la he visto. Estratégicamente situada en ese espacio abierto estaba la solución del enigma.

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Fundida en metal deliberadamente oxidado ahí estaba ella, una ¿escultura? que claramente representaba un plano inclinado y que, debidamente observada, nos ponía de relieve que la falta de rampas no era debida a falta de conocimientos constructivos o a que no se hubiesen percatado de su necesidad. Los diseñadores conocían sobradamente de la existencia de los planos inclinados y su necesidad pero, sin duda debido a superiores exigencias inalcanzables para los ciudadanos, habían decidido no ponerlas allí. La escultura no es más que un mensaje oculto de los diseñadores: Sabemos que hace falta pero va a ser que no.

Desazonado he vuelto sobre mis pasos, he vuelto a subir al «hall» y allí, tras varias exploraciones de reconocimiento y preguntar a diversas personas, he recibido una respuesta casi tan críptica como la escultura: «Vaya usted al juzgado de guardia».

Lo de tener que ir al juzgado de guardia me ha producido cierta desazón pues, aunque moverse en silla de ruedas no es agradable, jamás pensé que fuera algo delictivo o que exigiese comparecer a la judicial presencia. Mientras me dirigía al juzgado de guardia preguntándome si era para ser detenido yo o para denunciar al autor de la ¿escultura? he bajado un momentito al sótano nuevamente pensando que por allí encontraría un acceso y ¡tate! montado en mi imaginaria silla de ruedas me he topado con una salida de emergencia que he decidido aprovechar para echar un cigarrito en el exterior -porque uno también tiene sus vicios- agradeciendo de paso a los diseñadores las cautelas tomadas para el caso de que hubiese de evacuar de urgencia el edificio en caso de incendio u otra catástrofe similar, sin embargo… Sin embargo al llegar a la puerta de emergencia el autor de la escultura ha salido a mi encuentro de nuevo.

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Porque, como podrá comprobar el amable lector que esto leyere, la salida de emergencia está dotada por todo sistema de escape de una escalera «en voladizo» que salva un desnivel de casi un metro. Enfrentado a la tarea de evacuar el edificio en silla de ruedas las opciones que se me presentaban eran dos: O bien tomaba por la escalera cayendo por ella en una grácil serie de elegantes batacazos o bien me lanzaba hacia el precipicio arrostrando la inevitable y subsiguiente «costalada» o «legonazo». Llegados a este punto he observado con verdadero deleite que, el autor del ingenioso dispositivo de evacuación, en lugar de poner bajo el mismo un blando suelo arenoso ha dispuesto sabiamente un lecho de cantos rodados, piedras o «ñuscos» que, si bien no amortiguarán el golpe, evitarán que el mismo produzca el siempre indeseable efecto que le es propio y que en esta región se llama «porsaguera»; un molesto polvillo que suele levantarse por efecto del viento o, en este caso, de la costalada.

Una vez he comprobado que la fuga era imposible por esa puerta sin menoscabo físico, he decidido seguir mi camino hacia el Juzgado de Guardia a los efectos procesales pertinentes y allí, nuevamente, me he visto obligado a reconocer la habilidad del diseñador del sistema porque, tras cruzarme con múltiples personas de interesante biografía, he observado tras otra puerta un nutrido grupo de personas fumando, he emergido al exterior y he visto a mi frente un puentecillo o pasarela que conducía a mi objetivo.

Loado sea Vitrubio.

De los retretes, baños e instalaciones auxiliares ya les hablaré otro día. Por hoy vale.

¿Un himno para la región?

Andan hablando de componer o elegir un himno para la región de murcia y no me gusta la idea. Yo pienso como los Machado que:

«Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son;
y cuando el pueblo las canta
ya nadie sabe su autor»

Algo así le pasa al himno de España (la vieja «Marcha Granadera») que ya nadie sabe su autor. Se especula con su origen popular, con la autoría de Federico de Prusia o de Espinosa y hasta con el andalusí Avempace, pues la música de esta Nuba Andalusí recuerda poderosísimamente a la marcha granadera, actual himno de España. Resultaría muy curioso que el origen de nuestro himno se encontrase en un filósofo andalusí, musulmán y de la taifa de Zaragoza.

http://youtu.be/qA6jOzzMgFA

La ciudad se muere entre banderas azules

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Hoy estoy en Vigo asistiendo en el Palacio de Congresos a una reunión de Juntas de Gobierno de los Colegios de Abogados de España. Antes de entrar a escuchar al presidente gallego Núñez Feijoo veo decenas de pesqueros amarrados, carteles de «Pescanova» en los tinglados del muelle; pienso en el tremendo golpe que el mal fin de esta empresa puede suponer para los trabajadores y los pescadores de Vigo.

Dentro del palacio los abogados claman por que, con una enloquecida Ley de Planta, el ministro de justicia va a dejar sin jueces a la primera ciudad de Galicia porque -para el ministro- los tribunales no son para las personas sino para las «capitales» de provincia.

El ministro no piensa en personas, mira a España y no ve a los españoles, ve solo un mapa de rayas y colorines.

Y así, devolviendo a Vigo al siglo XIX, quiere convencernos de que alejando la administración de justicia del drama de la injusticia es como se solucionan las cosas.

Carecen de empatía, carecen de sentido común, carecen de la mínima humanidad y carecen del más mínimo conocimiento de cómo funciona la administración de justicia. Creen que las enfermedades disminuyen con no anotarlas en las estadísticas, creen que los conflictos disminuyen si no se les deja entrar en los juzgados, solo miran las cifras, no ven a las personas y ya no entienden que la justicia es para ellas y no para una entelequia llamada provincia que solo sirve para llenar los bolsillos de los diputados provinciales y para falsear los resultados de las elecciones.

Cuando entro veo que el presidente de los gallegos, en Vigo, no habla de cómo le pueden robar la justicia a Vigo dejándola sin jueces y sin colegio de abogados. Habla de las banderas azules de las playas, de lo bonita que es Galicia y de lo bien que se está aquí.

Sí, se está bien, sin trabajo, sin juzgados, sin justicia y sin esperanza; y así, entre banderas azules, sigue su discurso hablando de naderías. Entre banderas azules entierra el futuro de Vigo y se marcha tan contento. Hablando sin decir nada.

Pienso en los pescadores de Vigo marchando a Pontevedra a reclamar sus despidos, gastando sus ahorros en cruzar Rande, en llevar hasta la «capital» a peritos y testigos y me salgo del Palacio de Congresos, a ver a la gente de verdad, harto de tanto teatro, porque es mejor ver la tragedia del vigués que la comedia azul de banderas que se representa dentro.

Y pienso en Cartagena. Pienso mucho en Cartagena. Y pienso que no podemos dejar que esto pase.