De confinamientos, burbujas financieras, guerras y Sir Isaac Newton

Las pandemias y las burbujas financieras no son fenómenos recientes y de ello podría dar fe, si viviese, el mismísimo Sir Isaac Newton quien, según las versiones populares, habría concebido su teoría de la gravitación universal durante un confinamiento provocado por la Gran Peste en 1665 y se habría arruinado posteriormente debido al estallido de la burbuja provocada por la «Compañía de los Mares del Sur» en cuyas acciones Siri Isaac había invertido los ahorros de toda su vida. España jugó, de forma indirecta, un importante papel en todo esto.

Tras la Guerra de Sucesión a la Corona Española tanto Francia como Inglaterra se habían repartido un interesante botín a costa de los españoles. La parte británica del botín consistía, entre otras cosas, en el derecho de vender esclavos en las colonias españolas (el asiento) en América y en la ruptura del monopolio comercial español con sus colonias merced a la posibilidad de introducir un único navío al año.

La corona británica, sin embargo, había salido de la Guerra de Sucesión con unas deudas escalofriantes y para pagarlas decidió traspasar la deuda a una nueva compañía encargada de explotar las posibilidades comerciales con las colonias españolas: «La Compañía de los Mares del Sur».

Las fantasías que se crearon en la opinión pública inglesa sobre las riquezas y las posibilidades que presentaba el comercio con la América Española produjeron una fiebre de compra de las acciones de esta compañía de los Mares del Sur que provocaron que estas multiplicaron su precio vertiginosamente. Gracias a estas subidas el bueno de Sir Isaac obtuvo pingües beneficios en los primeros meses de 1720, beneficios que, a finales de ese mismo año, tras el estallido de la burbuja, se convirtieron en espantosas pérdidas en las que Sir Isaac perdió los ahorros de toda su vida. Ciertamente Sir Isaac era capaz de predecir el movimiento de los astros del universo pero no fue capaz de hacer lo mismo con las fluctuaciones de la bolsa londinense.

La suerte de la Compañía de los Mares del Sur no fue buena. Las fricciones entre España e Inglaterra comenzaron pronto, la vigilancia española sobre el contrabando inglés con las colonias se estrechó duramente y pronto Inglaterra comenzó a preparar una guerra contra España, la «Guerra del Asiento», que se desarrolló durante bastantes años con fortuna irregular para las armas británicas que no consiguieron ventaja alguna y sí alguna estrepitosa derrota como la de Cartagena de Indias, donde Don Blas de Lezo, con la valiosa ayuda de su sorprendente «fuerza aérea» de la que les hablaré otro día, se impuso a una enorme escuadra británica.

No se crean todo lo que leen. Las victorias militares no suelen deberse principalmente a la valentía o al coraje, aunque eso sea lo que el poder haga creer para estimular el valor de sus cándidos soldados, sino a factores muy diversos y distintos de este. En esta Guerra del Asiento la inteligencia española había conseguido fuentes magníficas en el bando británico y gracias a ellas pudo anticiparse frecuentemente a las intenciones inglesas.

Un dato poco conocido es que en 1719 (un año antes de la quiebra de Sir Isaac) tropas españolas habían sublevado a clanes escoceses (entre ellos el del famoso Rob Roy) para lanzarlos contra los ingleses apoyando su espíritu secesionista. Fueron solo 260 infantes de marina españoles pero esta intentona española es la última «invasión» de Gran Bretaña de la que se tiene noticia. La insurrección escocesa acabó en la batalla de Glenshiel.

Y ahora que he saltado de la gravitación universal a las burbujas financieras pasando por una guerra contra Inglaterra y una invasión de Gran Bretaña ya no recuerdo por qué empecé yo a escribir esto…

Bueno, da igual, si Sir Isaac no era capaz de predecir el comportamiento humano siendo la mente más preclara de la humanidad, no voy a ser yo el que trate de explicarme a mí mismo.

Lisa y la sociedad del mérito

Lisa era sólo una graduada cuando oyó hablar del problema del nudo Conway en una conferencia.

El problema del nudo Conway era un famoso problema matemático sin resolver desde que se planteó en 1970. El nudo lleva el nombre de su descubridor, el matemático inglés John Horton Conway, quien escribió por primera vez sobre él en 1970.

Lisa se tomó el asunto sólo como un pasatiempo para sus ratos libres pero en una semana dio con una solución que el Washington Post calificó como una «belleza matemática que podría señalar nuevas formas de entender los nudos».

Después de la publicación de la prueba de Piccirillo en Annals of Mathematics, se le ofreció un puesto de permanencia en el Instituto de Tecnológico de Massachusetts, que comenzaría catorce meses después de la finalización de su doctorado.

Y mientras miro la fotografía de Lisa Piccirillo pienso en los estudiantes españoles e imagino un futuro en el que nuestros científicos más brillantes pudiesen continuar su vida profesional en España y, puestos a pensar, pienso también en un país donde el mérito fuese el criterio en los ascensos profesionales y donde las universidades no diesen doctorados y másteres de matute a políticos sin méritos.

Y me desespero… y vuelvo a mirar la foto de Lisa.

Gazpachos de historia

El gazpacho es comida misteriosa y de orígenes oscuros para los gourmands poco avisados. Siempre que un gazpacho está bien hecho y se disfruta en común surge la misma pregunta:

—¿Cómo harían el gazpacho antes de que trajesen de América el tomate? ¿Habría siquiera gazpacho?

Usualmente siempre aparece algún comensal que recuerda a los demás que el ajoblanco es gazpacho y está hecho con almendras. No falta tampoco quien recuerda que existe el gazpacho manchego a base de carne y torta cenceña y ahí languidece la conversación porque nadie acierta a encontrar el denominador común entre preparaciones culinarias tan dispares como lo son el gazpacho manchego y el ordinariamente adjetivado de andaluz.

Para resolver este dilema no hay más remedio que acudir a la etimología que nos enseña que la palabra «gazpacho» se atestigua ya en el castellano del s. XII como «gaspacho», y después en muchas fuentes, incluido el Quijote. Existe también la forma antigua «caspacho» y, según el docto magisterio de Corominas, es lo más probable que deriven de la antigua voz «caspa», en el sentido de escamas o láminas de pan sobrantes a la que se añadió el sufijo mozárabe «-acho». Originariamente se empleaba en plural (se decía comer gazpachos, y no comer gazpacho), porque gazpacho, en origen, no es el nombre del plato, sino de los fragmentos de pan o corteza de pan, o los fragmentos de torta reutilizados y guisados. Si consideramos este dato del pan troceado podemos entender perfectamente porqué gazpachos andaluces y manchegos se llaman igual pues, ya desde antiguo, se elaboraba también una especie de pan ácimo sin levadura, en forma de tortas finas, cocido en el monte a la piedra, especial para gazpachos, que luego se troceaba para ser guisado, y que hoy se llaman tortas cenceñas, los «gazpachos» del gazpacho manchego.

Esto de trocear pan seco y humedecerlo en un líquido es mucho más antiguo que el propio Jesucristo.

Si deconstruimos el gazpacho andaluz y le quitamos los trozos (gazpachos) de cualquier cosa que lleve nos quedará apenas una mezcla de agua, vinagre, sal y quizá aceite. Pues bien, esa mezcla básica de agua y vinagre no es sino la bebida reglamentaria de los legionarios romanos: la «posca». La Historia Augusta nos cuenta como Trajano o su hijo Adriano bebían la «Posca» como cualquier legionario e incluso, en los Evangelios, la «posca» ocupa un lugar destacado cuando un legionario, apiadado de la sed que padece el Crucificado, le acerca con su lanza una esponja rebosante de «posca» para aliviar su sed.

Ocurre que como en griego (el idioma en que se escriben los evangelios) no existía la palabra «posca» usaron la palabra οξος (oxos, «vinagre») para llamar a la «posca» y, cuando estos fueron traducidos al latín en la Vulgata, la palabra «posca» fue definitivamente traducida por «acetum» (vinagre) a pesar de que, por entonces, los soldados del imperio romano de oriente todavía consumían reglamentariamente esta bebida con el nombre de phouska.

El caritativo gesto del legionario romano dando de beber a Cristo para aplacar su sed, merced a esta serie de errores de traducción, acabó injustamente convertido en un episodio más de maltrato.

¿Y por qué bebían agua y vinagre los legionarios romanos?

Por muchos y muy fundados motivos. En primer lugar porque el agua que consumían no siempre era de buena calidad y el vinagre con su ácido acético les ofrecía propiedades bactericidas que hacían más segura la ingesta de agua además de aumentar sus virtudes refrescantes.

¿Invento romano? No. Ya en la propia Biblia, en el Antiguo Testamento, se lee en el libro de Rut que los segadores bebían agua y vinagre como bebida isotónica avant la lettre para recuperarse del esfuerzo realizado bajo el sol y antes, mucho antes, ya desde el 3000 antes de Cristo, está acreditada la producción y consumo de vinagre en Mesopotamia.

Sí, la sopa primigenia del gazpacho ya existía hace cinco mil años en Mesopotamia y, quizá, les guste a ustedes saber que a los acadios (uno de los pueblos que dominó Mesopotamia en los albores de la civilización humana) les gustaba también trocear sus panes y sus alimentos y que a esa acción le llamaban… «kasapu». (¿Les suena parecido a algo?)

Y mientras me como mi kasapu, hecho de hortalizas y 5000 años de historia, pienso en las «esferificaciones», en las «espumas» y demás creaciones de la cocina moderna y me digo que no, que ninguna de esas creaciones me podrá contar nunca tantas historias como me cuenta un plato de kaspasu como este.

El objetivo correcto

Veo cómo jueces, funcionarios, procuradores, abogados y, en general, todos esos colectivos que ahora llamamos «operadores jurídicos», debaten los términos y condiciones en que la administración de justicia volverá al trabajo estos días y no dejo de sorprenderme.

Defender los intereses propios de cada grupo es una tarea absolutamente legítima pero, permítaseme decirlo, si tal defensa no contribuye a la defensa del interés de todos, al interés colectivo, la indiscutible legitimidad de las protestas se convierte simplemente en una variante más del viejo argumento «pro domo sua».

Digo que me sorprendo porque la administración de justicia en España no tiene más que una finalidad conocida: servir al administrado; y, en todo el ruido argumental que escucho estos días, nadie, del ministro abajo, parece estar pensando en lo que debiera ser nuestra principal preocupación: los administrados, nuestros compatriotas.

Es verdad que, para la administración de justicia, el administrado suele ser esa persona que es conducida esposada hasta las dependencias judiciales. Es verdad también que el auténtico mostrador de atención al público de la administración de justicia española son los despachos de los abogados. Quizá todas estas circunstancias han hecho que hayamos construido una administración de justicia de espaldas a los administrados (desde el diseño de los palacios de justicia a las comunicaciones judiciales todo parece diseñado olvidando a los administrados) y es probable que, a base de olvidar a los administrados, nuestra administración de justicia olvide a menudo que esos administrados son su única razón de ser.

Digo esto porque, a día de hoy, tanto los llamados «operadores jurídicos» como la prensa nacional e internacional han señalado de forma unánime el terrible caos al que se enfrentará la administración de justicia española tras la crisis sanitaria del Covid-19: el tsunami de casos judiciales que en breve la arrollarán si no se toman las medidas precisas; y me sorprende que, estando todos de acuerdo en tal previsión, el debate sobre cómo afrontaremos ese tsunami es lo que parece preocupar menos en este momento a los operadores jurídicos y es lo que, sorprendido, más echo en falta en todo este tremendo ruido que hay montado.

Cuando se prevé que los casos mercantiles aumenten en más de un 300%, cuando se prevé que los casos laborales aumenten en un 200%, cuando es obvio que el ministerio ha decidido abandonar a empresas y trabajadores a su suerte (no ha hecho nada para afrontar la avalancha de casos en estos tres meses) y cuando es evidente para todos que el colapso está garantizado, a los operadores jurídicos parece no preocuparnos la certeza de que los españoles padeceremos una catástrofe jurídica sin parangón.

Y me sorprendo.

Me sorprendo porque, como creo que ya conté, si no hacemos frente a ese tsunami nos iremos todos al carajo y tendremos que asumir que buena parte de la culpa habrá sido nuestra.

Para hacer frente a ese 300% más de casos mercantiles o a ese 200% más de casos laborales necesitaríamos una inversión inmediata de un 300% y un 200% en esos sectores y, sin embargo, no sólo no habrá un céntimo de inversión sino que, incluso cuando se pide ayuda a Europa, para justicia sólo se piden 40 millones de euros que, para que ustedes se hagan una idea, es más o menos lo que el gobierno se gasta en turno de oficio en zona ministerio; es decir: una mierda.

Que la justicia le importa un bledo a nuestros gobiernos es tan obvio que hasta cuando tienen que pedir piden poco. El primer objetivo de la Constitución Española, la justicia, convertido en basura por todos los gobiernos que hemos tenido en los últimos lustros.

A ver si lo entendemos: defender los intereses de los administrados es defender la justicia. Pelear porque los administrados puedan resolver sus conflictos con rapidez y corrección ante los juzgados y tribunales es defender la justicia, pues los intereses de los administrados y los de la administración de justicia son unos y coincidentes. Si es usted juez, abogado, funcionario u «operador jurídico» de cualquier clase entienda que defender los intereses de los administrados es defender sus propios intereses y que, en su argumentario, esa defensa debiera ser su principal única e irrenunciable reivindicación.

Sin embargo el ministro y algunos sectores oscuros de entre esos «operadores jurídicos» con sus actos demuestran que no piensan así. Con sus actos nos dicen que no habrá inversiones en justicia (posturas «incrementalistas» las llama el inefable ministro), con sus actos nos dicen que van a aprovecharse de la tragedia para llevar a cabo reformas en su exclusivo beneficio, reformas que ahora, bajo la coartada de la crisis, creen que pueden cohonestar. Hace unos días, el Consejo de Venecia, advirtió a los gobiernos de que no aprovechasen la crisis para introducir reformas definitivas; ya verán ustedes como eso el ministro de justicia se lo pasa por el forro. Él ya lo ha manifestado, quiere aprovechar la crisis para reformar la justicia.

La reforma que el ministro prevé es la misma infamia que ya se ha logrado parar en ocasiones anteriores (provincialización y alejamiento de sedes judiciales) y que han logrado imponernos infamemente en otras (juzgados hipotecarios para mejor colapsar la justicia).

Y entre el enfado general de unos, las infamias premeditadas de otros y la conciencia generalizada de que muy poco puede esperarse de nuestra administración de justicia, olvidamos a los administrados, a los que serán víctimas inocentes de un tsunami por todos previsto y, al parecer, por todos olvidado.

Creo que todos cuantos trabajamos en el mundo de la justicia tenemos una magnífica causa por la que pelear, una causa cuya defensa implica la defensa de nuestra propia causa, una causa, en fin, que es la razón de ser de todos nosotros y de todo este entramado al que llamamos administración de justicia.

Esa causa son los administrados, los españoles y españolas, los únicos objetivos posibles a defender en una protesta legítima. Es sorprendente que, tan a menudo, los olvidemos.