La mujer que nos enseñó el camino

Era mujer y era negra ¿Pueden ustedes imaginar peores cartas credenciales para una mujer nacida en la norteamérica de 1918?

Sin embargo para Katherine Jonhson esto no habría de ser un problema: brillante como pocas personas pueden serlo en el campo de las matemáticas se abrió paso a viva fuerza en un mundo hecho para hombres blancos hasta conseguir entrar en la NASA.

Cuando los norteamericanos lanzaron su primer astronauta al espacio en 1961 (Alan Shepard) allí estaba Katherine para calcular la trayectoria que le llevaría al espacio y le traería de vuelta a casa. En 1962, ya con las computadoras en uso, John Glenn se negó a orbitar la Tierra si Katherine no revisaba todos los cálculos.

Katherine trabajó con computadoras digitales pero, cuando, en 1969, Apolo XI hubo de llevar al primer ser humano a la Luna, Katherine fue la encargada de buscar el camino que les llevase hasta allá.

Es difícil encontrar una historia más emocionante de valía tesón y esfuerzo.

Hoy ha muerto Katherine Johnson, la mujer que enseñó a la humanidad el camino de las estrellas.

Descanse en paz.

Apología del dios Momo

Hijo de la Noche y la Oscuridad (Nix y Erebus) y hermano de la Miseria y la Venganza (Oizys y Némesis) las credenciales de Momo como dios benéfico para la humanidad no parecen ser las mejores.

A menudo representado como un varón con máscara y un muñeco o cetro rematado en una cabeza grotesca, su imagen podría confundirse con la de un bufón o el joker de una baraja, pero, a pesar de su siniestra parentela, Momo era, en la mitología griega, la personificación del sarcasmo, las burlas y la agudeza irónica. Dios de escritores y poetas Momo era un espíritu de implacable crítica.

Jamás encontró a ninguna divinidad, ni siquiera las más sagradas, que no mereciese su censura. Cuenta Hesíodo que Momo se burló cruelmente de Hefestos (Vulcano) por haber creado al hombre sin una ventana por donde mirar en su interior y conocer sus verdaderas intenciones.

Momo, hermano de la miseria y la venganza, nunca parece haber traicionado a su familia y, camuflado bajo la sátira, la ironía, el humor o cualquier otro recurso literario, azotó y aún azota, siempre con todos los respetos y en términos de estricta defensa, los vicios de los poderosos y gobierna el orbe cristiano, siquiera sea durante esos escasos seis días que median entre el jueves lardero y el martes de carnaval.

Como esos viejos abogados que, tras la máscara de Momo, se indignan sinceramente pero afectan una formal indignación forense para defender la libertad frente al poder «en términos de estricta defensa y con todos los respetos»; o como esos bufones que, tras la máscara del humor, parecen narrar historietas ficticias que resultan llamativamente conocidas; o también como esos escritores que, bajo la máscara de la ficción, fustigan vicios muy reales; Momo se alinea con los miserables frente a los opulentos, con los ofendidos frente a los ofensores y con la belleza frente a ese estiércol del diablo (stercore diaboli) al que llaman dinero.

Considerado como el dios de la crítica sin maldad la realidad es muy distinta: Momo no cree en el ser humano y sigue buscando incesantemente la puerta a través de la que poder leer las verdaderas intenciones del alma humana. Bajo la máscara amable que siempre lleva puesta Momo esconde su faz rebelde y por eso, cada año, al final del invierno viene a abrirnos a todos ventanas en el alma.

Lamentablemente este año una de sus mejores plumas y una de las personas que mejor han encarnado esa naturaleza dúplice —irónica y amargada— de los creyentes en Momo, ya no está aquí para traernos su palabra ácida y rebelde, como la de las mejores sátiras clásicas.

No creo necesario explicar de quien hablo, los devotos de Momo ya saben que les hablo del, por muchos motivos inolvidable, Capitán Veneno.

Sentirse un farsante

Hay momentos en que uno no puede evitar sentirse un farsante, un impostor que ocupa un lugar en el que no debería estar.

Cuando premiaron mi post «Ser abogado no es negocio» no pensé que la cosa pasaría de un pequeño premio pero, cuando me dijeron que habría de recogerlo en Salamanca y cuando, después, me pasaron el protocolo del acto, empecé a pensar que se habían equivocado ¿Qué pintaba yo en un acto con el Rector de la Universidad de Salamanca, catedráticos y otras autoridades?

La sorpresa ha culminado hoy cuando he visto que el aula «Francisco Salinas» donde se daban los premios era una de esas históricas aulas ubicadas en las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca, esas a las que se entra por la archifamosa portada plateresca en que los turistas buscan afanosamente una rana sobre una calavera.

Hablar en esa sala impresiona, ocho siglos de universidad y cinco siglos de presencias acumuladas en esas aulas impresionan y, ciertamente, cuando me dirigía a recoger mi premio y a dar mi pequeña alocución mi sensación de que yo era un impostor que no debía estar ahí me pesaba como una losa.

Francisco de Salinas, Fray Luís de León, el recuerdo de aquellos versos aprendidos en el bachiller

«El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada,
por vuestra sabia mano gobernada.»

todo se me mezclaba en la cabeza y de ese caos y del corazón han salido las breves palabras que he podido decir.

Uno a veces sueña con cosas que espera conseguir y yo he soñado muchas, muchas, pero, desde luego, jamás soñé esta.

La última vez que vine a Salamanca yo era un joven estudiante de derecho y todas estas piedras y lugares eran para mí iconos, mitos, símbolos casi sacrales de un mundo del que yo nunca formaría parte.

Hoy, casi cuarenta años después, el destino ha querido que yo haya podido cumplir un sueño que nunca me hubiese atrevido a soñar.

Gracias a todos los que han hecho posible este premio, gracias a los que han considerado que en mi escrito había calidad literaria, gracias al cielo y al destino y gracias a Salamanca.

Mañana hay que volver a casa y al mundo real.

¿Nos vemos el día 13 en Madrid?

La cita esta vez es en Madrid el día 13 de febrero, en la calle de Serrano número 138 (Fundación Pons) a las 18:30.

Se entregan los premios al mejor evento jurídico del año 2019 y se lo van a dar al I Congreso de la Abogacía Independiente celebrado en Córdoba los días 29 y 30 de noviembre pasado y pienso asistir.

Que en un año lleno de eventos jurídicos como fue 2019 (por ejemplo estuvo el «Congreso» organizado por el Consejo General de la Abogacía Española en Valladolid) el premio haya venido a recaer en un Congreso realizado por abogados de verdad para abogados de verdad sin más presupuesto previo que el coraje y el ingenio de abogadas y abogados pues… no sólo me llena de alegría sino que ilustra con mucha claridad el estado en que se encuentra la abogacía en este país.

Hemos hablado de abogados entre abogados, hemos llegado a acuerdos y hemos fijado objetivos, sabemos lo que queremos y cómo lo vamos a conseguir y eso, en un país de figurantes y postureos de papel couché, molesta.

Por eso el jueves iré a Madrid a compartir con mis compañeros la entrega de ese premio y, tristemente, a comprobar cómo los medios de comunicación que pagamos todos los abogados y abogadas de España guardan silencio sobre el premio; cómo en la página web de del CGAE (pagada con tu dinero y el mío) nada se informa y cómo la decisión —votada unánimemente en pleno con la única excepción del decano de Sabadell— de no hablar con nosotros es mantenida a rajatabla por quienes viven en ese extraño onanismo institucional de hablar sólo consigo mismos y que, por lo visto, creen que los medios que pagamos todos están ahí sólo para hablar de ellos como hagiógrafos a sueldo.

Una pena.

Pero no importa, la abogacía es mucho más grande que ese minúsculo grupo de personas, la tarde será una fiesta y yo pienso estar en ella. Te prometo que, si tú también vas, una cervecita nos tomaremos (no muchas más que estoy mayor).