Señales de deshonestidad

A Darwin le atormentaba la cola del pavo real pues aquella enorme cola multicolor representaba todo lo contrario de lo que él sostenía en su teoría de la evolución. La cola no ayudaba al pájaro a volar, no era una ventaja adaptativa sino todo lo contrario, entorpecía sus movimientos, lo hacía más lento y visible y lo convertía, por tanto, en una presa más fácilmente alcanzable para los depredadores.

Y sin embargo Darwin se resistía a admitir que pudiese estar equivocado, la naturaleza le había demostrado ya muchas veces estar muy por encima de la inteligencia humana, tenía que haber una razón.

Si ustedes son parte de la abogacía española y han leído las últimas noticias en relación con dietas y gastos que ha publicado la prensa estoy seguro que entenderán las razones de la naturaleza para penalizar ciertas conductas.

Entre los seres vivos abundan las razones para querer engañar a sus semejantes; entre las gacelas, por ejemplo, ser fuerte y vigoroso es una valiosa cualidad a la hora de aparearse. Las gacelas hembra prefieren las gacelas macho vigorosas y, si no eres fuerte, ágil y vigoroso, tu vida social entre las gacelas hembra va a ser sombría. Pero ¿cómo demuestras a las gacelas hembra de forma fiable que eres fuerte y vigoroso y no un cuentista farsante? pues… Mediante los saltos.

El ritual de apareamiento de las gacelas incluye una espectacular competición de saltos donde cada uno de los pretendientes trata de impresionar a sus pretendidas dando saltos y perigallos diversos, el estricto jurado decidirá entonces quien da los mejores saltos y le concederá el «nihil obstat».

Dar saltos es una prueba costosa, difícil, pero más costoso aún y por tanto incluso más fiable es penalizarse a uno mismo del mismo modo en que, en las carreras de caballos, se coloca peso encima de ciertos caballos para igualar la competición. Carreras con «handicap» se llama a ese tipo de competiciones y no se sorprenderán si les digo que la naturaleza lo inventó antes. Para confiar en la honestidad de una afirmación los seres vivos suelen exigir una señal costosa de honestidad y, en el caso de los pavos reales (luego lo veremos en la especie humana) esa costosa señal de honestidad es su cola.

Del mismo modo que una hermosa cola penaliza al pavo real pero manda a sus congéneres una señal cierta e indudable de vigor, en el género humano las señales costosas sirven para el mismo fin y han sido utilizadas extensivamente a lo largo de la historia para todo tipo de fines.

Las señales costosas han formado parte de los juegos de apareamiento humano desde la noche de los tiempos.

La pesca con antorcha es un método pesquero ritualizado entre las gentes que pueblan el atolón de Ifaluk. Para llevar a cabo este tipo de pesca los hombres utilizan antorchas hechas a partir cáscaras de coco secas para capturar grandes atunes. La preparación para la pesca con antorcha requiere considerables inversiones de tiempo e implica una gran cantidad de organización y debido al tiempo y los costos energéticos que conlleva su preparación, este tipo de pesca, lejos de resultar beneficiosa en térninos energéticos para quienes participan en ella, lo que resulta es en una pérdida calórica neta para los pescadores. Por tanto, la pesca con antorcha es un handicap que sirve para señalar la productividad de los hombres.

Las mujeres y el resto de los habitantes de la isla por lo general pasan el tiempo observando las canoas que navegan más allá del arrecife. Además, los rituales locales ayudan a difundir información acerca de los pescadores exitosos y mejorar la reputación de los pescadores durante la temporada de pesca con antorcha. Varias limitaciones conductuales y dietéticas distinguen claramente a los pescadores con antorcha de los demás hombres. La comunidad está bien informada en cuanto a quién participó en este día y puede identificar fácilmente a los pescadores con antorcha. En segundo lugar, los pescadores con antorcha reciben todos sus alimentos en la casa de canoas y se les prohíbe comer ciertos alimentos. La gente discute con frecuencia las cualidades de los pescadores con antorcha.

En Ifaluk, dada la división del trabajo existente, las mujeres afirman que buscan compañeros que trabajen duro y es por eso que la laboriosidad es una característica muy valorada en los hombres. En consecuencia, la pesca con antorcha ofrece a las mujeres información fiable sobre la ética de trabajo de sus posibles parejas, lo que hace a la pesca una señal costosa honesta.

Pero la teoría de las señales costosas honestas no sólo es aplicable al ámbito del apareamiento, para la vida humana en sociedad es también un poderoso indicativo de compromiso con la comunidad.

Determinados rituales religiosos costosos como la circuncisión masculina, los ayunos, las penitencias físicas como cilicios o flagelos, la entrega de la totalidad de los bienes a la comunidad o la renuncia al contacto con la vida exterior (eremitas, monacato) pueden parecer paradójicas en términos evolutivos y sin embargo, todos estos rituales, pudieran encontrar su explicación en la teoría de las señales costosas de honestidad. El compromiso con la comunidad religiosa de quien las practica resulta tanto más creíble cuanto más penoso es el sacrificio que se impone.

Creemos más en el patriotismo de un francés, un italiano o un español, cuando paga sus impuestos que cuando hace tremolar la bandera de su país; creemos más en la sinceridad solidaria de una persona cuando reparte sus bienes que cuando se manifiesta para que los repartan los demás, sabemos que un abogado o una abogada están comprometidos con solucionar los problemas de su profesión cuando pagan de su bolsillo la celebración y asistencia a un Congreso en Córdoba y estamos legitimados a dudar de idéntico grado de compromiso cuando el congreso y la asistencia son pagados con dinero de otros.

Es por eso que, para conocer la honestidad de las personas, es necesario saber cuándo realizan un esfuerzo costoso honesto o cuando simplemente se están lucrando y es por eso que, sin el conocimiento limpio y directo de esos datos, el engaño es una realidad muy posible.

En la naturaleza, para que la señal costosa de honestidad sea válida (Bliege Bird et al. 2001) es preciso que esta sea accesible al público (transparencia) de ahí que su ocultación, en la naturaleza, prive de toda validez a la misma y sea, por el contrario, un poderoso indicio de deshonestidad. Por tanto no te sorprendas si piensas que te pueden estar engañando, es una respuesta cuasi-biológica ante la comducta de quienes no facilitan información.

Darwin probablemente ya no se asombraría del tamaño de la cola del pavo real; lo que quizá le dejase perplejo es la conducta de ciertos responsables de corporaciones.

El contrato que nunca existió

Contra el concepto de razón de Estado argüido por Maquiavelo o Jean Bodin se alzaron las teorías contractualísticas de Althusius, según las cuales la soberanía descansaba en el pueblo,  teorías que, más adelante, usaría Hobbes en su tratado más famoso, Leviatán (1651) o Rousseau en su Contrato Social (1762). Incluso más modernamente  el filósofo John Rawls (1921-2002) también ha fundado sobre un espíritu contractualista su noción de justicia. Y pareciera que los juristas aún no hemos salido de ahí.

Lo malo es que en la historia de la humanidad jamás existió ningún contrato social.

Ningún ser vivo vive en sociedad gracias a ningún «contrato social»,  de hecho todos nuestros antepasados y todos los antepasados del ser humano en la larguísima cadena evolutiva de nuestra especie  fueron animales que vivieron en sociedad. Los Cro-Magnones eran animales sociales, como lo eran los Neanderthales y los Denisovanos; y animales sociales fueron también los homo  heidelbergensis, antecessor, erectus, habilis… y todos cuantos homínidos les precedieron.

Y si buscamos entre nuestros parientes más cercanos, los simios, veremos que gorilas, chimpancés y bonobos son también animales sociales y aún antes que ellos toda la larga cadena evolutiva de mamíferos que precedieron al hombre, todos fueron seres sociales. Incluso cuando Hobbes afirmó que «el hombre era un lobo para el hombre» cometió un error de bulto pues el lobo es un animal altamente social que vive en grupos organizados por complejas relaciones entre sus indivíduos.

Para poder vivir en sociedad —ya se trate de seres humanos o de animales— son precisas unas estrategias de convivencia que la evolución inscribe en los genes de las diversas especies sociales; es por eso que estudiar a los gorilas, a los chimpancés o a los bonobos resulta tan apasionante.

Fíjense, en una tribu de bonobos será siempre  jefe el hijo de la hembra líder. Las bonobas son expertas en el arte de llegar acuerdos y, una vez ellas deciden quién es la hembra que manda, su hijo es colocado como jefe de la manada. Naturalmente si la hembra líder cae en desgracia y las demás la destituyen, su hijo tiene que presentar la dimisión antes de que lo echen. Un curioso caso animal, como ven, de poder legislativo (las hembras) y  poder ejecutivo (el macho) siempre sometido a la suprema voluntad del parlamento.

¿Cuándo firmaron los bonobos su contrato social? ¿Cuándo redactaron su constitución?

La naturaleza inscribe en los genes  de los animales sociales normas de conducta y nos dota de instintos que nos impulsan a hacerlas cumplir. Puede parecer extraño, pero es así.

No les hablaré de estrategias evolutivamente estables ni de postulados de la sociobiología, simplemente permítanme señalarles un instinto humano: la aversión al sufrimiento cercano. Si ustedes ven, por ejemplo, que, a su lado, en el parque, un señor apalea a un perro, aunque a usted este asunto en realidad debiera darle igual —pues no va nada suyo en el envite— sin poder evitarlo sentirá una aversión profunda hacia el que provoca dolor, tanta que, si no se controla, puede ser usted quien acabe apaleando al señor. Los seres humanos sanos no soportamos el sufrimiento cercano, estamos programados para no soportarlo, instintivamente nos produce malestar. No le digo nada si el apaleado es un niño y no un perro. Sin embargo, miles de niños mueren al día de hambre, niños que usted podría salvar con un simple donativo… Y sin embargo…

Sin embargo usted no experimenta la misma angustia, de hecho no experimenta ninguna angustia, porque la moral humana es una moral de simio y está diseñada para operar a unos pocos centenares de metros, dentro de nuestro hábitat cercano y nuestro grupo, si las cosas están más lejos ya no nos afectan. Y, desde el punto de vista de la naturaleza, eso está bien.

Está bien porque ningún ser humano está capacitado para soportar todo el mal que hay en el mundo, y está mal porque, en cuanto nos damos cuenta de que hay niños que mueren sin que nosotros hayamos hecho nada, el vómito y la náusea acuden a nosotros. Las ONG saben esto y por eso colocan la foto de los que sufren cerca de usted, para que sus ojos vean y así su corazón sienta.

No, nuestra moral, nuestro sentido de lo justo y de lo injusto, no se determinó a través de ningún contrato social, ni tampoco lo fijó la voluntad de ningún dios dictando leyes a profetas judíos, árabes, indios, chinos o cristianos. Nuestro sentido de la moral y la justicia la ha escrito la naturaleza en nuestros genes. Luego, en el caso de los seres humanos, la hemos desarrollado a través de esa otra evolución —la cultural— que complementa a la genética, pero siempre esta estuvo antes desde el principio de los siglos.

Entender por qué la naturaleza ha  inscrito en nuestros genes estos instintos y no otros, comprender en profundidad el funcionamiento de los mismos es un trabajo del que los juristas —expertos teóricos en la ciencia de lo justo y de lo injusto— han  declinado ocuparse al menos en España.

Dedicamos nuestra vida al estudio del derecho, lo que sorprende es lo poco que parecen interesarnos los fundamentos científicos de la justicia.