Cómo empezó todo

La mayoría de las civilizaciones de la tierra han tratado de explicar cómo comenzó este mundo que habitamos y, para ello y a falta de conocimientos científicos, han dado en usar de intuiciones, a veces geniales, que han plasmado en mitos.

De los inventores de la historia —los sumerios— nos llega a través de los acadios y los babilonios una de las primeras historias que nos explican cómo el mundo y el hombre fueron creados. A esa historia la conocemos con el nombre de sus primeras palabras «Enuma elish» («Cuando en lo alto».  𒂊𒉡𒈠𒂊𒇺) y nos cuenta cómo el mundo fue creado «Cuando en lo alto el cielo no existía ni abajo existía la tierra firme».

La vieja historia sumeria, en síntesis, nos cuenta uno de los mitos más ampliamente repetidos en todas las civilizaciones del mundo: la lucha entre el caos y el orden; el caos, en el caso del Enuma Elish, representado por la monstruosa diosa Tianmat y el orden por el luminoso dios Marduk. Tras la victoria de Marduk sobre Tianmat, del orden sobre el caos, comienza la labor creadora, ordenadora, de aquel hasta lograr el cosmos y armonía natural que admiran al ser humano.

No muy distinta es la historia que se relata en la creación contenida en nuestro Antiguo Testamento, pues, en el primero de sus libros —conocido como «Génesis» por la mayoría pero que, como en el caso del Enuma Elish, es conocido por su primera palabra por los judíos «Bereshit» («En el principio…»)— también un dios ordenador informa el caos primigenio hasta producir el cosmos armónico que conocemos.

Esta misma lucha caos-orden se produce también en las mitologías mesoamericanas y al lector curioso le sorprenderá comprobar cómo leyendas e imágenes se repiten, por ejemplo:

En el mito de la creación azteca los dioses Tezcatlipoca y Quetzalcóatl logran acabar con el monstruo del caos cuyas lágrimas se convierten en los ríos, justo igual que en el caso de Tianmat, cuyos ojos son las fuentes de los ríos Tigris y Eúfrates para los mesopotámicos. Igualmente sorprendente es el relato contenido en uno de los mitos incas sobre la creación donde el dios Viracocha, tras un primer intento de crear al hombre, al ver que la obra le ha quedado mal, ordena un diluvio para acabar con ellos.

Sí han leído el Antiguo Testamento o tienen nociones de historia sagrada estoy seguro que todos estos relatos que les cuento les suenan.

No digo que todos los mitos de creación de todas las civilizaciones sea iguales, sólo señalo que este de la lucha orden-caos es uno de los más frecuentes (Mesopotamia, Egipto, Mesoamérica…) y resulta, en mi criterio, una ilustración brillante, la expresión poética de una intuición verdaderamente notable sobre la forma en que el mundo funciona y sobre el mecanismo esencial de la «creación».

Porque, si lo analizamos bien, la forma en la que el mundo funciona es esta que nos cuentan los viejos textos, la de una eterna lucha entre una fuerza caótica y un impulso informador que dote de orden al caos. Seguramente este proceso de creación, de cómo puede emerger el orden del caos, es necesario que yo se lo explique aquí pues, de no hacerlo, pueden ustedes pensar que todo esto que les cuento no es más que otro mito como el Enuma Elish o el Bereshit y no la forma en que la naturaleza se comporta.

Para explicar todo este asunto de forma que se entienda bien recurriré a la estructura Sumeria del mito y, si su paciencia lo sufre, les presentaré a la diosa del caos (Tianmat) a la que llamaremos «entropía», al dios informador (Marduk) al que llamaremos energía y el resultado final de esta tensión, la materia informada, será el cosmos y la vida que conocemos.

Veamos cómo Marduk (la energía) pelea con Tianmat (la entropía) y produce orden donde antes sólo había caos.

Quizá para entender esto lo mejor es que empiecen por llenar su lavabo de agua y coloquen firmemente el tapón en su fondo, con esto habremos creado en su cuarto de baño ese océano primigenio de donde brotaron el mundo y la vida. Y ahora prepárense, van a ser espectadores del maravilloso proceso de la creación, ese proceso mediante el cual el caos se informa, se ordena, hasta dar lugar a fenómenos tan complejos y maravilloso como la vida. Vamos allá.

Una vez tenemos lleno nuestro lavabo de agua en nuestro miniocéano primigenio reina el caos, el sistema está en ese aburrido estado de máxima entropía del que parece imposible salir y malamente nadie nos sacará de aquí salvo que se nos aparezca algún dios Marduk que ordene un poco este aburrido charco de agua.

Nosotros invocaremos a Marduk (la energía) quitando el tapón del lavabo y dejaremos que la energía (Marduk) en forma de ley de la gravedad actúe sobre nuestro miniocéano primigenio a ver qué pasa.

Y ahora atentos porque la lucha entre Marduk (la energía) y Tianmat (el caos,la entropía) comienza a desarrollarse ante nuestros ojos, el sistema, la materia,entra en desequilibrio, se mueve y,de pronto, como por milagro, el orden aparece en el sistema. Donde antes las moléculas de agua flotaban a su libre albedrío, ahora, por efecto del desequilibrio introducido por Marduk y su generoso derroche de energía, las moléculas de agua se ordenan y forman espirales, esas espirales que usted conoce bien desde niño pero que, hasta ahora, no sabía que eran un ejemplo a escala de cómo Marduk gracias la energía puede ordenar un sistema que, de otro modo, tiende a la entropía, a Tianmat.

Marduk (la energía) ordena el mundo de muchas formas, no sólo en su lavabo. Si usted coloca su pequeño océano primigenio en una olla y la coloca sobre una fuente de energía (Marduk, el fuego) verá como ese miniocéano de agua que hay en la olla se ordena en forma de corrientes de convección (el agua borbollonea) reduciendo de este modo su entropía, ordenándolo, informándolo.

Este proceso de aparición de estructuras coherentes, autoorganizadas en sistemas alejados del equilibrio se trata de un concepto del científico ruso nacionalizado belga Ilya Prigogine, el cual recibió en 1977 el Premio Nobel de Química «por su gran contribución a la acertada extensión de la teoría termodinámica a sistemas alejados del equilibrio, que sólo pueden existir en conjunción con su entorno».

No les pido que entiendan en profundidad esas estructuras coherentes, autoorganizadas en sistemas alejados del equilibrio (estructuras disipativas) sólo les pido que entiendan ese proceso por el cual la información puede ordenar la materia a costa de un generoso derroche de energía, ganando de este modo la batalla, aunque sea local y temporalmente, a la entropía.

La imagen de un dios amasando barro, harina de maíz o cualquier otra sustancia para crear al hombre es una imagen muy ilustrativa de lo que acabo de contarles, la energía, aplicada a la materia, la informa y da lugar a una realidad nueva que es creada. Sí lo piensa bien quizá ni el Enuma Elish, ni el Génesis, ni el mito de Tezcatlipoca y Quetzalcóatl estaban tan lejos de la verdad y representaban bastante bien ese proceso por el cual se puede informar el caos a través de la aportación de energía.

Si quiere saber cómo empezó la vida en la Tierra puede usted pensar en las diversas fuentes de energía (sol, volcanes, vientos, impactos de meteoritos) que introdujeron en nuestro planeta los desequilibrios necesarios para informar nuevas realidades, aunque solo fuese burbujas en el agua que operasen como protocélulas o cualquiera otra forma que usted imagine.

Sí lo piensa tan solo hay tres realidades en nuestro universo: materia, energía e información y, de las tres, es esta última la que hace interesante al universo.

Esta imagen de Dios como una impresora 3D estoy seguro que le hará mirar de otra forma a quienes sustentamos criterios un tanto piratas/informacionales de la realidad.

Los símbolos y lo simbolizado

Los seres humanos somos una especie animal dotada con una capacidad única: la de crear y usar símbolos con la finalidad de representar conceptos abstractos, intangibles o complejos. Sin embargo, de esta capacidad simbólica no sólo se derivan grandes beneficios (simbolizamos cantidades con números que a su vez simbolizamos con guarismos, por ejemplo) sino también graves problemas pues, con determinados símbolos, también pretendemos representar creencias o sentimientos, lo que da lugar a que muchos símbolos representen, dependiendo de cada persona, realidades muy distintas aun a pesar de que el símbolo usado por ambos sea uno y el mismo. Esto ocurre especialmente con las banderas y los símbolos religiosos y esto ocurre especialmente en los días de celebración de fiestas religiosas o nacionales.

Qué simboliza para cada individuo un crucifijo, una bandera, un mantra o un himno es algo verdaderamente difícil de saber; de hecho, de lo que sí estoy casi seguro es de que lo simbolizado no es algo absolutamente igual para todos.

Todas las naciones, las aspirantes a naciones, los proyectos de naciones (sea lo que sea este cuasiteológico concepto de nación) tienen su día para gritar sus «vivas» y en estos días pasados le ha tocado a España.

—¡Viva España!

Y yo naturalmente pienso que sí, que naturalmente, que viva España, pero… ¿cómo queremos que viva España? ¿hasta qué punto quien grita viva España y yo queremos que España viva de la misma manera? Sí, viva España, pero ¿cómo quiere este señor o señora que viva España? ¿Es su modelo de vida el mismo que el mío?

Asociamos a los símbolos mensajes diversos y hacemos de esos iconos cuasi-sagrados herramientas con los que hacer aceptar a los demás las ideas de que los cargamos so pena de incurrir en sacrilegio.

No me gusta esa dinámica.

Miren, yo soy español y como español me entiendo, formo parte de una cultura construida durante siglos y a la que el mundo entero llama «española». Leí y vi de pequeño obras de Calderón o Lope de Vega en la única televisión de España, del mismo modo que hoy los zagales ven series americanas en Netflix; leí a Cervantes a Góngora y a Quevedo no por obligación sino por puro placer (uno de esos pocos placeres que siempre van contigo); vi a Grecia en Roma, a Roma en Cartagena y a Cartagena en cada fortificación del Caribe; yo me entiendo español pero ni mis referencias culturales son las mismas que las de usted ni, cuando ambos gritamos viva España, creo que coincidamos en la forma en que cada uno de nosotros queremos que España viva.

Una ideología perversa y jibarizadora coloniza el mundo desde hace un par de siglos, una ideología que atribuye consecuencias políticas al sentimiento de pertenencia a una nación del mismo modo que antes (y desgraciadamente también ahora) se atribuía a la pertenencia a las religiones consecuencias políticas. En nuestro estado y en las comunidades autónomas que lo componen creo que estamos perfectamente al tanto de a qué ideología me refiero.

Yo no creo que ser católico, musulmán o budista sea mejor que no serlo y mucho menos que el hecho de pertenecer a uno de esos credos pueda llevar aparejada ningún tipo de consecuencia jurídica relevante. Del mismo modo tampoco creo que ser o sentirse español, francés o tailandés, haga mejor a nadie en relación con quien no lo sea y, si me aprieta, le diré que tampoco de este hecho puramente casual (a uno le nacen siempre por casualidad) debiera derivarse ninguna ventaja jurídica para nadie.

Entiéndame, yo soy español como usted puede ser católico o musulmán, pero no voy a aceptar que me imponga ninguna regla de actuación derivada de su credo ni le voy a imponer ninguna exigencia derivada de todo ese bagaje cultural que a mí me hace sentirme español.

Tampoco voy a admitirle que, porque yo no quiera derivar ninguna consecuencia jurídica de mi «españolidad», yo sea menos español que usted. Tengo la sensación vehemente de que muchos de los que más gritan «Viva España» son quienes tienen una más pobre noción de España, una noción que no dista mucho de su adhesión a cuatro o cinco tópicos periclitados.

El nacionalismo ha envenenado nuestras mentes y nuestra cultura de tal manera que hoy entendemos el mundo como una realidad compuesta de «naciones» —sea esto lo que sea— y atribuimos a ese concepto abstracto y difuso (la nación) derechos cual si de una entidad real se tratase.

Esta forma de locura, de teología, a la que llamamos nacionalismo apenas si cuenta con doscientos años de edad pero ha envenenado al mundo de tal manera que sus víctimas, en estos doscientos años, son comparables a todas las víctimas habidas en los 4800 años anteriores de historia de la especie humana y lo peor es que, en este momento, es uno de los factores de riesgo más importantes para dar lugar a que la humanidad se extermine a sí misma.

Por qué hemos de hacerlo en enjambre (#J2)

No hay en ningún país ni en ningún grupo humano otra riqueza que la de los hombres y mujeres que lo componen y esta afirmación, que es válida para cualquier comunidad humana, es especialmente cierta para esa extraña hermandad que forman los abogados y abogadas de España.

En efecto, en la república de los abogados y las abogadas de España la igualdad de todos sus miembros es radical y, de la primera al último, todos son una cosa y lo mismo, abogados, personas expertas en resolver problemas y con amplios conocimientos de la ciencia jurídica. El trabajo de todos y cada uno de estos abogados y abogadas es valiosísimo (trata de calcular los honorarios de mil abogados trabajando en un asunto) y por eso, tratar de que todos ellos sean dirigidos o representados por una sola persona es reducir la inteligencia colectiva del grupo virtualmente a cero.

Piensa en el Consejo General de la Abogacía Española el cual, por más que diga representar a más de cien mil letrados y letradas, ve reducido su cociente intelectual al de su presidenta y unas cuantas personas más de su sanedrín que, si algo han demostrado, ha sido su capacidad para gastar dinero ajeno (su gasto en inútiles «inventos» tecnológicos ya debe superar los 11 millones de euros) y no dar cuentas ni de las cuantiosas dietas que se embolsan a costa de abogados y abogadas, sus iguales.

Piensa ahora en la naturaleza, en las bandadas de pájaros o en los cardúmenes de peces, grupos donde todos los indivíduos, sin que nadie les dirija, parecen moverse en la misma dirección cual si de la coreografía de un hipnótico ballet se tratase. Esta forma de autoorganización en las sociedades humanas es perfectamente posible si, como sucede en el campo de la abogacía, todos sus miembros tienen claro cuál es su objetivo y cuentan con los conocimientos precisos para llevar adelante medidas adecuadas para conseguir el fin que todos persiguen.

Esta forma de funcionar moviliza todo el músculo y el conocimiento del grupo, aprovecha las miles de conexiones y contactos que los miembros del grupo disponen, les permite actuar a una velocidad tal que, cuando en otras formas organizativas aún están deliberando, aquí la acción ya se ha realizado.

Mientras que en una organización centralizada se preguntan cuánto les costará hacer que otros trabajen para ellos, en un enjambre nos preguntamos cuánta gente está dispuesta a trabajar gratis por la causa, mientras que en una organización centralizada el músculo y el cerebro se corresponden con las pocas personas que están en su dirección, en un enjambre el músculo y el cerebro del grupo es mucho más que la mera suma de todos, es una emergencia donde el resultado final es superior a la mera suma de los miembros.

Quizá esto os resulte extraño al principio pero lo que estoy seguro que no os ofrece ninguna duda son los hechos: durante años han existido asociaciones y un CGAE pero hasta que no se ha producido un movimiento en enjambre como #J2 la situación miserable de los mutualistas alternativos de España jamás había alcanzado los parlamentos autonómicos y jamás había estado entre los problemas que los equipos de campaña de los principales partidos consideraban (me consta). Y tenemos precedentes también en el tema de las tasas, aunque existían asociaciones y existía CGAE fue finalmente la Brigada #T la que, con un movimiento en enjambre, llegó de parlamento autonómico en parlamento autonómico hasta las Cortes de Madrid donde los grupos parlamentarios les reconocieron públicamente (a ellos y no a ninguna otra asociación o grupo incluido CGAE) su lucha para cambiar aquella injusta situación.

El funcionamiento en enjambre es sencillo de entender, tan sencillo como simplemente trabajar por aquel fin a que aspiras y si esto te resulta extraño no te preocupes, funciona y vamos a ganar porque lo que perseguimos es justo, porque somos muchos más y porque estamos mejor desorganizados que ellos. Confía y adelante.

Para funcionar en enjambre es preciso que sepas unas cuantas cosas y apliques unos pocos y sencillos principios que, si no te importa, podemos repasar:

  1. El primer principio es que nuestro mayor recurso son las personas dispuestas a trabajar por la causa y es por eso que, si esa es nuestra principal riqueza, tu primera obligación es extender la red, concienciar a nuevos abogados y nuevas abogadas para que se unan al grupo y trabajen por sus fines.
  2. Podemos conseguir todo lo que nos propongamos —créeme— y por eso tu segundo principio es no dudar de que lo vamos a conseguir y transmitir esa convicción al grupo. Costará más o menos pero no dudes que esta guerra la ganamos.
  3. Confiamos mutuamente los unos en los otros y en el trabajo que cada uno realiza.
  4. Quienes hacen cosas por la causa deben ser recompensados incluso aunque no acierten. En #J2 no podemos temer al error ni a que otras personas se enfaden con nosotros. No criticamos a quien hace algo y no le sale bien: el único error, el mayor error, es no hacer nada.
  5. Si recibimos críticas de parte del público y de gente influyente es señal de que vamos por buen camino. Celebrémoslo.
  6. Si algo en algún momento sale mal el grupo lo asumirá y no se entrará en búsqueda de culpables, el grupo aprenderá con ello y seguirá adelante. Si algo funciona tremendamente bien, se lo copiará y se mezclará por todo el enjambre con nuevas variantes para hacerlo mejor incluso.
  7. Comunica tu visión a todos, y deja que los demás trasmitan tu visión con las palabras que mejor encajan con su contexto social concreto. No elabores un mensaje estándar que todos se tengan que aprender.
  8. Para electrizar a una persona háblale a su corazón.
  9. Si sientes que necesitas hacer una pausa en tu activismo, seguro que parar es lo mejor que puedes hacer. siempre es mejor tomarse un descanso para poder volver, que quemarse y amargarse. Siempre habrá algo que hacer cuando regreses: no debes preocuparte de que el mundo se quede sin algo malo que arreglar mientras tú estás fuera. Esta regla interiorízala, muchos de nosotros vamos a tener problemas de salud o de trabajo o de familia que en muchos momentos pueden hacer difícil nuestro activismo, no te quemes, para y solventa tus problemas porque te necesitamos. Confía en el grupo y en cuanto estés en disposición vuelve a la acción, ten la seguridad de que aún quedará pelea para ti.

El #EnjambreJ2 ha tenido un éxito inmenso, en muy pocos meses un problema tremendo para muchos abogados y abogadas de España ha pasado de ser un gran olvidado al primer plano de la actualidad jurídica y política y eso lo ha conseguido en enjambre, todos vosotros, no ninguna asociación. Es por eso que ahora aparecerán muchas personas hablando de organización, cargos y jerarquías. Guárdate de ellas, quienes se expresan en esos términos muy probablemente buscan protagonismo a costa del trabajo del enjambre o, peor aún, desactivarlo.

En #J2 sois (somos) miles de abogados y esa es una fuerza imparable que solo puede ser desactivada tratando de escindirla, tratando de reducir las voces y los esfuerzos de todos a las voces de unos pocos pero eso no lo van a conseguir.

Es por eso que este movimiento ha logrado hacer tambalear posiciones de poder en apenas meses y es por eso que antes temprano que tarde pondrá fin a la situación de vergüenza e injusticia en que unos cuantos quieren hacer vivir a los abogados y abogadas de España.

Tened confianza y seguid con lo que estáis haciendo: lo estáis bordando. Emocionáis.

Vamos.

¡Viva México, cabrones!

Cada uno tiene sus momentos favoritos de la historia y, como no, yo también tengo los míos.

Uno de los que me resultan más inspiradores ocurrió el día 13-águila del año 1-caña (23 de septiembre de 1519) cuando los nobles tlaxcaltecas ofrecieron a Cortés cinco mujeres.

Nos han contado mal la historia. Quienes la cuentan de un lado pintan a los tlaxcaltecas como unos salvajes que entregaban a sus mujeres como si fuesen mercancía y del otro se subraya la verriondez de Cortés y sus extremados extremeños.

Sí, nos han contado mal la historia.

Del mismo modo que en España la boda de una reina (Isabel) y un rey (Fernando) unió dos reinos hasta entonces independientes en la impecable lógica tlaxcalteca la intención era la misma.

«Casaos con estas mujeres y a partir de este momento vosotros y nosotros seremos familia y los hijos que nazcan ya no serán extraños sino hermanos».

Y así fue, las cinco mujeres —previo bautismo naturalmente— se casaron con capitanes de Cortés y esos matrimonios fueron estables y felices, muy lejos del comercio carnal con que historiadores poco informados han querido pintar el asunto.

Esta idea de fundir ambos pueblos y hacer de las nuevas generaciones mestizas un pueblo de hermanos funcionó maravillosamente, tanto que hoy, si México es algo, es ese país afortunado donde europeos e indígenas comparten su sangre. Si existe una «raza cósmica» como pretendió algún nacionalista es esta que hace a todos los seres humanos iguales.

A partir de aquel momento Castilla y Tlaxcala formaron un equipo imbatible. Sí te molestas en leer los textos, cuando Cortés marcha a Tenochtitlán a encontrarse con Moctezuma viaja acompañado de miles de guerreros tlaxcaltecas que son quienes infunden el miedo a los mexicas. Moctezuma no tiene ningún problema en dejar entrar a Cortés y sus castellanos en Tenochtitlán pero no a los tlaxcaltecas. Cortés, que sabe que no es nadie sin ellos, presiona y presiona hasta conseguir que Moctezuma le permita ser acompañado por una guardia de varios cientos de imponentes guerreros de Tlaxcala.

Este patrón de conducta se repetirá en Cortés con otros pueblos de forma que, cuando Castilla y Tlaxcala atacan Tenochtitlán ningún pueblo indígena quiere ayudar a los mexicas. Totonacas, cempoaltecas, mayas… Todos pelean con Cortés, un Cortés que no quiere volver a la vieja España, que quiere vivir y morir allí entre esos que le propusieron un convenio que cambió la historia:

«Casaos con estas mujeres y a partir de este momento vosotros y nosotros seremos familia y los hijos que nazcan ya no serán extraños sino hermanos».

Hoy esa España 2.0, esa España Reloaded y con esteroides que es México es ese pueblo de hermanos que un día quisieron los tlaxcaltecas. Y con Tlaxcala y el resto de los indígenas de la mano los novohispanos tomaron las islas Filipinas (sí, las islas Filipinas eran una capitanía de México) y hasta dominaron comercialmente todo el oriente de Asia haciendo del «Real de a Ocho» o «Peso fuerte» la primera divisa internacional. Para 1800 sólo París o Londres podían compararse con la ciudad de México. Ese sueño tlaxcalteca de «mezclémonos y seamos hermanos» cambió el mundo y dio origen a esa nación admirable que hoy llamamos México.

Ahora yo tendría que ponerles el «Huapango de Moncayo» y hacerles gritar eso de «¡Viva México, cabrones!», pero sospecho que en España nada de esto interesa demasiado y en México tienen una visión inventada donde los tlaxcaltecas no pasan de ser unos traidores a la patria (¿a qué patria, a esa que asesinaba veinticinco mil personas al año?) y donde difícilmente se reconocerá que inspiraron una epopeya virtualmente inigualable entre los pueblos del mundo. Una epopeya nacida de una idea genial: seamos mestizos, seamos hermanos.

Hoy México es un país que comparte un 45% de sangre europea, un 50% de sangre indígena y un 5% de sangre afroamericana, un país que descubrió algo que el mundo aún no ha entendido, la genialidad tlaxcalteca.

Y ahora sí ¡Viva México, cabrones!

Faltan 9 días para el 12 de octubre y estoy seguro que todavía está casi todo por descubrir.

De dioses y naciones

Cuando oigo a alguien citar esa frase que dice «quienes olvidan su historia están condenados a repetirla» me invade la sensación vehemente de que está tratando de engañarme.

Creo que ya les dije que el más peligroso de los géneros literarios de ficción es el de la historia. Aristóteles lo percibió así y no es de extrañar pues los libros de historia han sido una de las más eficaces herramientas de control social que han existido.

Bastó con escribir en un libro que los patriarcas de una serie de tribus dispersas eran todos hijos de un mismo hombre (Jacob) y por tanto hermanos, para que estos clanes creyesen haber sido parte de un mismo reino y formasen una realidad política que perdura hasta nuestros días: Israel.

Por supuesto que ese conjunto de tribus que habitaban la actual Palestina —distinto según el fragmento del Antiguo Testamento que ustedes lean— nunca o casi nunca formaron un reino único y, desde luego, lejos de ser «hermanos» sus orígenes eran tan diversos como Egipto, Mesopotamia, Grecia o el propio interior de Canaán. La idea del «historiador» de hacerlos descender de un mismo patriarca y poner por escrito que Jacob (aka Israel) tuvo doce hijos (Rubén, Simeón, Leví, Judá, Gad, Aser, Dan, Neftalí, Isacar, Zabulón, José y Benjamín) hizo que los crédulos habitantes de Canaán se viesen a sí mismos como hermanos de la misma familia.

Al ideólogo de todo esto —vamos a llamarle Esdrás— le pareció adecuado también contarles a todos estos crédulos que un dios les había elegido como su pueblo y que por eso, cuando ellos obedecían las órdenes y deseos de ese dios, las cosas le iban bien mas, cuando desobedecían sus mandatos, caían sobre ellos terribles desgracias como la esclavitud de Babilonia de la que acababan de volver cuando estos textos se fueron compilando.

No me cuesta trabajo imaginar a Esdrás contando al pueblo estas historias y añadiendo a continuación: «no lo olvidéis porque el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla».

Para imponer entonces tu versión de la historia necesitabas de una élite cultural —generalmente sacerdotes y escribas— que fijase y difundirse tu «historia» del mismo modo que ahora precisas de unos medios de difusión públicos o privados que difundan la tuya.

La idea es maravillosa: convences a un grupo de hordas o tribus de que son el pueblo elegido de un dios y luego tú mismo, tú, les dices lo que Dios quiere, que, en el fondo, no es más que lo que tú quieres. ¿Que se te apetece degollar a diez mil amalecitas? Pues dices que Dios lo quiere. ¿Que te viene bien conquistar unos santos lugares? Pues dices que Dios lo quiere. ¿Que se te ha puesto en la nariz conquistar unas tierras que están trabajando tus vecinos? Pues ya sabes.

Obviamente esta idea de que las leyes no son más que la expresión de la voluntad de una divinidad no es exclusiva de los israelitas, la realidad es que así es como ha funcionado el género humano durante cinco mil años, desde que se inventó la escritura en Sumeria allá por el 3000 AEC, hasta 1789 en que a los franceses se les ocurrió la idea de guillotinar al elegido de Dios.

¿Cómo es posible que personas normales se traguen esas bolas de que alguien habla en nombre de un dios? (Se preguntarán ustedes) y yo les responderé que es algo sumamente fácil. Déjenme que les cuente una historia que quizá les sorprenda.

Estoy seguro que han oído ustedes hablar del Código de Hammurabi, un texto legal que fue derecho vigente en Babilonia y que pasa por ser la primera gran obra jurídica de la historia, pues bien, en él podemos aprender cómo funcionan estas cosas.

Sí observan la piedra donde este código está grabado (se encuentra en el museo del Louvre) verán que, arriba del todo, aparecen en lo que parece una montaña, dialogando, dos figuras: una, de pie, tapa su boca y reverencia a otra que se encuentra sentada. Esta figura que se encuentra de pie es el propio rey Hammurabi mientras que la figura que se encuentra sentada en un trono es el dios Shamash, que está entregando sus leyes a Hammurabi.

Shamash se sienta sobre un trono que se asienta en unos estrados de zafiro (el cielo azul como el zafiro es su casa) mientras que la escena se desarrolla en las alturas de una montaña fuera de la vista del pueblo.

Sí comparan esta escena con la de la recepción de los diez mandamientos por Moisés en lo alto del Monte Sinaí observarán que es idéntica. Yahweh entrega a Moisés unas tablas de piedra en las que él mismo Yahweh ha escrito sus leyes.

Bueno, me dirán ustedes, pero ¿Y lo del trono y el estrado de zafiro?

Buena pregunta pero espero que no se sorprendan si les digo que todo esto se aclara unos versículos después, concretamente en Éxodo capítulo 24 versículos 9-10:

«Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel;
y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno».

¿Curioso verdad?

Los humanos necesitamos justificar nuestras leyes, nuestro dominio sobre los demás y hacer de ese dominio esencialmente injusto una situación admisible para todos y hasta hace doscientos años no había mejor truco que hacer creer a nuestros semejantes que nuestros deseos no eran nuestros, sino de una entidad suprema a la que llamamos dios, una situación que cambió hace unos doscientos años. No les extrañará, pues, que cuando alguien me viene a hablar en nombre de Dios yo sujete fuertemente mi cartera. Si Dios quisiese hablar conmigo no dudo que él mismo lo haría y es por eso que, si alguien viene a hablarme en su nombre, mis sospechas y reticencias suban a niveles máximos.

No es por eso de extrañar que los humanos, una vez que esta forma de justificar el poder empezó a resquebrajarse en 1789 buscasen otra forma de seguir haciendo lo mismo y la encontraron en otra especie de Dios, no menos irreal y falso que el Shamash de Hammurabbi pero tan útil o más que él: la nación.

Fue un nazi redomado, el politólogo Carl Schmitt, quién nos reveló que toda la teoría actual del estado no es más que un trasunto de toda aquella teología política que había gobernado el 99% de la historia de la humanidad. Cuando los viejos dioses murieron nuevos dioses ocuparon su lugar y si los viejos dioses nos exigían dárselo todo a ellos y matar o morir por ellos los modernos nos exigían exactamente lo mismo. El poder, claro, siguieron ostentándolo los profetas, sacerdotes y escribas de los nuevos dioses que son quienes se sienten legitimados a hablar por ellos.

Es por eso que, cuando un nacionalista viene a explicarme qué es lo que quiere o exige de mí la patria, yo, como en el caso de los viejos sacerdotes, agarro fuertemente mi cartera porque sé que lo que pretende es imponerme su voluntad o enriquecerse a mi costa.

Pero las naciones, como los viejos dioses, como Shamash en la montaña, necesitan que el pueblo crea en historias inventadas y es por eso que los nacionalistas de todo signo escriben febrilmente de historia y nos cuentan «su» historia al tiempo que añaden la coletilla de que «quienes olvidan su historia están condenados a repetirla» para que no se te ocurra dejar de hacerles caso.

Yo en cambio creo que lo único que los humanos no debemos olvidar es que la figura más antigua del engaño y de la mentira es esa de venir a contarnos lo que otro dice esperando que le creamos. Quienes han hablado en nombre de Dios o las naciones lo han hecho siempre para imponer una voluntad que sólo era suya y eso sí es una lección histórica, quizá la única que no deberíamos olvidar jamás.

Es por eso que ahora, oyendo hablar a todos esos que dicen hablar en nombre de patrias diversas, me acuerdo de Yahweh, de Moisés, de Shamash y Hammurabbi y, claro, agarro fuertemente mi casi vacía cartera.

Una cierta visión de España: romanticismo.

Ahora que sobre el Congreso planea la sombra de amnistías y otras cuestiones vinculadas con el ser de nuestro estado creo que puede ser este un buen momento para hablar de España, concretamente del turismo.

España, Hispania, Spania, Iberia, eran nombres con los que, hasta el siglo XIX, se designaba una localización geográfica, concretamente las tierras comprendidas dentro de nuestra península. Estos términos nunca tuvieron significación política y, desde luego, lo por ellos designado jamás coincidió con la realidad política que desde hace dos siglos, conocemos como España. Nunca Hispania fue una sola provincia o un solo reino y, desde luego, hasta el siglo XIX bajo esa denominación siempre se incluyó Portugal y por eso pudo escribir el poeta épico luso Luis de Camoens

«Falai de castelhanos e portugueses, porque espanhóis somos todos…»

Viajar a España en la antigüedad, dada su remota localización, no era tarea fácil aunque tampoco el turismo llegó a ser la religión que es hoy.

Todo cambió con llamada (mal llamada) «Guerra de la Independencia» de 1808.

Hasta ese mismo año, la monarquía gobernante en todos los reinos de la península a excepción de Portugal, seguía siendo la que tenía los territorios más extensos y ricos del mundo. De Palma de Mallorca a Manila uno podía recorrer el mundo sin salir de sus dominios y esa posición preeminente había generado contra ella una eficaz leyenda negra.

Para un europeo de finales del siglo XVIII las gentes que servían a la monarquía católica con corte en Madrid eran unos furiosos integristas católicos, con unos nobles vanidosos más preocupados en recitar sus ocho apellidos nobles que en hacer algo de provecho, gente violenta, intolerante y altiva que representaba todo lo que debía odiarse.

No nos conocían bien, sólo tenían la propaganda, pero la guerra de 1808 hizo que todas esas percepciones cambiaran.

En la guerra de 1808 más de quinientos mil soldados extranjeros pasaron por España y descubrieron un país que estaba muy lejos de lo por ellos imaginado. Con el ejército francés no sólo llegaron franceses sino gentes de muchas otras naciones como polacos (hasta 35 mil), portugueses e ingleses, por supuesto, y hasta mamelucos de obediencia turca (si miras los cuadros de Goya los reconocerás fácilmente por su turbante).

Estos quinientos mil soldados escribieron a sus casas y contaron lo que veían e, increíblemente, resultó que lo que contaban encajaba perfectamente con la recién estrenada mentalidad romántica.

España era tierra muy montañosa y de caminos difíciles, poblada de hombres indómitos que no se dejaban arrebatar la libertad fácilmente y que ejercían con violencia terrible la guerrilla o el bandolerismo. Las mujeres (¡ah las mujeres!), la mujer española era pura pasión pero ¡cuidado! siempre armadas y dispuestas a dejarte sin sangre de un navajazo en la femoral. España, además, era Oriente, cuando trascendieron fuera de nuestras fronteras espacios como la Alhambra o la Mezquita toda la fiebre del romanticismo se volcó en España. España era pura pasión y autenticidad ¿necesitaba algo más un romántico?

Los frutos de todo aquello y de aquella visión romántica de España aún perduran, Carmen de Bizet, los cuentos de Washington Irving, el Capricho Español de Rimsky Korsakov o la «Obertura sobre un tema de marcha española» son solo algunos de ellos.

El saqueo de obras de arte, singularmente de Velázquez y Murillo, realizado por los franceses revelaron al mundo una producción artística maravillosa inesperada en ese país oscuro e inquisitorial que les habían contado antes. El regalo de las Cortes de Cádiz al Duque de Wellington de una abundante colección de obras de arte españolas produjo idéntica conmoción en Inglaterra, esa Inglaterra cuya aristocracia moría por conocer las obras que decoraban el Palacio del Duque de Wellington, el vencedor de Napoleón.

Todo esto hizo de España, esa ubicación geográfica de que antes les hablaba, un destino imprescindible para los nuevos románticos. Y sin embargo ¿cómo entendían los habitantes de la península ese territorio que ellos habitaban?

De forma muy diferente, claro, aunque esto es materia que da para muchos post. Hoy solamente quería hablar de turismo y del origen de una cierta imagen de España.

Contra los nacionalismos: Jesús Bienvenido

Ayer escribí en mi muro de Facebook un post contra el nacionalismo y su disparatada visión del género humano. Pensando en lo escrito acabé recalando en Youtube y este, con su algoritmo implacable, volvió a ofrecerme a un genial representante de la música que a mí me gusta: la música que hacen en Cádiz.

Me quedé admirado pues este pasodoble de Jesús Bienvenido (mil veces oído por mí) dice muchas de las cosas que pienso a propósito del nacionalismo y es por eso que se lo dejo aquí abajo por si lo quieren oír. Para entenderlo permítanme que les ofrezca una pocas claves.

Los cuatro primeros versos

«Cuando se entra por Cádiz
por la Bahía,
se entra en el paraíso
de la alegría»

son una letra popular de un palo flamenco gaditano y marinero: las alegrías. Comenzar así ya produce unos efectos muy concretos a quienes están en el secreto y Jesús Bienvenido lo va a aprovechar luego, cuando llegue a la estrofa que dice

«Como dijo Pericón
con toita la razón
a Cádiz llegó un barquito…»

Aquí el autor rescata uno de los más famosos embustes del prolífico embustero y cantaor flamenco Juan Martín Vílchez (aka «Pericón de Cádiz»). Según esta trola el origen de los palos del flamenco estaría en cierto barco que, cargado de partituras musicales, naufragó en Cádiz. Los gaditanos, según Pericón, se quedaron con las partituras de los cantes más bonitos (alegrías, cantinas, bulerías de Cádiz…) y las que sobraron fueron mandándolas río arriba hasta Sevilla, puerto último de destino al que, obviamente, llegaron las que nadie quiso coger antes.

Pues bien, Jesús utiliza esta historia tan ranciamente gaditana y a este personaje tan inequívocamente gadita, para afirmar que, tras ese barco que tanto definió la cultura gaditana, fueron llegando otros muchos barcos que añadieron nuevas esencias a aquella antigua esencia.

A mí, todo el argumento de Jesús me lleva a un momento glorioso de la historia de la humanidad que hoy conocemos como el período helenístico y antes de diputarme por loco déjenme que les explique.

Unos trescientos años antes del nacimiento de Cristo un chaval que había sido educado nada menos que por Aristóteles ascendió al trono del reino griego de Macedonia. En poquísimos años el chaval conquistó el mayor imperio que conoció la historia: desde Grecia hasta las riberas del río Indo, incluyendo Egipto, Mesopotamia, Persia, Canaán… y con esas conquistas Alejandro difundió la cultura griega por el mundo.

En poquísimos años las poblaciones se helenizaron, se representaron tragedias griegas en lugares tan remotos como Persia y la lengua y cultura griegas fueron la base de la humanidad conocida.

En Judea, la tierra de Jesucristo, por ejemplo, la población se helenizó tan rápidamente que gimnasios, teatros y todo tipo de edificios y elementos que representaban la cultura griega proliferaron a toda velocidad.

Al tiempo que nació Jesús de Nazaret Palestina era una comunidad helenizada. Es cierto que existían núcleos de judíos renuentes a la helenización pero, para que se hagan una idea, la patria de Jesús (Nazaret) apenas si era un villorrio de menos de un centenar de personas mientras que, a cinco kilómetros de ella, la vecina ciudad de Séforis contaba con más de 63.000 helenizadísimos vecinos.

Para la antigüedad «ser griego» no significaba haber nacido en Grecia sino haber adoptado la cultura griega, haberse helenizado.

Pues bien, en Cádiz pasa lo mismo que pasaba en tiempos de Jesús con los griegos porque los gaditanos no necesitan nacer en Cádiz para ser gaditanos, los gaditanos, como los griegos, nacen donde les da la gana y es esta una de las declaraciones de principios más cosmopolitas que conozco.

En fin, que derrapó, que me disperso, que me pongo a hablar de naciones y acabo hablándoles de Alejandro Magno, de Macedonia, de Palestina y de Jesús de Nazaret.

Permítanme que les deje con otro Jesús menos beatífico que el de Nazaret y con esta grabación casera con forillo de trapo descuadrado y sonido deleznable aunque con toito el arte del mundo.

De la chirigota de Cádiz «¡Qué caló!» el pasodoble «Cuando se entra por Cádiz».

¿Pintura o literatura?

Hace ya varios post que les vengo contando cómo, desde el romanticismo, el foco de la obra de arte se traslada de la obra al artista y si para entender y apreciar una obra clásica basta con contemplar la propia obra, del romanticismo acá, para entender una obra de arte hay que entender al artista y no a su obra y, a veces, hasta haber realizado un par de cursos de historia del arte.

Para apreciar belleza en la obra de arte de la primera fotografía (un fragmento del «Rapto de Proserpina» de Bernini) al espectador medio no le hace falta saber quién fue Bernini, ni quién fue Proserpina ni si lo que vemos es un rapto delictivo, mitológico o simplemente lujurioso.

Sin embargo, para entender la segunda obra de arte que les muestro en la segunda fotografía, un simple folio en blanco, es preciso que yo antes les cuente una historia.

La obra se titula «Dibujo de De Kooning borrado» y su autor es un señor llamado Robert Rauschenberg.

En 1953 De Kooning era un dios de la escena artística y Robert Rauschenberg, con más miedo que vergüenza, se dirigió a él para que le entregase uno de sus dibujos con el fin de borrarlo. Para sorpresa de Rauschenberg, De Kooning accedió entregándole un dibujo particularmente querido por él pero también extremadamente difícil de borrar. Robert Rauschenberg trabajó durante un mes en el borrado del dibujo hasta dejar el folio en blanco tal y como lo ven ustedes. Rauschenberg enmarcó el dibujo y le colocó una plaquita que decía: «Dibujo de De Kooning borrado» y el resto es historia; hoy el folio en blanco está colgado en el Museo de Arte Moderno de San Francisco y su cotización alcanza millones de dólares: para los historiadores del arte es el primer ejemplo de arte conceptual donde lo artístico ya no es el objeto sino la idea.

Hubo un tiempo en que alguien afirmó que «una imagen vale más que mil palabras» pero, del romanticismo acá, pareciera que ninguna imagen vale nada sino que el valor añadido lo aportan las palabras, las que revelan lo que el artista quiso expresar o incluso las que nos cuentan la historia de un folio en blanco. ¿Pintura, escultura, literatura, engaño o genialidad?

Ustedes me lo dirán.

Rückenfigur

Este año —como los anteriores— habré de pasar mis vacaciones de agosto en Cartagena, un lugar, dicho sea de paso, en nada inferior para esto a cualquier otro. Tengo, además, la suerte de que una buena parte de mis amigos son viajeros infatigables y, gracias a ellos y a las fotografías que me mandan o colocan en redes, puedo disfrutar lo mismo de un paseo por Mallorca, que de navegar el estrecho de Bonifacio o subirme a los Alpes como en el caso del que voy a hablarles.

Esto del turismo, aunque ustedes no lo crean, es también una actividad que debemos al romanticismo y a su mediato origen la Reforma de Lutero. Sí, cuestionada la idea de Dios nuevas doctrinas y fes fueron tratando de sustituir a la vieja religión y una de las que más éxito tuvo fue una especie de panteísmo naturalista que veía en la naturaleza la expresión de lo sagrado.

Los paisajes, en cuanto que la más altas imágenes sagradas de una religión sin Dios, fueron muy populares en el romanticismo y constituyen una buena porción de las obras de Friedrich, el autor del cuadro que ilustró el post de ayer.

Pero los románticos habían renunciado al arte como mímesis, como copia, del mundo y de la realidad; ellos ya no pintaban el mundo copiando como era sino cómo lo veían con su mirada transformadora, de forma que el arte ya no estaba en la exacta y fidedigna representación de lo exterior sino en la expresión de su particular mirada transformadora y, quizá por eso, los cuadros comienzan a poblarse de personajes que nos dan la espalda y miran al mundo invitándonos a que miremos la naturaleza no con nuestros ojos sino con los suyos. Este tipo de imágenes de personas de espaldas tienen en pintura un nombre esppecífico, «rūkenfigur», y de entre estas rükenfigur quizá el tipo más popular fuera el de los «wanderer», los caminantes, los peregrinos de esta nueva religión.

Por eso le pedí a mi amigo Aurelio, que anda andando por los Alpes, que se tomase una fotografía al estilo del más famoso de los wanderer de Friedrich, el del cuadro del post de ayer, de forma que ahora puedo tratar de mirar los Alpes con sus ojos de devoto de esta religión de la naturaleza además de con los míos y reflexionar cómo cambia nuestra visión del mundo dependiendo de los ojos con que lo miremos y dependiendo de lo que conozcamos de la personalidad del dueño de la mirada.

Los Alpes no son iguales si los mira él que si los mira otra persona y es por eso que el viaje nunca es el mismo si el viajero es diferente.

Gracias a mis amigos puedo viajar sin salir de mi ciudad y gracias a ellos también puedo ver los Alpes y el mundo siempre de forma diferente.

No está nada mal para un mes de agosto.

A la paz de dios

Una imagen de la Inmaculada Concepción de María preside el rectángulo que los cartageneros conocemos como Plaza de Risueño.

En su lado norte un edificio tan antiguo y valioso como poco cuidado alberga en sus bajos el «Restaurante Alhambra» un local árabe que sirve comida «halal» y que ha tenido la buena idea de colocar mesas y sillas en la propia plaza.

El lado este de la plaza lo ocupa la magnífica «Panadería Davó» un lugar que hornea y produce artesanalmente sus panes y sus dulces y del cual aún no he logrado saber las horas de cierre pues siempre que paso lo encuentro abierto.

Al lado sur hay un local de apuestas bajo el cual hay una casa romana visitable que es conocida —una curiosa councidencia— como «La casa de la fortuna» y no por causa del local de apuestas que hay sobre ella sino a causa de alguno de los frescos que aún decoran aquella vieja casa romana.

Finalmente, el lado oeste lo ocupan algunas viviendas y la trasera del «Cine Central» (antes «Cine Sport») un local maravilloso que lleva abandonado años aun cuando parece que la Comunidad Autónoma en algún eón próximo hará algo.

La plaza, inhabitable en horario diurno debido al calor del verano, por la noche y con la fresca se convierte en un espacio amable. Hoy iba a cenar a mi casa —algo más adelante en la calle Serreta— cuando he visto las mesas, los árboles y la magnífica temperatura que convidaba a cenar algo allí.

Me he pedido un pisto (es hora de cenar y no se debe embaular demasiado) y ahora, bajo la protectora imagen de la Inmaculada Concepción de María, cenamos a la paz de dios —se llame este como se llame— cristianos, musulmanes, ateos, agnósticos y hasta algunos subsaharianos de negrísima piel negra cuyo credo religioso no soy capaz de inferir.

Yo tendría que haber ido a cenar a casa pero aquí se respira paz y frescura ¿Cómo iba a dejar pasar esta oportunidad?