Ahora también México.

Ayer les conté la historia del movimiento Cypherpunk y por qué nació Bitcoin y el resto de las criptomonedas. Del año 2010 acá las criptomonedas han pasado de ser una diversión de frikis a tener una capitalización inimaginable.

Ahora, en apenas tres días, estamos asistiendo a un fenómeno inusitado: anteayer la República de El Salvador anunció y presentó la ley que ha de convertir en breve al Bitcoin en su moneda oficial. Ayer fue Paraguay quien anunció movimientos en idéntico sentido y hoy es en México —un auténtico gigante con una población tres veces superior a la de España (127 millones de habitantes)— donde se anuncian movimientos políticos por parte de grupos del legislativo para convertir también a Bitcoin en moneda de curso legal.

Los países iberoamericanos saben bien cuál es el valor del dinero de papel que emiten los bancos centrales y conocen muy bien también qué le pasa a ese dinero cuando los gobiernos —como ahora el de Joe Biden— deciden darle fuerte a la manivela de la multicopista.

Con una cifra fija de monedas y gobernado sólo por el código que lo regula y no por cualquier gobierno que eventualmente decida cambiar las reglas del juego, Bitcoin se presenta como una solución muy deseable para todos esos países que, como los iberoamericanos, se han visto inmersos en la aparentemente indestructible lógica del dólar y del dinero fiat.

Lo que está pasando estos tres días sería el sueño que, hace apenas 11 años, soñaron los soñadores de quienes les hablaba ayer.

Pero ¿será posible? ¿acabará otra vez el dinosaurio con los soñadores?

Muy probablemente sí. Ninguna revolución triunfó a la primera, aunque en este siglo XXI las cosas van muchísimo más rápido que en ningún otro siglo de la historia. USA, China, la UE, ciertamente no van a tolerar que paises de su ámbito económico puedan hacer tambalearse su sistema de dominio económico pero…

Pero a veces los sueños son posibles.

Para quien sienta curiosidad le dejo aquí la proposición de ley que se ha presentado en la República de El Salvador. Puede ser un hecho aislado o puede ser la primera de muchas.

Lo veremos.

El «millenial» autócrata

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, una especie de «autócrata millennial» que, a sus 39 años y tras ganar las elecciones ha llevado a cabo una serie de antidemocráticas y poco tranquilizadoras acciones, ha anunciado que hará de Bitcoin moneda de curso legal en su país.

La decisión no supone que la moneda nacional de El Salvador deje de ser oficial porque, lamentablemente, la única moneda que funciona en El Salvador es el Dólar Americano, tras que al «Colón» (antigua moneda nacional) se le agotase todo el crédito a base de darle demasiado a la imprenta. Tras convertir al Bitcoin en moneda oficial El Salvador tendrá dos monedas: el Dólar y el Bitcoin.

¿Qué hay detrás de esta decisión?

Por un lado está la realidad de que la principal fuente de ingresos de El Salvador son los Dólares que los emigrantes salvadoreños remiten al Salvador. Estos envíos pagan comisiones que, con el Bitcoin, se eliminarán.

Por otro lado está la realidad de que más de dos terceras partes de la población de El Salvador no está «bancarizada»; es decir, no tiene cuentas corrientes en el sistema bancario y no puede abrirlas. Disponer de billeteras en Bitcoin, en cierto modo, puede paliar este problema.

Son fines correctos y acertados pero no los únicos.

Nayib Bukele, tras obtener la presidencia del país, ha llevado a cabo una serie de poco edificantes acciones con un inequívoco aroma autocrático (algo que está poco en sintonía con el mundo cipherpunk del bitcoin) por lo que, organizaciones defensoras de derechos humanos ven en esta medida un eficaz detergente que limpie su imagen.

Y tras la decisión de Bukele están sus asesores técnicos, en este caso la plataforma de pagos «Strike» que, sin duda, no debe de haber prestado su asesoramiento gratis para elaborar una legislación cuyos sesgos aún están por ver.

Es por eso que un anuncio aparentemente «histórico» no ha sido celebrado por las criptomonedas con un alza generalizada, sino, más bien al contrario con cautela.

Pero no nos engañemos, las condiciones económicas de El Salvador son comunes a muchas partes de la América Latina. México, Cuba o Venezuela, como El Salvador, reciben importantísimos ingresos de sus emigrantes en los Estados Unidos y la necesidad de usar criptomonedas se siente como imperativa, habiendo crecido de forma impresionante el número de usuarios. Países como los antes citados y otros como Turquía o Nigeria que ven depfeciadas constantemente sus monedas se vuelven hacia las criptos como medio de conjurar la amenaza. Y, en fin, en el incosciente colectivo, la confianza de las nuevas generaciones las criptos se encuentran ya a la altura de la inversión inmobiliaria (dos de cada cinco «millenials» australianos piensan así) por lo que el terreno parece abonado para que grandes masas de población apoyen iniciativas políticas en este sentido.

Pero las criptomonedas y los estados autoritarios no encajan, son agua y aceite, y me preocupa que una herramienta liberadora y democratizadora como las criptomonedas acabe siendo usada como un Caballo de Troya para colocarle a la población terribles herramientas de control como el Yuan Chino.

Todo este mundo de la criptoeconomía no es sólo un mundo de dinero e interés, es también un mundo donde nos jugamos la salud democrática de los estados.

Es una cuestión de democracia o autocracia.

Y yo estoy por la primera.

El hígado de las finanzas

Las profecías suelen llevar en sí mismas su propio cumplimiento cuando todos creemos en ellas. Es decir, si uno profetiza tiempos de escasez y la necesidad de ahorrar y no gastar nada, es probable que, si creemos al profeta, dejemos de comprar y que el comercio se resienta y el ahorro desmesurado provoque una recesión aunque sea temporal.

Es por eso que los profetas son tan necesarios como peligrosos porque, cuando creemos en ellos, realizamos cosas que pueden oscilar entre la genialidad y la catástrofe. Hombres y mujeres que pensaban que un carpintero de Nazaret era el hijo de dios levantaron la catedral de Burgos, pero hombres y mujeres que se creyeron la raza superior también sabemos lo que hicieron.

Un campo donde abundan las profecías autocumplidas es el del analisis chartista de las cotizaciones bursátiles o de las criptomonedas. Del mismo modo en que los viejos arúspices leían el hígado de las reses sacrificadas estos modernos profetas creen ver en las gráficas «figuras» y patrones que les permiten anticipar -dicen ellos- el comportamiento de los mercados; una de las figuras más conocidas es la del «doble tope». Se supone que cuando la gráfica hace tope dos veces y baja hasta rebasar la línea que marca el fondo del valle es momento de esperar nuevas bajadas. Esto es el llamado «doble tope», figura que yo, por cierto, veo por todas partes.

Es posible que lo que dicen estos gurús sea absolutamente falso pero es lo cierto que, como muchísima gente cree en ellos, sus profecías se autocumplen y no es infrecuente que cuando los inversores observan la figura de marras se apresuren a obrar en consecuencia.

Esto es muy parecido a lo que ocurre con las supersticiones: dado que el 13 es generalmente considerado como un número de mal agüero en muchos hoteles no hay habitación ni planta 13. Lo del 13, obviamente, es una gilipollez pero, el mero hecho de que lo crea una parte importante de la población, tiene efectos tan curiosos como el que les he citado.

La costumbre de no trabajar un día a la semana es otra de esas profecías autocumplidas, fíjense:

Para los babilonios los días 7, 14 y 21 del mes eran «nefas» (de mal agüero) y, por tanto, inapropiados para llevar a cabo ninguna tarea. A esos días en que no hacían nada por ser de mal agüero les llamaron «shabatu» de forma que los judíos, durante su cautiverio en Babilonia, copiaron la costumbre, la dotaron de origen divino y llamaron Shabat a esos días de forma que, cuando volvieron a su tierra tras el exilio, respetar el Shabat se volvió uno de los rituales clave de su religión, ritual que, luego, fue copiado por otras religiones.

Yo acabo de ver «dos topes» en la gráfica de cotizaciones del bitcoin (igual es imaginación mía o no estoy mirando bien el hígado de la criptomoneda) y he formulado mi pronóstico.

Veremos si se cumple.

Elogio del bitcoin

Dinero es todo aquello que es generalmente aceptado como medio de pago por los agentes económicos para sus intercambios y que, además, cumple las funciones de ser unidad de cuenta y depósito de valor.

La humanidad ha usado como «unidad de cuenta y depósito de valor» herramientas de muchos tipos, pero todas han tenido ventajas y desventajas. En la actualidad usamos unos trozos de papel impreso y unas anotaciones en cuentas a los que denominamos «dinero», o más técnicamente «dinero fiduciario» porque, en realidad, ese «dinero» no tiene más valor que la confianza —la fe— que tenemos en que, a cambio de un trozo de papel, otra persona nos entregará bienes o servicios.

Si la fe en los dioses es inexplicable aunque operativa, la fe en estos trozos de papel es igual de inexplicable aunque tan operativa o más que la fe en los dioses.

Estos trozos de papel sin valor intrínseco son además la unidad de cuenta del sistema pero ni siquiera cumplen bien esta función.

En este tiempo de pandemia a los gobiernos les sale a cuenta imprimir papeles de esos que llaman dinero pero, cuando lo hacen, alteran el valor de ese mismo dinero que, como unidad de cuenta, empieza a fallar, produciéndose eso que llamamos inflación. Si aumentan las unidades de cuenta y no aumenta lo contado cada unidad de cuenta contará menos cosas cada vez y esto conduce a inevitables subidas de precios y a la pérdida de valor de cada unidad de cuenta.

No, el dinero fiduciario actual ni es una buena unidad de cuenta ni es un buen acumulador de valor, sobre todo porque su capacidad de contar y acumular está en manos de las peores personas que podía estar: los gobernantes. Y, para que se sepa que está en sus manos, desde tiempos inmemoriales, los gobernantes han colocado sus retratos en el facial de las monedas y billetes; tanto que al anverso de las monedas le llamamos sistemáticamente «cara», porque es verdad que siempre aparece en ellas la efigie de algún cara.

Frente al dinero fiduciario, en los últimos diez años, se ha alzado el dinero electrónico apoyado en una nueva tecnología (el blockchain) y cuyo ejemplo más conocido es el bitcoin.

Hay unas cuantas diferencias entre el bitcoin y el dinero fiduciario que usted debe conocer, permítame, pues, que se las cuente de forma poco ortodoxa.

La primera viene escrita en los billetes de dólar donde la frase «In God we trust» (en Dios confiamos) ha sido sustituida en bitcoin (figuradamente) por la más tangible «In code we trust» (confiamos en el código) pues el bitcoin ya no obedece a azares ni designios humanos o divinos sino simplememte al código en que está programado. Lo que es el bitcoin está definido por su código informático y ni gobiernos ni políticos pueden alterarlo.

El bitcoin, además, es finito. No pueden existir más de 21 millones de bitcoins, lo que significa que el gobernante de turno no puede darle a la maquinita e imprimir más bitcoins porque, simplemente, el sistema no lo permite y es por ello que bitcoin es una magnífica unidad de cuenta —las unidades de cuenta son siempre las mismas— lo que hace que sea, al mismo tiempo, un magnífico acumulador de valor.

En tiempos como estos en que, debido a la crisis, los gobiernos hacen funcionar intensivamente sus máquinas de imprimir, es natural que el dinero de muchos millonarios y grandes corporaciones acuda a refugiarse al bitcoin.

Y la tercera diferencia de esta divisa gobernada por todos y no por unos pocos es que en sus monedas no está grabada ni impresa la cara de ningún cara. Una genial burla del destino es que el creador de este maravilloso invento renunció a la fama y a ser conocido y firmó sus documentos fundacionales con el nombre supuesto de Satoshi Nakamoto, una persona inexistente.

¿Triunfarán las criptomonedas?

Sin duda.

Comprendo que, si usted ha pasado su vida contando y anotando con números romanos, habituarse a los arábigos le cueste pero, es indiscutible, que aquellos no pueden competir con estos a la hora de realizar operaciones aritméticas de forma que, antes temprano que tarde, usted los abandonará.

La superioridad de bitcoin (de las criptomonedas) frente al dinero fiduciario como unidad de cuenta o acumulador de valor está fuera de toda discusión por lo que nuestro actual dinero fiduciario, como los viejos números romanos, va camino de la obsolescencia.

Solo la voluntad de los gobiernos de seguir agarrados a la manivela de imprimir dinero obstruye la más rápida difusión de las criptodivisas, pero esto tampoco aguantará mucho, primero tratarán de hacer pasar sus divisas fiat por criptodivisas (todos los gobiernos están ya en eso) pero pronto habrán de aceptar la inutilidad de esas unidades de cuenta de valor alterable por unos cuantos políticos.

¿Significa esto que la humanidad mejorará y será todo más democrático y feliz?

Pues… esa pregunta es harina de otro costal y materia de otro post.