¡Y un mojón pa los humanos!

Embalsamamos las ciudades como los taxidermistas disecan sus animales. Admirados de la belleza del zorro o del pavo real los matan, les extraen todas sus vísceras, los vacían por dentro y los rellenan de estopa o serrín. Finalizada la obra unos cuerpos sin vida, unos pellejos rellenos de paja, son presentados como «la viva imagen» de lo que una vez fueron bellos animales.

Los animales disecados son apenas una imagen de lo que un día fueron del mismo modo que, para nosotros, Venecia, Cádiz, Cartagena de Indias o Nueva York no son más que imágenes que vemos en las películas, la televisión o los reportajes de viajes.

Pero dígame: ¿cree usted que Cádiz seguiría siendo Cádiz sin gaditanos, Venecia sin venecianos o Nueva York sin neoyorkinos?

Acostumbrados a ver imágenes sin vida viajamos a las ciudades buscando recapturar esas imágenes mil y una veces capturadas sin percatarnos de que, lo que un día fue un ecosistema atractivo, hoy no es más que un decorado donde toda una industria busca que usted sacie su sed consumista. La gente que levantó esos lugares, la gente que dió vida a ese ambiente y esa cultura de la que le han hablado ya no existen más, ya no viven allí. Como en la arquitectura kitsch de los hoteles de Las Vegas una nueva mafia le muestra a usted hoy pirámides, esfinges, canales y torres de Eiffel con la esperanza de que usted consuma y gaste su dinero en ese entorno que, si una vez fue, hoy ya no es.

Cuando declararon a Cartagena de Indias patrimonio de la humanidad poco podían sospechar muchos cartageneros que les estaban expropiando su ciudad y su entorno vital y por eso, con no poca visión de futuro, cuando quisieron declarar a Cádiz patrimonio de la humanidad, el inolvidable «Capitán Veneno» cantó con su chirigota…

«Cádiz, patrimonio de la humanidad,
¡y un mojón pa los humanos!
Cádiz es de Cádiz na más
y es patrimonio del gaditano».

Hemos hecho del turismo una industria low cost, de poco leer y mucho fotografiar, queremos que las ciudades conserven el ambiente y las imágenes que hemos visto en las películas o leído en las novelas y si, para ello, hemos de vaciarlas de personas y disecar sus barrios así lo haremos.

Así, turistas de cerveza barata y salto del balcón a la piscina, podrán volver a su país contando a sus amistades que viajar culturiza, aunque para ello haya que desplazar barrios enteros y privar a seres humanos de los paisajes y entornos de su infancia.

Sin duda el turismo trajo mucho dinero a Venecia, aunque la dejó sin venecianos. Por eso, cuando en su ciudad hagan planes de recuperación o de reforma de entornos o pidan —peligro— que la declaren patrimonio de alguien que no sean los propios vecinos, puede usted echarse a temblar.

Gentrificación

En el Barrio de Gràcia nacieron personalidades tan dispares como Montserrat Caballé o Josep Joan i Gironés, alias «El Crack de Grácia», diva del bel canto la primera e ídolo del pugilismo barcelonés el segundo. También nació aquí Antonio González «El Pescadilla», gitano que, desde aquí, conectó su «ventilador» y diseminó la rumba catalana por España antes de casarse con Lola Flores y abandonar el trabajo por ser este una maldición del cielo. Aunque no nació aquí sí que creció aquí Javier Patricio Pérez Álvarez «El Gato Pérez», desde este lugar forzó la máquina y, mirándose en el espejo multicolor de gitanitos y morenos, difundió por España una forma especial de entender los compases latinos. Quiero decir con esto que Gràcia era un barrio popular donde encontraban asiento trabajadores, artistas y comerciantes, unidos por el denominador común de no ir siempre sobrados de numerario.

Estos días he tenido la suerte de poder integrarme en la asociación del Carrer Fraternitat (la calle donde nació «El Pescadilla») y participar en las fiestas de Gràcia de este año viviéndolas desde dentro. La verdad que me he sentido como en casa y me he sentido querido y muy bien tratado, pero he podido apreciar, también, de primera mano los efectos de eso que la gente culta llama «gentrificación», porque el barrio de Gràcia que conocemos quizá esté muriendo.

El barrio ejerce una atracción magnética para artistas e intelectuales y estos a su vez atraen a una clase alta deseosa de poder comprar algo de glamour para su anodina existencia. Las casas en Gràcia llevan años subiendo de precio y los solares y casas antiguas siendo oscuro objeto de deseo por los especuladores inmobiliarios. En las fotos de abajo podrán ver a Evelio, a Jordi, a María, a Claudia… los jóvenes ya no pueden comprar casa en el barrio de sus padres y ayudan en las fiestas como hicieron de niños pero, progresivamente, van siendo desarraigados del barrio como muchísimos vecinos más de la vieja Vila de Grácia.

Las fiestas de Gràcia mueren, pero de éxito; hasta dos millones de personas se dice que pasarán por aquí esta semana, el proceso de expulsión de clases medias y bajas proseguirá y me pregunto si, cuando todas las clases populares hayan sido extirpadas del barrio, estas fiestas, que tan atractivas parecen resultar para el resto de barceloneses y turistas, podrán seguir existiendo y siendo auténticas como ahora lo son en grado sumo. Porque aquí nadie cobra, las cenas en la calle se hacen con lo que cada vecino lleva cocinado de casa y para «guarnir» la calle no se cuenta con más capital que el esfuerzo desinteresado de los vecinos. Sí, el ayuntamiento da ayudas, pero les aseguro que no cubren ni una centésima parte de lo que los vecinos aportan materialmente y en trabajo.

Me pasa con Gràcia como con Cádiz, que, cada vez que voy, disfruto de sus fiestas como si estuviesen condenadas a desaparecer en poco tiempo, y no por falta de éxito sino justamente por lo contrario.

Este proceso de gentrificación de los centros históricos de las ciudades, previamente degradados (cuando no demolidos o expropiados como en el caso de Cartagena) resulta preocupante para sus habitantes actuales, tanto que en Gràcia, este año, han aparecido pasquines anónimos propugnando hacer desaparecer las fiestas o no publicitarlas para evitar que atraigan visitantes. No creo que sea la solución.

Y pienso en todos estos problemas que crea la gentrificación y me acuerdo, como no, de mi ciudad, de Cartagena, una población donde, a pesar de haberse degradadado y demolido una parte importante del casco histórico, ni siquiera eso hace aparecer compradores que «gentrifiquen» el centro pues los terrenos parecen estar siempre en manos de los mismos, pocos, especuladores por todos conocidos.

Llevo 30 años viviendo en La Serreta y la he visto degradarse hasta extremos que en 1991 parecían imposibles y pienso que no, que en Cartagena, por no tener, no vamos a tener que preocuparnos de la gentrificación. Una pena.