La lectura de la hipoteca


Esta vez no iban a cogerle por sorpresa; el notario leía monótonamente la escritura de préstamo hipotecario hasta que llegó al terrible párrafo que contenía la fórmula maldita. Sin embargo, esta vez, estaba preparado. Miró al prestatario por encima de la montura de sus gafas de cerca y, tras coger aire discretamente, dirigió su mirada de nuevo al maléfico algoritmo y atacó con voz firme el pasaje:

-«Sepa usted que la cuota es igual a «C» mayúscula, multiplicada por la inversa del sumatorio desde «m» minúscula igual a uno, hasta «n» minúscula del productorio desde «p» minúscula igual a uno hasta «m» minúscula de la inversa de la suma de uno más el cociente del producto de «i» minúscula por «d» minúscula sub «p» minúscula dividido entre 36.000…»

(…)

-¿Lo ha entendido usted? 

El prestatario, que había ido abriendo progresivamente los ojos hasta adquirir la expresión de un pez abisal, respondió con un hilo de voz…

-Perfectamente, está claro como el agua… ¿dónde hay que firmar?

Pagando con la vida

Hace unos días me tocó presentar una charla sobre derechos humanos e hipotecas e improvisé la presentación echando mano de dos post de este blog, uno que escribí hace varios años y otro que redacté el año pasado, ambos sobre los deudores hipotecarios. Al final, aunque me lié con la antigüedad del Código de Hammurabi (unos 3.800 años) y hubo algún lapsus linguae con las personas físicas/jurídicas, resultó esto. No sé si está bien contado, pero la idea de fondo se entiende.

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