Mi navidad

Saber lo que pasó en Belén el 25 de diciembre del año «cero» (¿pero hay un año «cero»?) es misión virtualmente imposible y, aunque seamos férreos creyentes en el contenido de los evangelios, son tantas las contradicciones que no hay forma de aclararse con lo que en ellos se cuenta.

Si atendemos al primer evangelio escrito (Marcos circa 70 EC) nada podemos saber del nacimiento de Jesús de Nazaret pues el susodicho evangelio comienza con Jesús ya crecido y siguiendo a su primo Juan el Bautista por las riberas del Jordán (Mc. Capítulo 1):

«1 Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
2 Como está escrito en Isaías el profeta: He aquí yo envío á mi mensajero delante de tu faz, Que apareje tu camino delante de ti.
3 Voz del que clama en el desierto: Aparejad el camino del Señor; Enderezad sus veredas.
4 Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo del arrepentimiento para remisión de pecados».

Resulta curioso que Marcos, el evangelista más cercano en el tiempo a Jesús de Nazaret, omita toda referencia a su prodigioso nacimiento en Belén y la curiosidad quedaría en eso si no fuese porque el último de los evangelios, el de Juan, tampoco menciona para nada el aparentemente trascendental episodio.

Sólo dos evangelistas nos quedan que cuenten el nacimiento milagroso de Jesús de Nazaret, Mateo y Lucas, lo que ocurre es que ellos tampoco se ponen de acuerdo en lo ocurrido. Veámoslo.

El Evangelio de Mateo nada nos cuenta de que José y María tuviesen que marchar a Belén a empadronarse con lo que se ahorra todo el episodio de la posada, el pesebre y demás figuras tan queridas para nuestros belenistas. El evangelio de Mateo nos cuenta el nacimiento de Jesús así:

«1 Y cómo fué nacido Jesús en Bethlehem de Judea en días del rey Herodes, he aquí unos magos vinieron del oriente á Jerusalem,
2 Diciendo: ¿Dónde está el Rey de los Judíos, que ha nacido? porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos á adorarle.»

Ni censos, ni viajes, ni pesebres, ni gaitas, según Mateo Jesús nació «en días del Rey Herodes» y hasta eso, como veremos, tampoco parece cierto como luego veremos.

Para Lucas, sin embargo, las cosas ocurrieron de otro modo:

«1 Y aconteció en aquellos días que salió edicto de parte de Augusto César, que toda la tierra fuese empadronada.
2 Este empadronamiento primero fué hecho siendo Cirenio gobernador de la Siria.
3 E iban todos para ser empadronados, cada uno á su ciudad.
4 Y subió José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, á Judea, á la ciudad de David, que se llama Bethlehem, por cuanto era de la casa y familia de David;
5 Para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba en cinta.
6 Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días en que ella había de parir.
7 Y parió á su hijo primogénito, y le envolvió en pañales, y acostóle en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón».

Para Lucas, como vemos, no vienen reyes de oriente ni hay estrella por los cielos guiando a nadie y, al revés que para Mateo, José y María no están en Belén sino que viajan de Nazaret a Belén para «empadronarse» debido a un censo ordenado por Augusto y siendo Quirino gobernador de la provincia romana de Siria.

Todo esto presenta contradicciones virtualmente insalvables.

El censo de Quirino fue un censo de Judea realizado por Publio Sulpicio Quirinio, gobernador romano de Siria, tras la imposición del dominio romano directo sobre el reino de Judea (que no de Galilea, lugar donde estaba Nazaret) en el año 6 d. C. Según las burocráticas costumbres de la administración romana una vez que, tras la muerte de Herodes, Judea (a diferencia de Galilea) fue convertida en provincia romana, se ordenó el censo que realizó Quirino para saber de cuántos habitantes habría de hacerse cargo la administración romana y sobre todo cuántos nuevos contribuyentes aportarían sus impuestos a las arcas del imperio.

Ocurre que todo esto produce contradicciones insalvables.

El censo de Quirino se realizó después de muerto Herodes y seis años después del teórico nacimiento de Jesús lo que nos conduce o bien a que Jesús nació seis años antes del censo o seis años después de muerto Herodes, lo cual, como pueden imaginar, son dos relatos contradictorios entre sí también en este punto.

Y si los dos relatos son disímiles en cuanto a la fecha del nacimiento y sus pormenores, también son contradictorios en relación con los hechos ocurridos tras el mismo pues, mientras en el evangelio de Mateo, la sagrada familia, advertida por los reyes magos de las criminales intenciones de Herodes, huyó a Egipto, en el evangelio de Lucas la sagrada familia simplemente se volvió a Nazaret tras cumplir diversos ritos:

«20 Y se volvieron los pastores glorificando y alabando á Dios de todas las cosas que habían oído y visto, como les había sido dicho.
21 Y pasados los ocho días para circuncidar al niño, llamaron su nombre JESUS; el cual le fué puesto por el ángel antes que él fuese concebido en el vientre.
22 Y como se cumplieron los días de la purificación de ella, conforme á la ley de Moisés, le trajeron á Jerusalem para presentarle al Señor,
23 (Como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz, será llamado santo al Señor),
24 Y para dar la ofrenda, conforme á lo que está dicho en la ley del Señor: un par de tórtolas, ó dos palominos.
(…)
39 Mas como cumplieron todas las cosas según la ley del Señor, se volvieron á Galilea, á su ciudad de Nazaret».

Como ven los relatos contenidos en los evangelios de Mateo y Lucas sobre el nacimiento de Jesús de Nazaret son de todo punto incompatibles lo que unido a la absoluta falta de mención por Marcos y Juan de ninguno de estos sucesos, extiende un espeso velo de sospecha sobre estos relatos que más parecen responder a finalidades teológico-mitológicas que a ninguna aspiración de corrección histórica.

Los errores que cometen Mateo y Lucas cuando ofrecen detalles históricos contrastables son incluso más profundos pero no es el objetivo de este post penetrar en todos y cada uno de los detalles de los relatos sino sólamente señalar que la navidad que conocemos es más una fabricación de la tradición que ninguna efeméride histórica. A todo este follón sólo le faltaba la afirmación del Papa Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) de que en portal de Belén ni había buey ni había mula, lo que provocó las iracundas protestas de los belenistas italianos y españoles.

Para complicar más el asunto una caterva de aficionados al esoterismo se han dedicado a afirmar que el 25 de diciembre se celebraba el nacimiento de Mitra, algo que no consta en ningún documento histórico y que esta legión de pseudohistoriadores esotéricos han convertido en una especie de leyenda urbana. Y lo mismo que con Mitra las invenciones relativas a otros supuestos nacimientos de dioses pueblan estás fechas como el «nacimiento del Sol Invictus» aún cuando entre los fasti romanos esa fecha no es mencionada. Según Tácito (56-117), Sol tenía un «viejo» templo en el Circo Máximo. También existió un viejo santuario para Sol en el Quirinal, donde se ofrecía un sacrificio anual a Sol Indiges el 9 de agosto. Los calendarios rituales romanos o fasti mencionaban también una fiesta para Sol Indiges el 11 de diciembre y un sacrificio por Sol y Luna el 28 de agosto. «Invictus», además, en realidad no era el nombre de ningún dios sino un epíteto que se aplicaba a multitud de dioses, entre otros Júpiter, Marte, Hércules, Apolo o Silvano.

La realidad es que sabemos muy poco de la Navidad y menos ahora en que las viejas tradiciones se mezclan con invenciones del marketing, el cine y la música que han llenado la ya de por sí casi inexplicable navidad con figuras absolutamente ajenas a ella pero que ya son casi indistinguibles de ella.

Sabemos muy poco de la navidad genuina de forma que yo me atengo a la navidad de mi infancia, al cocido de pava con pelotas y a las peladillas de Alcoi con vino dulce o coñá Fundador. No me censuren, tenga la seguridad de que mis costumbres no son más bárbaras que las suyas.

Navidades ortodoxas

El tipo que lleva el bar es un sujeto rubicundo, activo y trabajador lo que, en conjunción con su notorio acento extranjero, me hace colegir que su origen está en el este de Europa.

El tipo está perfectamente integrado en la ciudad y tras la barra de su bar multitud de agradecimientos de agrupaciones de semana santa así lo acreditan; miro con atención alguna del San Juan Californio que, los Martes Santos, hace de la calle de La Serreta la patria del orden, las flores y la música del alma cartagenera por antonomasia.

Miro los adornos del bar y al pagar le deseo al rubicundo eslavo feliz navidad al tiempo que le pregunto…

—Aunque vosotros estos lo celebráis el seis de enero ¿No?

A lo que él me responde

—No, lo celebramos el 25 porque aunque nosotros somos ortodoxos somos católicos como ustedes…

Yo le interrumpo viendo que el eslavo ha caído en la trampa…

—Católicos son todos, lo que pasa es que aquí son católicos apostólicos «romanos» y vosotros sois católicos, apostólicos, ortodoxos, pero todos son católicos, de hecho buena parte de la culpa de la separación entre católicos ortodoxos y católicos romanos la tuvo un tío de aquí, un cartagenero llamado Leandro que…

Yo he notado cómo se me agolpaban en la memoria pugnando por salir los datos teológicos a propósito del «filioque», el tercer Concilio de Toledo, el Credo de Nicea, los Cuatro Santos de Cartagena y hasta el milagro de San Apapucio y ya me disponía a largarle al eslavo un tostón de 25 minutos cuando he notado, por su rictus de terror y su mano crispada sobre la terminal de la tarjeta de crédito, que me ha visto venir y en hábil maniobra ha salido disparado hacia la cocina alegando algo que no he entendido…

No he tenido tiempo de reaccionar y me he quedado pensando en lo bien que me quedaría a mí una conferencia a la comunidad ortodoxa de Cartagena explicándoles que Leandro, Isidoro, Fulgencio y Florentina (los cuatro santos de Cartagena) no son solo santos católicos romanos sino también católicos ortodoxos así como su intervención en la gestación de la cuestión del «filioque», causa última de la división entre ortodoxos y romanos…

Es verdad que en cuanto he comenzado a darme a mí mismo el discurso he entendido las razones de la despavorida huída del patrón de la taberna…

Lleno de empatía he tomado una foto a la barra del bar y me he ido a buscar peladillas de Alcoi para mañana que, por cierto, aún no he encontrado dónde comprarlas.

Felices pascuas

Cuando llegaba la navidad mi padre «cantaba» villancicos aunque, más propiamente y conforme corresponde a un intérprete musical aunque fuese de corneta, los «ejecutaba» y lo hacía con tal eficacia que no quedaba uno vivo.

Los villancicos que mi padre cantaba, obviamente, ni estaban en inglés ni en latín, eran villancicos del terreno, de los que se cantaban en esta tierra cuando él era niño y que, con ligeras variaciones, lo mismo se cantaban en Isla Plana, que en Murcia o en Cartagena. No es de extrañar que la mayoría de los villancicos que se cantaban en la Diócesis Cartaginense fuesen parecidos pues todos derivan de una misma composición musical que fue muy famosa en los dominios europeos de la monarquía católica en los siglos XV y XVI, la romanesca conocida como «Guárdame las vacas».

Está canción nos cuenta la historia de una pastora bastante desenvuelta que, decidida a disfrutar de las atenciones de un pastor, le propone el siguiente trato:

«Guárdame las vacas, carillejo,
y besarte he;
sino bésame tú a mí
y yo te las guardaré».

A quien le resulte extraña la expresión «carillejo» (a veces la he visto escrita con mayúsculas como si fuese el nombre del pastor) le diré que es un diminutivo de «carillo» (cariño) según nos aclara el diccionario de autoridades de la Real Academia con cita, precisamente, de esta misma canción.

La canción fue tan popular que se embarcó camino de América con los marineros que zarpaban de España y al llegar allí siguió evolucionando hasta dar lugar a piezas importantísimas del folclore americano como, por ejemplo, el Polo Margariteño en Venezuela. Si tienen dudas sobre cómo una romanesca del siglo XV llega a convertirse en un Polo venezolano busquen en YouTube que hay magníficas explicaciones al respecto. En nuestra península la canción de la pastora descarada al llegar al sureste se acabó convirtiendo en villancico y eso era lo que cantaba mi padre aunque él no lo supiera.

Hoy, como todos los lunes, me ha tocado grabar un podcast para la Cadena SER y considerando que ya era tiempo de desear felices pascuas a los oyentes, he buscado alguno de estos villancicos para poner música a la felicitación y, como casi todos los años, he acabado recayendo en esta versión grabada por los Parrandboleros y el cantaor flamenco Curro Piñana, una versión que a mí me suena a gloria bendita, a rollo de pascua y a caldo con pelotas de Pozo Estrecho.

No sé si Facebook me penalizará el vídeo por la cosa del copyright pero creo que merece la pena intentarlo, así que aquí les dejo mi felicitación de este año.

Felicitaciones hipócritas

Cuentan que en los hospitales, cuando te reaniman de la anestesia, te llaman por tu nombre «¿Qué tal José?».

Nombrar a las personas, pronunciar su nombre, es un acto parecido a una caricia y es un acto que, desgraciadamente, cada vez practicamos menos. Estos días se llenará tu timeline de whatsapp de felicitaciones estándar en las que aparecerán todos los motivos navideños imaginables pero en las que no aparecerá tu nombre.

Esa repugnante costumbre de mandar felicitaciones masivas a todo el mundo es, seguramente, la mejor forma de decirte que le importas un carajo al remitente, que no va a gastar ni un segundo de su tiempo en escribir las tres letras de Ana, las cuatro de José o las cinco de María.

Llama a los que quieres por su nombre y deséales feliz navidad si es que se la deseas, pero no inundes las redes sociales de bienquedismo hipócrita.

Aunque, bien mirado, es bueno recibir estas felicitaciones anónimas siquiera sea para saber a quién no importas nada, a quien le da exactamente igual si tu navidad es feliz o no.

Hoy me han mandado una felicitación sin trampa y con buen cartón, manuscrita, como debe ser y llena de fondo en las formas. Y me ha hecho una ilusión enorme, hay algo en la palabra escrita que hace de estas felicitaciones una forma de arte, arte pequeño, arte sano.

Lo bueno de estas felicitaciones no es que te deseen felicidad es que ellas, por sí mismas, te la proporcionan. No hace falta que me deseen felicidad, con recibirla ya lo soy.

Hoy es un día feliz, ahora me toca dar las gracias, por supuesto, también de forma manuscrita.