Desjudicializar

Un corrupto o un delincuente no temen a nada salvo a la justicia y es por eso que los primeros interesados en desjudicializar son los corruptos y los delincuentes.

Resulta obnubilante cómo, desde 2008 para acá, todos los partidos políticos en el gobierno han insistido machaconamente con el tema de la «desjudicialización»; al parecer, para ellos, que los temas se resuelvan en el juzgado es intrínsecamente malo… y no me extraña. Que los temas acaben en el juzgado suele ser malo, sobre todo, para el delincuente y el corrupto.

Y no, no me salga con la cancamusa de que por qué escribo ahora de esto y no lo hice antes; no me salga con eso, por favor, porque antes también lo hice y con la misma o mayor vehemencia que ahora. El argumento de que «antes también se hizo» no es más que un eslogan de hooligan o fanático. Los errores no corrigen errores y los errores de ayer no convalidan los de hoy, de forma que, si va a decir eso, mejor ahorrese el esfuerzo y no meta más ruido en el ambiente.

Ni a los de antes ni a los de ahora les gusta que en este país la justicia funcione, seguramente porque si funcionase no habrían podido hacer tan fácilmente ni durante tanto tiempo las tropelías que han hecho y es por eso que les encanta convertir en «trending topic» y en considerar negativo que un asunto se «judicialice», sobre todo si tiene que ver con asuntos de dinero público manejado por ellos o sus amigos reales o de conveniencia.

Ni a los de antes ni a los de ahora les gusta que nadie meta su nariz en sus manejos financieros y mucho menos si es un juez de instrucción tiñalpa y piojoso que escapa a su órbita de influencia.

Es por eso que todos los gobiernos habidos, los de antes y los de ahora, adoran hablar de «desjudicialización», sobre todo de las causas que afectan a sus amigos y conmilitones.

Dime cuánto inviertes en justicia y te diré cuánto odias la corrupción, dime cuánto hablas de desjudicialización y te diré cuánto sospecho que quieres hacer o has hecho algo ilegal o delictivo.

El pueblo sólo dispone de una herramienta para que los ricos, los poderosos, los gobernantes, se sujeten al imperio de la ley y esta es la justicia.

Por eso cuando miro los presupuestos y veo lo que invierten en justicia o cuando les escucho hablar de desjudicialización me formo de ellos una imagen, creo, que bastante exacta.

Y es deprimente.

Militantes de atrezzo

La fotografía que encabeza este post corresponde a la campaña electoral norteamericana pero podría corresponder, salvando las distancias, a uno de los muchos actos electorales llevados a cabo este año por cualquier partido político español, porque ninguno ha renunciado a utilizar la peculiar escenografía que se ve en esta foto.
El líder, siempre humano y carismático, es presentado frente a un cuidado escenario compuesto de militantes adictos a su causa. Estos suelen ser seleccionados dependiendo del mensaje que el líder quiera transmitir: personas maduras de bien llevados años si es que va a hablar de las pensiones; jóvenes domesticados y vestidos según las peculiares normas de estilo del partido si es que va a hablar de paro juvenil; honestos y limpios padres de familia de clase media si es que se va a denunciar la poca vergüenza y corrupción ajenas -la propia no existe ni de referencia- o guapas y saludables jóvenes si de hablar de los problemas de la mujer se trata.

Estos militantes que forman el escenario frente al cual se colocará el líder no han de hacer nada distinto de quienes se sientan en platea: al llamado de una inflexión vocal del líder aplaudirán con frenesí, sostendrán carteles con eslóganes cuidadosamente seleccionados mientras no aplauden y mantendrán un silencio y orden propios de alumnos de un colegio de los años 50 mientras el líder perora mecánicamente a la espera de la conexión con los informativos nacionales de TV, momento en el que lanzará su mensaje estrella con aparato y estrépito de líder carismático, cercano a la militancia y sostenido por el fervor popular.

Pantomima, comedia, teatro, hipocresía, postureo, farsa o mojiganga, llámenle como prefieran.

Esos militantes frente a los que se fotografía el amado líder han sido reducidos a la categoría de cosa, de trampantojo, de mero elemento escenográfico: son solamente un forillo teatral, una escenografía que se mueve pero cuya importancia real en el partido no pasa de la que tendría un cartel o un roll-up con un logotipo dibujado en él.

Lo que se ve en la escena nada tiene que ver con el funcionamiento del partido, las acciones relevantes ocurren fuera de ella, ob skena en un ejercicio de obscenidad política que, para mi sorpresa, resulta muy querido para muchas personas que se dicen honestas y que se sienten particularmente cómodas viviendo en tal obscenidad (lo he podido constatar de primera mano).

Lo llamamos democracia y muy probablemente no lo es; no creo que el nuestro sea ese sistema del que se dijo hace siglo y medio en Gettysburg que era el gobierno del pueblo por el pueblo.

Uno observa como los aparatos deciden por los militantes, las nomenklaturas por las corporaciones y los gobiernos por el pueblo, sin contar con él más que como hipócrita coartada de sus decisiones.

Fotos como la que muestra este post son la ilustración perfecta de lo que importan la militancia, la gente, el pueblo, a todos estos políticos obscenos; a saber: apenas algo más que una miserable nada, no mucho más que un barato elemento de atrezzo perfectamente prescindible; aunque luego sean esos ingénuos militantes cosificados quienes con sus votos, su entusiasmo y su dinero, elevan a estos sátrapas hasta el pesebre de lo público y pagan la cuenta de sus obscenas cenas en el Ritz. O donde sea.