Ensayo sobre el derecho natural (III): cómo evoluciona la cooperación

Que un ser unicelular, como ya he contado, pueda ayudar a sus congéneres a metabolizar sacarosa no le hace ni más listo ni más tonto que los demás seres que le rodean —a fin de cuentas ni siquiera tiene sistema nervioso— solo le hace diferente; pero la naturaleza tiene estas cosas, de vez en cuando, en medio de la uniformidad general, hace aparecer un mutante, una levadura loca, como en este caso.

Sin embargo que una entidad coopere no significa que su conducta le vaya a ofrecer éxito alguno pues, si bien se examina, ¿qué puede ganar una entidad cooperante en medio de una comunidad que no coopera?

Ya se lo anticipo yo: nada.

Como veremos más adelante la estrategia de cooperación sirve de muy poco en medio de un entorno de férreos no-cooperantes.

Entonces ¿cuándo y bajo qué circunstancias puede la cooperación convertirse en una estrategia exitosa?

Esta pregunta atormentó a los científicos durante mucho tiempo, pero fue con la llegada de los ordenadores cuando pudieron empezar a realizarse simulaciones y experimentos que ofrecieron inspiradores resultados. Los más conocidos quizá sean los del científico norteamericano Robert Axelrod los cuales se recogen en su libro «The evolution of cooperation».

Robert Axelrod pidió a la comunidad científica internacional que remitiese programas de ordenador en los que se diseñasen estrategias de cooperación. Con todos los programas se organizaría una competición a fin de determinar cuál de todas las estrategias cooperativas era la más eficaz. Obviamente, en medio de todos aquellos programas, los había que cooperaban siempre y que no cooperaban nunca y —entre ambos extremos— todo tipo de estrategias intermedias.

Para sorpresa de muchos el programa ganador fue el más corto y más sencillo; presentado por el científico ruso afincado en Canadá Anatol Rappoport, el programa fue bautizado como «tit for tat» (algo así como «donde las dan las toman») y su estrategia era sencilla. En su relación con otros programas «tit for tat» cooperaba siempre en la primera ronda y en las siguientes replicaba la conducta de su antagonista.

Así, si «tit for tat» se enfrentaba a un programa que sistemáticamente no cooperaba, «tit for tat» se convertía en un no cooperador tan duro como su antagonista; si, por el contrario, se enfrentaba a un programa que cooperaba siempre «tit for tat» se tornaba tan cooperador como él y, en medio de ambas estrategias, «tit for tat» se reveló como el competidor más exitoso.

Hace 2500 años, cuando pidieron a Confucio que manifestase el término que mejor caracterizaba una saludable vida en sociedad, dicen que Confucio contestó:

—Reciprocidad.

Lo que nunca imaginó Confucio es que el resultado de la competición informática de Axelrod confirmaría punto por punto la validez de su teoría de la reciprocidad.

Tras su aplastante victoria inicial en años sucesivos se trató de mejorar «tit for tat» implementando estrategias de perdón pues la reciprocidad absoluta tiene como problema que, si el antagonista de «tit for tat» tenía programado no cooperar en la primera ronda, «tit for tat» ya no daba oportunidad alguna a la posibilidad de cooperar.

En todo caso la reciprocidad se reveló durante estos experimentos como la estrategia más sólida y estable para generar un entorno cooperativo. Y esto fue solo el principio: se estudió cómo la cooperación «invadía» y triunfaba en diversos ecosistemas con variables diversas y, en fin, se alcanzaron iluminadoras conclusiones que, como pueden imaginar, no caben en el breve capítulo de un ensayo.

Lo que sí me parece importante señalar es que tanto el «do ut des», como la equivalencia de las prestaciones «sinalagmaticidad» ya funcionan a nivel de cooperación unicelular, que no son propios ni exclusivos de la especie humana y que antes responden a leyes naturales que humanas. Naturalmente, esas estrategias incorporadas a los genes de organismos simples se reproducen por vía de herencia en su progenie y por vía evolutiva en organismos superiores.

Y ahora dejemos aquí «The Evolution of Cooperation» de Robert Axelrod y estudiemos otras estrategias complementarias de la reciprocidad y veamos cómo se han asentado en los genes de diversas especies animales más evolucionadas y, por qué no, en el propio ser humano.

Y es aquí donde las cosas comienzan a ponerse interesantes.

Confucio y la cooperación

Cuando le pidieron a Confucio que manifestase el término que mejor caracterizaba una saludable vida en sociedad, dicen que Confucio contestó:

—Reciprocidad.

Lo que quizá no supiese Confucio es que ese término representa la base de la convivencia no sólo humana sino animal y vegetal, macroscópica y microscópica.

La cooperación no es una estrategia que exija un acuerdo previo entre seres conscientes; la cooperación es una estratgia biológica que se impone en entornos que reúnen unas determinadas caracteríaticas. Déjenme que les ponga un ejemplo.

Hace unos años el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) publicó los resultados de un estudio llevado a cabo por un grupo de científicos con levaduras, aprovechando que en estas, a diferencia de los humanos, al ser unicelulares, su “comportamiento” no está determinado por un sistema nervioso o un código cultural o racional de conducta: La conducta de las levaduras es meramente genética.

Estos científicos desarrollaron un experimento que empleaba a las ya citadas levaduras y el metabolismo de la sacarosa, o azúcar común.

La sacarosa no es el azúcar favorito de las levaduras como fuente de alimento, pero pueden metabolizarla si no hay glucosa disponible. Para poder hacerlo necesitan romper ese disacárido en bloques más pequeños que la levadura puede metabolizar mejor. Para ello necesita producir una enzima que se encargue de esta tarea. Gran parte de estos subproductos son dispersados libremente al medio y otras levaduras los pueden aprovechar. Pero la producción de la enzima exige el gasto de unos recursos.

De este modo podemos llamar levaduras cooperantes a aquellas que degradan la sacarosa segregando la enzima y no cooperantes o tramposas a aquellas que no lo hacen y simplemente se aprovechan del trabajo de las demás. Si todo el subproducto se difunde entonces no hay acceso preferente para las cooperantes y éstas mueren y desaparecen junto a los genes que determinan ese comportamiento.

Los investigadores observaron que las levaduras cooperantes tienen un acceso preferente de aproximadamente el 1% de lo que producen. El beneficio sobrepasa el coste de ayudar a los demás, permitiéndoles así competir con éxito frente a las levaduras tramposas.

Si esta conducta «cooperadora» o «altruista» entre seres unicelulares no le impresiona déjeme que le hable de usted mismo y de su cuerpo: usted es la mejor prueba de que la historia de la vida no es una historia de garras, colmillos y sangre, sino de cooperación y reciprocidad.

Todas y cada una de las células que componen su cuerpo son células de las llamadas «eucariotas», células que, además del ADN de su núcleo contienen otro ADN —por cierto muy utilizado en los juzgados y tribunales— que es el llamado ADN mitocondrial. ¿Cómo es que hay dos ADN distintos en una misma célula aparente? Pues porque esa célula no es más que el producto del trabajo en equipo de dos células que antes vivían separadas: la célula principal y la mitocondria. El proceso por el cual esas dos células se pusieron a trabajar juntas suele llamarse «endosimbiosis seriada», pero, independientemente de los nombres, sepa usted que todo su cuerpo se lo debe usted a la cooperación y a la reciprocidad. Anote usted que saber esto se lo debemos a una mujer, Lynn Margulis, a quien quizá usted no conozca a pesar de su capital importancia aunque, seguramente, sí conoce a su televisivo marido: Carl Sagan.

Es por eso que me habrá oído usted decir tantas veces que el pacto social es un camelo, que lo de Rousseau, Hobbes y Rawls es algo tan acientífico como la entrega en el Sinaí de los diez mandamientos o el episodio del arca de Noé. Para vivir en sociedad no es preciso ningún acuerdo previo, la cooperación es una estrategia que se impone en la naturaleza siempre que en un determinado entorno se den una serie de condiciones. Si quieren puedo ofrecerles aquí las ecuaciones pero no creo que sea necesario, creo que tal como lo he contado se entiende.

Así pues el ser humano no vivió nunca solo, no se reunió un día o una noche a firmar ningún pacto social, no cedió parte de su autonomía al grupo… El ser humano, lo mismo que las bacterias unicelulares de que les hablé al principio, lo mismo que los trillones de células eucariotas que lo componen, es un «zoon politikon» que siempre, desde antes de ser incluso humano ya vivía en sociedad para lo cual, la naturaleza, había fijado en sus genes los principios de esta estrategia de cooperación que también había fijado en los genes de esos seres unicelulares o esa células procariotas de que les he hablado.

Del mismo modo que, a partir de seres primitivos (LUCA —Last Universal Common Ancestor—) evolucionaron el resto de los seres que conocemos, los animales sociales no sólo evolucionaron físicamente, sino que con su cuerpo también evolucionaron complejas estrategias de cooperación que, a poco que mires la naturaleza, puedes distinguir.

En el mundo del derecho nadie estudia esto y prefieren sustituir la verdad científica por la especulación filosófica y así los juristas hemos llegado al siglo XXI sin entender la moral humana y sin conocer los fundamentos biológicos se la justicia. No es de extrañar que hagamos leyes y las hagamos mal.

Sé que a muchos juristas les molestará esto que digo; pero es lo que creo y la primera misión de alguien que ama su trabajo es decir exactamente aquello que cree.

Venganza

VENGANZA
Tradicionalmente la venganza ha tenido mala prensa. Casi todas las religiones y tratados morales suelen condenarla y, sin embargo, tengo para mí que en ella debemos buscar una buena parte de lo que el ser humano entiende por justicia.
Permítanme que, como en tantos otros post de este blog, vuelva a citar la obra de Robert Axelrod, concretamente su libro «The evolution of cooperation», donde el autor examina las posibles estrategias con que enfrentarse al llamado «dilema del prisionero iterado», del que ya hemos tratado también en otros post de este blog. Dicho juego es un magnífico banco de pruebas para estudiar las estrategias con que la naturaleza resuelve las tensiones que se producen entre las ventajas que ofrece la cooperación y la natural tendencia «egoista» de los cooperantes, ya sean estos bacterias u hombres.
Robert Axelrod organizó un concurso para encontrar una estrategia válida para el dilema del prisionero iterado. Se jugaría un torneo con 200 rondas por partida, y el programa con mayor puntuación sería el ganador.
Entre los 14 participantes, Anatol Rapoport presentó un programa que consistía en 4 líneas en BASIC, y al que llamó «Tit for tat» (Dónde las dan las toman). Sólo tenía dos reglas:
1. Comenzar colaborando
2. Hacer lo que tu oponente hizo la ronda anterior
Era la más sencilla de todas las estrategias presentadas y fue la que obtuvo la puntuación más alta. Después de la publicación de los resultados, se organizó un segundo torneo, en el que el número de rondas a jugar por partida sería aleatorio (para no crear una ronda especial, la final, en la que se favorece la deserción). A esta competición se presentaron 62 participantes, entre ellos el mismo «tit for tat» que, de nuevo, obtuvo la mayor puntuación.
«Tit for tat», ciertamente, se guiaba por una estrategia basada en la reciprocidad que se demostró particularmente eficaz en los juegos de cooperación; sin embargo, presentaba problemas frente a estrategias también basadas en la reciprocidad pero menos amables que la suya. Si, por ejemplo, «tit for tat» se enfrentaba a un programa con sus mismas instrucciones pero que, a diferencia de él, desertaba en la primera ronda, la cadena de retaliaciones (venganzas) se prolongaba indefinidamente, lo que resultaba devastador para la cooperación. Fue por eso por lo que se propusieron estrategias que, sobre la base de «tit for tat», trataban de corregir los efectos perniciosos de su implacable reciprocidad, sobre todo cuando el rival tenía tentaciones egoístas.
No podemos dejar de admirar como estos programas reproducían las consecuencias de algunos de los más típicos debates morales en relación a la venganza.
La estricta reciprocidad que gobernaba a «tit for tat» hacía que la famosa frase de Ghandi «ojo por ojo y el mundo acabará ciego» resplandeciese; sin embargo, las estrategias más cooperativas o «pacifistas» en ningún momento se revelaron como serias candidatas al triunfo. De los trabajos realizados parece desprenderse, más bien, que las estrategias más exitosas se han de fundar de un modo u otro en la reciprocidad y, por lo mismo, han de ser vengativas dentro de unos límites difíciles de discernir. La reciprocidad (y por ende la venganza) son básicas para una estrategia cooperativa exitosa.
También una adecuada economía del perdón es precisa, la férrea reciprocidad que debe presidir las estrategias cooperativas es mucho más exitosa si se mezcla en proporciones adecuadas con el perdón y el olvido. Como la vida misma.
Siendo, en principio, la reciprocidad la estrategia estadísticamente más favorable para regular las tensiones cooperación-egoismo, resulta razonable investigar si podemos encontrar esa reciprocidad en las conductas de seres vivos inferiores como baterias, peces o incluso mamíferos no humanos y, hasta donde se ha investigado, parece que así es, por lo que no parece razonable dudar de que dicha estrategia es, para los animales que la practican instintiva y, por tanto, de un modo u otro, genética.
Y si esto es así, como lo es, ¿qué podremos decir del ser humano? ¿es la reciprocidad, la gratitud pero también la venganza, un instinto natural? ¿sería la venganza uno de esos instintos con que la naturaleza nos equipa para poder afrontar nuestra vida de animal gregario?
No sé de la existencia de estudios específicos al respecto pero mi intuición me dice que, de un modo u otro, la venganza es un instinto natural del ser humano, si bien, en las sociedades avanzadas, la venganza se ha refinado hasta extremos verdaderamente sofisticados.
Los hombres hemos implementado la venganza con otras estrategias admirables. La supresión de la venganza privada ha limitado grandemente uno de sus peores defectos, las cadenas de venganzas. Hemos suprimido la venganza privada y la hemos encomendado a un tercero, lo que ha limitado grandemente la posibilidad de que se produzcan cadenas interminables de venganzas; hemos eliminado la perniciosa «última ronda» del juego alargando el futuro mediante las creencias de ultratumba de las religiones; hemos fomentado el perdón como estrategia más moralmente aceptable que la venganza… aunque probablemente todos sabemos que, en el fondo, la venganza, es una herramienta insustituíble.
La venganza (o la reciprocidad si se prefiere) es más que probable que sea uno de los instintos que está en la base de lo que los hombres llamamos justicia y que su mala fama sea, solamente, una forma de controlar un instinto tan útil como peligroso.

Gheorghe_Tattarescu_-_Nemesis,_zeita_razbunarii

Tradicionalmente la venganza ha tenido mala prensa. Casi todas las religiones y tratados morales suelen condenarla y, sin embargo, tengo para mí que en ella debemos buscar una buena parte de lo que el ser humano entiende por justicia. Continuar leyendo «Venganza»