Viejos gruñones

Ellos han visto cosas que no creeríais… han visto pagar sobornos de forma generalizada a los funcionarios de la administración de justicia para que hiciesen su trabajo… («astillas»* las llamaban); ellos han realizado juicios sin juez** y han conocido lugares de los cuales tú, joven abogado, quizá no has oído ni hablar: Audiencias Territoriales y Juzgados de Distrito. Ellos han redactado escritos inimaginables: pliegos de posiciones, interrogatorios de repreguntas y réplicas y dúplicas en el seno de procesos (juicios de cognición, mayor y menor cuantía) que, para ti, forman parte de la historia del derecho pero para ellos fueron el campo de batalla donde se ganaron honradamente su vida y la de sus hijos.

Ellos —sí, ellos— tuvieron la generosidad necesaria para trabajar gratis en el turno de oficio pero también el coraje y la dignidad precisas para ponerse en huelga y conseguir que la retribución de los abogados alcanzase unos mínimos niveles de dignidad para aquellos años y aquella justicia gratuita. Tú, joven abogado, aún te calientas con los rescoldos de aquel fuego.

Ellos, en fin, han demostrado que se puede vivir una vida dedicados a este oficio. Es lo que ellos han demostrado y es bueno que recuerdes que tú, joven abogado, aún no lo has hecho y está por ver que lo hagas. Así pues: no les des lecciones, aprende de ellos —ahora que estás en la edad de hacerlo— y no les digas cómo han de llevar sus despachos, publicitar su trabajo o «modernizarse», porque, a estas alturas, su capacidad de adaptación la tienen demostrada, su elegancia para publicitar su trabajo sin menoscabo de la dignidad de la profesión evidenciada y la capacidad para organizar despachos más que acreditada.

No les desprecies porque te aseguro que cualquiera de ellos, llegado el caso, puede atacar su vieja Olivetti con papel carbón, azufre y salitre y demostrarte no sólo que eres polvo, sino que ellos son pólvora y están hechos de un material que hace tiempo dejó de fabricarse porque el plástico era más barato.

Por eso, ahora que una abogacía de plástico inunda las redes sociales y el carísimo papel couché de las revistas, me acuerdo de ellos, de la vieja guardia, de esos abogados y abogadas que no son «juniors», «seniors» ni «trendy», componen poses ni hablan de lo que ignoran, que no impostan desvergonzadamente saber lo que no saben ni tener experiencia en aquello de lo que nunca han vivido. Porque ellos son reales, porque son abogados de verdad, porque han vivido de ejercer la abogacía y no del ejercicio de la farsa u otras artes escénicas.

Hoy he tenido el honor de pasar la mañana con los mejores abogados que conozco. Este post va por vosotros y vosotras, viejos gruñones.


**[^sinjuez]: Los juicios civiles, antes de la Ley de Enjuiciamiento Civil del año 2000, eran íntegramente escritos en primera instancia y los interrogatorios de los testigos se realizaban a tenor de unos escritos previamente preparados (escritos de preguntas y repreguntas) a los que daba lectura un funcionario que indefectiblemente levantaba un acta que comenzaba con la falsedad más repetida de la historia judicial española: «Ante mí, Su Señoría, asistido de mí el Secretario…»


Este post se publicó por primera vez en Facebook el 17/11/2017

El Perchel – Bagdad

«Huyendo de los civiles

un gitano de El Perchel,

sin cálculo y sin combina

¡En dónde vino a caer!:

en un corral de gallinas.»

La estación de tren de Málaga está —y ha estado siempre— en el barrio de El Perchel, un barrio que, si bien hoy está en el centro de la ciudad, fue en su origen el típico barrio extramuros de la ciudad cuya muralla corría siguiendo la línea del río Guadalmedina.

Yo el nombre de «El Perchel» lo escuché por primera vez de niño en la radio, precisamente en la estrofita que he puesto al principio y que es parte de la copla «Échale guindas al pavo» que hizo popular la cantante Imperio Argentina, pero cuya letra estaba escrita por un poeta de mi tierra: Ramón Perelló y Ródenas (La Unión 1903).

Málaga siempre estuvo ligada en mi recuerdo infantil a la lírica, a aquella radio de los años ‘60 donde los locutores no sólo dedicaban canciones sino también poesías y así, cuando se hacía presente «La Profecía» de Rafael de León yo veía a mi abuela y a mi bisabuela llorar a moco tendido, del mismo modo que me recuerdo a mí mismo escuchando impresionado y con la boca abierta aquello de…

«A chufla lo toma la gente

y a mi me da pena

y me causa un respeto imponente»

…exhordio inconfundible de las hambres y peripecias de Rafael «El Piyayo» otro gitano eterno de El Perchel que formaba parte del iconostasio de aquella radio del albor de mediados de los sesenta.

De El Perchel era también La Repompa, gitana cuyos cantes usted conoce aunque no lo sepa y, en fin, en El Perchel han nacido sinnúmero de personajes de ese país de cuento de Las Mil y una noches que es Andalucía, un país donde, locos como Macandé, pueden convertir en arte la venta de caramelos, mendigos como El Piyayo pueden colarse en el ADN esencial de la lírica o un púa como Manuel Centeno puede cantar tratados de teología. En Andalucía, como en el Bagdad de las Mil y Una Noches, cualquier lugar es susceptible de ocultar un «efrit» (un genio) dotado de poderes sobrenaturales y es por eso que en Andalucía, desde la Alhambra a una coñeta caletera, todo es mágico.

«A chufla los toma gente,

pero a mí me causan un respeto imponente»

Al turrón, que me descarrilo; el caso es que hoy estoy esperando el autobús que me lleve a Cartagena en el barrio del Perchel y se me está templando el ánimo en compás de cuatro tiempos —como los motores de los ALSA— y pienso si no sería posible darle un toque malagueño al asunto y hacer sonar un motor diésel de cuatro tiempos en compás de tango. Creo que no… pero en todo caso voy a preguntarle al conductor si es de El Perchel porque en ese caso… ¿quién sabe?