Libertad de panorama

Las personas del siglo XXI no entenderíamos nuestras vidas sin fotografías. Conocemos cómo era nuestro rostro de niños, por ejemplo, gracias a las fotografías familiares que conservamos; fotografías en las que también aparecen los rostros que nuestros padres y familiares tenían en su juventud y nos sorprendemos a menudo observando cómo han cambiado no sólo esos rostros, sino nuestra ciudad o el propio entorno donde aquellas viejas fotografías familiares fueron tomadas. Gracias a las fotografías conocemos la mayor parte del mundo y gracias a la fotografía, aunque nunca hayamos viajado Atenas o a París, sabemos con exactitud cómo son el Partenón, la Victoria de Samotracia o la Torre de Eiffel.

Estas posibilidades eran absolutamente impensables para los hombres hasta muy avanzado el siglo XIX cuando, en 1888, la compañía de George Eastman (Kodak) inventó las «películas» enrollables, esos «carretes de fotos» que muy previsiblemente las nuevas generaciones ya nunca más usarán.

Hasta 1888 la posibilidad de hacer «cuadros automáticos» era virtualmente imposible para la amplísima mayoría de la población. El material fotosensible se fijaba en soportes rígidos (generalmente cristales) que, en muchos casos, se habían de mantener húmedos y cuyo «revelado» sólo era posible realizar usando complejos procedimientos químicos que estaban fuera del alcance del ciudadano común.

Pero, con la genial invención de George Eastman, el mundo cambió. Al fijar el material fotosensible sobre una película enrollable (film) pudo sacar al mercado su cámara Kodak a precios sin competencia. La cámara, una vez agotado el carrete, se enviaba a los laboratorios de Kodak donde se procedía al revelado del negativo y al positivado de las copias. Gracias a Eastman, para tomar una fotografía, no hacían falta más habilidades que las de ser capaz de apuntar con la cámara y presionar un botón: desde 1888 todos los hombres podían ser fotógrafos. A partir de 1888 también y gracias a Eastman conocemos la historia de la humanidad como nunca antes habíamos podido conocerla: sabemos cómo vivía o vestía la gente común; sabemos cómo han evolucionado nuestros pueblos y ciudades desde entonces y, en fin, sabemos cómo fue la vida de nuestros padres y abuelos a través de las viejas fotografías del álbum familiar que ahora tratamos de digitalizar para salvarlas de las garras del progreso.

Llamamos «prehistoria» al período de la historia anterior a la invención de la escritura y estoy seguro que, el salto que la invención de la fotografía de masas supuso para la humanidad, se verá por las generaciones venideras como un salto de dimensiones comparables. Gracias a George Eastman conocemos no solo nuestro planeta sino hasta la superficie de nuestro satélite pues Kodak fue la película que equipó las máquinas Hasselblad con que los astronautas del programa Apolo se pasearon por la Luna fotografiando su estancia allí. Por lo que a mí respecta una «Kodak Instamátic» como la que ven al principio de este post fue mi primera cámara de fotos y con ella documenté gran parte de mis primeros 30 años de vida.

Pero ¿debemos a George Eastman en exclusiva este colosal salto cultural en la historia de la humanidad?

Pues, en parte sí… y en parte no, porque todo este salto cultural no habría sido posible sin la intervención de juristas con visión de futuro y llenos de sentido común, ya que entonces (como ahora), la avidez de dinero de algunos estuvo a punto de acabar con una tecnología que ahora sabemos que ha supuesto uno de los mayores saltos culturales en la historia de la humanidad.

Al tiempo que la fotografía se volvía accesible para las personas comunes otras comenzaron a plantearse si para tomar fotografías de edificios o paisajes debía previamente obtenerse la autorización de sus propietarios. Tales cuestiones llegaron a los tribunales y estos concluyeron que no, que dicha autorización no era precisa. Gracias a aquellas tempranas resoluciones la fotografía popular fue un hecho y ahora podemos conocer con precisión no conocida hasta aquel momento cómo fue nuestro pasado.

La historia de la fotografía (y de la humanidad) pudo ser muy otra de haber optado entonces los jueces por una solución en sentido contrario; y, sin embargo, lo que no ocurrió en los albores del siglo XX es posible que pueda ocurrir ahora, porque en la Unión Europea parece ser que los propietarios de los edificios vuelven a la carga en su afán de obtener beneficios a los que, desde el principio de la historia de la fotografía, nunca tuvieron derecho.

La guerra ha estallado ahora en torno a lo que se llama «Libertad de Panorama». La libertad de panorama es una disposición en las leyes de propiedad intelectual de diversos Estados que permite tomar fotos o crear otras imágenes (por ejemplo, pinturas) de edificios y esculturas que están permanentemente ubicadas en sitios públicos sin infringir la ley de derecho de autor de esas obras y publicación de las imágenes. La libertad de panorama limita el derecho de los propietarios de las obras a ejercer acciones legales contra el fotógrafo o cualquier persona que distribuya la imagen resultante. Es una excepción a la regla general que el propietario tiene el derecho exclusivo para autorizar la creación y distribución de trabajos derivados.

Pues bien, ahora, la Unión Europea pretende limitar esa «Libertad de Panorama» que hasta ahora permite que en España pueda usted tomar una fotografía de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia y hacer con ella lo que le plazca.

Ha sido Wikipedia quien ha dado la voz de alarma. Decenas de miles de fotografías tomadas por voluntarios y que ahora ilustran los artículos de esta enciclopedia podrían devenir ilegales si se aprueba esta iniciativa de la Unión Europea. La aprobación de esta normativa sacaría del dominio público, es decir, del patrimonio de todos, una ingente cantidad de imágenes y, sobre todo, se emprendería un camino de regresión cuyo final es digno de las más tétricas distopías.

Wikipedia ha pedido ayuda, si les parece que deben ayudarle (y ayudarse ustedes mismos) aquí les dejo un enlace para que le expliquen esta historia a sus eurodiputados. Ustedes deciden qué futuro quieren.

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