Constitución y Justicia.

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Estoy seguro que habrán visto la escena en alguna película norteamericana: una clase de niños recita las primeras palabras de la Constitución de los Estados Unidos («We, the people of the United States…»). El trabajo de Hollywood debe haber sido tan eficaz que tengo por cierto que hoy son más los españoles que saben cómo comienza la Constitución Estadounidense que los que saben cómo comienza la española de 1978. En particular creo que los sucesivos gobiernos que hemos tenido son quienes lo han tenido más olvidado y, mucho más particularmente, los ministros de justicia; porque, si conociesen las siete primeras palabras de la Constitución Española igual de bien que conocen las de la Constitución Norteamericana, sabrían que la nuestra comienza diciendo: «La Nación Española, deseando establecer la justicia…». Pero lo han olvidado si es que alguna vez lo supieron, decididamente lo han olvidado.

Parece que a nuestros gobiernos, si algo les pasa cuando llegan al poder, es que olvidan los principios y, el principio que antes que ningún otro olvidan, es el principio del principio de la Constitución. No de otro modo puede explicarse que los sucesivos gobiernos de España hayan venido destinando más de 6.000 millones anuales a mantener las diputaciones provinciales y tan sólo 1.500 a mantener la justicia; no de otro modo puede explicarse que se gasten más de 1.000 millones de euros en pagar altos cargos de las mismas diputaciones y tan sólo se destinen 34 a la justicia gratuita. Y el caso es que la Constitución comienza diciendo… «La Nación Española, deseando establecer la justicia…» y no diciendo… «La Nación Española, deseando establecer diputaciones provinciales…»

Quienes vivimos en regiones como la de Murcia, Madrid, Asturias, Cantabria o La Rioja sabemos que sin diputaciones provinciales se vive estupendamente, que uno puede ahorrarse una pasta en sueldos de diputados provinciales sin que nadie les eche de menos, pues sus funciones las asume la comunidad autónoma respectiva; lo que no tenemos tan claro es que podamos prescindir de los jueces o de la justicia sin que esto se convierta en lo que ya está siendo: el paraíso de la corrupción. ¿Alguien recuerda algún Gobierno de España después de los de Adolfo Suárez que no se haya visto afectado por escandalosos casos de corrupción?

He usado el ejemplo de las diputaciones provinciales, pero puede usted usar el que quiera, basta con leer los presupuestos generales del estado; si la Nación Española se dio una constitución porque deseaba establecer la justicia es obvio que nuestros gobiernos lo han olvidado y creen que la Nación Española, en realidad, se dio la Constitución porque deseaba establecer diputaciones, recalificar suelo rústico, construir urbanizaciones, ayudar a la banca privada, cobrar comisiones o gestionar «eres». Quizá haya que recordarles que hay que volver a los principios, al menos al principio de la Constitución.

Leo los programas electorales de los diversos partidos y en ellos el primer principio que menciona nuestra Constitución, la Justicia, no parece resultarle atractivo a ninguno: se le dedican pocas y ambiguas palabras, ningún compromiso presupuestario firme o creíble y pienso si no es nuestra obligación recordarles con nuestro voto cuál fue la primera razón que los españoles tuvimos en cuenta para vivir juntos.

Vivimos una crisis donde unos pocos han depredado a muchos, donde entidades financieras sin escrúpulos han situado al mundo al borde la bancarrota, donde políticos sin principios se han lucrado con comisiones y mordidas y donde la justicia ha sido incapaz de controlar y reparar sus desmanes porque simplemente se la dejó sin medios y maniatada.

Dime cuánto vas a invertir en justicia y te diré cuánto deseas acabar con la corrupción. Dime cuánto vas a invertir en justicia y te diré cuánto deseas que la riqueza nacional se distribuya con equidad. Dime cuánto vas a invertir en justicia y te diré cuánto te importan los principios. Vale.

Quedan 14 días para las elecciones generales. Feliz día de la Constitución.

Cáritas

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Hay tuits que emocionan. Hoy Cáritas ha tuiteado el que ven en la foto usando el hashtag #T que los abogados de «La Brigada» usamos para marcar nuestros mensajes… y me he alegrado en extremo. No puede dejar de alegrarme que una organización que lleva el nombre en latín de la caridad se acuerde de la justicia.

Ocurre que las palabras, a lo largo del tiempo, se cargan de significados del mismo modo que los cascos de los buques se cargan de pequeños animalitos que se van incrustando en ellos mientras navegan. Todas estas adherencias hacen que, al final, no entendamos de las palabras más que los significados más recientes y que no veamos del casco de los barcos más que la capa superficial de algas y animalitos que se han adherido a ellos. Esto pasa con caridad y Cáritas.

Porque Cáritas (caridad) no ha significado siempre lo que ahora entendemos que significa, sino que ha sido una palabra que ha atravesado los milenios conservando en su núcleo algunos de los mejores aspectos del alma humana y compartiendo su ADN con una extensa familia.

La «caridad» toma su ADN primigenio de la raíz protoindoeuropea *ka- (desear) de la que se fue generando una abundante descendencia que dio lugar, por ejemplo, al verbo caló «camelar» (querer, amar) o a la palabra latina «carus» o a la italiana «carezza» o a la castellana «caricia». En esta familia del querer, del deseo (sí, kamasutra también es hija de *ka-), del amor, del cariño y las caricias creció caridad, nuestra protagonista.

Pero caridad también se emparenta con palabras menos gratas como la latina «careo» (carecer) y así, entre cariño y carencias, se hizo mayor nuestra caridad.

Recuerdo ahora aquellas viejas explicaciones que, de niño, me daban en clases de religión (los curas consideraban la caridad poco menos que un patrimonio exclusivo de su religión) y en las que me enseñaban que, si bien el amor nace del corazón, la caridad es producto de la razón y que, por eso mismo, no puede exigirse el amor pero la caridad sí.

Por eso no me parece mal que Cáritas recuerde hoy que hay que exigir justicia para quienes carecen de medios; porque esa «caridad» que piden no es un acto de benevolencia o magnanimidad, es una pura exigencia de la razón; no es algo que ha de darse graciosamente, es algo que se está obligado a entregar a una población que carece cada vez más de medios y a la que están cobrando cada vez más por una justicia que es inaceptablemente cara (por escasa que no por querida), una justicia con la que se hace un infame comercio a través de las tasas.

Por eso hay tuits que emocionan, porque te traen a la cabeza y al corazón cosas como la caridad, las caricias, lo querido y lo caro, caritas y careo, historias sorprendentes como la de «la caridad romana» y hasta raíces protoindoeuropeas como *ka-; sonidos y significados humanos que se esconden incluso tras el nombre popular de la patrona de mi ciudad («La Caridad») o -quién sabe- si hasta en el de la ciudad misma.

Gracias Cáritas.

Un hombre de consenso

Hay que reconocer que tiene mérito. Gracias a él todos recordamos que la justicia no es una mercancía con la que negociar y descubrimos que coincidíamos en eso. Gracias a él todos recordamos que la justicia es para las personas y no para entelequias aprendidas en «El Parvulito» y las «Enciclopedias de Álvarez». Gracias a él recordamos que el poder judicial es uno de los tres poderes del estado y que es fundamental que sea independiente…

Hay que reconocer que ningún político había provocado consensos tan amplios con tanta rapidez. Ha logrado poner de acuerdo a la judicatura, a la abogacía y a los ciudadanos, algo que no recuerdo que haya pasado nunca en España.

Siempre se había pensado que la mejor forma de unir a las personas era hacerles compartir intereses. Él ha descubierto que «repartir dolor» (sic) también funciona.

Debe sentirse orgulloso.

La Ciudad de la Justicia de Valencia o el Nuevo Interiorismo Judicial Valenciano

Recientemente he revisitado la llamada «Ciudad de la Justicia» de Valencia y como desde que soy decano vivo pegado a la Blackberry, me animé a hacer unas fotos con ella para exhibir a mis compañeros de Cartagena y de la Región de Murcia las condiciones en que se impartía Justicia en tan moderno edificio. Lo que fotografié habla por sí mismo «res ipsa loquitur» y, si me lo permiten, quisiera compartirlo con ustedes.

Antes que nada y, para que se vayan situando, déjenme mostrarles un plano general del interior de la Ciudad de la Justicia de Valencia.

Vista general del interior de la Ciudad de la Justicia de Valencia
Vista general del interior de la Ciudad de la Justicia de Valencia

Aparentemente impresionante ¿verdad?. Sin embargo, no se dejen engañar por el especto exterior, el diablo se esconde en los detalles. Veámoslo. Continuar leyendo «La Ciudad de la Justicia de Valencia o el Nuevo Interiorismo Judicial Valenciano»

Venganza

VENGANZA
Tradicionalmente la venganza ha tenido mala prensa. Casi todas las religiones y tratados morales suelen condenarla y, sin embargo, tengo para mí que en ella debemos buscar una buena parte de lo que el ser humano entiende por justicia.
Permítanme que, como en tantos otros post de este blog, vuelva a citar la obra de Robert Axelrod, concretamente su libro «The evolution of cooperation», donde el autor examina las posibles estrategias con que enfrentarse al llamado «dilema del prisionero iterado», del que ya hemos tratado también en otros post de este blog. Dicho juego es un magnífico banco de pruebas para estudiar las estrategias con que la naturaleza resuelve las tensiones que se producen entre las ventajas que ofrece la cooperación y la natural tendencia «egoista» de los cooperantes, ya sean estos bacterias u hombres.
Robert Axelrod organizó un concurso para encontrar una estrategia válida para el dilema del prisionero iterado. Se jugaría un torneo con 200 rondas por partida, y el programa con mayor puntuación sería el ganador.
Entre los 14 participantes, Anatol Rapoport presentó un programa que consistía en 4 líneas en BASIC, y al que llamó «Tit for tat» (Dónde las dan las toman). Sólo tenía dos reglas:
1. Comenzar colaborando
2. Hacer lo que tu oponente hizo la ronda anterior
Era la más sencilla de todas las estrategias presentadas y fue la que obtuvo la puntuación más alta. Después de la publicación de los resultados, se organizó un segundo torneo, en el que el número de rondas a jugar por partida sería aleatorio (para no crear una ronda especial, la final, en la que se favorece la deserción). A esta competición se presentaron 62 participantes, entre ellos el mismo «tit for tat» que, de nuevo, obtuvo la mayor puntuación.
«Tit for tat», ciertamente, se guiaba por una estrategia basada en la reciprocidad que se demostró particularmente eficaz en los juegos de cooperación; sin embargo, presentaba problemas frente a estrategias también basadas en la reciprocidad pero menos amables que la suya. Si, por ejemplo, «tit for tat» se enfrentaba a un programa con sus mismas instrucciones pero que, a diferencia de él, desertaba en la primera ronda, la cadena de retaliaciones (venganzas) se prolongaba indefinidamente, lo que resultaba devastador para la cooperación. Fue por eso por lo que se propusieron estrategias que, sobre la base de «tit for tat», trataban de corregir los efectos perniciosos de su implacable reciprocidad, sobre todo cuando el rival tenía tentaciones egoístas.
No podemos dejar de admirar como estos programas reproducían las consecuencias de algunos de los más típicos debates morales en relación a la venganza.
La estricta reciprocidad que gobernaba a «tit for tat» hacía que la famosa frase de Ghandi «ojo por ojo y el mundo acabará ciego» resplandeciese; sin embargo, las estrategias más cooperativas o «pacifistas» en ningún momento se revelaron como serias candidatas al triunfo. De los trabajos realizados parece desprenderse, más bien, que las estrategias más exitosas se han de fundar de un modo u otro en la reciprocidad y, por lo mismo, han de ser vengativas dentro de unos límites difíciles de discernir. La reciprocidad (y por ende la venganza) son básicas para una estrategia cooperativa exitosa.
También una adecuada economía del perdón es precisa, la férrea reciprocidad que debe presidir las estrategias cooperativas es mucho más exitosa si se mezcla en proporciones adecuadas con el perdón y el olvido. Como la vida misma.
Siendo, en principio, la reciprocidad la estrategia estadísticamente más favorable para regular las tensiones cooperación-egoismo, resulta razonable investigar si podemos encontrar esa reciprocidad en las conductas de seres vivos inferiores como baterias, peces o incluso mamíferos no humanos y, hasta donde se ha investigado, parece que así es, por lo que no parece razonable dudar de que dicha estrategia es, para los animales que la practican instintiva y, por tanto, de un modo u otro, genética.
Y si esto es así, como lo es, ¿qué podremos decir del ser humano? ¿es la reciprocidad, la gratitud pero también la venganza, un instinto natural? ¿sería la venganza uno de esos instintos con que la naturaleza nos equipa para poder afrontar nuestra vida de animal gregario?
No sé de la existencia de estudios específicos al respecto pero mi intuición me dice que, de un modo u otro, la venganza es un instinto natural del ser humano, si bien, en las sociedades avanzadas, la venganza se ha refinado hasta extremos verdaderamente sofisticados.
Los hombres hemos implementado la venganza con otras estrategias admirables. La supresión de la venganza privada ha limitado grandemente uno de sus peores defectos, las cadenas de venganzas. Hemos suprimido la venganza privada y la hemos encomendado a un tercero, lo que ha limitado grandemente la posibilidad de que se produzcan cadenas interminables de venganzas; hemos eliminado la perniciosa «última ronda» del juego alargando el futuro mediante las creencias de ultratumba de las religiones; hemos fomentado el perdón como estrategia más moralmente aceptable que la venganza… aunque probablemente todos sabemos que, en el fondo, la venganza, es una herramienta insustituíble.
La venganza (o la reciprocidad si se prefiere) es más que probable que sea uno de los instintos que está en la base de lo que los hombres llamamos justicia y que su mala fama sea, solamente, una forma de controlar un instinto tan útil como peligroso.

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Tradicionalmente la venganza ha tenido mala prensa. Casi todas las religiones y tratados morales suelen condenarla y, sin embargo, tengo para mí que en ella debemos buscar una buena parte de lo que el ser humano entiende por justicia. Continuar leyendo «Venganza»

Orgullosos como los monos

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En 2003 se publicaron los resultados de un curioso experimento con primates llevado a cabo por la universidad estadounidense de Emory. Sarah Brosnan y su colega Frans de Waal (quizá el más reputado primatólogo de la actualidad) realizaron un experimento para tratar de aclarar si el sentido de justicia es un comportamiento producto de la evolución humana o el resultado de las reglas que se establecen en la sociedad.

Para ello entrenaron a un grupo de primates a los que enseñaron a  intercambiar fichas por comida o a realizar trabajos para obtener comida: Los experimentadores daban a los primates un pedazo de pepinillo a cambio del «pago» de una de esas fichas o de la realización de alguna tarea. Lo sorprendente fue que, cuando uno de los primates recibía a cambio de la ficha o tarea en lugar del trozo de pepinillo una uva (un manjar mucho más apetitoso), el resto de los primates que habían recibido el acostumbrado trozo de pepinillo no sólo se negaban a cooperar sino que incluso se negaban a comer.

Esta conducta de los monos, desde el punto de vista de la teoría de juegos es irracional pues, evidentemente, es mejor recibir un trozo de pepinillo que no recibir nada y, sin embargo, de acuerdo al estudio publicado en la revista Nature, los monos se ofendían cuando veía que uno de sus compañeros recibía un premio que consideraban más apetitoso que el suyo a cambio del mismo trabajo o de la misma cantidad de fichas. El experimento se realizó con monos capuchinos separados en parejas y el experimento consistió, precisamente, en premiarlos de diferente manera por una misma tarea, bien fuera dándoles uva en lugar de pepino o, simplemente, no pagando su trabajo.

Los monos, cuando percibían la desigualdad del pago, a veces ignoraban la recompensa y otras veces la aceptaban para después, muy dignamente, tirarla. Curiosamente Continuar leyendo «Orgullosos como los monos»

Buenos como las ratas

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En 1959 el psicólogo norteamericano Russell Church entrenó a un grupo de ratas para que obtuviesen su alimento accionando una palanca que colocó en su jaula, palanca que, a su vez, accionaba un mecanismo que le dispensaba a la rata que lo accionaba una razonable cantidad de comida. Las ratas aprendieron pronto la técnica de accionar la palanca para obtener comida y así lo hicieron durante un cierto período de tiempo.

Posteriormente Russell Church instaló un dispositivo mediante el cual, cada vez que una rata accionaba la palanca de su jaula, no sólo recibía comida sino que, además, provocaba una dolorosa descarga eléctrica a la rata que vivía en la jaula de al lado. En efecto, el suelo de las jaulas estaba hecho de una rejilla de metal que, cuando se accionaba la palanca de la jaula de al lado, suministraba una descarga eléctrica a la ocupante de la jaula fuera cual fuera el lugar de la jaula en que estuviese. Ni que decir tiene que ambas ratas, la que accionaba la palanca y la que recibía la descarga, se veían perfectamente pues estaban en jaulas contiguas.

Lo que ocurrió a continuación fue sorprendente. Continuar leyendo «Buenos como las ratas»

Envidia

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¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo; pero el de la envidia, no trae sino disgustos, rencores y rabias.
(Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Segunda parte. Capítulo VIII «Donde se cuenta lo que le sucedió a don Quijote yendo á ver á su señora Dulcinea del Toboso»)

envidia.
(Del lat. invidĭa).
1. f. Tristeza o pesar del bien ajeno.
2. f. Emulación, deseo de algo que no se posee.
(Real Academia Española. DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA – Vigésima segunda edición)

Ningún sentimiento tiene, probablemente, peor prensa que la envidia; tan es así que el papa San Gregorio Magno (*ca. 540 en Roma – †12 de marzo de 604) incluyó a la envidia entre los denominados «pecados capitales», expresión que, por cierto, no se refiere a la magnitud del pecado sino a que el mismo da origen a muchos otros pecados. Sin embargo, no quiero tratar aquí la envidia desde un punto de vista moral o religioso, sino desde un punto de vista, digamos, más naturalista, tratando de entender las razones por las cuales esta tristeza o pesar del bien ajeno es universalmente censurada por todas las culturas.

Resulta llamativa la universal censura de la envidia porque, en principio, nada podría parecer más natural ni más concorde con la naturaleza humana que desear bienes o capacidades que no se tienen (se ha hablado en este punto incluso de «envidia sana») y no parece que podamos dudar del hecho de que, si el ser humano adquiere nuevos bienes o capacidades, es porque antes los ha deseado. Y si esto es así, como lo es, ¿qué podría haber de malo en este deseo?.

Tal planteamiento individualista ha llevado a los hombres a caracterizar cuidadosamente este deseo de los bienes ajenos para distiguir la envidia-vicio de la envidia-virtud y, en éste sentido, se ha conceptuado la envidia-vicio como aquella que produce «tristeza» o aquella que nos lleva a desear el mal de la persona envidiada y la envidia-virtud aquella que tan solo nos empuja a esforzarnos por adquirir aquellos bienes o cualidades a los que es lícito aspirar sin que ello implique el deseo de privar de los mismos a sus actuales poseedores ni desearles a los mismos mal alguno.

Esta caracterización de la envidia es producto, en mi sentir, de una comprensión parcial de la naturaleza humana pues contempla únicamente al hombre como individuo aislado y no como el animal gregario que es en realidad.

Tengo para mí que es imposible comprender al ser humano si no asumimos que en el mismo hay una mezcla inextricable de instintos individualistas y gregarios. El hombre pertenece a un antiquísimo linaje -los hominidos– que, desde hace unos 6 millones de años, han sido animales gregarios y, durante esos 6 millones de años, sus instintos han evolucionado de modo que, junto a los naturales instintos reproductivos y de conservación propios de cada indivíduo, coexisten de forma inextricable los instintos propios de los animales gregarios. Observar los unos olvidando los otros nos conduce casi siempre a observaciones erróneas. La observación de conjunto es, pues, en este punto, fundamental.

Los animales gregarios son animales que cooperan y la cooperación, como ya hemos visto en otros post de este blog, se funda en la existencia de conductas altruistas (o aparentemente altruistas) que reportan a los indivíduos que las practican ventajas evolutivas. Como ya hemos visto también en otros post de este blog la aparición de conductas altruistas es algo pefectamente natural y que se explica convincentemente a través de la teoría de juegos.

Es por eso imprescindible volver a referirnos en este punto a los trabajos de Robert Axelrod y, en particular, a su libro «The evolution of Cooperation» resultando, para mí, especialmente sugerente en este punto el capítulo 7 del mismo, titulado «cómo elegir eficazmente». Continuar leyendo «Envidia»

Homo homini lupus

Lobo

Suscribo en general las afirmaciones que el prestigioso primatólogo Frans de Waal efectua respecto de la evolución de la moralidad en su libro «Primates and Philosophers» (Princeton University, 2006). Las teorías de Hobbes, Rousseau y Rawls que han fatigado nuestros estudios de derecho natural y filosofía del derecho siempre me han resultado tan míticas y poco científicas como la entrega del decálogo por Dios en el Sinaí. No logro alcanzar a entender cómo se ha podido anclar tan fuertemente en nuestras conciencias la creencia de que nuestra maldad y egoísmo son herencia de nuestros antepasados «salvajes» mientras que la bondad y altruismo son por el contrario rasgos exclusivamente «humanos». Es hora de resolver un falso dilema: Los hombres no son buenos o malos por naturaleza, los hombres, por naturaleza, simplemente son como son y ha sido esa misma naturaleza la que ha hecho evolucionar nuestras estrategias (altruismo y egoímo incluidos) puliéndolas y adaptándolas hasta el punto en que podemos encontrarlas de forma innata en éste momento en los ejemplares de la especie humana. Continuar leyendo «Homo homini lupus»