La caridad romana.

La caridad romana. Rubens
La caridad romana. Rubens

La escena que se observa en éste cuadro de Rubens resulta, a primera vista, perturbadora: Una joven ofrece su pecho a un viejo que se dispone a succionarlo. Sin embargo, si conocemos la historia de ambos personajes, la escena deviene absolutamente tierna pues representa a la joven romana Pero amamantando a su padre Cimón, encarcelado y a punto de morir de hambre.

La historia completa la conocemos gracias al escritor latino Valerio Máximo Continuar leyendo «La caridad romana.»

Materia, forma e información

Platón y Aristóteles
Platón y Aristóteles

Probablemente mi catedrático de Derecho Romano, Jesús Burillo Loshuertos, nunca sabrá el mal que me ha hecho el que, en mi primer examen como universitario, incluyese la pregunta de a quien pertenece la escultura, si al escultor o al dueño del mármol, pregunta sobre la que ya escribí en otro post.

En el fondo de la pregunta, además de un histórico debate jurídico entre sabinianos y proculeyanos, late la vieja dualidad materia-forma de la que se ocuparon ampliamente antiguos filósofos y pensadores.

Reflexionando sobre la información en cuanto que acción de informar o dar forma a algo, viene a la mente inmediatamente la percepción de que, mientras la materia es finita y escasa (al menos dentro de las fronteras de nuestro planeta), la capacidad de informar es inagotable, al menos mientras no falte la energía.

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¿Podríamos vivir sin open source?

Me encuentro muy a menudo con personas que lo desconocen casi todo acerca del Open Source (software de código abierto), de GNU, de Linux… y, como es propio del ser humano despreciar todo aquello que ignora, cuando les hablo de sus ventajas suelen escucharme como quien escucha a un «geek» medio loco. Para ellos la informática y las nuevas tecnologías son conceptos ligados al Windows de su PC, o al Word, o al Explorer. El caso es particularmente patético cuando de politicos se trata.

Para esos casos suelo utilizar un argumento que ahora les traslado y que, más o menos, es como sigue:

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Una propiedad inventada: La «propiedad intelectual»

La escasez es un concepto central para la economía y ha sido subrayado en mayor o menor medida por todas las escuelas económicas. La definición clásica de lo que sea la economía es de Lionel Robbins, quien afirma:

«La economía es la ciencia que se encarga del estudio de la satisfacción de las necesidades humanas mediante bienes que, siendo escasos, tienen usos alternativos entre los cuales hay que optar«.

La propiedad es un concepto que sigue de forma lógica a la escasez: cuando un bien no es escaso y se encuentra a disposición de de todos en cantidades inagotables el derecho de propiedad se torna innecesario; es por eso que, hasta hoy, el aire ha sido gratis y nadie ha tratado de ostentar sobre el mismo un derecho de propiedad. Ciertamente, algún puntilloso me dirá que en estos tiempos el aire limpio se está volviendo escaso, y yo, por mi parte, no podré sino responderle que precisamente por eso ya se empieza a comerciar con él, aunque sea en forma de cupos de emisiones de gases derivados del protocolo de Kioto.

En fin, no nos apartemos del tema, la propiedad sólo tiene sentido respecto de los bienes escasos, los bienes superabundantes, inagotables, son bienes para los cuales no fue pensado el derecho de propiedad.

El derecho de propiedad se configura como un juego de suma cero; es decir, un juego en que la ganancia o pérdida de un participante se equilibra con exactitud con las pérdidas o ganancias de los otros participantes. Dicho de otro modo, si yo te vendo una mesa tú tendrás la mesa y yo no; si tú me entregas dinero a cambio de la mesa yo tendré el dinero y tú no.  Simple y efectivo, hasta un niño lo entendería. Continuar leyendo «Una propiedad inventada: La «propiedad intelectual»»

La paradoja de los mayas

Uno de los métodos de investigación utilizados por Marc Hauser es plantear dilemas a las personas a fin de investigar sus criterios morales y una de las conclusiones más evidentes es que, en general, a las personas entrevistadas parecen merecerles un mayor reproche moral las conductas realizadas por acción que las realizadas por omisión. Así, en el caso de la eutanasia, en general no parece tan censurable dejar morir a un enfermo desconectándole de las máquinas que le mantienen vivo que ayudarle activamente a morir aun cuando el resultado final sea el mismo: la muerte del paciente.

Nuestros códigos legales, igualmente, sancionan con mayor dureza el daño causado activamente que el daño que permitimos, por inacción, que ocurra. Es el caso, en España, del delito de omisión del deber de socorro.

No parece extraño que el ser humano tenga esa percepción de que las conductas activas son más censurables que las omisivas, pues, si bien lo pensamos, en cada minuto de nuestra vida ocurren en el mundo una infinidad de injusticias que no hacemos nada o casi nada por remediar.

Un caso paradójico frente a éste critero moral habitual es el de los indios mayas

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El origen de la Justicia, evolución y teoría de juegos (IV): Los chimpancés y el juego del ultimátum

       Ya he manifestado en otros post sobre éste mismo tema que considero que el origen de la justicia hay que buscarlo más bien en la evolución y en la teoría de juegos que en otras instancias. Recientemente, leyendo uno de mis weblogs favoritos «La lógica del titiritero«, he encontrado un artículo relacionado con un estudio efectuado con chimpacés a los que se planteó el juego que, en teoría de juegos es llamado el juego del ultimátum. Continuar leyendo «El origen de la Justicia, evolución y teoría de juegos (IV): Los chimpancés y el juego del ultimátum»

¿Se puede ser propietario de un virus?

La afirmación de que la información tiene un «comportamiento viral» es extremadamente frecuente y suele acompañarse de ejemplos que demuestran que esta se replica, propaga y se acumula mientras no haya obstáculos que se lo impidan o falte la energía. La información, pues, tiene un comportamiento viral y se contagia por replicación de/en medios materiales (genéticos, neurales, electrónicos, etc.).

Visto de éste modo y dicho de forma simple, nuestro comportamiento para con la información no es muy distinto al que tenemos respecto del virus de la gripe. Si deseamos caer enfermos del virus de la gripe nada mejor que ponernos en contacto con una persona infectada por dicho virus para que nos lo contagie; si deseamos, en cambio, que nuestros hijos se contagien del virus de la cultura, nada mejor que ponerlos en contacto con personas infectadas por dicho virus, es decir, con los maestros, y por eso, los mandamos a la escuela.

A contrario sensu, si deseamos no contagiarnos del virus de la gripe, procuraremos alejarnos de las personas enfermas o poner a estas en cuarentena, separadas de la sociedad, para que no nos contagien su mal. Del mismo modo, si deseamos que nuestros hijos no adquieran malas enseñanzas procuramos separarlos de eso que llamamos «amistades peligrosas»; amistades que pueden, en los casos más graves, ser puestas en cuarentena mediante su ingreso en un establecimiento penitenciario.

La metáfora virus-información puede extenderse hasta límites insospechados (en informática, por ejemplo, tenemos toda una panoplia de virus, cuarentenas y vacunas) e incluso en el campo de las ideas políticas se habla de «cordones sanitarios» respecto de las ideas de nuestros enemigos políticos o de «marketing viral» en el mundo de los negocios. Que la información tiene un comportamiento viral es algo que los poderes políticos saben muy bien, de ahí su afición a controlar los medios de comunicación, que no serían, desde éste punto de vista, más que unos eficaces medios de propagación de virus ideológicos.

Finalmente, y por concluir con esta necesariamente simplista reflexión sobre la identidad virus-información, podemos reflexionar sobre como las compañías discográficas pagan a los medios de comunicación (emisoras de radio, canales de televisión) para que difundan las últimas creaciones de sus cantantes o grupos musicales. Todo el dinero que gastan en promocionar estas canciones no tiene otro fin de que inocularnos el virus de la canción que pretenden promocionar, hacer que la conozcamos, que nos infecte, porque así saben que subirá nuestra fiebre, demandaremos esa canción-información y acabaremos pagando nosotros por ella. Saben también que, pasado un lapso más o menos grande y tras un período de febril efervescencia de la canción, comenzará a dejar de interesarnos y finalmente la denostaremos como «pasada de moda», momento en el cual podemos considerar que estamos vacunados contra la misma. Estoy convencido de que éste ciclo de propagación-infección-fiebre-inmunidad musical está perfectamente estudiado por las discográficas y sería un valiosísimo elemento de estudio para una más eficaz regulación legal del sector.

Y si eso es así, como parece que lo es, la consecuencia evidente es que podríamos plantearnos la propiedad intelectual-informacional cual si estuviésemos hablando de la propiedad de virus, momento en el cual descubrimos nuevas y asombrosas similitudes.

Un virus, en términos científicos, no es más que una entidad que que se compone de dos partes: Unos genes (ADN or ARN) que no son más que unas largas moléculas que contienen información genética y una cubierta protectora proteínica que protege esa información. Algunos, además, se envuelven en una especie de sobre lipídico cuando se encuentran fuera de una célula.

Conviene decir que los genes no son seres vivos aunque están al filo de lo que entendemos por seres vivos. Un virus, al igual que la información, para replicarse necesita de una célula huésped. El ciclo vital de un virus siempre necesita de la maquinaria metabólica de la célula invadida para poder replicar su material genético, produciendo luego muchas copias del virus original.

Así dicho un virus se asemeja bastante a un mensaje en una botella lanzada al mar; no es más que una especie de cápsula de información a la deriva y sólo cuando esa botella llega a manos de una entidad capaz de ser inoculada por la información contenida en ella, esa información puede propagarse o replicarse.

Es verdad que los virus mutan a fin de obtener un mayor éxito en su propagación pero no es menos cierto que las ideas también lo hacen hasta que son formuladas de una manera que obtiene éxito en su propagación. Indudablemente Walt Disney logró hacer mutar con éxito los cuentos de los Hermanos Grimm.

Y así las cosas ¿nos dice algo el derecho a propósito de la propiedad o posesión de los virus?

La verdad es que poca cosa, los romanos no conocieron los virus y, como siempre que el derecho romano no anticipa soluciones, las legislaciones actuales suelen perderse en normas extravagantes y de poca coherencia. Lo que parece evidente es que, con arreglo a las normas naturales de adquisición de la propiedad, nadie podría afirmar seriamente que es propietario de un virus desde que el mismo es liberado. Un científico, sin duda, puede tener un virus aislado en su laboratorio y, hasta ahí, afirmar que lo posee pero, una vez liberado, su capacidad de replicación no puede ser controlada y nadie podrá afirmar ya su derecho de propiedad sobre el mismo. O como dijo Gayo en sus Instituta:

S. 67. Así los animales fieros ó salvages, las aves ó los peces…. cogidos…. por nosotros, nos pertenecen mientras permanezcan en nuestro poder. Pero si se escapan y vulven á gozar de su libertad natural, dejan de pertenecernos y pueden ser adquiridos de nuevo por el primero que los ocupe. Júzgase que han recobrado su libertad natural desde el punto en que los perdemos de vista, ó si, aunque los veamos , se han colocado de manera que sea difícil perseguirlos.

En el fondo los virus, como la información, como la vida, tienen una irrefrenable tendencia a la libertad y eso, para nuestro derecho de propiedad, resulta perturbador.

Piratas y corsarios

Hay que reconocer que han tenido éxito. En muy pocos años nos han hecho creer que, ciertamente, todos somos piratas. Todos, de una forma u otra, hemos copiado o bajado de la red alguna canción, película o programa de ordenador vulnerando las leyes de propiedad intelectual. A esa actividad la industria la ha denominado «piratería» y llama «piratas» a quienes la llevan a cabo. La palabra «pirata», peyorativa y relativa a personas que comenten actos delictivos, ha calado tan hondo en la sociedad que, a día de hoy, todos nos sentimos un poco piratas y todos tenemos un par de pecados que ocultar celosamente. Esta facilidad con que la industria ha criminalizado a la práctica totalidad de la población es algo que me repugna profundamente.

Conviene, por eso, que recordemos que el mundo de la piratería es más complejo de lo que nos quieren hacer creer y que en el mar de internet navegan, además de los piratas, bucaneros, filibusteros y, sobre todo, corsarios. Continuar leyendo «Piratas y corsarios»