Tecnologías nuevas, ideas viejas.


Los cambios tecnológicos suelen ir por delante de los cambios culturales. Los cambios tecnológicos abren posibilidades que no son descubiertas ni aprovechadas por el ser humano hasta bastante después. A menudo el cambio tecnológico coexiste con una forma de pensar periclitada y entonces los resultados pueden ser especialmente dramáticos. Los ejemplos son particularmente atroces en el caso de la guerra.

En la imagen que ven (tomada en 1917) unos soldados franceses que parecen sacados de 1870 (kepis rojo en la cabeza, vistosos unifomes azul marino) prueban una ametralladora St. Etienne. En el inicio de la 1ª Guerra Mundial la ametralladora era un arma nueva y los ejércitos nunca se habían enfrentado seriamente a su poder. Hasta la guerra de secesión norteamericana los soldados combatían casi igual que en la época de Napoleón… el ánima rayada de los fusiles mejoró muchísimo su eficacia pero las ideas ancladas en la mente de los generales norteamericanos que les mandaban hicieron que siguieran combatiendo de una forma que ya no servía más que para que los soldados muriesen a racimos. Con la ametralladora pasó otro tanto, hasta que los generales se convencieron de que este arma había cambiado la forma de hacer la guerra ellos siguieron aferrados a sus antiguas ideas y la mortandad provocada por las ametralladoras alcanzó cotas desconocidas. Soldados del XIX con armas del siglo XX, la foto ilustra bien la paradoja de cómo el ser humano no alcanza a comprender las consecuencias de los cambios tecnológicos hasta que la realidad le sacude en el rostro con toda su crudeza. En los últimos 30-40 años hemos venido viviendo una revolución tecnológica de dimensiones nunca vistas hasta ahora y, mientras pienso en ella, miro a estos soldados de kepis rojo y a los oficiales que les mandan y me pregunto si no estaremos reproduciendo el patrón de conducta que tantas desgracias ha causado. El coste esta vez, probablemente, no se pagará en vidas humanas pero sí, seguramente, en derechos y libertades. Otro día hablaremos de eso.

Y para finalizar una nota: la foto que ven arriba es una auténtica foto en color, no está pintada. Los hermanos Lumiere no sólo inventaron el cinematógrafo sino que además diseñaron un procedimiento más que decente para hacer fotos en color aprovechando (entre otras cosas) el almidón de la patata; llamaron al proceso «autochrome» y gracias a él tenemos fotografías en color de 1900 a 1930.

Proto-lenguajes y proto-dioses 

 el dios El recibiendo una ofrenda 
Ya he contado alguna vez que, al igual que del parecido de las palabras en diversos idiomas se ha inducido por los científicos la existencia de protolenguajes anteriores a ellas y de los que las lenguas actuales no serían más que evoluciones; al igual, digo, pienso que del parecido que presentan ciertos mitos comunes a muchas religiones pudiera inferirse la existencia de proto-religiones de las cuales las actuales no serían sino una evolución. 

Conforme a las teorías de Darwin, allá donde hay reproducción, herencia y mutación operan los principios de la teoría de la evolución y poco importa si hablamos de genes o de información, pues los genes no dejan de ser una especie dentro del género de la información. Richard Dawkins habló de «memes» para referirse a estas unidades de evolución cultural y no cabe duda de que las religiones y los dioses están entre los memes más antiguos y exitosos que se conocen. 

Al igual que la etimología se remonta al origen histórico de las palabras y estudia cómo las mismas han ido mutando y evolucionando hasta llegar a nuestros días, podemos tratar de aproximarnos a estos memes religiosos de la misma forma; y a divertirme con estas cosas he dedicado algún tiempo este verano.

Uno de los encuentros más curiosos que he tenido ha sido el de una deidad cananea que, si tienen la paciencia de seguir leyendo, se nos aparece como el antecedente, el étimo, de alguno de los dioses en que creen y a los que rezan la mayor parte de las personas en nuestros días. No doy más rodeos y se lo presento ya mismo, se trata del dios «El«.

En la mitología cananea, “El” era el nombre de la deidad principal y significaba «padre de todos los dioses» (en los hallazgos arqueológicos siempre es encontrado al frente de las demás deidades). En todo el Levante mediterráneo era denominado El o IL, el dios supremo, padre de la raza humana y de todas las criaturas, incluso para el pueblo de Israel pero con interpretaciones distintas a los cananeos.

La presencia de este dios podemos rastrearla no sólo en los yacimientos arqueológicos que nos hablan de él, sino también en las palabras mismas; así, por ejemplo, si recuerdan el episodio bíblico de Jacob luchando con un ángel (Génesis 32:23-30) recordarán también que Dios le cambió el nombre a Jacob tras aquel enfrentamiento de forma que pasó a llamarse «Israel» que, literalmente, significa «el que lucha junto/contra Dios» en hebreo: יִשְׂרָאֵל, Isra-[El], ‘el que pelea junto al dios El’.

El dios «El» se nos aparece reiteradamente en la Biblia como, por ejemplo, en el sitio conocido como «Bethel» que se traduce como ‘casa de Dios’, siendo beth ‘casa’ (como Bethlehem es ‘casa del pan’, Bethania ‘casa de la aflicción’, Bethsaida: ‘casa del pez’) y el puede referirse tanto al dios Yahvé como al dios El. Tampoco es descartable que «El» sea el dios que da nombre a la torre que los hombres construyeron tratando de alcanzar el cielo (Bab-El) y que yo traduzco (Joludi me corregirá) por «puerta del cielo». 

Para los judíos «Elohim» era como se llamaba a los dioses o a dios (plural de «El») y hasta en el Gólgota cuando el crucificado llama al señor lo hace según la expresión «¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?» (¡Señor!, ¡Señor!, ¿por qué me has abandonado?).

Las referencias a «El» en el mundo contemporáneo nos acompañan de forma muy cercana y muchos de los nombres propios que hoy se usan en España llevan al dios «El» incorporado; así «Daniel» significaría algo parecido al «juicio del dios El» o «Ismael» vendría a significar «El dios EL escucha o cura». También encontramos a «El» como prefijo de muchos nombres de uso común como «Elías» y lo mismo ocurre con los nombres femeninos. Si usted se llama, pues, Miguel, Manuel o Isabel, probablemente esté rindiendo un inadvertido tributo a este antiguo dios de que les hablo.

Lo más curioso es que «El» no sólo se ha perpetuado en el ámbito de las religiones judeo-cristianas pues, como buen dios semítico, está también en el origen del nombre del propio dios de los musulmanes pues a El también se le llamaba a veces Eloáh o Eláh, lo que en árabe dio lugar a Allah.

Y no sigo, «El» tuvo muchos hijos algunos de los cuales llegaron a hacerse extremadamente famosos, como Baal que, navegando en barcos fenicios y carthagineses, llegó hasta mi ciudad (Cartagena) y nos dejó nombres como Aníbal (Hanibaal) o Asdrúbal (Asdrubaal), nombres que, en septiembre, llenarán las calles celebrando de una forma un tanto sui generis el comienzo de la segunda guerra púnica.

De cómo «El» evoluciona hasta dar lugar a deidades como Yahweh les hablaré otro día, de momento basta con este pequeño divertimento de verano.

Venganza

VENGANZA
Tradicionalmente la venganza ha tenido mala prensa. Casi todas las religiones y tratados morales suelen condenarla y, sin embargo, tengo para mí que en ella debemos buscar una buena parte de lo que el ser humano entiende por justicia.
Permítanme que, como en tantos otros post de este blog, vuelva a citar la obra de Robert Axelrod, concretamente su libro «The evolution of cooperation», donde el autor examina las posibles estrategias con que enfrentarse al llamado «dilema del prisionero iterado», del que ya hemos tratado también en otros post de este blog. Dicho juego es un magnífico banco de pruebas para estudiar las estrategias con que la naturaleza resuelve las tensiones que se producen entre las ventajas que ofrece la cooperación y la natural tendencia «egoista» de los cooperantes, ya sean estos bacterias u hombres.
Robert Axelrod organizó un concurso para encontrar una estrategia válida para el dilema del prisionero iterado. Se jugaría un torneo con 200 rondas por partida, y el programa con mayor puntuación sería el ganador.
Entre los 14 participantes, Anatol Rapoport presentó un programa que consistía en 4 líneas en BASIC, y al que llamó «Tit for tat» (Dónde las dan las toman). Sólo tenía dos reglas:
1. Comenzar colaborando
2. Hacer lo que tu oponente hizo la ronda anterior
Era la más sencilla de todas las estrategias presentadas y fue la que obtuvo la puntuación más alta. Después de la publicación de los resultados, se organizó un segundo torneo, en el que el número de rondas a jugar por partida sería aleatorio (para no crear una ronda especial, la final, en la que se favorece la deserción). A esta competición se presentaron 62 participantes, entre ellos el mismo «tit for tat» que, de nuevo, obtuvo la mayor puntuación.
«Tit for tat», ciertamente, se guiaba por una estrategia basada en la reciprocidad que se demostró particularmente eficaz en los juegos de cooperación; sin embargo, presentaba problemas frente a estrategias también basadas en la reciprocidad pero menos amables que la suya. Si, por ejemplo, «tit for tat» se enfrentaba a un programa con sus mismas instrucciones pero que, a diferencia de él, desertaba en la primera ronda, la cadena de retaliaciones (venganzas) se prolongaba indefinidamente, lo que resultaba devastador para la cooperación. Fue por eso por lo que se propusieron estrategias que, sobre la base de «tit for tat», trataban de corregir los efectos perniciosos de su implacable reciprocidad, sobre todo cuando el rival tenía tentaciones egoístas.
No podemos dejar de admirar como estos programas reproducían las consecuencias de algunos de los más típicos debates morales en relación a la venganza.
La estricta reciprocidad que gobernaba a «tit for tat» hacía que la famosa frase de Ghandi «ojo por ojo y el mundo acabará ciego» resplandeciese; sin embargo, las estrategias más cooperativas o «pacifistas» en ningún momento se revelaron como serias candidatas al triunfo. De los trabajos realizados parece desprenderse, más bien, que las estrategias más exitosas se han de fundar de un modo u otro en la reciprocidad y, por lo mismo, han de ser vengativas dentro de unos límites difíciles de discernir. La reciprocidad (y por ende la venganza) son básicas para una estrategia cooperativa exitosa.
También una adecuada economía del perdón es precisa, la férrea reciprocidad que debe presidir las estrategias cooperativas es mucho más exitosa si se mezcla en proporciones adecuadas con el perdón y el olvido. Como la vida misma.
Siendo, en principio, la reciprocidad la estrategia estadísticamente más favorable para regular las tensiones cooperación-egoismo, resulta razonable investigar si podemos encontrar esa reciprocidad en las conductas de seres vivos inferiores como baterias, peces o incluso mamíferos no humanos y, hasta donde se ha investigado, parece que así es, por lo que no parece razonable dudar de que dicha estrategia es, para los animales que la practican instintiva y, por tanto, de un modo u otro, genética.
Y si esto es así, como lo es, ¿qué podremos decir del ser humano? ¿es la reciprocidad, la gratitud pero también la venganza, un instinto natural? ¿sería la venganza uno de esos instintos con que la naturaleza nos equipa para poder afrontar nuestra vida de animal gregario?
No sé de la existencia de estudios específicos al respecto pero mi intuición me dice que, de un modo u otro, la venganza es un instinto natural del ser humano, si bien, en las sociedades avanzadas, la venganza se ha refinado hasta extremos verdaderamente sofisticados.
Los hombres hemos implementado la venganza con otras estrategias admirables. La supresión de la venganza privada ha limitado grandemente uno de sus peores defectos, las cadenas de venganzas. Hemos suprimido la venganza privada y la hemos encomendado a un tercero, lo que ha limitado grandemente la posibilidad de que se produzcan cadenas interminables de venganzas; hemos eliminado la perniciosa «última ronda» del juego alargando el futuro mediante las creencias de ultratumba de las religiones; hemos fomentado el perdón como estrategia más moralmente aceptable que la venganza… aunque probablemente todos sabemos que, en el fondo, la venganza, es una herramienta insustituíble.
La venganza (o la reciprocidad si se prefiere) es más que probable que sea uno de los instintos que está en la base de lo que los hombres llamamos justicia y que su mala fama sea, solamente, una forma de controlar un instinto tan útil como peligroso.

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Tradicionalmente la venganza ha tenido mala prensa. Casi todas las religiones y tratados morales suelen condenarla y, sin embargo, tengo para mí que en ella debemos buscar una buena parte de lo que el ser humano entiende por justicia. Continuar leyendo «Venganza»

Orgullosos como los monos

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En 2003 se publicaron los resultados de un curioso experimento con primates llevado a cabo por la universidad estadounidense de Emory. Sarah Brosnan y su colega Frans de Waal (quizá el más reputado primatólogo de la actualidad) realizaron un experimento para tratar de aclarar si el sentido de justicia es un comportamiento producto de la evolución humana o el resultado de las reglas que se establecen en la sociedad.

Para ello entrenaron a un grupo de primates a los que enseñaron a  intercambiar fichas por comida o a realizar trabajos para obtener comida: Los experimentadores daban a los primates un pedazo de pepinillo a cambio del «pago» de una de esas fichas o de la realización de alguna tarea. Lo sorprendente fue que, cuando uno de los primates recibía a cambio de la ficha o tarea en lugar del trozo de pepinillo una uva (un manjar mucho más apetitoso), el resto de los primates que habían recibido el acostumbrado trozo de pepinillo no sólo se negaban a cooperar sino que incluso se negaban a comer.

Esta conducta de los monos, desde el punto de vista de la teoría de juegos es irracional pues, evidentemente, es mejor recibir un trozo de pepinillo que no recibir nada y, sin embargo, de acuerdo al estudio publicado en la revista Nature, los monos se ofendían cuando veía que uno de sus compañeros recibía un premio que consideraban más apetitoso que el suyo a cambio del mismo trabajo o de la misma cantidad de fichas. El experimento se realizó con monos capuchinos separados en parejas y el experimento consistió, precisamente, en premiarlos de diferente manera por una misma tarea, bien fuera dándoles uva en lugar de pepino o, simplemente, no pagando su trabajo.

Los monos, cuando percibían la desigualdad del pago, a veces ignoraban la recompensa y otras veces la aceptaban para después, muy dignamente, tirarla. Curiosamente Continuar leyendo «Orgullosos como los monos»

Buenos como las ratas

rata

En 1959 el psicólogo norteamericano Russell Church entrenó a un grupo de ratas para que obtuviesen su alimento accionando una palanca que colocó en su jaula, palanca que, a su vez, accionaba un mecanismo que le dispensaba a la rata que lo accionaba una razonable cantidad de comida. Las ratas aprendieron pronto la técnica de accionar la palanca para obtener comida y así lo hicieron durante un cierto período de tiempo.

Posteriormente Russell Church instaló un dispositivo mediante el cual, cada vez que una rata accionaba la palanca de su jaula, no sólo recibía comida sino que, además, provocaba una dolorosa descarga eléctrica a la rata que vivía en la jaula de al lado. En efecto, el suelo de las jaulas estaba hecho de una rejilla de metal que, cuando se accionaba la palanca de la jaula de al lado, suministraba una descarga eléctrica a la ocupante de la jaula fuera cual fuera el lugar de la jaula en que estuviese. Ni que decir tiene que ambas ratas, la que accionaba la palanca y la que recibía la descarga, se veían perfectamente pues estaban en jaulas contiguas.

Lo que ocurrió a continuación fue sorprendente. Continuar leyendo «Buenos como las ratas»

Homo homini lupus

Lobo

Suscribo en general las afirmaciones que el prestigioso primatólogo Frans de Waal efectua respecto de la evolución de la moralidad en su libro «Primates and Philosophers» (Princeton University, 2006). Las teorías de Hobbes, Rousseau y Rawls que han fatigado nuestros estudios de derecho natural y filosofía del derecho siempre me han resultado tan míticas y poco científicas como la entrega del decálogo por Dios en el Sinaí. No logro alcanzar a entender cómo se ha podido anclar tan fuertemente en nuestras conciencias la creencia de que nuestra maldad y egoísmo son herencia de nuestros antepasados «salvajes» mientras que la bondad y altruismo son por el contrario rasgos exclusivamente «humanos». Es hora de resolver un falso dilema: Los hombres no son buenos o malos por naturaleza, los hombres, por naturaleza, simplemente son como son y ha sido esa misma naturaleza la que ha hecho evolucionar nuestras estrategias (altruismo y egoímo incluidos) puliéndolas y adaptándolas hasta el punto en que podemos encontrarlas de forma innata en éste momento en los ejemplares de la especie humana. Continuar leyendo «Homo homini lupus»

¿Tienen los animales sentido de la justicia?

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El 26 de mayo pasado la versión electrónica del Daily Mail publicaba un artículo sobre las investigaciones del doctor Marc Bekoff, doctor en etología y experto en conducta animal que trabaja actualmente en la Universidad de Colorado. Sus investigaciones versaban sobre la existencia de conductas morales en los animales. No me resisto a traducirles el artículo aunque, si lo desean, pueden consultarlo en su versión original aquí.

El texto de la noticia dice, más o menos, lo que sigue:

Según nuevas investigaciones realizadas los animales tienen sentido de la moral y pueden distinguir lo correcto de lo incorrecto. Especies que van desde los ratones a los lobos se rigen por códigos de conducta similares a los de los seres humanos, dicen estos etólogos.

Hasta hace poco se creía que los seres humanos eran la única especie capaz de experimentar emociones complejas. Sin embargo, el profesor Marc Bekoff, de la Universidad de Colorado, considera que la moralidad «equipa» el cerebro de todos los mamíferos. Esta moralidad suministra el «pegamento social» que permite a animales a menudo agresivos y competitivos vivir juntos en grupos, dijo. Continuar leyendo «¿Tienen los animales sentido de la justicia?»

Juegos de microbios.

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Los comportamientos altruistas han sido una de las cuestiones más intrigantes para los estudiosos de la teoría de la evolución; explicar cómo en un entorno egoísta podían resultar exitosos los comportamientos altruistas, no deja de resultar paradójico.

El Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) ha publicado recientemente los resultados de un estudio llevado a cabo por un grupo de científicos con levaduras, aprovechando que en estas, a diferencia de los humanos, al ser unicelulares, su “comportamiento” no está determinado por un sistema nervioso  o un código cultural o racional de conducta:  La conducta de las levaduras es meramente genética.

Estos científicos desarrollaron un experimento que empleaba a las ya citadas levaduras y el metabolismo de la sacarosa, o azúcar común. Continuar leyendo «Juegos de microbios.»

La caridad romana.

La caridad romana. Rubens
La caridad romana. Rubens

La escena que se observa en éste cuadro de Rubens resulta, a primera vista, perturbadora: Una joven ofrece su pecho a un viejo que se dispone a succionarlo. Sin embargo, si conocemos la historia de ambos personajes, la escena deviene absolutamente tierna pues representa a la joven romana Pero amamantando a su padre Cimón, encarcelado y a punto de morir de hambre.

La historia completa la conocemos gracias al escritor latino Valerio Máximo Continuar leyendo «La caridad romana.»

El origen de la Justicia, evolución y teoría de juegos (IV): Los chimpancés y el juego del ultimátum

       Ya he manifestado en otros post sobre éste mismo tema que considero que el origen de la justicia hay que buscarlo más bien en la evolución y en la teoría de juegos que en otras instancias. Recientemente, leyendo uno de mis weblogs favoritos «La lógica del titiritero«, he encontrado un artículo relacionado con un estudio efectuado con chimpacés a los que se planteó el juego que, en teoría de juegos es llamado el juego del ultimátum. Continuar leyendo «El origen de la Justicia, evolución y teoría de juegos (IV): Los chimpancés y el juego del ultimátum»